Los huérfanos
Los huérfanos
Henrique Meier
Miro dentro de mi, lo que llaman memoria, desconozco de qué parte del cerebro proviene, si es un asunto de neuronas, me aterra la posibilidad de perderla totalmente, pero mientras tanto la ejercito, me enfoco en los recuerdos, aunque algunos surgen de pronto, de esa misteriosa zona del inconsciente donde se producen los sueños, los caóticos sueños, en esa otra vida etérea absolutamente incontrolable, sí de por sí la de la vigilia, la vida consciente, es poco lo que podemos controlar. Y, sin embargo, a veces nos sentimos culpables por los sueños, la jodida culpabilidad de una intolerante religión, la versión de un Dios implacable y castigador, tan alejado de la infinita misericordia de Jesucristo. ¿A quién no le asombran los sueños? Los recuerdos y los sueños están hechos de la misma textura. ¿Habrá alguien que sueñe o recuerde imágenes en colores? Hoy recordé unas imágenes borrosas de hace unos 72 años aproximadamente. Me veo con mis primos hermanos Antonio y Felipe, parados frente a su casa, mirando una camioneta negra cuyo vidrio trasero tiene unas cortinas. Ignorábamos que su padre, mi tío Antonio, había muerto, no sabíamos el significado de esa palabra, la rotundidad de la vida, del hoy eterno, llena el alma infantil, solo hay lugar para el descubrimiento del mundo y los juegos con los amigos, las peleas, la imaginación desbordada. Nunca entendí eso de que a partir de los 7 años se iniciase el uso de la razón, si hay millones de personas que, aun maduras y ancianas, jamás han usado ese atributo de la consciencia humana, como tampoco los que enloquecen, los desquiciados, los que nacen con grave retraso mental. “Mi madre me decía que al llegar a los 7 años tendría “uso de razón”, que era algo así como darse cuenta o ser responsable por los actos realizados, o como ser un principiante de adulto que tiene conciencia de lo que hace y en consecuencia es responsable de sus actos. Siempre pensé que esa idea no era tan cierta porque la verdad es que a los 7 años no tenía ni idea de lo que era la vida, ni entendía un número importante de conceptos vitales” [1].
Trato de profundizar en ese recuerdo y entonces por asociación me vienen otros. Mamá decía en casa que su hermano, el tío Antonio, estaba muy enfermo. Lo visitaba a diario, con una inyectadora le extraía líquido de su estómago, un jodido y maldito cáncer de estómago, sufría dolores espantosos. Fueron hermanos muy unidos. Y entonces allí en esa misteriosa pantalla de la memoria veo a ese tío, que apenas conocí, entrando a un carro de color negro, luego descubriría que era un Ford de los años 50 al mirar uno que coincidía con ese recuerdo, el vehículo se hallaba estacionado en el garaje de su suegro Oswaldo Capriles, una hermosa casa de la que sigo teniendo varios recuerdos, el amplio salón y los cuadros de frutas (naturalezas muertas), de perros de cacería, de aves cazadas en la boca de los perros, Oswaldo se balancea en una mecedora y canturrea mientras acaricia a un peligroso perro blanco con una suerte de centella en la frente, “Pluto”, una bestia que mordía a diestra y siniestra, liquidaba perros callejeros, embestía a los transeúntes de aquella carretera de tierra. Un día apareció muerto en la entrada de la casa de su dueño, un tiro en la cabeza, era hora, el responsable fue el propio Oswaldo C que no controlaba al agresivo animal. Y vuelvo a la imagen de mi tío tratando de encender el vehículo que emite un ruido “UGGGGGG”, se baja molesto y cierra la puerta de un golpe, ¿Desde dónde vi a mi tío en ese momento? ¿estaría dentro de la propiedad de la familia Capriles, o parado cerca de la verja observando en mi curiosidad infantil?, ¿Y por qué ese particular recuerdo? Imposible saberlo, el día en el que miraba con mis primos la camioneta negra desconocíamos que Antonio Echeverría Acosta había muerto, no podíamos imaginarlo, y pensar que desde ese día ellos se convertirían en huérfanos de padre, Toñito tendría 5 años, Felipe 4, desde ese aciago día se iniciaría para mis primos-amigos el vacío de una infancia sin el soporte del hombre fuerte llamado padre. ¿Y tu papá?, ¿Por qué nunca viene a buscarte? Murió, y la burla de algunos compañeros de clase, nunca faltan, porque la perversidad se inicia desde temprano, no todos atraviesan la infancia con el alma prístina y transparente, la inocencia pronto se pierde, la maldad, al acecho, no respeta edades.
Ellos se percatarían de que su padre habría fallecido cuando no lo vieron más, la trágica ausencia, por más que las madres mientan los primeros días para no causar dolor a sus hijos, “está de viaje”, pero llega un momento en el que la piadosa mentira no resiste la cruda verdad, la jodida realidad, el viaje del padre no puede durar tanto, tampoco la otra mentira, “nos dejó, hijo, se fue”, más temprano que tarde viene el sacudón del alma, mi papá se murió, no lo veré nunca más, no escucharé su voz, ni estará en mis cumpleaños, no me traerá regalos, ni jugará conmigo. Al año, estando en la casa de mis abuelos maternos en Puerto Cabello, tuve un sueño atroz, soné que mi papá había muerto, ya conocía el significado de esa palabra, desperté llorando y escuché el llanto de mis hermanas María Isabel y Adela (mi querida hermana fallecida el año pasado), desde la cama grité “Papá se murió”, sí, había muerto esa noche en el Centro Médico de San Bernardino en Caracas, me convertí, al igual que mis primos y mis cuatro hermanos en huérfano, no vería más a José Guillermo Meier, dejó este mundo cuando no había cumplido 40 años y su socio de bufete y cuñado Antonio Echeverría a los 37 . Y así nuestra infancia transcurriría con ese dolor sin cura, dolor de alma de la condición de huérfano de padre. Hoy 19 de marzo Día del Padre en España, se celebra a José el padre adoptivo de Jesucristo. Cada segundo lunes de noviembre se conmemora el Día del Huérfano, millones de niños en situación de orfandad. He tratado de ser un buen padre para mis 4 hijos, no sé si lo logré, no contamos con un manual de instrucciones al respecto, solo el amor, pero aun con amor se cometen no pocos errores. ¡Carajo! y a los meses, seis o siete, no sé se moriría mi abuelo materno Pedro Echeverría Calzadilla, ahí está el recuerdo, la urna en la sala de su casa, Mamá y mi abuela Mamaén vestidas de negro, lloran, salgo de la casa, paso la calle hacia La Plaza Flores. Al día siguiente, no estoy seguro, mis tíos Pedro Echeverría y Carmen Sartori me llevarían a Caracas a su casa en la Urbanización Paraíso en Caracas donde pasaría una corta temporada, aquel niño lleno de energía, un jodido y terrible mala conducta, se convertiría por un tiempo en una suerte de zombi.
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