Algunos juegos infantiles de mi época
Algunos juegos infantiles de la época
Sin televisión, Nintendo, computadora, celulares (móviles), los niños de ese tiempo, no fui la excepción, jugábamos:
Trompo:
Un juguete elaborado en madera o totuma, en la variante denominada zaranda, torneado de forma semicircular y con una punta metálica, que, al ser lanzado por medio del cordel, da vueltas sobre su propio eje, logrando un movimiento cinético de alta velocidad, el trompo posee líneas bien definidas a su alrededor, las cuales guían al aficionado o aprendiz a enrollar la cuerda o guaral sobre su superficie). Quien me conocía ni de vaina me invitaba a competir, pues si perdía le lanzaba el trompo al ganador.
Gurrufío:
Juego tradicional que se elabora con dos laminas circulares de metal, dos tapas de botellas aplastadas, en la versión actual, ensartadas en un cordel o pabilo sobre las cuales se ejerce tensión con las manos, para ejecutar un movimiento giratorio rápido, se hacen competencias tratando de cortar las cuerdas del oponente con las láminas metálicas. Poco me interesó.
Metras:
Se impulsan con los dedos pequeñas bolitas de barro, semillas o vidrios de colores, hasta pegarles a la de los otros competidores. En este si fui un as, o tal vez mis primos y amigos, conociendo mi nivel de locura agresiva, me dejaban ganar las partidas.
Perinola:
Este elemento está compuesto de dos partes: la superior o cabeza y la base o mango, ambas sujetas y unidas por una cuerda, el juego consiste en tratar de ensartar la parte superior en la base o viceversa, de forma lenta o rápida, dependiendo de la preferencia del jugador. Pocas veces gané una competición de este juego, torpe e impaciente no atinaba a ensartar en el huequito de la parte superior el palito de la inferior y terminaba lanzando la perinola contra el suelo. Esa referencia al huequito me trae a la memoria el caso de una dama cuyo monte de Venus era una tupida montaña, se va a la cama con una conquista, se desnuda, apaga la luz, y el don juan que había ido al baño a mear, al disponerse a penetrarla toca aquel pelero y le dice: “Mi amor, no encuentro el camino, echa una meadita para orientarme”.
Yo-Yo:
Es un juguete elaborado en madera o plástico, que consta de dos partes iguales separadas por un corte hecho alrededor del mismo, por donde pasa una cuerda –guaralillo- que mide aproximadamente tres metros; esta se anuda al dedo del jugador, quien luego de enrollar el guaralillo en el corte que divide las dos tapas, lanzará el Yo-yo para hacerlo descender, ascender y girar sobre sí mismo, dependiendo del estilo y modalidad seleccionada por éste; hay dos maneras de jugar al Yo-Yo: el “perrito”: consiste en lanzar el Yo-yo hacia abajo, tratando que el mismo se deslice sobre la cuerda, luego, se deja correr por el piso, procurando incorporarlo al ritmo normal del juego, y el “columpio”: una vez lanzado el Yo-yo se deja deslizar, sujetando la cuerda un poco menos de la mitad, con el otro extremo de la cuerda se forma un triángulo, y se introduce el Yo-yo en el centro, dejándolo balancear, para luego incorporarlo al ritmo normal del juego, poco lo jugué. De adulto” he preferido el “perrito” en el juego “papá y mamá”.
El escondite:
Uno del grupo pegado a una pared y con los ojos cerrados debe contar, por ejemplo, hasta 30 o 50, el resto se oculta, si es en una vivienda en las desiertas habitaciones, baños, cocina, etc., o tras las puertas, al finalizar de contar el que comenzó primero debe buscar afanosamente hasta que encuentre a alguien, usualmente ocurre que los niños y muchachos no aguantan la risa cuando el “buscador” les pasa cerca, entonces, descubre al que se rio o hizo un ruido, y éste a ocupar el papel del que cuenta. Siempre hacía trampa, me separaba de la pared y miraba al más pendejo que tardaba en esconderse, también trataba de esconderme en el mismo sitio de alguna de las muchachas para aprovechar la oscuridad y tocarla haciéndome el pendejo “No que va mijo, zapatea para otro lado, escóndete en otra parte, ya se cuáles son tus intenciones, perverso”, ni modo.
La gallinita ciega:
Se escoge a uno del grupo a quien se le vendan los ojos y se le da varias vueltas para que pierda el sentido de orientación, el grupo lo rodea, y el que hace de gallinita ciega trata de agarrar a cualquiera y si atina saber quién es, a pesar de estar vendado, entonces, éste o ésta pasa a ser la gallinita ciega, también se practicaba en las piñatas, a los niños se les da un palo de escoba, se le vendan los ojos, las vueltas para que se desoriente y la piñata, llena de caramelos, pitos, y lo que se le ocurra a los padres del cumpleañero (a), bamboleándose sobre la “gallinita ciega” sujeta a una cuerda amarrada de un árbol y manipulada por un adulto, y los gritos de los concurrentes, “dale, dale, dale”, van pasando los niños, cada uno en su turno, hasta que le corresponde al protagonista del cumpleaños y entonces usualmente la piñata que ya había sido golpeada, se la deja descender muy cerca del feliz cumpleañero para que termine de romperla, cayendo los caramelos y demás pendejadas, y la lucha del grupo de infantes, y de las “nanas” para agarrar (para los niños que cuidan)el mayor número de dulces posible;
Las eres:
Se inicia cuando alguien toca a uno del grupo diciéndole, tú “la eres”, entonces todos corren y la “eres” ha de tocar a otro diciéndole esa pendejada “la eres”, y así sucesivamente, este juego nunca me gustó, me parecía idiota.
Rojo y queto
De adolescente un carajo me jodió con la broma del juego “rojo”, “Quieres jugar rojo”, y yo como no sabía que se trataba de una joda, inocentemente pregunto “¿Y cómo se juega esa vaina?” …. “Muy fácil, tú te agachas y yo te cojo”, y ante mi cara de arrechera, el gran carajo “Pero si no te gusta ese juego, podemos jugar queto, y yo de bolsa, vuelvo a caer en la trampa “¿Cómo es ese juego?” …. “Parecido al rojo, tú te agachas y yo te lo meto”. Me enfurecí, me le fui encima, pero el tipo se me escabulló, corrió como un galgo, no pude darle alcance, desapareció del grupo de amigos por varios días esperando que se me pasara la arrechera. Es lo que le pasaba a mi amigo Juan Angulo, el profesor pasando la lista de los estudiantes cuando leía “Juan Angulo”, un típico jodedor de la clase gritaba “Le dan por el culo”, y eso se repetía una y otra vez, entonces, el profesor decide nombrar al pobre Angulo primero por el apellido “Angulo, Juan”, y el jodedor “igual le dan”.
Los juegos de mesa poco me llamaron la atención, participaba en juegos tales como el ludo y monopolio, pero con desgano, prefería la acción. No he tenido, ni tengo paciencia para esos juegos “intelectuales”, sentado como un “bolsa” horas de horas como es el dominó, nunca me ha interesado aprender ese juego, apenas pongo las piezas, y quien me toca de compañero se molesta profundamente, en venezolano “se arrecha”, porque me equivoco constantemente y perdemos la partida. Hay jugadores que son capaces hasta de herir de muerte al compañero si pierden por su culpa, esos fanáticos pueden estar sentados durante horas y hasta días sin pararse de la mesa donde se juega, salvo para hacer sus necesidades. Tampoco el ajedrez me ha interesado, dicen que es un juego de estrategia para gente inteligente, tal vez soy algo bruto para practicarlo.
Acerca del dominó ahora recuerdo el cuento de 4 españoles jugando una partida, uno le dice a su compañero de juego: “Juan ¿Qué es de la vida de tus hijos?, y Juan “Pues les ha ido muy bien, el mayor, el ingeniero ha construio unas casas maravillosas en Valladolid, el del medio, el abagao, sabes, ha sio nombrao magitrao en Sevilla” … No dice más, y el impertinente amigo insiste “Pero, dime Juan y el menor, ¿qué ha hecho el menor?”, y Juan “pues la verda, la verda, no ha estudio na, pero se tira unos peos, madre mía, suenan como cohetes y cómo huelen, te digo que el otro día se lo tiró en un ascenso y una señora no aguantó el olor, se desmayó”. Me ocurrió un día, tomo un ascensor, persona, soy el único ocupante, pulso el botón del piso al que voy, y me tiro un pedo, carajo, en el primer piso se detiene y entra un tipo “Fo, fo, fo, nojoda, alguien se tiró un soberano pedo”, me miró, me hice el guebón hasta que al fin el ascensor se detuvo en el piso al que iba. Un lunes en la mañana, con ese ratón después de un domingo de farra, entro al ascensor del edificio de los tribunales, atestado de abogados, empleados de juzgados, pasantes, y siento el típico ronroneo del colon, coño un pedo, me lo tiro o no, temía que sonara o me cagara y fuera descubierto, pero la tripa me jodía, así que me arriesgué, lo dejé salir con cuidado, silente, pero me dejó un ardor al salir y qué olor, putrefacto, como el de un muerto, la reacción colectiva fue inmediata “Fo, fo, carajo, alguien se tiró un pedo, debe haberse cagado el gran carajo”, y yo sí, sí, qué bolas, qué falta de consideración, el ascensor se vació en el primer piso.
Escribe Roberto Graves en su novela histórica “Claudio, el Dios y Mesalina”, atribuyéndole al emperador romano un supuesto consejo médico que le diera Jenofonte respecto de la necesidad de soltar las flatulencias:
“Antes de que se me olvide, debo registrar dos consejos respecto de la salud, que aprendí de Jenofonte. Solía decir “Es un tonto el hombre que antepone sus buenos modales a la salud. Si te molestan los gases, no los retengas. El estómago sufre mucho con ellos. En una ocasión conocí a un hombre que casi llegó a matarse por retener gases. Y si por uno u otro motivo no puedes abandonar la habitación –digamos que estás sacrificando o hablando ante el Senado-, no temas eructar o expeler los gases donde te encuentres. Es mejor que los que se encuentran a tu lado sufran un pequeño inconveniente, y no que te perjudiques en forma permanente”[1].
Es lo que hizo mi primo Alfredo (no sé si referí antes esa historia, no importa, la voy a relatar). Tendríamos 14 o 15 años (soy un año mayor que él) cuando camino de su casa a la mía, ubicadas en la misma urbanización, a unos 300 a 400 metros de distancia, pasábamos frente a la residencia de una familia que yo conocía, en la puerta de la quinta la hija, adolescente como nosotros, bella rubia, se hallaba en la acera en compañía de una amiga, otra adolescente, nos detuvimos, las presentaciones de rigor Flora, así se llamaba la rubia, me presenta a su amiga, y yo mi primo a ambas, pero en el instante en el que Alfredo le dio la mano a Flora dejó escapar una sonora flatulencia, ambas jovencitas alarmadas exclamaron al unísono “mal educado, cerdo” y el primo sin inmutarse “Prefiero perder una amistad a una tripa”.
El único juego de “mesa” que sí me llamó la atención y que practiqué fue el “ping-pong”, aunque tiene un lado “ladilloso”, esa pelotica a cada instante hay que buscarla porque se sale del espacio de la mesa cuando los jugadores la golpean con fuerza. Además, esos ases del ping-pong que te mienten, te dicen que son unos novatos, pero tú ya habías oído hablar del tipo que era un diestro jugador (un león “afeitado”) “no chico, ¿cómo carajo voy a jugar contigo, apenas manejo la raqueta para devolver la pelota, y me han dicho que tú eres un as?... y el tipo insistiendo, para joderte delante del grupo, y uno negándose hasta que los mirones te gritan “pero juega Meier, vas a recular”, y entonces, cedo a la presión y acepto, y por supuesto, no logro ni un puto punto, y el grandísimo gran carajo con su media sonrisa de satisfacción, borrada con el golpe que recibe en la cara de la raqueta que le lancé con toda mi fuerza, y bueno, la inevitable pelea, aupada por el grupo de facinerosos. Por esa razón, entre otras ocasiones, y por motivos razonables, fui expulsado por la tía Tania de su casa. “A tu casa, fuera de aquí, eres insufrible, creo que estás loco, ¿a dónde irás a parar con ese carácter?, ya llamo a tu mamá”.
Se me olvidaba lucha entre vaqueros e indios: influencia de los films norteamericanos, los vaqueros con sombreros y los indios, con unas plumas en la cabeza, imitación de las que utilizaban los indios americanos, si las había, o sin nada, y con arco y flechas de goma, juego para los niños de familias “acomodadas”, nadie quería ser indio porque en los films, los western, los indios siempre eran derrotados por los “buenos”, los vaqueros blancos; sin embargo, yo asumía sin peros el papel del indio por mi conducta “salvaje”. “Seré el jefe indio toro sentado, digo toro cagao”. Les quitaba la goma a las puntas de las flechas y el ¡Ay, no joda!, de la víctima, desistieron de jugar conmigo.
Y carritos que sólo se podían mover con las manos (nada de esos de ahora, que se dirigen desde un control), montábamos triciclos (los más afortunados), la casa para comer y dormir, la mayor parte del tiempo en la calle, y en mi caso, además de la Plaza Flores en el Puerto, el inmenso patio exterior del caserón de San Esteban, el río, el monte, los camburales. ¡Ah! y el juego a “papá y mamá”, a los 7 años tenía una libido fuera de lo común, les decía a las amiguitas de mi hermana Beatriz (en la casa de los abuelos), juguemos a papá y mamá, enséñame tu cosita que yo te enseño la mía, me colocaba detrás de la niñita y la apretaba rodeándole con mis brazos por su cintura. Si hubiera nacido en esta época tal vez hubiere sido enjuiciado por acosador, niño sexualmente pervertido y perturbado como pepito, a quien su amiguita luisita le chupó el pajarito, y él por curiosidad le pregunta ¿A qué te supo? Y luisita “a maní algo salado”
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