Historias de un recién graduado I

 

 

 

Historias de un recién graduado I

Luego de la graduación (1969), en una de las visitas a mi novia, el futuro suegro me solicitó que lo auxiliara en un proceso de embargo ejecutivo de sus bienes y mercancías en un negocio de su propiedad que exportaba granos al exterior, en especial caraotas negras, ubicado en uno de los locales del mercado de Quinta Crespo. El negocio se denominaba “El Piloncito de Oro”. Me presenté en el negocio con mi buen amigo y futuro compadre (padrino de bautismo de mi hijo mayor Eduardo) ES, abogado, socio de mi primo JME en el “insólito bufete” (capítulo de la “Tierra mítica de la infancia”) donde trabajé como asistente legal durante un año. En el Piloncito el abogado de la parte demandante, un cubano nacionalizado venezolano, conocido en el mundillo de los tribunales como un típico pícaro pica-pleitos, me lo hizo saber mi amigo E.S. El cubano-venezolano, que no había perdido el acento tan particular de su Isla, de unos 50 a 55 años, traje marrón, pelo engominado (no recuerdo su nombre, sólo lo vi esa única vez, pero no se me ha olvidado su rostro de típico pícaro que se las sabe todas), le acompañaba el secretario del tribunal y un policía para proceder con el embargo. JG, mi futuro suegro (carajo ya lo dije, pero como no soy escritor repito mucho) nos presentó como sus abogados, el pica-pleitos esbozó una sonrisa irónica al percatarse de que al demandado lo asistían un novel abogado, mi rostro denunciaba a un recién graduado sin experiencia en esas lides legal-mercantiles, y otro, aunque con años de experiencia, no ejercía en el ámbito mercantil sino en el penal, y eso lo sabía el leguleyo “Óyeme José- le dijo (bueno recuerdo algo, ha pasado mucha agua bajo el puente, los recuerdos se mezclan con la imaginación)- estos son tus abogados, este jovencito que poco o nada debe saber de estos asuntos prácticos que no se aprenden en un aula de clase, vaya, y el eminente Doctor S, un reconocido penalista, buena representación que tienes, ja… Ja…ja-. Por supuesto, el embargo procedió ante el rostro de desesperación del alicaído propietario del piloncito, que ya no sería de “oro”, sino de “nada”. JG se derrumbó en una silla mientras movía las mandíbulas como si estuviera comiendo maní. El picapleitos y el secretario del juzgado terminaron la práctica del embargo y se fueron, el cubano-venezolano iba sonriente, feliz, pues era, eso creo, un viernes, y se palpaba los bolsillos jodiendo como para indicar que se había ganado unos pavos como dicen en España, unos “churupos” en Venezuela. JG, desplomado en la silla, nos expresó con voz agónica, para mi sorpresa (todavía no conocía a ese singular personaje, digno de un cuento de García Márquez): “Estoy jodido, carajo, en la ruina, voy a meterme en el mar, y como no sé nadar me ahogaré para que mi mujer cobre un seguro de vida”. Quedé asombrado, se lo comuniqué a E.S, quien sonriente me dijo -No lo hará, Enrique, quien se va a suicidar no lo anuncia-.

Dos meses después de esa anécdota o brevísima historia, un compañero de aulas me pidió que lo acompañara a la ejecución de un embargo en la ciudad llanera “San Juan de los Morros”, capital del Estado Guárico, compartiríamos honorarios. Accedí, ¡carajo!, se trataba de mi primer caso, ya me había inscrito en el Colegio de Abogados de Caracas y en el Instituto de previsión social del abogado, me sentía orgulloso, me asignaron el N.º 6.523 (en la actualidad los abogados pasan de 100.000) iba a emprender una lucha por la justicia, la defensa de los derechos y del Derecho, estaba lleno de ilusiones, la vida se encargaría de ir desvaneciendo esas ilusiones, y comenzó con ese primer caso. Partimos a las cinco de la mañana en el carro de R P (escribo solo las iniciales para no herir susceptibilidades) no podré olvidar su nombre, ni su rostro, hasta el día en que desaparezca de la tierra o pierda la memoria, por lo que voy a contar a continuación. Tomamos la autopista Caracas-Valencia, luego el desvío en la Encrucijada (donde había un negocio que ofrecía unos sanduches de pernil y de pollo, una delicia, de seguro desaparecieron) y la carretera hasta San Juan, arribamos a nuestro destino a eso de las 8 de la mañana. Esperamos la hora de apertura del juzgado, a las 10 AM nos trasladamos a la sede de la “justicia”, uno de esos juzgados que concentraban varias jurisdicciones: civil, mercantil, del trabajo, de tránsito. Mi colega ya había estado en el juzgado semanas anteriores presentando la demanda y la solicitud de embargo preventivo, la cual fue acordada por el juez, un gordo simpático, que a esa hora ya sudaba a raudales. El juez y el secretario se subieron al carro de mi colega, en la entrada del negocio objeto del embargo (un comercio de electrodomésticos) nos esperaba un policía, un agente típico de pueblo, panza de cervecero y sancochero. Entramos al negocio, y mi colega, antes de que el juez hablara, en voz alta se dirigió al encargado del comercio (resultó ser su propietario) “Esto es un embargo, vamos a proceder a señalar los bienes que le serán embarga…”, no pudo terminar la frase, tras un escritorio un hombrón gordo, moreno, calvo, bigotudo y mal encarado, se levantó de un salto revolver en mano y gritando “A mí no me van a embargar un coño…” accionó el revólver, no joda “PAM, PAM”, me tiré al suelo mientras veía como mi amigo se apretaba la zona del abdomen de la que ya brotaba sangre. Desde el suelo busqué con la mirada al policía, el agente había puesto los pies en polvorosa al igual que el juez y el secretario. Me levanté y pedí auxilio en la calle, gritando como loco que alguien llamara una ambulancia, en minutos la zona estaba rodeada de curiosos, no sé cuánto tiempo transcurrió, pero al fin llegó una ambulancia, unos camilleros se ocuparon de mi amigo, me fui con ellos y el herido en la ambulancia al hospital de la ciudad. Felizmente, gracias a Dios, el disparo no le afectó ningún órgano, Rafael se había apretado el abdomen por puro reflejo, pues la bala apenas le rozó el costado izquierdo. Resulta que mi amigo era nativo de la ciudad y su familia residía allí, se presentaron al hospital, me pidieron que me quedara en su casa hasta que Rafael mejorara, les agradecí la deferencia, pero les expliqué que tenía compromisos en Caracas, total me quedé esa noche y al día siguiente un hermano de mi amigo me trajo de vuelta a la ciudad capital. A partir de ese momento decidí no volver a participar en un embargo, ni de vaina. ¡Ah! Se preguntará el ocioso que lea estas “antimemorias”[1] (tomo prestado el título de un libro de André Malraux) qué pasó con el responsable de ese homicidio frustrado. Supe por mi amigo, una vez que se recuperó y regresó a Caracas, que huyó luego de su delito, fue apresado en días posteriores y sometido a juicio, y como no volví a ver a Rafael no sé qué ocurrió con el juicio. Y ahora me viene a la memoria otra historia de recién graduados. Mi compañero de aulas ucevistas, JH, comenzó a trabajar en un bufete de cierta reputación. Uno de los socios era asiduo de un negocio al final de la Avenida Casanova, un bar de aquellos tiempos de oro de Caracas, la cajera del negocio una dama árabe. Pues bien, el experimentado abogado, además mujeriego sin par se acostaba con esa dama. Una noche llevó al novel abogado al bar en referencia, bebieron hasta la madrugada. Mi amigo de graduación se dio cuenta de la excesiva amabilidad de la cajera con su jefe. Pasaron unos meses y JH se le ocurrió ir a libar a ese bar, muy eufórico entró al sitio, saludó a la cajera, - ¿Se acuerda de mí? Hace unos meses vine con el doctor X-. En la penumbra mi amigo no se percató de la hostil mirada de la dama. Se tomó varios tragos, amaneció en un callejón desnudo, cagado de frío, sin cartera. Pasó una patrulla policial, contó su historia, los tombos se rieron, lo llevaron a su casa, en aquel tiempo las policías eran diferentes a las de este tiempo de la ignominia, de la corruptocracia perfecta. JH le comentó a su jefe le ocurrido, éste soltó una carcajada- Carajo, te jodieron al presentarte como mi amigo, pues tuve un gran desencuentro con la cajera, de seguro te drogaron…

 

 



[1] Hoy se le da a esa palabra un significado científico, pero no creo que ese sea el que le atribuye Malraux, para él, utilizando la ironía, tan francesa, la anti memoria es un recuento o recapitulación de su vida que no merece ser llamado con la clásica memorias de los libros convencionales.

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