La fuerza de la naturaleza.


Si, el Río San Esteban, el mítico Río de mí infancia, manso en verano, más bravío en el invierno tropical. Bañarse en sus aguas cuando llovía requería estar atentos al inequívoco ruido que producían las indómitas aguas de la crecida “aguas arriba” para abandonar con la velocidad del rayo su cauce y ponerse a salvo. A esa edad era una verdadera aventura, mamá constantemente nos alertaba, “Si comienza a llover, sálganse del río rápido, miren que hay gente que se ha ahogado por no hacer caso al ruido que se escucha aguas arriba cuando hay crecida”. Consejo que mi hermano y yo teníamos presente desde la primera vez que oímos el estruendo, muy parecido al que producen los truenos, corrimos para evitar que nos sucediera la advertencia de mamá. Se oía a lo lejos, pero la velocidad que van adquiriendo las aguas embravecidas a medida que descienden desde la naciente, aumentando su volumen progresivamente, exige ponerse a salvo apenas se escucha el terrible y sórdido grito del río, que instantes antes fluía pacíficamente en su incesante discurrir hacia el mar o hacia otro cauce del que fuere tributario. El que la naturaleza sea majestuosa, hermosa, mágica, no quita los peligros que ella encierra, su fuerza incontrolable manifestada en inundaciones, terremotos, tsunamis, ciclones, tifones.

Desde el siglo XVIII aproximadamente, y en especial en el XX, la humanidad en su conjunto ha pretendido ignorar y menospreciar esa fuerza que no puede controlarse, grave error que estamos pagando y con creces. Mientras reviso por enésima vez este escrito (8 de septiembre de 2017), no tengo otra tarea, ahora exiliado aquí en España, un huracán llamado Irma (siempre lo ponen nombres de mujer a esos devastadores fenómenos naturales) acaba de pasar por Barbados arrasando el 90% de su infraestructura turística, pobres negros, han perdido su básico medio de subsistencia, y se apresta a aterrorizar a la República Dominicana, Cuba, Puerto Rico y Florida (USA). Esta mañana un temblor al parecer de 8° despertó a los jodidos habitantes de algunas ciudades mejicanas, como si no fuera suficiente con sus carteles de las drogas, sus políticos corruptos y ahora el nuevo presidente izquierdista, el tal López Obrador, típico populista que agravará la pobreza en ese hermoso país, y Trump culpando a los mexicanos de los males de USA (esto es un agregado ahora, esta tarde gris, amenaza de lluvia, de esta único 18 de abril, aquí en San Vicente del Raspeig). También se habla de posibles tsunamis en las costas de Ecuador y Colombia, aunque me acaba de informar mi mujer que los “expertos” descartaron esa posibilidad, carajo a los colombianos les basta con Santos y las FARC, y a los ecuatorianos con el desalmado Correa.

¿Cuántos imprudentes no habrán perdido sus vidas por no hacer caso al aviso de la naturaleza?, el que ella constituya un ente de inconmensurable belleza en su complejidad y diversidad, no quita su carácter indiferente, es un en sí carente de consciencia, no hay manera de acusar a los animales y fenómenos naturales de crueldad por sus efectos devastadores. Veo un programa en la televisión, el canal Discovery y el sólo título del documental me produce ira, arrechera en criollo, “Los depredadores asesinos”, imbéciles, los animales no son asesinos sino feroces como el tigre, el león y en general los felinos, o el mítico depredador marino: el tiburón. Es idiota molestarse con la agresividad de los animales, si te agreden y no puedes sacarles el cuerpo, evitar el mordisco de un perro, por ejemplo, es inherente a la defensa de tu integridad física, aporrearlos con un palo si lo tienes a mano o cualquier otro instrumento adecuado para el acto defensivo. Respecto de los tiburones lo prudente es no bañarse en las zonas marítimas donde tienen su hábitat esos feroces depredadores. No hacer como una idiota que vi en un documental, decía que adoraba a esas bestias marinas, en particular su “hermosa dentadura”, y mientras le hablaba a la cámara, varios escualos nadaban alrededor de la extraña dama, luego supe que uno de esos hermosos ejemplares la agredió, le dio un mordisquito en una pierna, casi la pierde, pero parece que ella seguía amando selaquimorfos. El mundo está lleno de desquiciados y desquiciadas, son más los locos fuera de los siquiátricos que los internados en esos establecimientos (no sé si desaparecieron). 


Esos films gringos de terror, muy taquilleros, sobre un tiburón o unos tiburones de tamaño descomunal capaces de destruir embarcaciones con una sola mordida, y de comerse, - generalmente a un negro-, como si fuera un aperitivo, y el sangrerío, los mutilados, una mujer nadando a punto de llegar a la playa o a un muelle, usualmente una hembrita divina, que repentinamente desaparece de la superficie jalada por la bestia apocalíptica. En una de esas películas basuras que por casualidad comencé a ver una noche de insomnio, un tiburón del tamaño de una ballena en un lago, ¿cómo llegó a ese ambiente lacustre?, -la magia de Hollywood-, saltó cual caballo y se tragó a un policía, -negro-, por supuesto, que en un muelle observaba con unos binoculares a una parejita desnudándose en unos matorrales. El único depredador asesino es el hombre, acaba de morir uno en estos días (hoy es 9 de diciembre de 2016), el tal hijo de puta, sátrapa, tirano, dictador, Fidel Castro. Uno de esos que se esconden detrás del poder para darle rienda suelta a su espíritu sanguinario, no se arriesgan como los asesinos solitarios y los asaltantes de bancos, saquean el tesoro del Estado valiéndose de su posición de poder. Y pensar que fue y sigue siendo objeto de admiración y hasta de idolatría por esa manada de imbéciles que conforman la izquierda latinoamericana y europea, al igual que ese otro  asesino serial: el tal Che, cada vez que escucho su nombre me acuerdo de un profesional de la “lucha libre” de los años 60 cuyo nombre de batalla era “El médico asesino”, sólo que éste no mató a nadie, y nos divirtió con sus payasas maniobras de fuerza en el ring; en cambio el mal nacido Che, graduado en medicina, ordenó la ejecución de más de mil “contrarrevolucionarios” en la cárcel habanera “La Cabaña”.





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