El alma, déjenme hablarles del alma

 

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Déjenme hablarles del alma, ¿Dónde está el alma? Aquí la tengo, la siento, hay días que invade todo mi cuerpo, ¿será un proceso químico?, ¿una trama de neuronas y nervios?, ¿un frío mecanismo descubierto por impertérritos científicos? El alma es congoja, alegría, tristeza, poesía, no tener una razón para llorar y llorar, no tener una razón para cantar y cantar, el alma es este misterioso sentir que nos diferencia de los perros, de esos majestuosos árboles, de los pájaros, las nubes…el alma, el alma, déjenme hablarles del alma. Hace un tiempo leí en una de esas páginas del Internet, supuestamente científicas, que el adulterio se explicaba por la carencia de una neurona, o un déficit de una sustancia en la química cerebral, por tanto, los adúlteros y adulteras no eran responsables de sus infidelidades. Falso, el adulterio no es otra cosa que la muy humana inclinación por lo prohibido, nada más atrayente que la mujer ajena, y viceversa (he sido testigo de cómo hombres con esposas, hembras divinas, le ponen “cachos” con tipas insignificantes, no sé, tal vez la “renacuaja” tuviera un encanto especial), aunque hay casos de auténticos enfermos sexuales, los “sexo adictos” que requieren terapia para controlar su adicción, como, por ejemplo, la ninfómana. Pueden imaginar al marido sorprendido por su esposa con otra en el propio lecho conyugal: “No es lo que te imaginas Petra, además no es mi culpa, me examinó un neurólogo y carezco de un déficit de la química cerebral, así que no puedo controlar mis deseos sexuales”. Vicente Fernández canta a la “mujer ajena”, “Lástima que seas ajena y no pueda darte lo mejor que tengo, lástima que llego tarde y no tengo llave para abrir tu cuerpo, lástima que seas ajena, el fruto prohibido que jamás comí, lástima que no te tenga porque al mismo cielo yo te haría subir…”.

 Sigo creyendo en el alma porque la siento, me niego a admitir que somos pura materia consciente, que no exista una dimensión espiritual diferente al cuerpo que se desintegrará y se convertirá en polvo. No me convenzo, para mí el alma es la única explicación al enigma humano y he allí la contradicción, ¿cómo puede explicarse el enigma?, estar aquí y ahora en este cuerpo envejeciéndose entre los misterios de la tierra y sus criaturas, asistir al diario desatino de los hombres y los pueblos, y sólo esto que gime, llora, vislumbra en sueños, en estallidos de lucidez, la esencia de todo: el alma, la única luz en este valle de locuras. Por ese mismo, “No espero nada, no me entrego, mi calculado abandono es una manera de flotar en la vida/ ir con el viento/ ligero/ sin apuro…Mi escepticismo militante lo expreso en otro poema:

 Este acontecer que cambia para nada cambiar

 El crepúsculo/ disolvió/ en las sombras/ otro día más/el tiempo indetenible/fugaz/laberinto/del/mundo/hoy/mañana/son/lo/mismo/ayer/recuerdos/imágenes/voces/sensaciones/angustias/miedo soledad/sabor amargo/ instantes perdidos/Y pasa la vida/ gentes/sucesos/Y uno es testigo/ víctima/ victimario de un deber/de un ir/hacia/parte/alguna/luchamos/abrazamos/el/tiempo/con/fervor/tareas/obligaciones/planes/sueños/pequeñas/grandes/envidias/celos/intrigas/decepciones/alegrías/este/acontecer/cambia/para/nada/cambiar/luz/sombras/noche/día/amigos/enemigos/amor/desamor/mu-er-te”

 En un ejemplar del libro de José Carlos Somoza “La caverna de las ideas” (magnífica narrativa en tres planos: 1, el traductor; 2, el supuesto autor de la obra; 3, los personajes de la obra, entre los cuales hay un traductor o descifrador de enigmas. El mismo método empleado por Saramago en “Historia del cerco de Lisboa), que leí en el 2001, escribí en la última página en blanco, motivado por la lectura de ese libro:

Todo lo que existe, nosotros los humanos y lo que nos rodea, “oculta” el misterio que hay más allá de las apariencias. Los hombres actuamos como si existiera un orden, el espejismo de la razón nos impulsa, para evitar el desquiciamiento, la locura total y definitiva, a creer en algún principio organizador, un axioma que, de sentido al cosmos, al Planeta, al mundo, a esto que somos. Esa es la función de la cultura: el arte, la filosofía, la política, la religión, las leyes, la sociedad, en suma. Pero, ese “orden” siempre está amenazado por la fuerza desintegradora del misterio, el abismo, el frío silencio de lo que no tiene principio ni fin, el no tiempo, ni ayer, ni hoy, ni mañana, donde no hay respuesta, donde mora un Dios sin rostro, mudo, invisible, la nada, la nada, el terror del Ser, la incertidumbre, el horror de ser devorado por el infinito”.

A pesar de las limitaciones inherentes a ese esfuerzo de recapitulación, considero que el mismo merece la pena. Nada se pierde, pues si irremediablemente voy a morir y dejar esta tierra a la que amo desesperadamente, si fatalmente me convertiré polvo en el polvo, tal vez el olvido total, absoluto, y ante las dudas de la posibilidad de una existencia transterrenal, un reino del puro espíritu, creo necesario ordenar el caos en que consiste toda vida humana. Desde los dieciocho años, aproximadamente, he vivido con un crónico desasosiego, una suerte de angustia que no me abandona sino en determinados momentos de euforia y alegría. Hoy, en el momento en que esto escribo, con 72 años a cuestas, no he podido superar ese desasosiego y aunque amo a una mujer bella y buena, no he logrado alcanzar la anhelada paz del alma, el sosiego, la tranquilidad. Estoy sumido en contradicciones. A veces me creo un hombre maduro, sabio, fuerte, lúcido, justo, libre, que sabe lo que quiere de la vida, y lo que quiere en la vida que le resta, con suficiente valor para elegir el mejor de los caminos; y otras, aquel joven de 18, 19, 20 años que fui abrumado por la incertidumbre, confundido, dudando de mis supuestas virtudes, de mis decisiones vitales, con el alma en vilo, perdido el pretendido sentido de mi existencia. Por eso no creo en la denominada “Psicología positiva” moda extendida en las redes sociales y objeto de cátedras universitarias. Esa boba o estúpida pretendida “filosofía de la vida” basada en un falso optimismo respecto de la condición humana, que niega de plano nuestra condición de seres complejos, enigmáticos, dialécticos, que pretende inculcar la idea de que el individuo puede ser feliz en forma permanente mediante un acto de voluntad: “decido ser feliz”, “me amo, me quiero”, “rechazo todo pensamiento y sentimiento negativo”, “fuera la tristeza”, es decir, la vida cual lecho de rosas, como si la tristeza, las desilusiones, el desamor, la derrota, el pesimismo, la depresión, no fueran parte inescindibles de nuestras existencias.

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