La misteriosa esfera de los sueños

Vivimos una existencia consciente y otra inconsciente. En la primera: la vigilia, estamos aparentemente “despiertos” realizando las diarias rutinas, actuando supuestamente conforme a nuestra voluntad: despertarse, levantarse de la cama, asearse, desayunar (quienes pueden hacerlo), acudir a “trabajar” (los que tienen un oficio, un empleo), almorzar (si te alcanzan los recursos), comunicarte con otros, aventurase al azar de la calle (orar para no tropezarte con un asesino que te liquide para robarte el celular o móvil); en fin, regresar a tu hogar, luego de esa riesgosa aventura (¡cuántos carecen de un refugio digno!), cenar (si hay para ello), algo de la TV, lectura de un libro, o un poco de sexo (si tienes pareja), y luego a dormir, y es entonces cuando accedes a la segunda dimensión del aquí y el ahora: el reino del indescifrable universo de los “sueños” por más que Freud (su obra “Interpretación de los sueños”, 1900) y Jung se hayan esforzado en explicar e interpretar “científicamente” esa otra esfera en la que podemos volar como águilas; hablar con nuestros muertos; caminar por calles de ciudades asombrosas; estar admirando un paisaje de belleza indescriptible; entrar a un salón lleno de extraños objetos y conscientes de que estamos soñando, coger uno de esos objetos, un cenicero, una estatuilla de madera para comprobar, al despertar, que estuvimos en esa extraño salón cuyas paredes laten como un corazón, y luego, al abrir los ojos, las manos vacías; ser atacados por tres feroces perros negros mirar al suelo y ver que sólo hay dos piedras para defenderse de la acometida de las bestias infernales; nadar en aguas cristalinas que de pronto se oscurecen y se llenan de serpientes; fornicar con mujeres que repentinamente se transforman en hombres y la angustia al despertar pensando que uno tiene una inclinación homosexual; encontrar a una súper hembra, tratar de penetrarla y descubrir que, como las sirenas, carece de vagina; componer canciones que al despertar se olvidan; morir apuñaleados; caer a un abismo… Clasifico los sueños en “sueños ordinarios”, una proyección del inconsciente sobre hechos cotidianos, situaciones estresantes que protagonizamos, frustraciones, deseos reprimidos, y “sueños cósmicos”, muy excepcionales, como si el alma se escapara del cuerpo y accediera a ámbitos extra-terrenales, no sé cómo explicarlo, aunque estoy convencido de que esos sueños existen, los he tenido. Despierto con la certidumbre de haber estado en un ámbito del inconmensurable universo imposible de identificar. No hace mucho soñé que viajaba por el cosmos, miraba los puntos luminosos: las estrellas, de pronto una suerte de estrella color rojizo comenzó a atraerme, me dirigía velozmente hacia ese punto luminozo, sentí terror ante el frío y la soledad del inconmensurable espacio, desperté. Mircea Cätärescu, originalísimo escritor rumano, se refiere profusamente al mundo de los sueños en su obra “Selenoide” aludiendo a su clasificación: “Para Chalcidius…el filósofo del siglo IV después de Cristo, había tres clases de sueños. Los primeros tenían su origen en nuestras dos almas, la sublunar o inferior, y la de encima de la luna. Nuestro sueño mundano produce somnium o phantasma, sueños originados por impresiones externas o por los restos o por los restos mnésicos del día anterior. No significan nada, solo son un eco lejano del mundo filtrado por las paredes de los párpados cerrados. El alma superior produce sueños enigmáticos, laberintos por los que su mente deambula: visum, oneiros. Tampoco tienen un significado demasiado elevado, son únicamente efinges sedientas de sangre. La segunda categoría de los sueños está compuesta por los que envían los ángeles o los demonios: admonitio o chrematismos. Son los sueños que te persiguen, las revelaciones prometidas, pero no concretizadas aún, como esa palabra que tienes en la punta de la lengua pero no consigues recordar. Poca gente tiene sueños así, pero quien los haya vivido aunque solo sea una vez no puede olvidarlos. Son esos en los que te encuentras con seres amados, fallecidos tiempo atrás, o con terroríficas arañas que recorren y forran de seda los subterráneos de tu mente. El éxtasis y la pesadilla, unidos a veces en acoplamientos agónicos, sobre sexos que se buscan y se penetran infinitamente, irradiando el aura de placer amoral del vicio, son castigos/recompensas que recibimos, con los labios tumefactos por la voluptuosidad o con los dientes sorprendidos en el grito, de los ángeles del espacio intersináptico. Tampoco este segundo tipo de sueños dice gran cosa sobre ti, sobre tu verdadera imagen.Porque la revelación que recibes tan solo unas pocas veces en la vida, el sueño esencial más verdadero que la realidad y único túnel que se abre en la pared del tiempo, a través del cual podrías escapar, llega con el tercer tipo de sueño, el sueño de fuga. Procede de otra dimensión y lleva el nombre de orasma. Es un sueño cristalino, sin ambigüedad, puesto que el enigma, transformado en hiperenigma, se revela al alma con una claridad alucinante, sin sombras, como una pirámide de cristal situada en el centro de nuestra mente” . Por su parte, Vladimir Nabokov se pregunta “¿Qué son los sueños? Una sucesión de escenas triviales o trágicas, estáticas o itinerantes, fantásticas o familiares, que nos muestran acontecimientos más o menos verosímiles, remendados con detalles grotescos, que resucitan a losmuertos para instalarlos en nuevos escenarios…Todos los sueños están afectados por las experiencias y las impresiones del presente. Y por los recuerdos de la infancia y todos reflejan, en forma de imágenes o sensaciones, una luz, una corriente de aire, una comida copiosa, una grave inquietud interna…los sueños no pueden producir ninguna apariencia de moralidad, símbolo, o alegoría o mito griego, a menos naturalmente que el que sueña sea griego o mitológico” . Sueño muy seguido con aguas limpias, -la nostalgia-del río de mi infancia, a veces turbias. Otros muy reiterados: voy descalzo por un camino pedregoso; estoy desnudo en una reunión y siento vergüenza de mi situación; me encuentro lejos de casa, en el otro extremo de la ciudad, sin vehículo y sin dinero para tomar un taxi o un bus y la creciente angustia de tener que irme caminando, una considerable distancia, mientras anochece y los peligros de la ciudad se acrecientan. Un sueño que me perturbó: pesco desde unas escalinatas que dan al mar, el anzuelo se templa, -un pescado-, lo saco del agua y compruebo que está muerto, podrido, los ojos hundidos. Después del fallecimiento de Marlen, mi primera esposa, soñé mucho con ella despidiéndose: entra al mar y camina con nuestro hijo menor, las aguas no son profundas, los sigo y le grito “no te lo lleves, no te lo lleves, es muy joven dale la oportunidad de vivir”, su niño consentido que la acompañaba en sus diligencias. Había escuchado historias basadas en una idea que no me convence, no obstante, se me grabó en el inconsciente: quien muere no quien irse solo al más allá, desea la compañía de un ser querido. Otros sueños con el mismo significado: vamos a viajar, en el aeropuerto ella corre muy rápido, no puedo alcanzarla, voltea y me grita que vamos a perder el vuelo, me quedo paralizado y miro por una ventana el avión despegando; caminamos, ella muy feliz me señala un edificio en cuya azotea se halla una avioneta y me dice que subamos para abordarla, que ella sabe pilotearla, corre, entra a ese edificio y desaparece, subo por unas escaleras y no logro dar con la azotea, me devuelvo, despierto. Anoche soñé con una sociedad controlada por el totalitarismo tecnológico y la robotización: robots masculinos, femeninos y gais, podías comprarlos o alquilarlos, además de los públicos (policías, por ejemplo). Alquilé una robot programada para hablar de literatura, le pregunté por una novela de Philip Roth, y lloró porque esa no estaba en su programa, “No quiero dejarte, llévame a la empresa para que me incorporen en el chip esa novela, y cualquier otra que tú quieras”, la devolví y pedí lo que había pagado por su alquiler; estoy en una calle y todos parecen robots, no logro diferenciar los humanos, de una bocacalle salen dos hembras de magnífico cuerpo, una sin mediar palabra me besa de una manera tan intensa que comienza a dolerme la lengua, la boca, le pido que me deje y ella “no soy humana, no soy humana, no puedo parar, no puedo parar, hay un electro circuito en mi programa”, despierto; al poco tiempo una pesadilla: hablo con mi amigo Sergio Pascual sobre un libro que podríamos escribir sobre la “guerra mundana” distinta de la “guerra mundial”, ésta es que la que se libra entre naciones, la “mundana” entre los individuos, no por razones ideológicas, geopolíticas o de supremacía del poder, sino por el agua y la comida, ambos recursos vitales escasean y la gente se mata por apropiarse de esos medios esenciales para sobrevivir, veo las escenas como en un film: asesinatos, descuartizamientos, hombre y mujeres enloquecidos cuchillos en mano, revólveres, piedras, masacres, masacres….despierto sudando frío y me digo “este es el futuro de mi país”. He soñado nuevamente con el mar, me acompañaba mi actual esposa Mary o Marlen, mi primera esposa que falleció en el 2003, no estoy seguro, a veces las confundo en mis sueños, también mis dos hijos varones en la edad de la adolescencia, un paisaje abrumador, no era una playa sino una costa abrupta, caminamos por una suerte de prado para mirar el mar, doy vuelta y observo unas colinas iluminadas por el sol y pienso que están nevadas, pero luego me percato que es el efecto de la luz solar, uno de mis hijos se lanza al mar entre dos peñascos, temo que pueda matarse si choca contra uno, le grito, logra sumergirse en las aguas, bajo la pendiente y me interno en el mar, muy fría el agua, y piedras, me asalta la tristeza, no es una playa de doradas arenas como las del mítico mar de mi infancia. Esta madrugada (24 de marzo del 2017) tuve un sueño perturbador: estoy en un apartamento (piso en España), a mi lado un tigre, juego con él, le doy de comer cambures (bananas), de pronto el felino corre hacia el balcón y salta, temo que se haya matado, escucho feroces rugidos, el tigre regresa, ha dado un gran salto, vuelve conmigo, me asomo por el balcón, y abajo en un patio seis gatos negros, cuatro de los cuales están muertos, se me escapa el significado simbólico de ese sueño. Ahora que estoy con mi esposa Mary, aquí en San Vicente del Raspeig, Alicante, España, desde el 18 de mayo del 2017, luego de huir de nuestro país por múltiples razones ligadas a la catástrofe humana, el progresivo genocidio que perpetra la narcodictadura militarista, vinculada con organizaciones del terrorismo islámico, sobre la indefensa población; huida que además se explica por mi legitimo temor a ser detenido por mi radical posición de disidencia y resistencia pública y notoria contra dicho régimen opresor, he tenido un sueño recurrente: estoy en una ciudad cuyas construcciones se hallan en ruina, hay escombros por todas partes, sujetos de torvas miradas me amenazan, corro, subo por una pared plagada de insectos asquerosos, grito, me despierto. Son la suerte de sueños que Nabokov denomina “sueños-perdición” “pesadillas acosadas por signos fatídicos, calamidades talamáticas, amenazadores enigmas” . Hace 3 noches ese sueño finalizó de una manera diferente, corro ante el peligro de perder la vida, de pronto observo un promontorio de tierra acumulada donde hay un vehículo (coche) de pasajeros, un carro por puestos, llego, dentro solo queda un puesto en la parte delantera, una señora mayor abre la puerta, se aparta para que me ubique entre ella y el conductor, pregunto cuál es el destino del viaje, la señora me informa que el por puesto va hacia la avenida victoria, examino mi cartera y pregunto acerca del costo del pasaje, un pasajero en la parte trasera me dice que la tarifa es 50 bolívares, carajo, pienso no tengo esa cantidad, pero la señora a mi lado me aclara que no es así, que el valor del pasaje es 19 bolívares, me tranquilizo, tengo como pagar. Entendí el significado del sueño, el por puesto es el avión que nos trajo a España, a la victoria, a la salvación, tal vez un sueño susurrado por Dios. En una página en blanco al final de un libro de Italo Calvino “Si una noche de invierno un viajero”, leído en 1993, no sé porque escribí estas líneas sobre los sueños: “Se sueñan sentimientos, estados de ánimo, deseos, temores, frustraciones, las imágenes: personas, animales, paisajes carecen de importancia por sí solas, son el reflejo de lo que sentimos respecto de nosotros mismos y de otros: los seres que conocimos y murieron o que están vivos, y los desconocidos, porque también en los sueños aparecen hombres y mujeres surgidos de las sombras del inconsciente, al igual que las cosas y los paisajes. Por ello, en los sueños no existe el tiempo cronológico, sino un despliegue de sentimientos, es el alma la que habla con su lenguaje onírico, subterráneo”. Y es que a veces me sueño volando, ligero, sin cuerpo, deslastrado de la triste costumbre de ser alguien que a Borges tanto estorbaba, despojado de la pesadez humana: “El alivio que habrá sentido César en la mañana de Farsalia, al pensar: Hoy es la batalla. El alivio que habrá sentido Carlos Primero al ver el alba en el cristal y pensar: Hoy es el día del patíbulo, del coraje y del hacha. El alivio que tú y yo sentiremos en el instante que precede a la muerte, cuando la suerte nos desate de la triste costumbre de ser alguien y del peso del universo” (http://borgestodoelanio.blogspot.com/2014/09/jorge-luis-borges-triada.html) La titubeante identidad personal Esa lúcida expresión borgiana: la triste costumbre de ser alguien, el afán de distinguirnos del resto de la manada, de sobresalir a cualquier precio, ¿cómo aceptar el anonimato, la indiferenciación?, con la emancipación o liberación del individuo de las comunidades cerradas, herméticas, de la pre-modernidad, surgió esa necesidad de la identidad individual. ¿Qué es la identidad?, ¿lo que uno cree ser?, ¿lo que los otros creen de uno?, ¿lo que uno cree que los otros creen de uno?, ¿cuál es el verdadero yo? Es el espejismo de quien niega haber mirado un rostro extraño en el espejo, la extrañes es descubrir a ese otro que nos sueña. Muchas veces me he mirado largo rato a los ojos en un espejo y me he preguntado quien soy, dudando acerca de mi identidad, y entonces comienza una sensación de desintegración psicológica, de que eso que creo “ser” estallará en pedazos, aparto la vista y regreso a la titubeante cordura. ¿Acaso la locura en su estricto sentido psiquiátrico no se caracteriza por la disolución del yo personal?, el enajenado se pierde en sí mismo, se mira en el espejo y no se reconoce. ¿Quién podría afirmar que se halla a salvo de la locura?: “Soy, lo he venido admitiendo, los otros dan testimonio, pero ¿qué soy?, rostro, piel, corazón que late, cerebro que piensa y da coherencia, unidad a este organismo, ¿soy sólo eso? Un viento cálido me apacigua a esta hora, quizás sea más de lo que veo, pienso y palpo, -por instantes, - algo tiende a disolverme, desintegrarme en lo viviente, puede que algún día amanezca río, árbol, o pájaro nocturno de mágicos ojos”. Estoy tocado por la complejidad del misterio, y por eso exclamo: “Soy frágil copa embriagada de misterio/ quiero hundirme en las profundas aguas de la vida/ esta pasión desesperada de presente/ de latir al ritmo del corazón de la tierra/ que nada me sea indiferente/ cuerpo ambicioso de sentir/alma que ni en los sueños conoce descanso”. Esa “pasión desesperada de presente” ha sido para mí una obsesión. En uno de los libros de Milán Kundera “Los testamentos traicionados” subrayé este párrafo: “La busqueda del presente perdido, la busqueda de la verdad melódica, el deseo de penetrar así el misterio de la realidad inmediata que abandona constantemente nuestra vida, que por ello pasa a ser la cosa menos conocida del mundo. Este es, me parece, el sentido ontológico del lenguaje hablado y, tal vez, el sentido ontológico de toda la música de Janácek” . Ese párrafo me motivó escribir al final del ejemplar del libro (pésima costumbre): “Conscientemente, es decir, con la primera atención, no captamos la riqueza infinita de la vida en el presente, el instante se nos va porque culturalmente hemos sido condicionados para vivir conforme a abstracciones: ideas, creencias, y así, un árbol es una abstracción, no un organismo vivo. Esa estructura conceptual nos conduce irremisiblemente a la dimensión del recuerdo, la vida se nos presenta como una sucesión de recuerdos, imágenes, rostros, voces, sonidos, paisajes, sentimientos, y no de situaciones concretas, de ese aquí y ahora del que tanto hablo y escribo y que se me escapa como a todos. Sin embargo, en la esfera del inconsciente, la segunda atención, creo que si logramos captar el misterio del presente que escapa a la conciencia superficial y se refugia en la profunda. Eso explica que a veces nos viene repentinamente a la mente haber vivido antes determinadas situaciones, conocido personas, vistos paisajes (el “deja vu”). El desafío para quien desea vivir con intensidad es superar esa dicotomía y volcar su primera atención al presente, liberándose de la percepción que produce la estructura cultural que impide apreciar la variedad infinita de la vida en cada instante. ¿Es eso posible?, es harto difícil, puede que lo hagamos en un momento, pero inmediatamente caemos en el vicio conceptual que mencioné, y más hoy. La gente ensimismada en sus problemas, pensando en el futuro incierto, escribiendo en su móvil o celular, van por ahí ausentes de todo. Hablas con alguien y no te presta atención, está en otra parte, lo percibes en su mirada, si le preguntaras lo que acabas de decirle lo más probable es que no lo sepa”.

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