El mar siempre el mar

 

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El mar, siempre el mar

 

Con mi primera esposa, Marlen, en 1981 realicé un viaje por las islas griegas, Creta, me inspiró estos versos:

 

La vida se desparrama

En un laberinto

De callejas

Música/gritos

Rostros que son mapas

De alegría/dolor/esperanza/

Resignación,

-jamás desasosiego-

Tabernas donde

Zorba bebió

Y bailó

-El desapego-”

 

 

Y Marsella en1979:

 

“Marsella

 

Las gaviotas pueblan

El viejo puerto pesquero

Mañana dulce de primavera

Fenicios, griegos, romanos, árabes

Sembraron tu antiguo puerto

De hijos y culturas,

Marsella

Mestiza de veinticinco siglos

Te niegas a la cultura racista del galo

En un café

Abro mis sentidos

Al lujurioso espectáculo de colores,

Olores, gritos…

Hembras aceitunadas

Se contornean al pasar

¿Qué más podría desear en este instante?”

 

Volveríamos en 1998, pernoctamos durante 4 días en un hotel ubicado en el viejo puerto. Pude sentarme, después de 17 años, en el mismo café al que aludo en el poema, y gozar el paisaje marino, las gaviotas revoloteando cerca de los barcos de los pescadores mientras ofrecían peces de la reciente captura, otro momento mágico, único, poético. Y de nuevo el deleite para los ojos de esas hembras, esas hermosas mestizas cruce de sangre mora, romana, griega, gala, Europa y África, la maravilla del cruce de etnias y culturas, y pensé en el horror del nacionalismo, el racismo y la xenofobia, la causa de espantosas guerras, genocidios, discriminación, injusticias.

 

   El Mar siempre el mar

 

     No quisiera morir

Sin antes volver a mirar el mar

El mítico mar de mi infancia

Estar callado a la orilla de una playa

Al borde de un acantilado

Asombrado de inmensidad,

Alguna barca perdiéndose en la lejanía

Escuchando las olas golpeando las rocas

Deslizándose suavemente en doradas arenas

Oliendo el salitre

Y es que estoy hecho de sal

De algas

Comienzan a brotarme alas

Para volar con las gaviotas

En el azul reino

De la más absoluta libertad…”

 

31/5/2016

 

En presencia del mar no tienes edad, tampoco pasado, ni futuro, simplemente eres, te sientes un mero viviente observando esa inmensidad. La imponente fuerza del mar conmueve tu consciencia sin que te percates de ello, el puro y rotundo presente sin fisuras invade la totalidad de tu ser. Cualquier vestigio de tristeza, de recuerdos dolorosos y trágicos desaparece en ese momento, estás allí, nada más, en presencia de esa potencia de la naturaleza, sientes una emoción indescriptible y aspiras con todas tus fuerzas ese aire con olor a salitre. Hablo por mí,-quizás para muchos el mar no les diga nada en absoluto. Ocurre también con el sexo, cuando estás dentro de una hembra nada puedes recordar, ningún pensamiento extraño a lo que haces, -al deleite sexual-, invade tu mente. En ese sentido creo que el mar y la mujer amada, o deseada, se asemejan, te ubican en el presente que caracteriza el tiempo infantil, te convierten en un hombre sin calificativos, vulnerable, frágil, a merced de esas fuerzas telúricas de la naturaleza...  Podría decirse que estoy obsesionado con el mar:

 

“Obsesión

 

Es tan intensa

La belleza del mar

Que dan ganas de volverse poeta anfibio

Para recitar con Alfonsina:

“Te ando buscando amor

Que nunca llegas

Te ando buscando amor

Que te mezquinas”.

 

Haber nacido frente al mar me hizo un desarraigado:

“La patria de quien nace frente al mar, no conoce fronteras, ni diferencias de lenguas y banderas. Es la identidad del mar, no tener raíces en tierra alguna, ni temer mirar el incierto horizonte. Es saberse dueño de NADA, pasajero sin equipaje en el barco de la vida… Habiendo nacido frente al mar, el mediodía me quema dentro, tengo nostalgia de barcos, de playas de ardiente arena, de bancos de peces multicolores, de gaviotas salpicando el cielo de blanco”.

Lo de las gaviotas me trae a colación otro cuento pendejo de gallegos: van por una playa dos amigos, y uno, Juan, le dice al otro “Pablo ¿acaso no viste a la gaviota muerta?, y Pablo mirando hacia el cielo “¿dónde? Juan, ¿dónde? Que no veo un coño…”. Ahora estoy escuchando en el recuerdo la voz de Leo Marine cantando “Tristeza marina” (Compositor: Hugo Sanguinete, en principio se cantaba como un tango, Marine lo interpretó como bolero):

 “Tú quieres más el mar me dijo con dolor y el cristal de su voz se quebró, recuerdo su mirar con luz de anochecer y esta frase como una obsesión “tienes que elegir entre tu mar y mi amor”, yo le dijo “No”, y ella dijo: “Adiós”, su nombre era Margó, llevaba boina azul, y en su pecho colgaba una cruz, Mar…Mar, hermano mío, Mar en tu inmensidad, hundo con mi barco carbonero, mi destino prisionero y mi triste soledad, Mar ya no tengo a nadie, Mar ya ni tengo amor, sé que cuando al puerto llegue un día, esperándome estará Margó…”.

También se la escuché al inolvidable bolerista venezolano Felipe Pirela asesinado en Puerto Rico. Hay una que al oírla me trae a la mente a mi querido Puerto en la época de mi adolescencia: “Mira ese barco entrando a la bahía, ahí se va, se va la novia mía…, Carolina, Carolina, Carolina, así se llama este barco entrando en la bahía… pronto vendrá, atracará, y se llevará para siempre la vida mí … no te la lleves muy lejos Carolina, porque si tú te llevas, esa negra, te llevas  la vida mía,… , la escuchaba desde la Plaza Flores cuando pasé un mes de vacaciones escolares en la casa que fuera de mis abuelos (1958). En un bar próximo a la Plaza (al final de la cuadra donde se hallaba la casa de los abuelos) había una rocola, imagino que algún borracho nostálgico metía monedas en el aparato, una y otra vez, quizás la novia o esposa se había ido en un barco a buscar otra vida. También aquella cantada por Luisín Landaez, voz engolada de guarachero: “Perdido en la playa morena, perdido en la bruma del mar”, tenía 12 años, comenzaba a descubrir las hembras. Y la guaracha que cantaba Carlos Argentino:

 En el mar la vida es más sabrosa, en el mar te quiero mucho más, con el sol, la luna y las estrellas, en el mar todo es felicidad, te verás bañada por las olas, y serás sirena de mi amor, hallarás amor entre sus aguas, y tendrás del mar su inspiración, que una concha nos sirva de abrigo, con música de brisa y adornos de coral, y al vaivén de las olas tranquilas, los peces de colores nos lleven a pasear…”.

Y el bello bolero de José Reyna “Noche de mar” interpretado por Eduardo Lanz, mi maestro de canto, barítono de hermosa voz: “Noche de mar, estrellada y azul, un murmullo un cantar de las olas que van, el titilar de una estrella al pasar, va dejando un adiós, y no puedo olvidar, lejanía que se va con el mar, un recuerdo va dejando al pasar, noche de mar dale un beso por mí, dile que volveré, como va mi cantar”.

Pero, el mar es peligroso y traicionero, hay que temerle, respetarlo. Contaba mamá que su morocho, el tío Freddy, era sumamente arriesgado en su adolescencia, la familia iba de playa al Palito, una zona caracterizada por la peligrosidad del mar, y el tío, buen nadador, se alejaba tanto de la orilla que apenas se vislumbraba su cabeza, un punto en la lejanía y Mamaén gritándole, implorándole que regresara. Tendría 14 años, eso creo, y en una semana santa en el Puerto fuimos a una playa también peligrosa: “Gañango”, conocida por la fuerza de las corrientes marinas. Me bañaba no muy lejos de la orilla, a mi lado un muchacho como de mi edad, de pronto el fondo arenoso dejó de sostenerme (resaca), la corriente me arrastraba mar adentro, pero conocedor de los secretos del mar no luché, dejé que la corriente me llevara, y luego, por efecto de las olas volví a la orilla, y allí rodeado por un grupo de bañistas el cuerpo inerte de aquel muchacho que momentos antes se bañaba a mi lado, ¿cómo podría imaginar que moriría ahogado?, así es la muerte, a veces te da preaviso, otras te sorprende con su irreversible fatalidad, aquel adolescente seguramente se desesperó y luchó contra la corriente marina. Fue la primera vez que presencié un ahogado, en otra ocasión, unos 30 años más tarde, caminando por Playa El Agua, en Margarita (Estado Nueva Esparta), otro ahogado, su rostro pálido, un cuerpo inerte. Hojeando viejos papeles encontré un poema dedicado a mis primos Adolfo, Guillermo y Felipe (para que no olviden ese tiempo) en el que evoco las playas de Quizandal y de Gañango y el trágico episodio del adolescente ahogado:

Quizandal, la bella

 

“Cada día la promesa

De una nueva aventura

La absoluta y embriagante libertad

De los doce años,

Seis, siete, ocho adolescentes

En bicicleta,

Tropa alegre sin propósito de guerra

La emoción a flor de piel,

Una y otra ¡Cuántas veces!

Al encuentro de Quizandal

-la bella-

La cálida vagina

De tus aguas/madre/novia/ dulce

Amante en tus orillas…

 

Gañango, la artera muerte

                                              

La fuerza de tus olas

     Presagian

Más allá de la cercana orilla

La resaca

La traición artera

De tus imprevistas

Y gélidas corrientes,

El cuerpo inerte

De Pedro, Juan

¿Cómo se llamaría?

Devuelto por las olas

A la playa,

Desde entonces

Observo los audaces

Nadando mar adentro

Ignorantes de tus

Mortales secretos”.

 

La experiencia traumática que me causó el desconocido muchacho, un adolescente como yo, que en un momento disfrutaba del mar sumergiéndose bajo las olas, y luego en un abrir y cerrar de ojos ya había perdido la vida, hizo que le temiera al mar. A partir de ese hecho traumático comencé a bañarme cerca de la orilla de la playa, a lo sumo daba unas cuantas brazadas y regresaba presuroso. ¿Qué posibilidades hubiere tenido ese adolescente de no haber perdido la vida en minutos?, no hay respuesta, es el misterio de la existencia, lo cierto es que la vida es el único bien con el que contamos, aunque la muerte para muchos es preferible a una existencia signada por los dolores y los sufrimientos, la humillación, la violencia, la degradación; a veces con la muerte se termina el calvario de una persona, he pensado en algunos momentos que el final es preferible a vivir cargando una cruz de penas morales y sufrimientos físicos. 

Ese fue el caso emblemático de Ramón Sampedro expresado en su dramático poema “Mar adentro” que se escucha al final del film protagonizado por Javier Bardem que lleva ese mismo título (2004, Director Alejandro Amenábar), basado en la historia real de Sampedro que quedó tetrapléjico durante más de 30 años, al golpearse la nuca y la espalda contra la dura arena del suelo marino, al lanzarse al mar desde una roca en la playa de As Furnas (costa de Galicia) a sus 25 años. El riesgo de ese acto temerario radica en el cálculo preciso del momento, unos pocos segundos, cuando la ola fluye hacia la orilla aumentando el nivel de las aguas en la suerte de piscina formada entre dos rocas, como puede apreciarse en la foto, a una altura (y por tanto, profundidad) que permite el zambullido humano.

 

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