Tio Tigre y Tio Conejo (fábulas de mi tierra)





“Se acabó tu suerte conejito de esta no te vas a escapar como otras veces, estoy muerto del hambre, así que llegó tu hora, si crees en Dios reza” y el conejo con su agilidad mental le responde: “Mírame Tío Tigre lo flaco que estoy, tengo muy poca carne, puro huesos, si me comes no te voy a quitar el hambre, estoy así de flaco porque ando siempre corriendo, no puedo comer en paz, tu andas cazándome, carajo, no me dejas tranquilo, pero te tengo una buena noticia, cuando venía para acá pasé cerca de un cerro y vi a una vaca gorda, gorda, gorda, pero tan gorda que no podía caminar”, entonces, el hambriento tigre empezó a salivar y le pregunta “¿Y dónde está esa gorda vaca para comérmela que no aguanto el hambre?, hace 3 días que no como, no encuentro ninguna presa, los cazadores están acabando con todo, monos, venados, lapas, báquiros, chigüires…” y el conejo, gran jodedor, le dice que no gaste más energías, que se quede al pie del cerro con los brazos abiertos y los ojos bien cerrados mientras él busca y arrea esa vaca para que Tío Tigre pueda comérsela, “Te vas a dar un banquete Tío Tigre, comida para una semana”. Y éste, sin nada sospechar, obnubilado por el hambre, hizo lo que le propuso Tío Conejo, quien se subió al cerro y desde allí echó a rodar pendiente abajo una inmensa piedra en dirección del hambriento tigre al tiempo que le gritaba “apriete bien los ojos so huevón, ahí va su vaca”, la piedra aplastó al tigre y el conejo pudo escaparse. Aprendí que más vale la inteligencia que la fuerza.

De adulto comprendí que esa fábula de alguna manera se relaciona con la historia política de mi país, azotado por los regímenes de fuerza, por los caudillos militares que han impuesto su voluntad empleando las armas y la represión desde que nos convertimos en una “república independiente” (En 188 años: 1830-2018, apenas en 43 puede hablarse de “gobiernos civiles y democráticos”). La admiración al poder y a los poderosos nos ha hecho un daño inconmensurable, no se respeta, ni admira a las personas de pensamiento, a los intelectuales, educadores, científicos, inventores, emprendedores, artistas, gobernantes demócratas que desde poder actuaron por el bien común, políticos de probada integridad, sino a los aventureros, los hombres “fuertes”, los tigres capaces de tomar el poder de un zarpazo y hacer lo que les viene en gana sin nada respetar: leyes (salvo las que dictan o se hacen dictar para justificar sus tropelías), libertad, vidas, propiedad privada, erario público. Por eso, en el momento en que expreso, y con dolor, esta verdad, somos un país abismado en una catástrofe causada por un caudillo militar (Chávez frías) y sus secuaces (Maduro y compañía). Lamentablemente, en la realidad es el tigre, el poderoso, el que se sale con la suya, engaña al conejo: al pueblo “vivaracho”, prometiéndole “villas y castillos” para que lo apoyen, ¡pobre conejo!, que por querer “comer” sin esfuerzo propio, esperando con la boca abierta, termina hambriento, miserable y desesperanzado, bueno, a la espera de otro tigre para un nuevo engaño (historia patria).

[1] El autor de este cuento es Antonio Arraíz (Barquisimeto, 1903 - Connecticut, 1962) Poeta, novelista y periodista venezolano. A causa de la dictadura del general Juan Vicente Gómez (1908-1935), la Universidad Central de Venezuela en Caracas fue clausurada entre 1912 y 1922, y Antonio Arraiz no pudo continuar estudios superiores. Viajó a Estados Unidos (1919) y, finalmente, se afincó en Nueva York. En esta época de privaciones, en la que conoció el hambre, escribió artículos para la revista Billiken de Caracas, y el volumen de versos Áspero (1924), con el que introdujo en su país las vanguardias literarias. Regresó a Venezuela en 1922. Por su firme oposición a la dictadura fue detenido en diversas ocasiones, y en la prisión de La Rotunda (donde permaneció durante siete años) escribió el cuento Los lunares de la Virreina, que alguien envió al certamen internacional del diario La Prensa de Buenos Aires y obtuvo el primer premio. Un grupo de intelectuales argentinos, solidarizados con su situación, reunió los fondos para editar su segundo poemario, Parsimonia (1932). Antonio Arraiz tuvo que abandonar su país, y de sus experiencias políticas surgieron dos de sus novelas: Puros hombres, de 1938, y Todos iban desorientados (1951). Regresó a Venezuela en 1936, y en 1939 publicó el poemario Cinco sinfonías. En 1941 editó la versión definitiva de Parsimonia, con prólogo de Juan Liscano. Dámaso Velásquez (1943), novela reeditada como El mar es como un potro (1946) y en la que ofreció una visión áspera de la vida de los pescadores en el Caribe, ganó el Premio Internacional Simón Barceló. Los cuentos Tío Tigre y Tío Conejo (1945) son una peculiar sátira de episodios y personajes de la vida venezolana. En 1943 Arraiz fue nombrado director de El Nacional, periódico de gran prestigio que acogió a los más progresistas intelectuales de Venezuela y de América Latina. En 1949 se exilió voluntariamente en Estados Unidos, desde donde enviaba puntualmente sus crónicas para El Nacional, a las que tituló "La semana en Nueva York". En 1954 publicó los cuentos El diablo que perdió el alma. Un ataque cardíaco, en 1962, le provocó la muerte en Wesport (Connecticut). https://www.biografiasyvidas.com/biografia/a/arraiz.htm.


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