El chasco del primer día de clases

 

El “chasco” del primer día de clases

Hasta mi muerte no podré olvidar ese primer día de clase en la Escuela de Derecho de la gran Universidad Central de Venezuela, ¡Qué orgullo!, casi flotaba en el aire ese día de octubre de 1964. Me despierto temprano, las clases se iniciaban a las 7 hasta las 9 am; y en la tarde de 5 a 7 PM, turno mixto. Me visto con mi mejor pantalón y camisa, me encamino a Chacaíto a tomar el carrito por puesto que me conduciría a la Plaza de la Tres Gracias en Santa Mónica, a unos pasos de la entrada a la UCV (el otro acceso por la Plaza Venezuela) y ¡carajo!, el día comenzó mal, sin darme cuenta, dado el estado de emoción, piso una plasta de mierda de perro que se adhiere a mi zapato derecho, en el borde de la acera hago lo posible por deshacerme de la asquerosidad, creo que lo logro al mirar un pedazo de mierda que queda allí como testimonio de alguien que logró ese día vencer la adversidad. Me subo al carrito, y la suerte no me sigue favoreciendo, me corresponde el sitio del medio en el asiento trasero, entre dos carajos que ya estaban instalados, y uno mueve sus piernas para que me siente, aquellos “coches”, o “carros” en criollo, que tenían una especie de morro en la parte trasera (nunca supe de las especificidades técnicas de los vehículos), el conductor tiene la radio a todo volumen, una estación de noticias, “ robaron la cartera a una señora en él, silencio, “ding-dong”, “ding-dong”, última hora, mataron a un taxista en el Guarataro”,  y el chofer, molesto “agarren al hijo de puta que lo hizo y mátenlo, nojoda, no lo pongan preso, jódanlo” y entonces, repentinamente cambia la conversación “coño huele a mierda, aquí huele a mierda, alguien se subió con mierda en los zapatos”, no dije nada porque creía que me había desasido de la mierda de perro, los demás ocupantes del vehículo también comentaban al unísono “si huele a mierda”, en eso llegamos a mi destino, pago y me bajo, pero miro de reojo el sitio donde estaba sentado y observo un pedazo de mierda que quedó en el morrito del piso del carrito. Camino hacia la Escuela de Derecho muerto de la risa, y es que si no se daban cuenta del “regalo” involuntario que les dejé, el chofer y los usuarios que sucesivamente irían ocupando el carrito tendrían que soportar tan desagradable olor.

Bueno, al fin estoy en la Escuela de Derecho, busco el aula que corresponde al primer año “Sección A”, la primera asignatura del turno de la mañana era “Personas” (Derecho Civil I), con el insigne catedrático José Luis Aguilar Gorrondona, abro la puerta, el profesor todavía no ha llegado, escojo un pupitre en primera fila, emocionado me siento. Llega el catedrático, se acomoda en su silla en el estrado, coloca su maletín en el escritorio profesoral, inicia su clase dándonos la bienvenida a la Escuela de Derecho y a la UCV, se calla y dice: “bachilleres aquí huele a mierda, me disculpan la expresión, pero huele a mierda”, el profesor se caracterizaba por su enorme nariz, parecía un pajarraco, de modo que tal vez podía oler con mayor capacidad que muchos mortales. “A ver, me parece que el olor viene de la primera fila, bachilleres, revísense los zapatos”, entonces, el profesor como que me vio el rostro de preocupación “Bachiller, tú el de la camisa amarilla ¿cómo te llamas? Y yo que sospechaba que era el de la mierda, le respondo con voz que denotaba culpabilidad “Enrique Meier, profesor…” Y nariz de pajarraco “pues Meier revisa tus zapatos”. Creía haberme librado de la mierda,-no estaba seguro-, miro mi pierda derecha, y descubro mierda en el ruedo del pantalón, “soy yo profesor…pues Meier, sal de clase y resuelve tu problema”, el profesor se reía, así como todo el curso presente. Abandono el aula y me meto en el baño, ¡coño, nojoda!, mierda en el ruedo de la pierna derecha del pantalón, trato de limpiarme con papel sanitario, pero nada, era mucha mierda, así que no me quedó otra opción que irme a casa, y a pie, no podía subirme ni a un carrito, ni a un bus, de modo que caminé desde la UCV hasta la Tercera Avenida de las Delicias de Sabana Grande, rumiando mi arrechera, al mismo tiempo me reía pensando en lo ocupantes del  carrito por puesto. Al fin en casa, toco el timbre y mamá “¿qué pasó Enrique, no fuiste a tu primera clase?, le conté, le mostré el pantalón y no hizo más que reírse, “ojalá que no te apoden “el enmerdado”…  

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