El barbero español anticlerical




El barbero español anticlerical

Me cortaba el pelo, entonces tenía “copete”, aunque mi prominente frente y el inicio de lo que llaman “entradas” presagiaban calvicie (papá, mis tíos Echeverría, mi hermano, mis primos hermanos, todos calvos), en una barbería que hacía esquina al final de la 3 Avenida de Las Delicias, a unos 100 metros de nuestra residencia. El barbero, un español grosero y anticlerical, mientras me pasaba la navaja clásica del oficio para redondear el corte en el “cogote” (al final del cabello, la frontera con el cuello) despotricaba de los curas y de las monjas, hablando con los parroquianos que esperaban su turno “esos curas mi amigo, o son maricos, o pederastas, o se dejan follar, así le decimos en España a coger, por otros curas, o se cogen a los carajitos en los colegios, o en las parroquias… ¿y las monjas? Se lo digo por experiencia, putas las condenadasusted las ve con los hábitos y rezando con caritas de yo no fui, coño, pero les arde la cuca, se follan a los curas que no son maricos, y a cualquiera si tienen la oportunidad, ¿saben el chiste del cura Pollagrande?, bueno así le decimos en España al guebo o paloma. Resulta que Pollagrande, ja…ja…ja, en verdad se llamaba el padre Juan, era el cura que daba misas, confesaba y daba comunión a las monjas de un convento, al lado del convento un tio tenía un burro, un día el animal lo tiró al suelo al ver a una burra y correr para metérselo, el hombre se cabreó, le cortó el miembro a su burro y lo lazó al convento, la madre superiora encontró los restos de la inmensa polla del burro y gritó “Hay de nosotras, caparon al padre Juan. Ja…ja…ja”, y yo callado, con ganas de responderle, pues en ese tiempo (tendría 14 años) consideraba una ofensa a Dios hablar mal de sus servidores, pero me abstenía de cualquier comentario no fuera el “sacrílego” (pensaba) a herirme con la navaja (“perdona chaval, no fue nada, me distraje un poco”), o lo peor cercenarme una oreja, o que me degollase como en las películas de terror. Tragaba fuerte y me callaba, y como me observaba un poco incómodo: “¿Qué te pasa chaval, tienes curas o monjas en tu familia?… “No, no, es que me caí jugando fútbol y me duele un poco una pierna”. Nada dije a mamá, menos a Mamaén. Planeé la represalia. El fígaro cerraba la barbería a las 5 de la tarde, esperé que oscureciera, conseguí dos piedras de regular tamaño, las escondí en el estacionamiento del edificio donde residíamos, me coloqué una gorra, y serían las 8 de la noche cuando salí de casa “¿A dónde vas Enrique a esta hora? - me interrogó mamá “a cambiar unas barajitas de béisbol con Jaimito”, vecino de cuadra. Me paré frente a la barbería, miré a uno y otro lado, y cuando vi que no había nadie lo suficientemente cerca como para identificarme (“moros en la costa”), estrellé los dos peñones contra el vidrio de la barbería y corrí como “alma que se lleva el diablo”, no pude percatarme del daño. Al día siguiente pasé por allí, y el fígaro enfurecido gritaba “me cago en Dios, en la ostia y en todos los santos ¿quién habrá sido el hijo de puta que me astilló los vidrios?”, tenía las piedras de la "justicia" en las manos, curiosos le rodeaban, se me quedó mirando. Por precaución busqué otra barbería, aunque tuviese que caminar varias manzanas, en casa no se enteraron de ese incidente, me lo callé.

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