Los hijos
Los hijos
Mucho he meditado antes de
escribir estas líneas. No digo “mis hijos” aunque es un dicho común, sino los
hijos porque no son míos, no me pertenecen, en cualquier caso, son más de la
madre por ser ella, como toda madre, la que los tuvo 9 meses en su vientre, los
sintió, formaban un solo ser hasta que nacieron, pero el cordón umbilical
continuó hasta su muerte en octubre de 2003, pues una mujer que asume con amor
y responsabilidad ese rol nunca,
mientras viva deja de serlo, de sentir y pensar como madre. La madre auténtica,
hay excepciones como todo en la viña del Señor (madres desalmadas, perversas,
que no merecen ese calificativo) nunca rompe esa suerte de cordón umbilical
psicológico, emocional, sentimental, pues todo lo que les suceda a sus hijos le
sucede a ella también. Mi propia madre, la abuela de los hijos, me decía a sus
91 años, antes de morir, que ella había sido privilegiada por Dios porque había
perdido sus padres, todos sus hermanos, sus tíos, primos, sobrinos, amigos
contemporáneos, pero tenía a sus cinco hijos vivos, murió en paz. Y vuelvo a lo
de los hijos, así lo expreso, pues éstos no son del padre, son de la madre,
reitero, de Dios para los creyentes, y en definitiva de ellos mismos. Hijos
pueden crecer en un hogar sin padre, aunque su presencia pueda ser importante
como figura de autoridad para orientar, corregir, inculcar valores, dar
ejemplo, proveer a la familia. Vengo de un hogar sin padre, murió cuando mi
hermana mayor tenía 13 años y la menor 4, yo 7. Siempre lo añoré, hubiese
querido compartir con él mis dudas, inquietudes, vicisitudes, en mi edad
adolescente y unas noches de tragos y cantos hasta el amanecer, ya de adulto.
Por eso digo en unos versos escritos hace más de 40 años “Mi padre, mi
querido padre se fue al mediodía de su vida con sus pesados pasos, y como el
padre de Neruda subió al tren de la muerte y hasta ahora no ha regresado, mi
padre, mi padre, si viera a su pequeño hijo trajeado de hombre con su corazón
ardiente y sus manos inútiles”. Sin embargo, tanto mis hermanos como yo tuvimos
un hogar ejemplar con dos madres: mamá “Bachita” y la abuela “Mamaén”, no
dejaré de alabarlas y añorarlas hasta el día en que me visite la parca.
Ahora quiero dejar un esbozo
sobre los 4 hijos que ayudé a crecer, no sé si lo hice bien, regular o mal. Los
padres carecemos de un manual que nos guie en esa compleja y delicada función,
aprendemos con los errores y eso lo pagan los hijos. Independientemente de lo
que ellos piensen sobre este padre, estoy orgulloso de los 4: Eduardo,
Verónica, Gabriela y Ricardo. Y lo estoy porque todos, sin excepción, tienen
fuertes y definidas personalidades, aman la libertad, la autonomía, la
independencia. Jamás caerían en idolatrías políticas o pseudorreligiosas.
Siendo diferentes tienen ese denominador común. Y eso me propuse, poner mi
grano de arena para que se formaran en ese concepto: la libertad de elegir, que
hicieran en la vida lo que quisieran, y de sus vidas lo que quisieran sin dañar
a los demás, ni a ellos mismos. Los 4 tomaron distintos caminos profesionales:
Eduardo, el mayor, es abogado, Doctor en Derecho, no por imposición del padre,
como pude ser testigo en mi carrera docente, de no pocos jóvenes que estudiaban
esa carrera por presión paterna, materna o de ambos. Eligió, libre de presión,
por su pasión por las leyes y la justicia, y así lo ha demostrado (descolla en
el ámbito profesional, docente y académico). Verónica, la mayor del sexo
fuerte, eligió el diseño de modas también en forma libre, a pesar de las
sugerencias de su madre y de quien esto escribe, para que estudiara otra
carrera. En su versátil inteligencia es capaz de realizar y con éxito cualquier
oficio o actividad que se proponga, es poetisa, febril lectora, magnifica en el
arte de la cocina. Eduardo También escribe poesía y de las buenas, aunque su
intensidad como abogado y su pasión académica le ocupen el espacio mental para dedicar
tiempo a esa infeliz, desdichada, trágica dama llamada poesía. No es arte, no
es nada, es un grito de dolor ante la tragedia de la vida humana, también de
alegría, de euforia cuando el amor roza el extraño corazón del poeta o de la
poetisa. Y Gabriela, la menor del sexo fuerte, mi pequeña Gabriela, de
estatura, más no de carácter, ¡Ay de quien se equivoque con ella!, podría
comandar un ejército, decidió, escudriñando su alma, el interesante campo del
turismo, con una evidente orientación hacia la ecología, ama la naturaleza, al
igual que Gabriel, su esposo y compañero de vida y proyectos. Y Ricardo, el
menor del sexo débil, también hubiera podido escoger cualquier carrera, eligió
idiomas modernos, la mejor escogencia para su auténtica vocación de caminante
sin rubo fijo, amante de la aventura, poeta, músico autodidacta, cantante,
amante de la prodigiosa naturaleza, de las montañas y ríos, del mar y sus
playas, de las mujeres, el mejor invento de Dios. Gusta de la vida al aire
libre, no quiere estar en una ciudad donde no pueda otear el horizonte. Los
cuatro son buenos en la cocina como lo fue su madre, mi amada y recordada
Marlen. Los cuatro aman la naturaleza, tal vez por alguna influencia de este
hombre a punto de cumplir 74 si Dios me lo permite. Los cuatro, reitero, aman
su libertad. Eduardo y Gabriela han formado familia, y de su madre les queda
ese amor que ella prodigó a la suya. Verónica y Ricardo parece que no están interesados
en formar familia, es su elección, la vida es única e irrepetible. Yo desde que
me hice adulto viví entre dos mundos: el profesional, el académico, el servidor
público, el familiar y el mundo de la bohemia o behemía (Willie Colón):
bebedor, poeta, cantante de serenatas y en bares, cultor de la diosa Afrodita.
Hoy estoy forzosamente jubilado del mundo serio de la responsabilidad
profesional y de la academia, me refugio en los libros, y camino sin tregua por
las calles de un pueblo español, hago teatro, canto en un coro, bebo con
moderación, bueno eso trato, una que otra vez hago un poema, escribo los
recuerdos de mi vida y de quienes me han acompañado en esta aventura inédita de
la vida. Y como no soy hombre de soledad, me volví a casar después de 5 años de
dolorosa viudez: Mary, el ángel que me cuida y amo con pasión adolescente.
Quiero decir que los 2 hijos varones han elegido, uno el camino académico (lo
que no impide que le dedique algo a las “horas clandestinas”, si tiene mi libro
de poesía con ese título sabrá a lo que me refiero) y el otro el de la aventura
y la bohemía. En fin, a los 4 les deseo desde lo más hondo de mi corazón que
sigan en sus caminos, que los recorran con lucidez y entereza, los amo y los
admiro. He escrito esto porque no sé cuando dejaré esta tierra que tanto amo, y
esta vida que, a pesar de las desilusiones y tropiezos, es una maravillosa
aventura.
Henrique Meier Echeverría, 8 de
noviembre de 2019
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