Relatos incoherentes
Relatos incoherentes
Esos films gringos de terror, muy taquilleros, sobre un tiburón o unos tiburones de tamaño descomunal capaces de destruir embarcaciones con una sola mordida, y de comerse, - generalmente a un negro-, como si fuera un aperitivo, y el sangrerío, los mutilados, una mujer nadando a punto de llegar a la playa o a un muelle, usualmente una hembrita divina, que repentinamente desaparece de la superficie jalada por la bestia apocalíptica. En una de esas películas basuras que por casualidad comencé a ver una noche de insomnio, un tiburón del tamaño de una ballena en un lago, ¿cómo llegó a ese ambiente lacustre?, -la magia de Hollywood-, saltó cual caballo y se tragó a un policía, -negro-, por supuesto, que en un muelle observaba con unos binoculares a una parejita desnudándose en unos matorrales. El único depredador asesino es el hombre, acaba de morir uno en estos días (hoy es 9 de diciembre de 2016), el tal hijo de puta, sátrapa, tirano, dictador, Fidel Castro. Uno de esos que se esconden detrás del poder para darle rienda suelta a su espíritu sanguinario, no se arriesgan como los asesinos solitarios y los asaltantes de bancos, saquean el tesoro del Estado valiéndose de su posición de poder. Y pensar que fue y sigue siendo objeto de admiración y hasta de idolatría por esa manada de imbéciles que conforman la izquierda latinoamericana y europea, al igual que ese otro asesino serial: el tal Che, cada vez que escucho su nombre me acuerdo de un profesional de la “lucha libre” de los años 60 cuyo nombre de batalla era “El médico asesino”, sólo que éste no mató a nadie, y nos divirtió con sus payasas maniobras de fuerza en el ring; en cambio el mal nacido Che, graduado en medicina, ordenó la ejecución de más de mil “contrarrevolucionarios” en la cárcel habanera “La Cabaña”.
En estos días de asueto decembrino recibí un video por Internet relacionado con esa lacra que fue Fidel, el contraste entre sus falsas, mentirosas declaraciones públicas y el testimonio de hombres y mujeres que sufrieron prisión y métodos de tortura de ilimitada crueldad. Y Fidel “Jamás, pero jamás, la revolución ha torturado a ninguna persona”, y las víctimas del monstruo describiendo las inhumanas torturas inventadas por las perversas mentes de los esbirros al servicio de la “revolución”. Ahora que esto escribo me viene a la memoria un párrafo del libro de Saúl Below: “El Planeta de Mr. Sammler”, en el que el laureado novelista habla del fracaso de las revoluciones y califica a los endiosados héroes de esas carnicerías humanas (la revolución francesa, la nacionalsocialista en Alemania, la comunista en Rusia, la comunista en China, Cuba, ahora Venezuela, etc.) como auténticos sicópatas, asesinos seriales:
“En una revolución una aristocracia era privada de los privilegios y se procedía a distribuir éstos de nuevo. ¿Qué significaba la igualdad? ¿Acaso que todos los hombres eran amigos y hermanos? No; quería decir que todos pertenecían a la elite. Matar era un antiguo privilegio. Por eso las revoluciones se empapaban de sangre. ¿Guillotinas? ¿Terror? Solo un comienzo…nada. Llegó Napoleón, un gánster que bañó de sangre Europa. Llegó Stalin, para quien el verdadero premio gordo del poder era el libre disfrute del asesinato. El poderoso disfrute de consumir la respiración de los hombres en sus mismas narices, tragándose sus caras como un Saturno. Eso era lo que realmente parecía significar la conquista del poder”[1]
¿Qué les pasa a los pueblos que sufren esos despiadados regímenes de poder, y no obstante no aprenden la lección? Como antes expresé al aludir al sicópata que manda en Corea del Norte, en una de las novelas de Morris West, no recuerdo su título, en el epígrafe el autor escribió: “La loba que parió al bastardo está otra vez en celo”, para referirse a Hitler, como al cualquier otro genocida, por esa razón no se puede bajar la guardia, por allí caminan a la luz del día los potenciales Hitler, Stalin, Mao, Castro, Chávez, esperando el momento para asaltar el poder en cualquier sociedad cuando los pueblos clamen a grito un salvador para resolver las cíclicas dificultades económicas y sociales.
Bueno, volví a perder el hilo de estos relatos, ¡Qué desorden!, total escribo lo que me viene a la cabeza, no hago intento de coherencia alguna, ¿para qué?, lo más probable es que esto no se publique, así que me siento libre de teclear sin orden, ni concierto, no tengo otra cosa que hacer, ya abandoné el trabajo formal, un jubilado, ¿será que esa palabra deriva de júbilo?, alegría, euforia de nada hacer, o de hacer cosas sin trascendencia social como cultivar un jardín, pintar, dárselas de carpintero en improvisado taller, de escultor, de alfarero, sacar a mear y cagar al perro si tienes uno, darle de comer a las palomas en una plaza pública, leer si eres aficionado a los libros, esperar la hora de la comida, tomarte unos tragos en una barra con otros jubilados si te alcanza la miserable pensión, aguantar los regaños de tu mujer por desordenar la cocina, lavar platos, barrer, coletear, cocinar si eres aficionado a la culinaria, “culear” (singar, tirar, coger) cuando puedas y con la ayuda de la pastillita azul, o en fin creerte escritor y hacer lo que estoy haciendo. ¡Ah!, Y cuidar a los nietos si los tienes, corretear tras ellos en un parque, ¡Cuidado miguelito que te puedes caer!, no joda se cayó, ¿A ver qué te pasó?, y el nietecito llorando “Abu, me rompí aquí” y el carajito mostrando las palmas de las manos enrojecidas y llorando a cantaros y el viejo para sus adentros “Carajo, mi hija me va a regañar, Papá tienes que estar pendiente, miguelito solo tiene 3 años”. Y la nieta mayor, 16 años, “¡Qué ladilla, este viejo otra vez metiendo sus narices, hoy que vienen mis amigas, ¿Cuándo se morirá?”. Estoy exagerando, sin duda, hay familias modelos que “adoran” a los abuelos, hijos agradecidos y nietos respetuosos que escuchan con atención los sabios consejos de los mayores, si, -como no-, en la isla de la fantasía.
Desde el inmenso patio trasero de ese caserón, -estaba tratando de describir las crecidas del río de mi infancia, - fuimos testigos en muchas ocasiones de la turbulenta crecida: la violenta corriente de aguas marrones arrastrando árboles, ramas, animales ahogados y desechos, basuras arrojadas en sus riberas.
“Ante nosotros pasa la oscura y espesa corriente. Nos habla con un murmullo que se vuelve incesante e innúmero, y la superficie amarilla se riza monstruosamente en remolinos que van desvaneciéndose y que la recorren durante un momento, silenciosos y efímeros y profundamente significativos, como si justo debajo de esa superficie algo inmenso y vivo despertara por espacio de un instante de perezosa alerta y volviera a caer en un ligero adormecimiento…Discurre entre la maleza con un sonido lastimero, meditabundo, las cañas libres y los tallos jóvenes se inclinan en ella, como ante ráfagas de viento, y se balancean sin volverse hacia atrás luego, como suspendidos por invisibles cables de las ramas de lo alto. Sobre la incesante superficie se alzan –árboles, cañas, enredaderas- como sin raíces, como cercenados de la tierra, espectrales sobre la escena de una inmensa, aunque circunscrita desolación llena de la voz del agua, devastada y doliente”[2].
La fuerza descriptiva de Faulkner, un río crecido, una familia, padre y hermanos en la orilla esperando que baje el nivel de las aguas para atravesarlo en una carreta donde yace el cuerpo de la madre en un ataúd. En el relato la fuerza de las aguas arrastra carreta, mulas y ocupantes, y uno de ellos haciendo lo imposible para evitar que el féretro sea llevado por la fuerte corriente, la angustia de perder el cuerpo de la madre en las frías e indiferentes aguas. Se empeñan en trasladar ese féretro lejos de su hogar a otro pueblo, última voluntad de la madre, y el olor nauseabundo que emanaba del ataúd, van pasando pueblos, la gente los mira con horror, se les niega hospedaje, uno de los hijos se quebró una pierna y los muy bestias campesinos sureños le colocaron cemento para inmovilizarla, pese a las advertencias de un médico. El chico perdió la pierda, hubo que amputársela. ¡Qué eximio escritor Faulkner!, leo y puedo visualizar las escenas que describe, es el rasgo de los novelistas norteamericanos. En la foto, no sé dónde carajo fue a parar, puede observarse al río en una de sus frecuentes crecidas.
San Esteban, Región de rica biodiversidad como lo relata el Barón Von Humboldt en su obra Y vuelve en mi auxilio la poesía dedicada (antes transcrita) a esa extraordinaria dama que fue Raquel Capriles:
San Esteban, y es la selva que se enreda en mis recuerdos, pájaros que cantan el primer día de la creación. Corazón de selva profunda donde nacen las aguas del Río de mi infancia. Tengo el corazón hecho de Río, de soberbias plantas, de pájaros cantores, de culebras y fantasmas. De la Llorona, la Sayona, el Jinete descabezado y el diablo que aparece el viernes santo. De los pesados pasos de mi padre. De guitarras y voces que se pierden en la madrugada”.
Como anhelo en este momento, aquí sentado, las nalgas aplastadas, añorando cual viejo huevón, bañarme en un río con tal que sus aguas sean limpias. En uno de los viajes que he hecho a la “Gran Sabana”, esa espectacular región del Estado Bolívar, el grupo familiar se dirigía al poblado “El Paují”, y al pasar por un puente, un río, “Déjenme aquí” … ¿No quieres conocer El Paují”? - me dijo mi hija Gabriela, “Lo doy por visto, prefiero zambullirme ya en ese río”. Me bajé de la camioneta con una botella de wisqui y mi traje de baño, me acompañó mi sobrino José, hijo de mi hermana mayor María Isabel.
Me cambié entre la maleza, me subí a un peñasco y el chapuzón, la gloria, si la gloria, el agua algo fría, pero con unos tragos de wisqui el cuerpo entra en calor. ¿Qué habrá sido de ese río?, puede que esté contaminado, los malditos mineros buscando oro, utilizando mercurio en su vil procedimiento, animados por la codicia, les importa en absoluto el daño que causan, bueno estemos claros ¿A quién le importa? A unos cuantos pendejos como yo. En una excursión hacia las nacientes del Río mítico de mi infancia tuve la suerte de observar a una enorme danta o tapir, bello y pacífico animal mamífero que salía del agua y se internaba en la montaña. La segunda vez que vi uno fue en 1981, en unas vacaciones en el Estado Amazonas. A la época era el titular de la Consultoría Jurídica del Ministerio del Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables.
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