Y sigo con lalectura de buenos libros

 

Los primeros libros que compré fueron obras de Herman Hesse, en particular “El Lobo Estepario”, convertido en mi libro de cabecera. Como otros jóvenes de mi época picados por el aguijón de la incertidumbre y de la soledad a pesar de vivir en una familia, me identifiqué con el personaje de ese libro, me percibía como un lobo de las estepas vagando en solitario sin compañía, incomprendido. Luego leería con profusión a Knut Hamsum, cuya obra, “Vagabundo bajo las estrellas” leí dos veces, yo quería vivir como el protagonista del relato, libre, recorriendo sin propósito definido los bosques, durmiendo en los campos, mirando las estrellas en noches despejadas, sin compromisos sociales. Sentado en un banco del mini parque de las residencias Sans Souci, leía al escritor nórdico (descubriría con el tiempo que fue partidario del nazismo alemán, desilusión) y caía en una ensoñación imaginando esa vida libre a campo abierto. Asocio la novela de Hamsum con el film “El emperador del norte” (1973) protagonizado por ese brillante actor como fue Lee Marvin, En el 1933, época de la gran depresión en Estados Unidos, en Oregón, pululan vagabundos, hombres y mujeres, sin oficio y sin hogar, viviendo en las calles. Esos vagabundos (o vagamundos) se desplazan de un estado a otro colándose en los trenes nocturnos, no tienen dinero para pagar el boleto, y aunque lo tuviesen, se trata de un desafío a la autoridad representada por los empleados de la línea férrea. El maquinista Shack (Ernest Borgnine, larga vida: murió a los cien años) odia a muerte a estos vagabundos, no tolerará que viajen de forma gratuita, para él impedir que se suban sin pagar en su tren, o arrojarlos con el tren en marcha sin importarle las consecuencias de una caída mortal, es una guerra personal. Por esa razón, ningún vagabundo osa desafiar al jodido maquinista montándose en su tren por temor a las posibles nefastas consecuencias, pero, como en toda regla, siempre hay una excepción, un intrépido y arriesgado vagabundo al que llaman "número uno A", interpretado por Lee Marvin, se enfrentará al terrible genio de Shack. Dispuesto a poner su vida en juego, se convertirá en una leyenda local. Su valentía y astucia para burlar a los maquinistas le permitirán ganarse el título de "El Emperador del Norte". Los obstáculos aumentan cuando en el tren destino a Portland, además de esquivar a Shack, tendrá que luchar contra dos hombres. Hay un vagabundo joven que va tras la fama del Número 1 A, el “Emperador del Norte”, se le acerca, quiere unírsele, el Emperador lo rechaza, le dice que carece de la astucia, la habilidad y el coraje para desafiar al jodido Shack, sin embargo, el novel ambulante insiste, se establece una extraña relación entre ambos personajes.

Fue providencial para mi desarrollo como lector la amistad con Elmer Szabó, socio del primo JM en un bufete de abogados. Elmer me obsequiaba libros de su rica biblioteca. Recuerdo el primero: “Primavera Negra” de Henry Miller, de inmediato me identifiqué con ese extraordinario escritor norteamericano. Nunca olvidaré el pasaje de su novela autobiográfica, como todas las que escribió, en el que relata cómo le importaban un carajo los héroes y hombres famosos que escuchaba nombrar en el aula de clase o en los textos escolares que debía leer, Abraham Lincoln, George Washington, Tomás Jefferson, a él le interesaba más John Smith, un muchacho del Distrito 8 de Brooklyn con quien sostuvo una riña un día cualquiera, sus amigos de pandilla, su padre, su madre, que esos héroes lejanos. Miller vivencialista concreto, el polo opuesto a Sartre y su nausea, me reafirmó en la alegría biológica de vivir que formaba parte de mi personalidad, al igual que la tendencia a la tristeza, al pesimismo, a la depresión. Después de esa primera obra adquirí los famosos trópicos prohibidos hasta los años 70 del siglo pasado en la puritana cultura (hipócrita) de los gringos: Trópico de Cáncer y Trópico de Capricornio, y su Crucifixión rosa: Sexus, Nexus y Plexus. Miller escribiendo sin tapujos sobre el sexo, sus amoríos fallidos (como los míos), pero también sus exitosas aventuras amorosas. Los burdeles y las putas en los años 30 en Paris, cómo pedía dinero prestado a sus amigos, a la escritora Anaïs Nim, para comprarse un polvo en un burdel. Su relación contradictoria con su segunda mujer, “Mona”, esa loca divina que casi lo desquicia cuando ella organiza una suerte de burdel para ganar lo necesario con la finalidad de que Henry pudiera abandonar esos empleos de mierda y dedicarse a la escritura. Casi lloro al leer aquella parte, no sé si en Sexus, Nexus o Plexus, Miller celoso hasta los cojones sigue a Mona a un edificio, y sube por una tubería exterior, arriesgando su vida para espiarla, pues temía que ella tuviera un amante. Miller como jefe de personal del servicio postal de USA, y su contacto con la locura cotidiana, todos esos personajes, borrachos, mentirosos, psicópatas, sociópatas, con los que el mayor loco de ese servicio tenía que bregar día a día, y como él confiesa, un material valiosísimo para su conocimiento del alma humana. Y como olvidar su viaje por USA, esa “Pesadilla en aire acondicionado”, y el “Diablo en el paraíso”. A Miller no le gustaba su país, hasta que descubrió Big Sur en California y allí se residenció. Las diversas mujeres del mujeriego Miller, la última una japonesita, su geisha. Miller nació un 25 de diciembre, yo un 24, el mismo nombre Henrique (Henry), Miller y Meier, ambos apellidos de origen alemán. Pero, una enorme diferencia, él un genial escritor, yo no creo que pueda ser considerado como tal, estoy escribiendo esta suerte de ensayo sobre mi vida, entre otras razones, para hacer algo, pues perdí todo interés por el frustrante mundo de las leyes (abogado) y de la docencia (profesor).

En homenaje a Miller le escribí una carta imaginaria publicada en “Horas Clandestinas”:

HENRY (carta a Henry Miller más allá de la muerte)

Los hombres sofocan diariamente sus instintos, sus deseos, sus intuiciones. Hay que desembarazarse de la cochina máquina que nos tiene atrapados y hacer lo que nos da la gana”. Henry Miller.

A la memoria de Elmer Szabó, cómplice de ese descubrimiento.

Querido Henry. A los dieciocho años te descubrí, Miller, viejo con rostro de Buda y sonrisa de payaso. “La Primavera Negra” entre mis manos, lectura clandestina en el aula de clase, un gordo y sudoroso profesor gritando conceptos legales. Canto a la amistad, porque para ti Henry, fue más importante John Smith, el de la calle 8, el del Distrito de Brooklyn con quien te batiste un día en duelo callejero, que Tomas Jefferson o Abraham Lincoln, héroes lejanos, míticos, de papel. Y los trópicos (Cáncer y Capricornio), tu cruxificación rosada (Nexus, Sexus, Plexus), y los Días Tranquilos en Clichy. Poeta de la calle, los bares, los salones de baile, los burdeles. Indiferente al togado mundo de las academias, los concursos literarios, los premios oficiales. Hiciste de tu libertad la diferencia, para amar sin convencionalismos a las mujeres, contar con sorna tus inimitables historias. Ni arrogante, ni sumiso, te veo cigarrillo entre los labios, las manos en los bolsillos, pateando una calle de Paris, de Nueva York, atento a la vida. ¿Qué otra cosa puede hacerse en esta misteriosa estancia en la tierra? Vivir a manos llenas, desbordar las pasiones, y un día morir sin pena (ni remordimientos), guiñándole un ojo a la muerte, cuando estos débiles hilos no resistan un nuevo amanecer. Amigo, Henrique Meier”[1].

Seguirían otros autores: Albert Camus y “El Extranjero”, esa novela simbólica sobre la soledad, el aislamiento, la incapacidad para relacionarse con los otros, ese “extraño” entre los hombres que asesina simplemente porque el sol al iluminar el puñal que tiene en la mano lo encandila, y entonces, cede al impulso de quitarle la vida a otro, por nada, y la “Caída”, la historia del abogado exitoso que desciende desde la cima al abismo, otra historia emblemática que le puede suceder a cualquiera que asciende en la escala del poder económico, político, social, “EL  derecho y el revés”, “El Mito de Sísifo”, “La Peste”, “El Exilio y el Reino”, publicado en 1957, año en el que le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura, “El Hombre Rebelde”, “Calígula”, los leí en francés, en mi estadía en Paris (1970-73), al igual 50 obras de Honoré de Balzac (de los 80 que conforman la “Comedia Humana”). Y los latinoamericanos Octavio Paz, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Ernesto Sábato, Juan Rulfo, Jorge Amado, Juan Carlos Onetti.

Desde que me convertí en lector he tenido el impulso de tratar de leer todas las obras publicadas de los autores que me despiertan interés, siempre que las consiga en librerías (hoy en Venezuela ya no se importan libros de autores extranjeros por el precio del dólar y la consiguiente hiperdevaluación de la moneda nacional, como tampoco se publican obras de venezolanos por la falta de papel, impera un régimen de poder contrario al conocimiento y la inteligencia). Creo con Miller (Henry) que, si un libro no te engancha en las primeras páginas, hay que romperlo, tirarlo por el wáter (la poceta) y jalar la cadena. Eso me sucedió con el único libro que adquirí del tal Paulo Coelho, una auténtica mierda, por lo mismo admirado por millones de mediocres que conforman la humanidad. Debido a ese impulso he pasado temporadas leyendo intensamente a un autor como fue el caso de Henry Miller, y más tarde el “loco” Bukowski y sus cuentos autobiográficos: Cuentos de la Locura Ordinaria, Hollywood, La Senda del Perdedor, Cartero, Factótum, Mujeres, Pulp, La Máquina de Follar, Hijo de Satanás, Música de Cañerías, 10 relatos eróticos, Erecciones, Eyaculaciones, Exhibiciones, Se busca una mujer. Este último es del carajo. Relata Bukowski por medio de su personaje Hank que, habiendo cumplido 50 años, tenía unos 10 sin cogerse a mujer alguna, obviamente no creí esa afirmación, forma parte de las exageraciones del escritor para hacer atractiva su narración. Para acabar con esa “sequía sexual”, Hank pega en el vidrio delantero de su Volkswagen un letrero anunciando “Se busca una mujer” con la dirección del cuartelucho del hotel de mala muerte donde se alojaba en ese momento. Y el cartel le da resultado, una tras otra toca a su puerta mujeres, todas absolutamente desquiciadas: alcohólicas, prostitutas, sicópatas, histéricas; negras, blancas, latinas, gordas, flacas, ninfómanas, y la vida se le transforma en un infierno. Bukowski, aún más que Miller, fue un hombre antisistema, tal y como lo cuenta en “La senda del perdedor”. En un país como los Estados Unidos de Norteamérica donde el éxito se mide por el monto de la cuenta en dólares, “The time ist Money” y que clasifica a las personas en ganadores y perdedores conforme a ese parámetro, el escritor: alcohólico consumado, con un carácter explosivo, sin un empleo fijo y aceptable, viviendo en los suburbios de Los Ángeles, constituía un consumado ejemplo del perdedor. Bukowski decidió ubicarse al margen del “Sueño Americano”, lo que Miller llamó “Una pesadilla en aire acondicionado”, no es que hubiese fracasado en el intento de alcanzar el “éxito”, no, esa senda la aborreció, prefirió la vida del desplazado, del rechazado, no quiso formar parte de la descomunal mentira del “The american dream”. Y aunque con el tiempo sus libros fueron acogidos por una minoría mentalmente capaz de aceptar su narrativa anárquica, semejante a la de Celine, y por tanto, las ventas de generaron una buena suma suficiente para vivir cómodamente, Bukowski no sucumbió ante el sistema. Escribí un poema pensando en un día cualquiera de la vida del escritor:

“Charles Bukowski es un loco, un santo

Cómo te habrás jodido Charles Bukowski, solo

En tu cojonudo planeta de alcohol y poesía

En algún cuartucho de hotel

O en un bar a las tres de la tarde/ en los suburbios

De una de esas malditas ciudades del crimen/ dejando

Pasar el tiempo del éxito

De esta podrida mentira del progreso/ de las guerras/

Del desempleo y el cáncer,

Con tu extravagante locura/ esa lírica rebeldía

Que es tu salvación y la mía/ Charles Bukowski”[2].

 

De Bukowski, Miller y Celine (Viaje al filo de la noche, muerte  a crédito, De un Castillo a Otro), de esos escritores “malditos”, literatura sórdida para las hurracas de las academias, a la pluma impecable de Octavio Paz, laureado con el premio nobel, su poesía no me atrae, salvo uno que otro poema, pero sí me subyugaron sus lúcidos ensayos, en especial “El Laberinto de la soledad”, “El Ogro Filantrópico”, “El arco y la lira”, “Sombras de obras”. Me quedo con su poema “Hermandad”:

 

“Soy hombre, duro poco

Y es enorme la noche

Pero miro hacia arriba:

Las estrellas escriben:

Sin entender comprendo:

También soy escritura

Y en este mismo instante

Alguien me deletrea”

 

¡Qué abismal diferencia con este poema de Bukowski!:

“Hemos nacido en medio de esta lastimosa devastación/ hemos nacido en medio de un gobierno endeudado hace 60 años que pronto no podrá devolver los intereses y arderán los bancos/ el dinero no servirá para nada/ habrá asesinos libres e impunes por las calles/ Habrá pistoleros y grupos de gentes vagando/ la tierra no servirá para nada/ disminuirán los alimentos/ el poder nuclear estará en manos de la mayoría/explosiones incesantes sacudirán la tierra/hombres robot afectados por las radiaciones acecharán a otros hombres/ los ricos y los elegidos observarán desde plataformas espaciales/ haremos que el infierno de Dante parezca un juego de niños/ no se verá el sol y siempre será de noche/morirán los árboles/morirá toda vegetación/hombres afectados por radiaciones comerán la carne de otros hombres afectados por radiaciones/el mar estará contaminado/desaparecerán los lagos, los ríos, la lluvia será oro del futuro”.

¿Poema premonitorio?, tal vez, los hechos parecieran darle la razón.



[1] Henrique Meier. Horas Clandestinas. Pavilo, Caracas, 2001.

[2] Henrique Meier.Deseperado de Infinito. Pavilo, 1998, Caracas.

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