Aquel tiempo de felicidad y libertad (de Relatos de la infancia)

 

 

Aquel tiempo de felicidad y libertad (de Relatos de la infancia)

 

Henrique Meier

“Fantástico pozo de niño, Mis ojos creen olvidar y no pueden. Recuento. No me alcanza la memoria, de maravilla a maravilla. Cada día es otra invitación, Pero no bastan los nombres, Para mostrar la joya de Raleigh”. Rafael Cadenas

 

Me subía cual gato a los techos de aquel caserón[1] por una delgada tubería que conectaba con un tanque de agua, inocente del riesgo que corría sobre las tejas, escuchando los gritos de mamá o de papá implorando que bajara. Al llover, esas lluvias torrenciales de la selva tropical, las goteras dejaban constancia de mis correrías por los techos, tenía complejo de pájaro. Al “crecer” (digo en edad porque desde los 15 años no aumenté un puto centímetro, de vaina no ingresé a las filas de los enanos: 1.60) perdí, como todos, esas alas de la infancia. Ahora estoy viendo en el recuerdo a mi hermano Guillermo tratando también de subirse al techo por la tubería, pero le cuesta, titubea, mira hacia abajo el muy “culilluo”, craso error ¡no mires, pendejo!, sube, no me escucha, es solo una imagen en mi cerebro. Me enfurecía que me llamaran muchacho “Muchacho ven acá, muchacho pórtate bien, muchacho ven a comer”, “No soy muchacho, me llamo enrique…” y la jodedora de mamá “Ah, entonces, eres una muchacha, una niña” … “No, no, me llamo Enrique, soy varón, si me vuelves a llamar muchacho, me voy de esta casa”. Y mamá “Muchacho…muchacho, muchacho loco”. Agarré uno de mis carritos y me fui caminando, salí del caserón y tomé la vía hacia el Puerto. Mamá me cuenta que le dijo a la negra Josefina “Ese carajito va a regresar, no pasará de la casa de Oswaldo”, pero transcurrieron los minutos y nada que aparecía, entonces, se alarmó y con la negra salieron a buscarme, había pasado la casa de nuestro vecino, mamá me detuvo y me llevó de regreso riéndose “definitivamente eres un loco, carajito”.

¡Ah que maravillosa edad!, tan corto tiempo en el que aún no nos hemos transformado en seres “ensimismados”, los niños en general están abiertos a ese sentir que somos, dejan que su imaginación fluya libremente en cualquier dirección, se llenan inconscientemente de la inmensidad, de la eternidad que está allí, en el rugir del viento que estremece los árboles, en el súbito movimiento de un pájaro que emprende vuelo, de una nerviosa ardilla que sube a un árbol, en las hormigas que miras por primera vez y con curiosidad sigues su trayecto cargando pedacitos de hojas hacia el hormiguero, en el temor que te produce mirar la serpiente deslizándose hacia el río y los truenos que estremecen la noche en la torrencial lluvia, en el canto de las cigarras (chicharras) al final del verano. A excepción de los niños mimados, malcriados, cuyos padres complacen todos sus caprichos, en general a esa edad nos conformamos con poco, la imaginación y la fantasía suplen los juguetes caros. Doy gracias a Dios, y a la vida como la canción de Violeta Parra:

 “Gracias a la vida que me ha dado tanto, me dio dos luceros que cuando los abro, perfecto distingo lo negro del blanco y en el alto cielo su fondo estrellado y en las multitudes la mujer que amo, gracias a la vida que me ha dado tanto, me ha dado el oído que en todo su ancho, graba noche y día grillos y canarios, martillos, turbinas, ladridos, chubascos, y la voz tan tierna de mi bien amada, gracias a la vida que me ha dado tanto, me ha dado el sonido y el abecedario, con él las palabras que pienso y declaro, madre, amigo, hermano y luz alumbrando, la ruta del alma de la que estoy amando, gracias a la vida que me ha dado tanto, me ha dado la marcha de mis pies cansados, con ellos anduve ciudades y charcos, playas y desiertos, montañas y llanos,  y la casa tuya, tu calle y tu patio, Gracias a la vida que me ha dado tanto, Me dio el corazón que agita su marco, Cuando miro el fruto del cerebro humano, Cuando miro el bueno tan lejos del malo, Cuando miro el fondo de tus ojos claros, Gracias a la vida que me ha dado tanto, Me ha dado la risa y me ha dado el llanto, Así yo distingo dicha de quebranto, Los dos materiales que forman mi canto, Y el canto de ustedes que es el mismo canto, Y el canto de todos que es mi propio canto, Gracias a la vida, gracias a la vida”.

 No podemos permanecer en esa edad, es inevitable (a menos que nos lleve la muerte) dejar ese paraíso, bueno para algunos, no para todos los niños, lo fue para mí, no puedo hablar sino de mi experiencia. Por esa razón, me cuesta entender a esos hombres y mujeres que nada quieren con los niños, les molesta su presencia, sus gritos, su correr de un lado a otro, su energía, sus ingenuas preguntas, ¿es que no tuvieron infancia?, ¿acaso nacieron adultos? Por supuesto, no niego el que haya infantes insoportables, groseros, mal educados, caprichosos, antipáticos, los potenciales adultos intratables que engrosarán el club de los que aborrecen a los niños, no concibo otra explicación. Si fuiste un precoz adulto, con todos los defectos del arrogante y egocéntrico, lo más probable es que te ladillen los carajitos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Foto antigua, inicios del siglo XX, caserón Brandt.

 

Cadenas

 



[1] 20 habitaciones, dos cocinas, una para cocinar con leña, cuatro corredores, limítrofe con la montaña, antigua residencia de la peonada de la Hacienda de cacao San Esteban en su época de oro, ¡Ah! y sus fantasmas.

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