¡Al fin tendremos trabajo!
¡Al fin tendremos trabajo!
Henrique Meier
Exclamó Margarita, luego de hablar por el celular (móvil). Tristán, su marido, intrigado le preguntó- ¿De qué hablas chica?, ¿trabajo?, no puede ser, no puede ser, ahora menos con el jodido virus chino. La pareja tenía 4 años en Elche, ciudad española, habían llegado de Venezuela huyendo de aquella tragedia denominada eufemísticamente “Catástrofe humanitaria”, como si la caída en el abismo de ese país, otrora considerado como uno de los más “prósperos” de Latinoamérica, hubiese sido la consecuencia de un algún hecho azaroso, imprevisible, una suerte de diluvio durante 40 días y sus noches, una secuencia de terremotos en sus principales ciudades, ¡qué se yo!, y no el resultado de 18 años de un régimen de poder calificado por un eminente psiquiatra “la secta destructiva”, cuya gestión de odio, violencia y destrucción había sido todo un éxito. Al arribar a la madre patria creían que podrían conseguir trabajo, contaban con unos ahorros que mermaban mes a mes. Habían gestionado ayudas en el ayuntamiento de la ciudad, un inmenso papeleo, un llenar planillas, total nada hasta esos momentos, desconocían las argucias para acceder a los subsidios. Conocieron a un hombre, un pícaro, que les aconsejó que extremaran su situación de desamparo, de pobreza- Voy a la cita con la trabajadora social con un pantalón viejo, zapatos rotos, franela sucia, me hago el ciego y lloro, haced lo mismo-, pero, ellos no harían eso, fingir esa farsa, cierto que les angustiaba la progresiva e implacable disminución de sus ahorros. Habían tenido la previsión de adquirir divisas en su país de origen, una cuenta en euros, trataban se sujetarse a un presupuesto, los gastos vitales básicos, pero el arriendo les aumentaba cada año. Pendientes de regularizar su situación, vivían angustiados, ¿y si nos deportan? Era la constante pregunta de Tristán, nombre raro en el país sudamericano, pero apropiado para ese hombre de ojos tristones (cónsonos con su nombre) que comenzaba a transitar la tercera edad, inclinado a la melancolía y el pesimismo. - ¡Qué no, mi amor!, ¡qué no!, aquí no deportan a nadie- le respondía con aire de fastidio la mujer, una morena bella, de unos 50 años, de muy buen ver como dicen en la puta madre España. No entro en detalles acerca de la dama para no caer en las lenguas viperinas de las feministas por un comentario “machista” y “heteropatriarcal”. Bueno, pero volvamos al meollo del relato. Margarita le explicó al alicaído marido que se había comunicado con una señora que buscaba una pareja para cuidar a su madre a “tiempo completo”. - ¿Y de dónde obtuviste el número?, -Una amiga de la iglesia evangélica, Margarita, -una ferviente creyente, no faltaba domingo alguno a la prédica del pastor-, aprovechó la ocasión para censurar a su marido- Hay que congregarse mi amor, buscar de Dios, tener fe, bastante falta de hace. -Ya ves, en la iglesia conoces a otros cristianos que te ayudan-, agregó-Esta noche a las 8 la señora pasará por nosotros para ir a conocer a su hermano y a su mamá, nos espera frente al edificio del ayuntamiento. A la hora convenida se detuvo un carro (coche) color plateado, un Dacia Sendero (made in España), la conductora se identificó, Tristán iba a subirse en el puesto del copiloto, y la dama, rubia vestida elegantemente, buenas piernas, alcanzó avizorar “pajarraco triste” (epíteto desde su época escolar), con voz enérgica le espetó “atrás, por favor”. He de aclarar que era el lúgubre tiempo del impacto inicial del COVID-19 (2020) mascarillas en todas partes, salvo en la intimidad del hogar, así que “pajarraco triste” no le pudo ver el rostro, apenas unos ojos de desconfiada mirada. Luego le comentaría a Margarita- Esa tipa quiso de una vez tratarnos como servidumbre, como las mujeres ricas en Caracas que llevaban a la muchacha del servicio (vestida con uniforme blanco) en la parte trasera del carro mientras ellas manejaban. La posible patrona preguntaba sobre la pareja, de dónde eran, cuánto tiempo hacía que se hallaban en España, si tenían hijos… Tristán, meditabundo, miraba por la ventanilla, a los pocos minutos se hallaban en las afueras de la ciudad, una suerte de área semiurbana, Marieta, se llamaba la dama al volante, les había dado su nombre cuando subieron al coche, condujo por una carretera oscura, Tristón, perdón Tristán, me confundí con la hiena del comic que tanto disfruté en mi juventud[1] se desplomaba--Qué vaina es esta-, pensó, pues había fantaseado con una mansión de ricos, con amplios jardines, un dormitorio confortable para la servidumbre, tremenda cocina, buena comida y hasta piscina ¿Por qué no?, muchas películas en la memoria del pajarraco.
Una mansión como la de la foto imaginaba en su fantasía Tristán el tristón.
Y comenzó a hacerse añicos la fantasía, la arrogante señora detuvo el coche, se bajó, abrió un portón y entró a un patio de cemento. -Llegamos, -Coño, pensó Tristón, Coño de la madre-, qué mansión ni qué mansión, una casita de muñecas.
Pero fea, el tamaño era semejante…
La hipotética patrona les invitó a pasar, carajo, lo que faltaba, una perrita ladraba agazapada debajo de una pequeña mesa, ladridos agudos, Tristán que detesta a los perros percibió una mirada de odio en la perra, que seguía ladrando a pesar de que la tal Marieta la mandó a callar. Es la perra de mi madre, -joder me va a morder- Tristán no le quitaba la vista, la horrible perra dejó de ladrar, pero gruñía sin parar. Esta es la sala-comedor- acotó Marieta-, dos poltronas y unas sillitas haciendo juego, que es mucho decir, con la referida mesita, un televisor, varias lámparas, los consabidos retratos de familia, en aquel exiguo espacio. Les dijo que se sentaran, esperarían a su hermano, Tristán del todo desplomado. A los minutos apareció el hermano, un carajo pequeño, “empulpado”, vestido de bragas de trabajo, rostro de pocos amigos, bigotes negros, unas cejas negras que casi se unían- Bruto, pensó Tristán, típico bruto, nojoda rostro del asesino nato de Lombroso-. La pareja de venezolanos, vestidos con las mejores galas que habían podido llevar consigo al exilio forzoso, el con el veintiúnico traje, el del matrimonio, la tripa se le salía, ella, que siempre se había caracterizado por el buen vestir, con un traje negro, algo gastado. Margarita llevó la voz cantante para explicar quienes eran, las razones por las cuales habían abandonado su querida patria, que, si Tristán había sido un reconocido abogado, profesor universitario, que temía ser detenido por sus escritos contra el gobierno bla…bla…bla, los hermanos no se inmutaron, el baturro, criminal nato, de nombre Manolo entró en materia. Le pagaremos 650 euros, Margarita intervino diciendo que le parecía poco, entonces, el bigotudo ofreció 700. Eso sí no tendrán días libres, Tristán estuvo a punto de estallar, pero se contuvo, no fuera a morir a manos del tal Manolo, y nuevamente Margarita tomó la palabra para decir que no era justo, el criminal nato accedió, salida una vez al mes, y a caminar, la parada del bus, a unos 3 kilómetros para ir al centro de Elche. Y como una concesión agregó, - Ah, yo suelo los domingos asar carne, una barbacoa, podéis venir con nuestra madre y pasarlo con nosotros, y bañaros en una pileta-. El sujeto residía en otra casa a escasos metros de la de su madre, la hermana en Elche con su marido y dos hijos. -Por cierto, dijo cejas unidas, -cultivo hortalizas en un huerto, si se te da Tristán, podéis contar con un azadón- Y éste percibió la burla en los ojos maliciosos del baturro, de seguro había observado sus manos carentes de callos, del hombre que no había realizado trabajos manuales. Marieta les mostró una fotografía-Esta es mi madre-, una señora bajita, cuasi enana, regordeta, vestida a la antigua, con rostro de poquísimos amigos. Tristán pensó- Coño la perra hija de puta se parece a la dueña, debe ser una vieja jodida. La Marieta aclaró que su madre era de poco comer, que ella le traía un mercadito cada quince días, de modo que la pareja debía comprar sus víveres con su salario. Tristán pensó. ¿Será que también tendremos que pagar la luz y el agua? Y entonces vino el paseo de rigor para conocer los otros aposentos de aquella cueva, una cocina minúscula, luego el dormitorio de la vieja, abrieron la puerta, roncaba la señora, ¿será que nos ha traído a esta hora a sabiendas que la vieja dormiría para que no nos diéramos cuenta de su carácter? ¿una vieja de mierda? -pensó Tristán caído en el sótano de la decepción. Al frente el dormitorio donde la pareja dormiría, una mierda también minúscula, trastos por todas partes. -Os la dejaremos ordenada-, comentó la hermana, -y debéis estar atentos para atenderla porque mi madre se despierta varias veces en la madrugada. Y de inmediato la febril imaginación pesimista de pajarraco triste visualizó a la vieja dando gritos, - Qué me meo, me meo, venid rápido, que para eso os pagamos- Y el baño (aseo), otra vaina minúscula, la casa Liliputiense, la ducha había sido dispuesta para el baño de la vieja, un taburete en medio, y la pequeña poceta. Y Tristán cada ves más deprimido- Carajo cagar en la misma poceta de la vieja, y si ella está cagando y me dan ganas-. La extraña reunión estaba llegando a su fin, entonces, Margarita comentó que ellos tenían algunos enseres propios, unos colchones, un sillón, la ropa, y un gato. El asesino nato inmediatamente aclaró que nada de gatos, la perra los odiaba, y respecto de los muebles y otros trastos, -podéis traerlos al trastero que se halla en el patio, salimos y efectivamente el único sitio con un poco de espacio. Finalizó la reunión, el Manolo estrechó una mano del abatido “pajarraco triste”- Tenemos un acuerdo, así se hace entre hombres de honor, poco le faltó para sellar con sangre el jodido supuesto acuerdo. Tristón nada dijo, se hallaban en territorio enemigo, lejos de la ciudad, temía por sus vidas, quien sabe si el fortachón habría despachado al otro mundo a alguno que le hubiese contrariado. De regreso la tal Marieta no podía ocultar su satisfacción- Al fin podré dormir tranquila con vosotros cuidando a nuestra madre-. La pareja callada y meditabunda en la parte trasera del coche. -Mañana os llamo para organizar vuestra mudanza-. Esa noche los exiliados no pegaron los ojos, ni de vaina aceptarían ese trabajo, esa oferta parecía un chiste de mal gusto. Al día siguiente Milagros le “explotó los globos” a la Marieta, la tipa se enfureció, quería que Tristán tomara el móvil para hablar con el baturro-Mi hermano dice que su marido no es un hombre-. Pajarraco triste se negó a hablar, - Manolo a tomar por el culo, lo dijo en voz baja ¡bolas!, y así concluyó este episodio de la vida de esos dos exiliados. Tristón pasó unos cuantos días angustiado, salía de casa mirando a ambos lados y si el Manolo habría averiguado donde vivían….
[1] Tristón: "Hardy Har Har". original en inglés. Tristón es una hiena, de color tierra, que tiene una cabeza abultada ojos tristes, orejas sobre la cabeza en forma lanceolada. Su hocico de color rosado, un tanto elevado, con una mueca de disgusto. El cuerpo es cilíndrico. la cola es curvada hacia arriba y peluda, de patas cortas y ancho pie. Con manos tipo cartoon viste sombrerito Porkpie, y cuello de camisa rematado con pajarita de gala negra. Tristón representa el contrapunto de su especie, las hienas de las que se dice que se burlan de todo con sus mordaces risas, Tristón por el contrario pasa la vida lamentándose por todo, profiriendo frases pesimistas como "¡Oh cielos, Leoncio, ¡qué horror!", "¿Qué vamos a comer Leoncio?", "No te sulfures Leoncio". Hay algún momento en el que Tristón ríe, pero se detiene inmediatamente, porque le duele la cara al hacerlo. https://es.wikipedia.org/wiki/Leoncio_el_le%C3%B3n_y_Trist%C3%B3n
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