El orejón
El
orejón
Henrique Meier
Esta historia me la
contó mi amigo Luis, compañero desde la infancia desde que compartimos aula en
la primaria y el bachillerato. La historia sucedió en la década de los noventa,
mi amigo un hombre bien parecido: alto, cabello castaño (le envidiaba su
abundante cabellera, yo que comencé a perderla a los veinte años), de
complexión atlética, extrovertido, simpático. Un astuto comerciante, no era
millonario, pero sí un hombre rico, casado con una bella mujer de cuerpo
envidiable, no había perdido su silueta a pesar de los tres hijos del
matrimonio. Y aunque, pensaba, disfrutaba esa hembra, Luis seguía mujereando.
Yo le preguntaba por qué carajo seguía ligándose con una y otra no obstante
tener a su lado a una exquisita esposa y madre de sus hijos. - La variedad
brother, la variedad, aburre meterlo siempre en el mismo agujero, además, cuando
te tiras a otras, dan ganas de singarte a la tuya, al menos eso me sucede a
mí-. Pensaba que mi amigo tenía la mente podrida.
Una tarde mientras
bebíamos en un bar en Las mercedes me contó esta historia. Había conocido a una
hija de italianos, una super hembra según él -No joda loco, pelo negro, ojos
negros, blanca, senos naturales, sin silicona, erguidos, y de esos de piel
suave que acaricias con las manos, un prodigio, un culo en forma de manzana,
duro, duro, hermosas piernas, pies pequeños y bien formados. - Y mientras ese
casanova iba describiendo detalladamente a su italiana, imaginaba aquel
portento, y le envidiaba. A los pocos días de trabar conocimiento con esa
hembra, Luis la encamó, no le costó mucho, su porte, su labia, sus signos
externos de riqueza: traje costoso, zapatos de primera, reloj de oro, un BMW.
La llevó a una discoteca de la época, y luego al Hotel Tamanaco, suite de lujo,
la tipa obviamente deslumbrada. A los dos meses, Luis como todo “pica flor”, se
cansó de su italiana, pasó a otra. Pero, a los tres meses de haberla dejado se
volvió a encontrar con ella en un centro comercial, le veía el vientre algo
abultado. - Estoy embarazada, y creo que es tuyo. – Luis se angustió ¡Será
posible?, no obstante, volvió a singar con la italiana. - Me la seguí cogiendo
brother, salvo mi mujer, no me había tirado a una embarazada, lo hacía de
ladito, me cagaba joder su embarazo, ella quería el niño o niña. Tres meses
después, la italiana con seis meses de embarazo, Luis picó cabos. - Lo pensé
pana, lo pensé, no estaba seguro de que yo fuera el responsable del embarazo,
además, no me atraía esa barriga, bolas. -
Pasaron cuatro años, y
de pronto Luis se tropezó con la italiana en un restaurante, Patricia, ahora
recuerdo su nombre. Ella se hallaba sentada con un carajo moreno con rostro de
malas pulgas, sin embargo, se levantó para saludar a mi amigo y sin importarle
el sujeto que la acompañaba le dio su número de teléfono y le sugirió que la llamara.
- Coño Enrique, el parto la había mejorado, estaba más buena que antes del
embarazo, los senos mas grandes, las caderas, la tipa en su punto como una
fruta madura-. Luis la llamó, ella le dijo que residía en un edificio en Santa
Mónica, un apartamento que le había regalado su padre, un italiano asociado a una
empresa constructora. Quedaron en verse. Mi amigo llegó al edificio, tocó el
intercomunicador, la italiana le abrió, subió por el ascensor, el apartamento
en el primer piso. Toca el timbre y Patricia abre enfundada en una bata
transparente sin sostén y unas pantaleticas mínimas, Luis se le encimó, ella lo
contuvo. -Calma mi amor, vamos a tener tiempo, primero quiero que conozcas a tu
hijo, - ¿Mi hijo, ¿mi hijo?, ¿no puede ser, no puede ser? - Bueno espera y
verás. Se sentaron en el sofá de la sala, Patricia llamó al niño- Luis.
Luisito, ven a conocer a tu papi- Coño brother, vino corriendo hacia mí un
carajito con unas orejas como las de Dumbo, un orejón de piel marrón oscuro el
carajito, poco le faltaba para coger vuelo con esos orejones, vino con un
cuaderno y unos lápices de colores en la mano, se me acercó, y Patricia- este
es tu papá Luisito-. Mi amigo estaba asombrado e incrédulo, el Dumbo marrón,
con voz ronca, algo raro en un niño le dijo- Dibujos papi, quiero dibujos-. Sin
salir de su asombro Luis dibujó una casita con varios árboles, un río y unos
pájaros sobrevolando. Dumbo estaba feliz. Patricia llamó a la chifa y le ordenó
que llevara al niño al parque. La empleada salió con el niño y Patricia condujo
a Luis a la alcoba, bueno y allí singaron como locos, mi amigo obvió lo del
niño, aunque antes de singar le dijo- Chica cómo ese niño puede ser hijo mío,
fíjate el color de mi piel y de la tuya, somos blancos, y ese carajito es
marrón. No obstante, tiraron. -Coño hermanazo, ya sabes, no joda, es difícil no
rendirse ante una hembra, por eso los hombres se joden-. Quedaron en volver a
verse la semana siguiente. Luis, a pesar de su incredulidad respecto de su
supuesta paternidad, siguió adelante, la tipa estaba demasiado buena, es el
error de muchos hombres que olfatean el peligro, más siguen adelante. Detuvo el
carro frente al edificio, tocó la corneta, Patricia se asomó por la ventana del
dormitorio y le hizo señal con la mano que esperara, que ella bajaría, en eso
apareció Dumbo en el balcón del apartamento y comenzó a gritar- PAPÁ, PAPÁ,
PAPI- una vecina un piso más arriba se asomó en su balcón. -En ese momento,
brother, comprendí que me estaba metiendo en un peo, me deslicé en el asiento
del carro, encendí el motor y hui hasta el día de hoy, bueno, a los meses, no
sé cuántos, me encontré en un restaurante con una amiga suya, le conté lo del
orejó, ¿sabes que me dijo, Luis, ese no es hijo tuyo, es de un novio que tenía
antes de conocerte, un tipo moreno oscuro, un limpio, y claro, para una mujer
es mejor contar con un padre con plata- entonces asocié esa descripción con el
carajo moreno mal encarado que estaba con ella el día del restaurante, de esa
me salvé….
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