El hilo que separa la cordura del desquiciamiento es muy tenue
El hilo que separa la cordura del desquiciamiento es muy tenue, puede romperse fácilmente, al igual que la delgada línea entre la conducta ajustada a la ley y el crimen. ¿Quién no ha sentido deseos de darle muerte a otro? La ira, la cólera, puede estallar en un instante y manifestarse en actos agresivos, pues los humanos somos los animales más violentos del Planeta. Parafraseando a Jesucristo cuando exclamó “Que lance la primera piedra quien esté libre de pecado” (el episodio de la adultera), diría que nadie puede considerarse inmune a la posibilidad de una conducta criminal, es una amenaza latente que forma parte de la psique: la tentación del delito al igual que la del pecado para los creyentes. De ahí las sorpresas, “pero si Juan, Pedro, Miguel…se veía tan tranquilo y amable, y ahora ha cometido ese crimen atroz, haber asesinado a su mujer, o “Y Rosalba, Marieta, Juana…tan dulce que parecía, ¿Cómo ha podido envenenar a su marido?”. Si pudiéramos leer los pensamientos de los otros quedaríamos asombrados de la cantidad de locuras y horrores ocultos en la mente humana. Unos por temor al castigo de la ley o el rechazo social; otros, por falta de determinación, de voluntad; pocos por auténticas convicciones morales, éticas, no se atreven a cruzar la línea. Sin embargo, no dejan de tener malos, perversos pensamientos y deseos, sueños criminales proyectados por el inconsciente en las horas nocturnas.
“¿No será el hombre una fiera inteligente que, predestinada al suicidio- escribe con profunda lucidez Adolfo Bioy Casares-, inventó la civilización, camino largo y tortuoso donde llegará al fin a devorarse a sí misma, como abyecta hiena despiadada? De miles de años a esta parte reprimimos nuestros instintos: la agresividad, la bestialidad, etc. Diríase, pues, que la civilización triunfó. No lo crean. Estallidos criminales por doquier… psicoanalistas desatando en el prójimo un manojo de demonios, configuran otras tantas pruebas de que los instintos recuperan terreno, de que la marea de la civilización por último baja”[1].
El protagonista principal de la novela “Canadá” de Richard Ford dice respecto de un personaje que comete un doble asesinato del que él fue testigo: “Puede que supiera desde mucho tiempo atrás que la sinrazón era su gran fallo. Y simplemente había dejado de preocuparse, y había aceptado que no podía hacer otra cosa; que la sinrazón era su naturaleza, y merecía todo lo que pudiera obtener de ella. Era un asesino… ¿Por qué ocultarlo? Pudo haber dicho disfruto de ella. Cuando uno mata a dos personas tiene que haber por medio algún porcentaje de demencia”[2]. Agota el esfuerzo que hacemos para actuar de manera “civilizada” en un entorno social donde abundan las injusticias, los abusos, la crueldad. De los humanos en general no me hago ilusiones, lo que me incluye. No soy mejor, ni peor que muchos, tal vez lo que me ha distinguido es la lucidez, me ha salvado de cometer actos que no tienen regreso, por más que te arrepientas. Y es que en minutos puede cambiar radicalmente la vida de una persona, vas borracho conduciendo tu vehículo y atropellas a un transeúnte provocándole la muerte, ¿qué puedes alegar?, al menos en un país civilizado donde impere autoridad y ley, no aquí, en Venezuela, el reino de la impunidad. Juicio y condena de cárcel por homicidio culposo (o en segundo grado: USA), y si tienes consciencia, ese dolor moral insoportable: si hubiese dejado el carro (coche) en casa, si lo hubiese dejado frente al bar y tomado un taxi (no tomaste el taxi, pero sí media botella de wisqui), sí hubiera, sí hubiese, sí, sí… no hay regreso, le quitaste la vida a otro y te jodiste la tuya. Confieso que en el pasado bebí en exceso en algunas oportunidades, despertaba al día siguiente angustiado: las lagunas mentales, bajaba al estacionamiento de mi residencia para comprobar si se hallaba el coche (carro, vehículo), si tenía abolladuras, me asaltaban las dudas, ¿habré chocado?, ¿y si atropellé a alguien y lo maté? ¡Qué vaina! El vehículo no se hallaba en su puesto, ¿dónde lo habré dejado? ¿Y si se lo robaron? Y aquél inútil esfuerzo por recordar. Locuras de la edad, no las justifico, fueron actos de absoluta irresponsabilidad. Con el tiempo disminuí drásticamente la ingesta de licor si tenía que conducir mi carro (coche). Me afectó la muerte de un buen amigo en un accidente vial ocurrido en las fiestas decembrinas, conducía bebido, además llovía, impaciente, quiso pasar un camión que iba delante a poca velocidad en una carretera estrecha, y estrelló el vehículo contra una gandola que venía por su carril, su cuerpo convertido en un amasijo de carne y huesos, interpreté aquello como un aviso de la vida, del destino, de Dios. No quiero morir de esa manera. Bueno, ya dejé de conducir, no tengo coche (carro) aquí en Alicante, soy un refugiado de la narcodictadura militarista que profundiza día a día la catástrofe en todos los órdenes de la vida en mi querida patria. Difícilmente podría “poner una cagada”, creo estar a salvo por edad y oportunidades…era hora, sin embargo, uno nunca sabe.
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