La perfección
La perfección
Engañosa es la gracia, y vana la hermosura”
Proverbio 31.30
Henrique Meier
Afrodita Marmórea nació bella, extremadamente bella, apenas salió del vientre de su madre, el médico partero (el obstetra), y las enfermeras auxiliares que lo asistían, quedaron deslumbrados por la belleza de la nonata, por supuesto, los padres no cabían en sus mortales cuerpos del inmenso orgullo y alegría al contemplar aquella bebita que habían traído al mundo, pues desde que el mundo es mundo la belleza física, en la mayoría de las civilizaciones y culturas ha prevalecido, y con creces, sobre la belleza del alma, del espíritu, y más en el ámbito del sexo femenino. El concepto, modelo o ideal de la belleza femenina ha variado conforme a las diferentes sociedades, civilizaciones y culturas. Piénsese en las notables diferencias entre los modelos de la antigüedad greco-romana, y el de la Italia renacentista, de la Ilustración francesa, de la Inglaterra victoriana, de la Norteamérica del siglo XX, del mundo globalizado de nuestro siglo XXI. También difiere en las culturas africanas, asiáticas, en la América Latina. Por eso, se ha sostenido que la belleza es un valor (estético) de carácter social, en cuya conformación histórica han influido los artistas plásticos, los escultores.
Hoy, en la civilización global del espectáculo, los medios audiovisuales, el cine y la televisión, el Internet, y sus redes sociales: el Instagram, el Facebook, así como las empresas publicitarias y de cosméticos, la poderosa industria de la moda (el imperio de la efímero), y la no menos poderosa de los concursos nacionales y mundiales de belleza en los que se seleccionan a las “Reinas” o “Mises” (miss mundo, miss universo, miss tierra) tienen un papel determinante en el establecimiento de ese valor social. Ya lo dice el adagio “en materia de gustos y colores no mandan los autores”, una verdad incontrovertible, pues manda la sociedad, las creencias, mitos y prejuicios de la cultura preponderante. Miras las pinturas y esculturas femeninas de Botero, sus modelos de mujeres obesas, la espectacularidad de esas obras de arte, y sin embargo, no hay duda de que sus féminas gordas en absoluto influyen en el concepto social de la belleza de la mujer occidental; por el contrario, hoy impera el modelo de la mujer extremadamente delgada, esas modelos cuasi anoréxicas de las pasarelas europeas. El cine y la televisión no escapan a esa imposición, las divas ya no son aquellas curvilíneas hembras, de generosos senos y prominentes traseros como lo eran las actrices de los años 40, 50, 60, una Marilyn Monroe, una Anita Ekberg, Gina Lollobrigida, Sofía Loren[1].
Basta ya de esta intrascendente reflexión, volvamos nuestra historia. La exultante belleza física de Afrodita[2], sus padres la registraron con el nombre mítico de la diosa de la belleza y del amor erótico griego, la convirtió en el centro de atención de sus progenitores, desde muy temprano promovieron el nefasto proceso psicológico del halago, la convencieron de ser única, especial, por su deslumbrante físico, satisfacían todos su caprichos, le compraban el vestuario más costoso, “hay que vestir a mi reinita como se lo merece, con lo mejor, lo exclusivo”, decía la madre, de manera que la niña no sólo se distinguiera por su belleza natural, sino, también por ser la mejor vestida. Ella era la menor de 3 hermanos: dos varones la precedieron, niños que disfrutaron de la atención de sus padres hasta que vino al mundo su hermosa hermanita. Después del nacimiento de Afrodita, sus hermanos pasaron a segundo plano, con frecuencia se quejaban de la preferencia de sus padres por la niña, la respuesta no se hacía esperar, “es que ella es especial, con esa belleza llegará muy lejos, dejen el egoísmo y la envidia”. Pronto anidó en el corazón de los hermanos un profundo resentimiento, escondían las muñecas de la hermanita, las descabezaban, le destrozaron la casita de muñecas, terminaron por odiar a Afrodita y a sus padres. Cuando culminaron la primaria, ambos fueron internados en un liceo militar para alejarlos de Afrodita, evitar que le hicieran daño a la niña de los ojos de papá y mamá, aquel hogar se convirtió en un templo para el culto a la pequeña diosa. Los abuelos también se rindieron ante la belleza de su nieta, no perdían la ocasión para alabarla. Y los tíos, sobrinos, primos, toda la familia natural y la política se deshacían en alabanzas a la bella Afrodita. Aun siendo apenas una niñita de 3 años, la madre le pintaba los labios, le colocaba colorete en sus mejillas, le resaltaba las cejas, en tanto le decía “¿Quién es la niña más bella del mundo?” Afrodita respondía “yo mami”. En el pre escolar las maestras la consentían por su belleza, ese patrón continuó en la primaria y el bachillerato. La madre la hizo participar en concursos de belleza infantil, no tenía competencia, obtenía con facilidad el primer puesto, los jurados se rendían ante ese físico casi perfecto de acuerdo con el canon social imperante de la belleza femenina. Y así, Afrodita se fue convirtiendo en una persona egoísta, fría, vacía, enamorada de sí misma (narcisista), su única motivación era resaltar su físico, sólo se reunía con niñas, y luego adolescentes y jóvenes que ella estimaba bellas, claro, jamás con aquellas que pudieran competir con su deslumbrante hermosura, tenía que mantenerse como el centro de atención del grupo, despreciaba a las gordas, a las feas, a las negras por su color y narices achatadas.
No le hizo gala a su nombre, salvo en lo de la belleza corporal, pues jamás amó a ningún hombre, ni mujer, ni perro, gato, ni siquiera a su padres, era la expresión más acabada de la arrogancia, el desdén, el egotismo, la frivolidad, la vanidad. Participó y ganó diversos concursos de belleza, el de la región o provincia donde había nacido, el de su país y el calificado como el “universal”, fue “Miss Universo”, esa insólita designación de un certamen que reúne las reinas de belleza de los países que participan en el mismo, como si la Tierra representara al inconmensurable universo. El triunfo en ese concurso la catapultó hacia el modelaje, la televisión y el cine, una diva de la civilización del espectáculo, se codeo con el jet set, iba dejando en el camino a innumerables pretendientes, todos ricos y famosos, se caso 5 veces, no tuvo hijos, no quería que su físico se deteriora con embarazos y partos, su obsesión era mantenerse joven y bella para siempre, le aterraban la vejez y la muerte, aunque quizás más al deterioro inevitable inherente al paso de los años: las arrugas y bolsas de grasa bajo los ojos, las arrugas en el cuello, la papada, la pérdida de la lozanía de la piel, que el inevitable final de todo ser viviente, la visita de la parca. Por ello, cuidaba con esmero su dieta, disponía de un gimnasio con sauna en su lujoso pent-house en New York, y de un especialista que la asesoraba en la realización de un plan de ejercicios para mantenerse en forma. Había hecho una considerable fortuna como modelo en las pasarelas, líneas de ropa interior llevaban su nombre, así como perfumes y cosméticos en general, aparte del dinero obtenido en sus 5 divorcios con ricos y famosos, era propietaria de una cadena de tiendas.
Pero, el fatal proceso de deterioro, el envejecimiento que viene con los años, del que solo podemos escapar con la muerte, esa obra de decadencia del señor Tiempo y de las angustias y pesares que forman parte de la vida, hizo su aparición. A los 35 años una mañana Afrodita observó en el espejo de su baño (había otro inmenso en la sala, en el cuarto del gimnasio, en la cocina, ella deseaba contemplar su belleza por donde pasara) una ligera línea de arruga bajo sus ojos, HORROR, como era eso posible si utilizaba la mejor crema del mercado, la que llevaba su nombre, un especialista de renombre le recomendó inyecciones de botox para las incipientes patas de gallo, luego vino la cirugía de párpado, la Blefaroplastia, para corregir los párpados caídos y las bolsas u ojeras bajo los ojos, y siguió con el rejuvenecimiento facial: suma de diferentes cirugías que se practican sobre el rostro y el cuello para rejuvenecer el aspecto de la mujer. A los 45 años inició ese conjunto de pequeñas intervenciones quirúrgicas como la elevación de las cejas a fin de que el envejecimiento no fuese tan notorio, porque al realizar el rejuvenecimiento facial completo a una edad muy avanzada sería un cambio muy drástico y la idea original de la cirugía plástica es que sea lo más natural, también se sometió a una intervención quirúrgica cuando a partir de los cincuenta años observó que sus senos ya no estaban tan erguidos, “no quiero que se me caigan, que me cuelguen como orejas de perro cazador, como las de esas viejas en topless en las playas”, dormía mal a causa de su obsesivo temor a la vejez y con ella la pérdida de su esplendorosa belleza, bien lo dice el verso del poeta “Juventud divino tesoro, te vas para no volver, cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin querer” (Rubén Darío). Ingería pastillas para conciliar el sueño, extremó su dieta y los ejercicios, pero el tiempo realizaba su implacable labor, una noche, luego de ver en la TV una de las versiones del film “El retrato de Dorian Gray”, basada en la famosa novela de Oscar Wilde, pensó “Quisiera que un pintor como el de la película me hiciese un retrato y que fuera el cuadro el que envejeciera y yo no, NO QUIERO ENVEJECER, NO, QUIERO PERMACER ASI, TODAVIA SIGO BELLA”, ESO QUISIERA CON TODA MI ALMA, NO QUIERO ENVECER Y MORIR, QUIERO SER ETERNA INMORTAL”.
Esa noche soñó que el genial escultor Miguel Ángel Bounarroti le esculpía una escultura en tamaño natural, como la magnífica obra el Moisés que había apreciado en su visita a Roma una mañana en la que el guía turístico la llevó a la iglesia de “San Pedro ad vincula” en el barrio Monti de la “Ciudad eterna”, en esa ocasión el guía le comentó que tal era la perfección de esa obra, que su propio autor cuando la terminó tomó el cincel y golpeando la escultura dijo “habla”, sí, Afrodita eso deseaba: LA PERFECCION FISICA ABSOLUTA, le importaba un bledo el alma. En la mañana, su asistenta y secretaria, tocó la puerta de su dormitorio, como no respondía, abrió y cuál fue su sorpresa, su jefa no estaba acostada en su cama, en su lugar una estatua en mármol de tamaño natural, cuerpo desnudo, idéntica a AFRODITA, pero mucho más bella, sin asomo de defecto alguno, sin rastros de las diferentes cirugías de los últimos años, sorprendida y consternada no daba crédito a sus ojos, ¿estaría alucinando?, ¿cómo había llegado esa estatua, si ayer en la noche cuando dejó la residencia, la señora se había recluido en su dormitorio? estaba confusa, la buscó en el baño, la llamó a gritos “DOÑA AFRODITA DOÑA AFRODITA”, recorrió todo el pent-house, ni rastro de la señora, pensó que era cosa del diablo “ave maría purísima, te reprendo Lucifer en nombre de Cristo”, su jefa se había esfumado, salió despavorida y aterrada del apartamento. El deseo de Afrodita se había cumplido.
https://www.google.es/search?q=fotos+de+estatuas+de+mujeres&client=opera&hs=vP3&tbm=isch&tbo=u&source=univ&sa=X&ved=0ahUKEwj54KaLkprcAhUGShQKHZqZBa8Q7AkISw&
[1] Las pin-up sexys de siluetas generosas representaron el tipo de belleza de los años cincuenta. Varios iconos ilustraron la belleza de esta época, cada una en su estilo. Grace Kelly encarnó la gracia y la delicadeza, una belleza rubia y fría con un gran poder de seducción. Una belleza que contrastó con la de las morenas míticas e incendiarias como Ava Gardner, Rita Hayworth y Elisabeth Taylor. Marilyn Monroe, otra rubia, aunque esta vez platino, fue el 'sex symbol' de los cincuenta por excelencia. Audrey Hepburn encarnó, por su parte, la belleza chic e intemporal, un estilo que va a marcar toda una generación de mujeres. ww.ellookdelasfamosas.es/noticia/la-belleza-en-los-anos-50_a502/1#lt_source=external,manual.
[2] Para la antigua civilización griega,
Afrodita, era la diosa del amor, de la belleza, de la lujuria, la reproducción
y la sexualidad; si bien en la cultura moderna popular ha querido reducir y
limitar el alcance de Afrodita únicamente al amor, para los griegos, como bien
señalamos líneas arriba, Afrodita, era algo más, y el amor no se circunscribía
al amor romántico, sino a la atracción física y sexual. Podemos sentir amor por
muchas personas, cosas, etc., aunque, es más común que cuando se habla de amor
se esté haciendo referencia a aquel sentimiento de enorme aprecio que se tiene
por una pareja, por aquel del cual se está enamorado, y que además nos
despierta la pasión y la necesidad de encontrarnos íntimamente con esa persona.
Fuente https://www.quien.net/afrodita.php.
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