El colchón volador
El colchón volador
En una fiesta del partido político C… en la seccional de la Pastora, conocí a una morenita que estaba de caramelo, buenas tetas, piernas y culo, simpática, conversadora. Bailamos toda la noche, en particular boleros. Ya saben la razón. Como muchos de mis panas, acostumbraba ir al baño y sacarme el miembro del calzoncillo para que la hembra lo sintiera mejor al bailar y pudiera calibrar, eso creíamos, la clase de macho que la estaba “cepillando”. En mi caso, la hembra tenía que ser pequeña, de lo contrario, le arrimaría el animal a una rodilla. En un picoteo, así se llamaban las fiestas en mi juventud, me cautivaron unas piernas y su bella propietaria, rubia ella, estaba sentada y cediendo a la locura sexual de los dieciocho años, no me percaté de su estatura y la saqué a bailar. Craso error, era alta al menos para mí, pero ya no había vuelta atrás, mi cabeza apenas llegaba al nivel de sus tetas, la pandilla de jodedores comenzó a gritar “Martita está bailando sola... Martita está bailando sola”, porque, en efecto, cada vez que dábamos vuelta, y ella quedaba de espaldas, yo no me veía.
El riesgo de la estrategia de arrimar el animal al entrepiernas femenino, era una posible cachetada y el consabido “!Qué te has creído!, ¿Qué soy una cualquiera?”, el chasco de una eyaculación en el pantalón y la mancha imposible de disimular, o al terminar el bolero, si la dama no quería seguir bailando, tener que camuflar la hinchazón caminando encorvado hasta un rincón.
Esa noche de la fiesta me fue bien, ni eyaculación, ni disgusto de la morenita, todo lo contrario. Además, no dejamos de bailar hasta que, dada la hora, decidió irse. Al despedirse con un beso me dijo “H...el domingo próximo mi hermana y yo vamos a estar solas en el apartamento, mi mamá se va para Maracaibo a visitar a nuestra abuela, así que búscate a un amigo para mi hermana, lo vamos a pasar requetebién, esta es mi dirección, ¿te parece bien como a las cinco de la tarde?”
Llamé a mi pana Aristóbulo “Coño A...te perdiste el bonche del viernes en la Pastora, en la casa del partido, me levanté una carajita divina, una morena despampanante, y adivina genio, me invitó a su casa este domingo y me pidió que lleve a un amigo para su hermana, que de seguro debe estar bien buena, ¿Quieres ir o prefrieres hacerte la paja?”. “Vamos, vamos enano del cooooño, ¿A que hoooda es eso?”. “Ella me dijo que como a las cinco. Vive en uno de los bloques de Simón Rodríguez, piso trece, aquí tengo la dirección, ojalá funcione el ascensor”. “Esstá bieenn enano, el domingo a las cuato te busco”.
A la hora convenida llegamos al bloque, A... estacionó su nave a un lado del edificio. En la entrada, unos malencarados vecinos nos miraron de arriba a bajo de manera desafiante, evidentemente no éramos del bloque, ni del barrio, ¿Qué irían a hacer esos dos carajos bien vestidos en el bloque?, ¿hembrearse a unas gebas? Al tratar de abordar el ascensor, como me temía, un letrero en cartulina NO FUNCIONA”, nos forzó a subir por las escaleras los trece pisos que nos separaban del anhelado “premio”, ante las miradas agresivas de los guapetones de barrio apostados en los pasillos. Con el normal culillo en razón de las circunstancias arribamos a nuestro destino. La pasamos de maravilla, la hermana de mi morenita resultó buenísima, A. estaba como loco, tartamudeaba y las chicas reían… Contamos chistes, bailamos, nos bebimos la botella de ron que llevamos. Pero, la cosa no pasó de besos, apretujones y agarradas de tetas, pues aunque las gebas estaban solas, se negaron rotundamente a irse a la cama.
Tendríamos que salir por separado otro día, se trataba de dos hermanas que no iban a tirar juntas por nada del mundo, y menos en su propia casa. Eran como las nueve de la noche cuando nos despedimos de las hembras, se había acabado la botella de ron y además mi morenita, para disuadirnos de partir nos dijo “En cualquier momento llega mi hermano mayor que es muy arrecho y no le gusta que metamos amigos en la casa si no está él o mamá”. Ella no me había hecho mención de ese hermano.
Lo cierto es que prendidos y con la carabina al hombro, vale decir, birriondos y ya con los síntomas de la cojonera, descendimos los trece pisos en medio de las miradas agresivas de los guapetones de barrio y de sus comentarios malsanos “Miren a estos maricones, no pueden disimular lo cagado que están”. Hechos los pendejos nos aproximamos al legendario y destartalado FIAT, en el momento en que nos disponíamos a entrar en la nave escuché sobre mi cabeza un extraño ruido, y al alzar la mirada pude en un segundo percibir una enorme masa que descendía sobre nosotros, apenas alcancé gritar “¡ Es un colchón, A,, cuidado!, nos apartamos en el instante de la caída del instrumento agresor en el techo del carro, ¡Pammm!, polvo, resortes, pedazos de goma, “¡ Huyamos A… corremos peligro!”, quitamos el colchón del techo de la nave que había quedado aplastado, a duras penas nos embarcamos con las respectivas cabezas fuera de las ventanas, A manejó con enorme dificultad hasta un lugar fuera de peligro, con lágrimas al borde de sus ojos, tristeza y decepción exclamó “¡Cooooño deeeee laaa madddde enaaaano , ooota veez mee queede sin tidad...y con el caaadddo escoñetaaao!”
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