Confesiones poco agradables para almas puritanas





“Yo estaba sentado en un bar de Western Avenue. Era alrededor de la medianoche y me encontraba en mi estado habitual de confusión. Quiero decir, bueno, ya sabes, nada funciona bien, las mujeres, el trabajo, el ocio, el tiempo, los perros…Finalmente sólo puedes ir y sentarte atontado, totalmente noqueado y esperar, como si estuvieras en una parada de autobús aguardando la muerte”[1].
¿Y cómo evitar ese estado de confusión?, ¿Qué es la historia de la humanidad sino un desquiciamiento colectivo constante?, ¿Cómo no estar confundido?, dejo mi confusión de lado y continúo con mis recuerdos. Ese recuerdo de la hermosa que una tarde de octubre esperé inútilmente en la esquina de San Francisco en el centro de Caracas, estuve allí parado frente al Capitolio unas dos horas ¿vendrá?, ¿no vendrá?, no puede ser que me “embarque” (argot de la época: que no cumpla lo acordado), a lo mejor tuvo un inconveniente”,  y sin posibilidad de llamarla, pues en esos años no habían inventado el teléfono móvil (que llamamos aquí “celular”, no sé por qué razón), y el desosiego creciendo, y esas ganas que le tenía, la había imaginado desnuda, esos senos que vislumbraba tras su camisa, el culo que podía percibir en forma de durazno en sus apretados jeans, las piernas que había visto un día que llevaba falda, el pelo negro, los ojazos verdes y esa mirada de hembra desafiante, segura de sí misma, de su belleza, de su atractivo, a las dos horas, “no vino la gran hija de puta, ¡qué se joda!”, ¡no!, ¡no!, el que se jodió fuiste tú, y no era la primera, ni sería la última vez, pues ellas, sabiéndose lo hembras que eran y tú con esa desesperación erótica, jugaron contigo como les dio la gana. A los días nos encontramos, se excusó, y por supuesto, me importó un bledo si era verdad o cuento la razón por la que no fue a la cita, el solo verla me borró la angustiosa tarde de la inútil espera, y le escribí unos versos que extravié, recuerdo algo: “Llevas en tus ojos el atardecer de tu tierra natal, cuando me miras tiemblo, todas las células de mi cuerpo se estremecen, gobiernas mi corazón, me inclino ante tu belleza, y me declaro súbdito de tu reino que espera la gracia de tus besos, me muero por abrazarte, sentirte entre mis brazos, ¡Qué más podría pedirle al Creador!”, reconozco que carecen de valor literario, no importa, dieron resultado, la tuve, la gocé, me faltó hornearla y comérmela, ¿Para qué más podría servir la poesía? Me dirán “Y dale con el sexo, parece que este carajo está obsesionado con el sexo”. No sé si será obsesión, eso podría aclararlo un psiquiatra o un psicólogo, pero no me importa si es así, a mis años sigue siendo una de mis fundamentales motivaciones, de manera que seguiré escribiendo sobre el tema.
En lo referente al sexo somos harto diferentes los hombres de las mujeres, me refiero a los heterosexuales, especie en vías de extinción (no sé si ya expresé ese concepto en otra parte, no importa, qué más da, no vaya a participar en algún concurso literario). El hombre hembrero siempre quiere, anda por allí mirando las hembras, al acecho, cazando, desesperado por encamar a una que le guste. Un amigo médico me explicaba los signos que delatan al loco erótico: estás en un bar y entra una suculenta hembra, los ojos casi se te salen de las órbitas, las pupilas se agrandan, le miras el culo, las piernas, los senos, tragas saliva, el ritmo cardíaco se acelera, comienzas a sudar frío, metes la barriga, inflas el pecho y si eres osado le diriges la palabra, un halago, si es que no te falla la voz. Y ella, astuta por naturaleza, al pasar cerca de ti percibe el impacto que te ha causado, ni se inmuta, le sobran las ávidas miradas masculinas.
En cambio, la mujer tiene sus días, no está pensando constantemente en cogerse (follarse) a un macho, y ella, consciente de ello, le saca partido a esa ventaja. Es el caso de aquel andaluz cuya mujer era una súper hembra, de esas que paran el tráfico de lo buena que estaba, y naturalmente el hombre cachondo detrás de ella: “Vamos a la cama mujé…que me muero de ganas, de solo verte se me pone duro, -Hoy no Pedro, es que me duele la cabeza”, y otra noche, “ Mariza de mi arma, mira que he comprao del vino que te gusta, compláceme mujé que me muero por ti”-No, Pedrillo estoy cansaa, esos chicos son unos demonios, todo er día tratando de controlarlos”, y otra noche la misma historia “Tengo el período, ¿no serás acaso vampiro?”. Y el pobre hombre desesperado la invita un sábado a visitar el zoológico, y allí, frente a la jaula de un gorila, el orangután al mirar al hembrón comienza a rugir y a darse golpes en el pecho, y ella  “¿Qué le pasa Pedro?”,  y Pedro pues muje que le has gustao, a ver ¿Por qué no le enseñas una teta?”, y ella “¿estás loco?, ¿pa qué?, y Pedro, “po joder muje, po joder, na más?, y la tipa se saca un seno, y el gorila ruge con más fuerza, y Pedroenséñale la otra, mujé”, hace lo mismo con el otro seno, y el gorila tratando de abrir los barrotes de la jaula, y Pedro insistiendo, enséñale tu linda vagina”. Y la exquisita granadina, morena color canela, ojazos negros como la noche, pelo azabache hasta la cintura, senos erguidos, de morenos pezones, lunar en medio de esas delicias, culo duro en forma de manzana… (¡Dios! se me hace agua la boca imaginándola) “¿te volviste loco?, ¿y si se ese animá se sale de la jaula?... Y el vengativo marido “Qué no mujé ¿cómo se va a salí?, esos barrotes son muy fuertes”, entonces ella accede, se baja las pantaletas y le muestra su enorme vagina al gorila, y éste en el extremo de su impulso sexual abre los barrotes y se le encima a Maritza, y ella a correr gritándole al marido “¿Y ahora qué hago pedrillo?, ¿qué hago?... Y Pedro, riéndose de la situación “pues, mujé, dile que estás cansaa, que te duele la cabeza, que estás menstruando”.
Al tiempo a la pareja le nace otro niño, a los días Pedro le comenta a la madre: “Marisa, ¿no te as fijao que el nene no abre los ojos? Y Maritza “no te preocupes pedrillo, eso no es na, es un recién nacio”, y pasan los días, y los días, y Pedro con la misma pregunta, y la mujer con la misma respuesta, hasta que un día el hombre arma un follón y la dice a la esposa que él lo llevará a un pediatra. Se presenta con el niño que ya tenía unos 3 meses “Mire doctó, este niño, ya tiene tres meses y no abre los ojos ¿es normá? El galeno se queda mirando al bebé y le pregunta al padre “Dígame amigo, ¿dónde trabaja su mujé suya?  Y Pedro “pues en un negocio de chinos”, y el médico “pue le digo mi amigo, el que tiene que abrí los ojos es usted”.
Acerca de las mujeres, pensaba que Miller (Henry) se enfocaba sólo en el sexo, pero leyendo su Libro “Henry Miller[2]. Mi vida y mi tiempo”[3], descubro que su interés no era sólo “copular”, le gustaba estar rodeado de mujeres:
“Para mí, copular no es lo más importante. Me interesa más pasar un buen rato con una mujer y, si se trata de eso, también me agrada. Ahora ya no es una cuestión sine qua non. Me gusta que haya mujeres a mí alrededor, como también sería agradable que hubiera flores. Aportan algo a la atmósfera; hacen que la vida sea más interesante. Siempre he preferido tener mujeres a mi lado que hombres”.
Paul Auster se refiere a esa diferencia entre el hombre y la mujer a propósito de la relación de Archie Fergunson, personaje principal de su novela “4, 3, 2, 1”, en una de sus 3 o 4 existencias alternativas, con Amy (amiga en una, amante en otra, hermanastra en una tercera):
“La intimidad física que se había creado entre ellos era ya tan intensa que Fergunson a veces tenía la impresión de conocer el cuerpo de Amy mejor que el suyo propio. Pero no siempre, y por tanto era esencial escucharla y seguir sus indicaciones en las cuestiones físicas, prestar mucha atención a lo que le decía con los ojos, porque alguna que otra vez interpretaba mal las señales y hacía lo que no debía, como abrazarla cuando a ella no le apetecía, y aunque nunca lo rechazaba (cosa que solo incrementaba su confusión) notaba que ella no ponía todo su empeño, que copular no era en lo que ella pensaba en aquel momento, a diferencia de él, que siempre lo tenía en la cabeza, sino que permitía que siguiera adelante y le hiciera el amor de todas formas porque no quería decepcionarlo, sometiéndose a sus deseos con una especie de participación pasiva, un acto sexual mecánico, que era peor que no hacer nada, y la primera vez que pasó, Fergunson se sintió tan avergonzado que juró que no volvería a suceder, pero volvió a ocurrir, dos o tres veces más, con lo que, finalmente, llegó a entender que hombres y mujeres no eran iguales…”[4].
Y tú, si eres un hombre y lees estas incoherencias ¿crees que puedes entender a las mujeres? Imposible mi amigo, es un espejismo, ese mito del sexo débil, a menos que se trate de una redoma tonta, las mujeres en general son más astutas que los hombres, se me dirá que generalizo, tal vez, sólo hablo por mi experiencia, y no sólo más astutas, más fuertes, sin ellas estamos perdidos, un hombre solo, -me refiero a los heterosexuales, - no sirve para nada. Tengo amigos que en su época de bonanza económica y juventud se sentían capaces de prescindir de una y otra mujer, pero con la inevitable decadencia de los años, andan por allí solos como perros sin dueño, descuidados, mal alimentados. Lo confieso, al menos yo lo confieso, no sé vivir sin la compañía femenina (a esta edad no quiero convertirme en una herida ambulante, un coágulo de nostalgias). Y no únicamente por lo del sexo, es mucho, pero mucho más, que la posibilidad de revolcones seguros, es el cuido porque las novias, esposas, concubinas sustituyen a las madres, ¿Acaso no te has percatado que uno busca en la mujer con la que quieres compartir tu vida el modelo, o lo que más se asemeja, de tu madre?, a menos que seas un hijo de puta. Le escribí a una bella que me ignoró completamente, con esa fría indiferencia tan característica de las hembras:
       “Deseo
A la bella dama que ignoró
Este poema

Quisiera mordisquear
El lóbulo de tu oreja izquierda
Susurrarte cómo me gustas
Con tus manos fuertes
Y cálidas
Con tu voz de cantante
De los años cincuenta
Con tu cuerpo de
Hembra que se sabe
Deseada por ávidos
Ojos varoniles
Quisiera conocer
Tu intimidad
Que me abrieras
Tus puertas una a una
Disfrutar tus tesoros
Sin robarme tus secretos
He dejado el traje de
Pirata en el armario
Es el poeta quien te implora…”[5]

Por supuesto, la bella “no me paró bolas” (expresión venezolana), no me hizo caso, como tantas otras en el pasado; sin embargo, esos fracasos amorosos no me paralizaron, continué tratando de encamar a otras con los fracasos y éxitos inherentes a esas lides. A propósito de la ancestral sabiduría erótica femenina, en la novela de Vargas Llosa[6]: “El héroe discreto”, una de las protagonistas refiriéndose a la astucia de las mujeres para “pescar” al hombre seleccionado expresa:

 “Al mismo tiempo, con una sabiduría que sólo tenemos las mujeres, una sabiduría que nos viene de Eva en persona, que está en nuestra alma, en nuestra sangre, y, me imagino también en nuestro corazón y nuestros ovarios, Armida comenzó a armar la trampa en la que el viudo devastado por la muerte de su esposa caería como un angelito”[7].

¿Y cómo no caer?, ¿Cómo no rendirse ante las miradas, el cuerpo, las insinuaciones de una hembra?, a menos que milites en el otro bando o seas de mármol. Hace unos cuantos años fui invitado a una reunión de tragos por una ex­ alumna en la residencia de una de sus hermanas. Me acompañaron dos amigos. Una suntuosa mansión, el marido de la dueña de casa era un hombre acaudalado. Nos llevaron a una pérgola, limítrofe con una piscina en un extenso patio trasero, numerosas plantas, nos sentamos en cómodas sillas, y un mesonero nos sirvió tragos de un wisqui costoso (Johnny Walquer 16 años). A los minutos apareció mi ex alumna con otra de sus hermanas (al parecer eran 4 hembras en su familia), una hembra alta, delgada, buenas piernas y culo, morena clara, mostraba parte de sus morenos senos en su pronunciado escote. Mi ex alumna de nombre Isabel nos presentó a su bella hermana, Cora creo que así se llamaba. Se sentaron con nosotros y excusaron a los anfitriones, habían tenido que salir para no sé qué diligencias, regresarían más tarde. Empezamos a libar, al rato Cora se sentó a mi lado y me susurró al oído: “Ve al baño, esa puerta que puedes ver desde aquí, al frente, dejas la puerta sin cerrojo y apagas la luz, en unos minutos estoy contigo”. Gratamente sorprendido, pero sin manifestarlo, abandoné el grupo y fui al baño, hice lo que la dama recién conocida me indicó. Efectivamente, al cabo de unos minutos apareció la morenaza, puso el cerrojo y me dijo que me sentara en la poceta, lo hice, me abrió la bragueta y me lo mamó con la experiencia de una puta, se quitó las bragas y se me montó, carajo, un regalo de la vida, un polvo delicioso. Salió primero, yo unos minutos después. Luego, integrados al grupo, conversamos como si nada hubiera ocurrido, intercambiamos teléfonos, la volví a frecuentar en su apartamento (divorciada), unos 3 meses. ¿Qué vio en mí?, tal vez mi inocultable mirada libidinosa de irredento fauno. Una singadora (folladora), de esas que no necesitan motivos especiales para escoger a un hombre, no busca amor, tampoco dinero, sólo disfrutar del sexo. Leo esa experiencia y súbitamente recuerdo una parecida que me ocurrió mucho antes, en la década de los ochenta. En la fiesta de graduación de una ex alumna de la UCAB, ella me presentó a una hermana, bella rubia de unos 30 años, delgada, más con todos los atributos. Bailamos unos boleros, y cuál sería mi sorpresa, la hermosa rubia me susurró al oído que iría al baño y dejaría la puerta sin cerrojo, que esperara unos minutos y entrara tras ella. Así lo hice, y ¡Dios!, en la oscuridad nos dimos unos ardientes besos, se subió la falda y sentado en la poceta lo hicimos, otro regalo de la vida. Al terminar me dijo que saliera primero con discreción, lo hice. Luego salió ella como si nada y otra sorpresa: abrazó a un hombre alto que resultó ser su marido. Las mujeres son imprevisibles.



[1] Bukowski. No hay camino al paraíso.  Disponible en http://www.letrasperdidas.galeon.com/consagrados/c_bukowski12.htm.
[2] (Nueva York, 1891 - Los Ángeles, 1980) Escritor norteamericano. Henry Miller es sin duda uno de los talentos más destacados de la literatura norteamericana contemporánea y el paradigma del disidente y anarquista pacífico de su tiempo. Toda su obra es autobiográfica y vivencial; de ahí lo profundo de sus convicciones, expresadas en su entrega a la literatura como camino personal irrenunciable. Su naturalidad para tratar temas como el sexo y su denuncia de la hipocresía social en esta materia le valió la admiración de infinidad de lectores de todo el mundo y el tener entre sus adeptos incondicionales a las generaciones de inconformistas de su propio país de las décadas de los años cincuenta y sesenta de la pasada centuria. En 1923 realiza su primer viaje a Europa con su segunda esposa, June Edith Smith. Pero no es hasta 1930 que Miller decide establecerse en París, donde encontró bastantes temas para sus libros y un ambiente propicio para su vida bohemia y turbulenta. En 1934 publica Trópico de Cáncer (Tropic of Cancer), obra que será editada simultáneamente en inglés y francés. Los conflictos con la censura mantendrán esta obra inédita en Norteamérica hasta 1961; en esta época, Miller será ungido maestro de la proclamada revolución sexual del momento, pues trataba sin tapujos las situaciones de sexo explícito y mostraba una corrosiva ironía al referirse a los supuestos valores del puritanismo, ya sea en su versión francesa o norteamericana. Trópico de Cáncer es una crónica sobre la vida del propio autor en París; en sus andanzas de artista pobre y mujeriego se entrelazan una suerte de picaresca de sabor europeo con el irónico humor americano. La novela tiene una estructura poco convencional y está escrita en un lenguaje descarnado y hasta obsceno, pero indudablemente revolucionario y vital; en ella se manifiesta la preocupación de Miller por la búsqueda de identidad y la liberación del individuo de la maraña de mitos sociales que lo apresan. Su estadía en París significa el comienzo de amistades fundamentales en lo que a su vida y obra se refiere; conoce a Jean Giono, a Anaïs Nin y a Lawrence Durrell, quien compartía con Miller la postura vitalista que enseñaba la práctica y la celebración de lo corporal por encima de todas las adversidades, fórmula que tanto influiría a lo largo de toda su literatura. En 1936 publica el libro de narraciones Primavera negra (Black Spring). https://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/miller_henry.htm.

[3] Henry Miller. Mi vida y mi tiempo. Aymá, 1972.
[4] Paul Auster. 4, 3, 2, 1. Seix Barral, 2017
[5] Henrique Meier. Pasiones extremas. Poemario inédito.
[6] Jorge Mario Pedro Vargas Llosa. (Arequipa, Perú, 28 de marzo de 1936). Escritor, político y periodista peruano. Premio Nobel de Literatura 2010.Pasa su infancia entre Bolivia y Perú y al terminar sus estudios primarios colabora en los diarios La Crónica La Industria. En 1952 escribe una obra de teatro titulada La huida del Inca, que se estrena en un teatro de Lima. Estudia Letras y Derecho en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y empieza a colaborar profesionalmente en periódicos y revistas, siendo editor de los Cuadernos de Composición y la revista Literatura. En 1958 le conceden la beca de estudios "Javier Prado" en la Universidad Complutense de Madrid, donde obtiene el título de Doctor en Filosofía y Letras. Un año más tarde se traslada a París, y allí trabaja en diferentes medios hasta que logra entrar en la Agencia France Press y, más tarde, en la Radio Televisión Francesa, donde conoce a numerosos escritores hispanoamericanos. En 1965 se integra en la revista cubana Casa de las Américas como miembro de su consejo de redacción y permanece en ella hasta 1971. En esos años actúa varias veces como jurado de los premios Casa de las Américas. Posteriormente viaja a Nueva York, invitado al Congreso Mundial del PEN Club, e instala su residencia en Londres, donde trabaja como profesor de Literatura Hispanoamericana en el Queen Mary College. Durante este periodo trabaja además como traductor para la UNESCO en Grecia, junto a Julio Cortázar; hasta 1974 su vida y la de su familia transcurre en Europa, residiendo en París, Londres y Barcelona. En 1975 inicia una serie de trabajos cinematográficos, y en marzo de ese año es elegido Miembro de Número en la Real Academia Peruana de la Lengua. En 1976 es elegido presidente del PEN Club Internacional, cargo que ocupa hasta 1979. En Perú presenta el programa televisivo La Torre de Babel y en 1983 preside la Comisión Investigadora del caso Uchuraccay, dedicado a resolver el asesinato de ocho periodistas. A finales de los ochenta entra en el mundo de la política en Perú y en 1990 regresa a Londres, donde retoma su actividad literaria. En marzo de 1993 obtiene la nacionalidad española, sin renunciar a la peruana. Colabora en el diario El País y con la revista cultural Letras Libres. En 1994 es nombrado miembro de la Real Academia Española y ese mismo año gana el Premio Miguel de Cervantes; posteriormente es reconocido doctor honoris causa en numerosas universidades. Su obra ha sido traducida a más de 30 idiomas. En 2013 le conceden el premio Columnistas de El Mundo, en reconocimiento a su faceta periodística. https://www.cervantes.es/bibliotecas_documentacion_espanol/biografias/berlin_mario_vargas_llosa.htm.


[7] Mario Vargas Llosa. El héroe discreto. DEBOLSILLO, 2015.

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