El hombre borrado
El hombre borrado
“Somos nombres en la arena que las olas borran…”
Henrique Meier
Tristón Solterino despertó como de costumbre a las 6 de la mañana, sentía una profunda tristeza, una opresión en el corazón, su madre había fallecido hacía una semana luego de una penosa enfermedad, soltero a los 40 años, era objeto de reiteradas bromas de los pocos amigos que conservaba, él un tipo reservado, aferrado a una rutina invariable, lo jodían diciéndole que los hombres que a esa edad seguían sin pareja y viviendo con su madre, lo más probable es que fueren maricones, no se inmutaba, hacia caso omiso a broma de tan mal gusto. Esa mañana Tristón, aparte de esa suerte de opresión en el corazón, el natural dolor por la reciente muerte de su madre, sintió, antes de abrir los ojos, una extraña sensación en los dedos de su pie derecho, no era el típico dolor resultado de un tropezón contra la pata de una mesa, tampoco la picazón que causan los hongos o el sabañón, así que antes de levantarse miró su pie derecho, y vaya sorpresa, lo sacudió una ola de terror al comprobar que los cinco dedos de ese pie habían desaparecido, “No joda, no puede ser, es una pesadilla, cómo carajo desaparecieron mis dedos, si anoche los tenía”, se pellizcó para corroborar que se hallaba bien despierto, se frotó los ojos, los cerró, “estoy alucinando, es mi mente que me está jodiendo, voy a cerrar los ojos y al abrirlos seguramente estará mi pie completo”, así lo hizo, y al abrir nuevamente los ojos volvió a mirar su pie, y efectivamente no tenía los dedos “Esto no puede ser real, esto no está pasando, es absurdo, no tiene sentido, mis dedos no pueden desaparecer como si nunca los hubiera tenido, o que hubieran sido borrados como si yo fuera un dibujo en un papel o en la pantalla de un computador, ¡Dios! ¡Dios!… ¿Qué voy a hacer?, no puedo ir a un hospital, ni a una clínica, a nadie podría contarle, ¿Cómo explicar esta vaina tan rara?”, miró una vez más y se percató que en lugar de los dedos había un vacío, un pie mocho, incompleto, como si los dedos hubiesen sido borrados, y nuevamente se repitió en creciente angustia y horror: “No puede ser, no puede ser, estoy alucinando, me estoy volviendo loco, voy a cerrar los ojos y a abrirlos, seguramente mis dedos estarán allí en el pie”, pero no, carajo, no era una alucinación, los dedos se habían esfumado, trató de levantarse y perdió el equilibrio, cayó de bruces “¿Cómo voy a ir al trabajo?”, ni siquiera en esa insólita situación el pobre hombre dejaba de pensar en su rutina, la repetición de los mismos actos días tras días lo protegía de su vacío existencial, no tenía familia, -ni mujer, ni hijos,- tampoco practicaba algún hobby, un deporte, una afición como la lectura o el cine, su creencia en un ser superior era muy débil y confusa, de modo que la rutina diaria le daba algún sentido a su mediocre existencia, iría al trabajo, ¿Cómo? se preguntó , si no podía caminar, entonces, recordó las muletas que había utilizado cuando un motociclista lo atropelló y como resultado del incidente resultó con una fractura en la pierna izquierda. “Creo que las tengo en el closet, nunca se las devolví a Jaime”, uno de los pocos amigos del reservado, tímido y solitario carajo.
Tristón gateó hasta el closet, lo abrió, agarró las muletas, se paró con dificultad, y con ese auxilio fue al baño, la diaria rutina matinal del aseo, la meada y cagada de rigor, la limpieza de los dientes, luego se trasladó a la cocina, la angustia iba en aumento, se hallaba en estado de creciente desconcierto, cualquier mortal en su lugar también tendría el alma en vilo, pues nadie, nadie, podría aceptar el absurdo, lo inverosímil, eso sólo es posible en los cuentos, novelas y filmes donde la ficción sustituye a la realidad, se preparó un café y un sanduche de jamón y queso. Se vistió, traje y corbata, trabajaba en un banco, se había licenciado en contaduría hacía 17 años, con estupor volvió a mirar una vez más su pie derecho, seguía igual sin dedos, el corazón le latía como si fuera a salírsele por la boca, trató de calmarse mientras se colocaba una media en el pie mocho. Dejó su apartamento, bajó al estacionamiento y subió a su vehículo, condujo despacio, con temor, en esa jodida ciudad no cesaban de tocar el claxon los conductores molestos por la lentitud con la que Tristón circulaba, fue objeto de improperios cuando pasaban a su lado “Apúrate mamahuevo…aprende a conducir hijo de puta…”. Al fin llegó a su destino “menos mal que el banco cuenta con un estacionamiento”, se dijo el atribulado hombre. Agarró las muletas, se bajó del automóvil y con dificultad caminó hacia el edificio del banco, sabía que le preguntarían acerca de las muletas, y efectivamente, una vez en su lugar de trabajo, comenzaron las preguntas de rigor “¿Qué te pasó Tristón?... ¿Dónde metiste la pata?... ¿Te volvieron a quebrar la pierna?...báñate con cariaquito morado…ja…ja…ja… ”. Y él respondiendo sin mucha convicción “Caí en un hueco, pero no creo que tenga fractura, es una torcedura en el pie derecho, me duele mucho, mañana iré al médico”. Al mediodía almorzó en el comedero de costumbre, y lo de siempre: sopa del día, ensalada y jugo de frutas, regresó a su cubículo y a las cuatro de la tarde en punto abandonó el banco, y con ese angustia, mezcla de terror e incertidumbre, emprendió la vuelta a su residencia, aquel pequeño apartamento donde habitaba solo como perro sin dueño.
Al llegar a su solitario “hogar”, lo primero que hizo fue descalzarse, se quitó la media del pie derecho, “Coño de la madre, ¿será un castigo de Dios?, ¿Cómo es posible que esto me esté pasando?”, se desvistió se empijamó y prendió la TV, se quedó dormido mientras miraba un noticiero, las desgracias cotidianas del país y del mundo. A las nueve de la noche despertó, con las muletas fue a la cocina y se preparó una sopa de sobre, abrió una lata de atún, comió el pescado enlatado con galletas de soda,-típico recurso de los solitarios,-de nuevo frente a la TV, una película de terror, y esa mente que no lo dejaba en paz, “No, qué carajo, es suficiente con el terror que estoy padeciendo”, cambió de canales una y otra vez, a la medianoche pretendió dormir, daba vueltas en la cama, no podía conciliar el sueño, a las cuatro de la madrugada desesperado por el maldito insomnio, recordó que su madre tomaba píldoras para dormir, nuevamente las muletas, entró a la que fuera la habitación de su difunta madre, lloró una vez más su ausencia, localizó el recipiente con las cápsulas, quedaban varias pastillas, se tomó 4 aunque la dosis recomendada era una, y se dejó caer lloroso en la cama de su primogenitora “mamá, mamaíta, mami, cuanta falta me haces, menos mal que no estás, no tienes que presenciar esto que me está pasando, esto sin sentido, ¿será una broma grotesca del demonio?, a los pocos minutos el somnífero hizo su efecto, soñó que su pie derecho conservaba sus dedos, corría por la arena de una hermosa playa, y su querida mamaíta esperándolo con un sanduche de atún y un refresco, “aquí tienes mi amor, mi príncipe, mi niño del corazón, mi ángel adorado, pero ¿qué pasó con tus dedos del pie derecho?, despertó sobresaltado, miró el reloj de pared “las once, mierda, mi trabajo, nunca he faltado en diez años”, al mirarse profirió un grito de horror, le faltaba toda la pierna derecha, mocho, mocho de esa pierna, creyó que moriría al instante de un infarto, incluso lo deseo, no podía ir a su trabajo sin esa pierna, le era imposible ocultar su situación.
Tenía hambre, ni siquiera el absurdo que estaba viviendo le había privado del apetito, pero, como todos los días, primero al cuarto del baño, allí fue auxiliado con las muletas: la meada y cagada matutinas,-“primera vez en muchos años, que hago mis necesidades tan tarde, casi me cago en el pijama” , pensó el agobiado Tristón, luego se dirigió a la cocina, el sanduche y el café de rigor, terminado el desayuno volvió al dormitorio de la madre, lloró desesperadamente, lo venció el sueño, despertó a las diez de la noche, ahora si había perdido el apetito, ingirió 10 capsulas, tal vez con la esperanza de no despertar jamás, sin embargo, muy a su pesar,- el inexorable tiempo,- llegó el siguiente día-, abrió los ojos y en creciente espantoso terror vio cómo su pierna izquierda se había esfumado y comenzaba a desaparecer su torso, entonces escuchó una voz:
“Soy el ocioso que ha escrito este cuento, tu creador Tristón, y ahora te borro porque me da la gana, un clic y a la papelera de reciclaje, vida efímera como la de cualquier hombre de carne y hueso, y no virtual como tú, pues, al fin y al cabo, los hombres no somos más que enigmáticas sombras, nacemos, sufrimos y morimos, un aleteo de mariposas, nombres escritos en la arena que las olas borran”.
Los gritos de horror de Tristón
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