La realidad supera la ficción
La realidad supera la ficción
No había forma de esconderse, de pasar desapercibido, Stalin lo veía
todo, todo lo escudriñaba, todo lo oía, desde su despacho en el Kremlin, para
ello contaba con sus perros feroces: sus espías y esbirros, nadie estaba a
salvo, ni el comunista más fervoroso del catecismo marxista, ni el que se creyera
el más leal al partido, bastaba una leve sospecha para que le cabeza del
infeliz pendiera de un hilo. A veces ni siquiera una sospecha infundada,
simplemente el capricho del gran matarife, su sed de sangre. Que nadie
sobresaliera, se distinguiera, eso no lo perdonaba el dueño de vidas y muertes en
la Unión Soviética. En su pervertido cerebro las palabras perdón, tolerancia,
compasión, no existían. Su negro espíritu se alimentaba, a semejanza de las
aves de rapiña, de carroña y muerte. Así como al ávido de dinero, el codicioso,
no le satisface una suma determinada, quiere más y más, al monstruo, la "gloria
de Giorgia", nunca le fue suficiente, hasta su fallecimiento, el número de
muertes que directa e indirectamente causó: ¿20, 30, 60 millones? Y nadie podía
escapar, trató Trotski, durante 13 años escapó de las garras del tirano, se
refugió en México, en una suerte de pequeño cuartel, con pequeñas torres para
la vigilancia, altas paredes, guardias de seguridad las 24 horas, para un
carajo le sirvió su refugio, allá fue la muerte encarnada en un camarada que lo
odiaba cumpliendo órdenes del Jefe supremo, unos disparos, o un piolet clavado
en el cráneo acabó con la vida de quien se creía el máximo teórico de esa mierda
ideológica como lo es el marxismo en sus diversas versiones. Habrase visto algunos
padres ponerle Stalin por nombre a sus hijos.
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