La República civil y democrática: Excepción a la constante histórica de la República militar y autocrática.
La
República civil y democrática: Excepción a la constante histórica de la República
militar y autocrática.
Una
contribución contra la desmemoria de la historia. Publicado en soberanía.org, página
clausurada por la narcodictadura militarista comunista terrorista en septiembre del 2016, luego de la publicación
de mi último artículo “El aprendizaje de la resistencia”.
Prof.
Henrique Meier
Caracteriza a las repúblicas
democráticas la alternabilidad de los jefes de Estado o presidentes que, a
diferencia de los monarcas, no pueden mantenerse vitaliciamente en el poder, a
excepción de las repúblicas donde imperan regímenes dictatoriales y
totalitarios, como por ejemplo la Venezuela del primer tercio del Siglo XX, en
la que Juan Vicente Gómez concentró el poder desde que lo asumió en 1908 hasta
su muerte en diciembre de 1925 (27 años de poder dictatorial)[1].
En el continente americano los
procesos de independencia de las nuevas naciones, desde los Estados Unidos de
Norteamérica a la Argentina (siglos XVIII y XIX), se llevaron a cabo bajo el
estandarte del republicanismo democrático-liberal y el rechazo a la forma
monárquica de Estado. Ahora bien, por esas ironías del destino y la historia,
en la mayoría de las sociedades nacionales latinoamericanas el señor Presidente
(gobiernos presidencialistas) se convirtió, en la práctica, en un rey
cuasi-absoluto sin corona. Octavio Paz en uno de sus numerosos ensayos expresa al respecto:
“La
realidad central en nuestros países, como en España, ha sido el sistema
patrimonialista. En este sistema el jefe del gobierno –príncipe o virrey,
caudillo presidente –dirige al Estado y a la nación como una extensión de su
patrimonio particular, esto es, como si fuesen su casa”[2].
Y no es algo del siglo XIX, aquí en
nuestro país, Hugo Chávez Frías, electo democráticamente en 1998 para un
periodo de 5 años (Constitución de 1961), legitimado en el 2000 para un periodo
de 6 años conforme a la nueva Constitución de 1999, reelecto en el 2006 de acuerdo con el artículo 230 constitucional
y nuevamente en el 2012 con fundamento en la enmienda “inconstitucional “del
mencionado artículo[3], actuó hasta su muerte (¿marzo de 2013?) como
un auténtico rey medieval: concentró en su persona las decisiones fundamentales de los poderes nacionales (actos de gobierno, presupuestarios,
fiscales, financieros, legislativos, judiciales, electorales, etc.) y de la
mayoría de las gobernaciones y alcaldías, dispuso a su antojo del presupuesto
nacional y de las reservas en divisas del Banco Central, y de la renta
petrolera, donó a los gobiernos aliados de su fracasada revolución, sin control
alguno, cuantiosos recursos financieros de la Nación, y parte de la producción
petrolera. En pocas palabras: liquidó no sólo el principio de la separación de
poderes que caracteriza al Estado democrático de Derecho, sino, también, el
concepto institucional de la separación entre el patrimonio del Estado y el
patrimonio del gobernante, disponiendo del primero como si fuere su propietario
(neopatrimonialismo), destruyendo, de esa manera, uno de los rasgos
institucionales que distingue al sistema político estatal del feudal.
Hugo Chávez Frías utilizó medios
fraudulentos e inconstitucionales, básicamente el procedimiento de la reelección
indefinida, para garantizar su permanencia vitalicia en el poder. Para ello
contaba con el control absoluto del Consejo Nacional Electoral, del sistema
electoral, y como antes destaqué, de todos los poderes públicos nacionales
(Asamblea Nacional, Tribunal Supremo de Justicia, Ministerio Público, etc.), de
la mayoría de las gobernaciones de estado y alcaldías municipales, y en fin,
de los recursos económicos del otrora
Estado[4].
Sin embargo, el que se hacía llamar “Comandante-Presidente “no contaba con la muerte,
de modo que sólo pudo permanecer 13 años como auténtico “dueño” del poder al
sorprenderle un cáncer que lo llevó a la tumba en dos años.
También las repúblicas pueden ser
clasificadas, en particular en Venezuela, conforme al criterio de algunos historiadores,
como república militarista y república civilista o civil. A la primera, que ha
sido la regla general en la historia del país desde 1830 hasta el presente, se
la designa con ese calificativo por la preponderancia del componente “militar
“en la titularidad y ejercicio del poder estatal, comenzando por la jefatura
del Estado y del Gobierno, la Presidencia de la República, en cabeza de un
militar: bien sea una figura caudillista (Páez, los Monagas, Guzmán Blanco,
Cipriano Castro, Joaquín Crespo, Chávez, entre otros), o que carezca de esos
atributos (Juan Vicente Gómez, Marco Pérez Jiménez); militar de carrera (a
partir de la creación de la Escuela Militar en 1910: Pérez Jiménez, Chávez
Frías), o que por su participación en la Guerra de la Independencia, en la
Guerra Federal, y en general en sublevaciones armadas “exitosas” se le atribuya
la condición de guerrero, o militar de hecho(Páez, los Monagas, Joaquín Crespo,
Guzmán Blanco, Castro, Gómez: el título de General ganado por el supuesto
arrojo personal en batallas).
Ahora bien, no es suficiente con que
el Presidente de la República sea un militar para calificar de militarista a la
República, es imprescindible la presencia del sesgo autoritario y por ende
antidemocrático de esos regímenes, en su mayoría dictaduras, salvo los casos de
los gobiernos de los generales Páez, López Contreras (autoritarios, pero no
dictatoriales) y Medina Angarita (gobierno democrático, incluso legalizó al
Partido Comunista). Asimismo, el militarismo[5]
se expresa en la “concepción cuartelaría”
de la sociedad, y por tanto, en los actos autoritarios: órdenes que deben ser
obedecidas por la población bajo la amenaza de la coacción y represión. Por
otra parte, en esa concepción el estamento militar se considera jerárquicamente
superior a los civiles, o si se quiere, el ciudadano es subestimado.
El discurso del poder se caracteriza por el
lenguaje guerrero y contrario a la política, a los políticos y a los partidos
políticos (la antipolítica: los militares como ejemplo de orden y disciplina, y
los políticos de corrupción). Se utiliza la “teoría de la conspiración
permanente”[6]
por parte de los “enemigos” externos e
internos de la nación (quienes adversen el militarismo y la dictadura), y la
doctrina de la “seguridad nacional”, para justificar la carrera armamentista o
compra de armas de guerra. Las acciones de gobierno son “estrategias” y
“batallas” para garantizar la seguridad nacional (o la revolución: Chávez
Frías)[7].
Se exalta desmesuradamente el
patriotismo(“patrioterismo”) mediante conmemoraciones de fechas patrias,
básicamente batallas de la Guerra de la Independencia, culto a los héroes
militares de la gesta libertadora, especialmente al Libertador, Simón Bolívar,
desfiles militares para mostrar la disciplina de las fuerzas armadas y su
potencial bélico, los himnos bélicos, el cambio de nombres de plazas, parques y
avenidas originariamente designadas en homenaje a ilustres civiles por el de
“héroes militares”. La república civil ha sido la excepción (el trienio adeco
1945-48, la democracia de partidos 1958-98), coincide con el experimento de
instaurar en el país, con todas las dificultades derivadas del arraigado culto
en el imaginario colectivo al caudillismo militar, el frágil sistema
democrático sustentado en elecciones, en la subordinación del estamento militar
a la jefatura civil del Estado: Presidente de la República, en el apoliticismo
de las fuerzas armadas como organización institucional al servicio del Estado y
no de parcialidad política alguna, y en su estricta función de garante de la
soberanía territorial, la seguridad y defensa de la Nación, de la Constitución
Nacional y las instituciones del régimen republicano.
¿Lograremos
algún día consolidar definitivamente el modelo de República civil organizada
con fundamento en los principios del Estado democrático de Derecho?
[1] El régimen
dictatorial del general Juan Vicente Gómez se prolongó por 27 años, tiempo que
puede ser clasificado en 3 etapas caracterizadas por las estrategias de poder,
que ese sagaz personaje maquiavélico, sin mayor cultura, pero con una gran
intuición en los asuntos de la preservación de su mando personal y absoluto,
aplicó con maestría para mantener el control sobre la sociedad venezolana de
ese tiempo. La primera etapa comprende los años 1908-1913 y se caracterizó por
ser el período de su consolidación en la Presidencia de la República. Para
ello, enfrentó las aspiraciones de retorno del derrocado
Presidente Cipriano Castro, su amigo y compadre, a quien traicionó siendo Vicepresidente,
aprovechando el viaje que hiciera Castro al extranjero para buscar cura a una
enfermedad renal. Gómez también enfrentó a los políticos liberales amarillos y
nacionalistas que integraban el Consejo de Gobierno y que eran adversarios a su
reelección en los comicios de 1914. La segunda etapa: 1914-1922 se caracteriza por la presencia y actuación
de 2 presidentes de “papel”, meras marionetas del jefe del país, puestas en ese
cargo para simular el cumplimiento de las Constituciones del momento (también
de papel). El primero, Victorino Márquez Bustillos, despachó desde el Palacio
Miraflores con el carácter de Presidente
provisional, mientras el general Juan Vicente Gómez con los cargos de
Presidente constitucional electo y Comandante en Jefe del Ejército, ejercía el
poder real desde su residencia en Maracay. Allí iban el Presidente provisional
y los ministros a rendirle cuentas al Jefe supremo, a recibir sus órdenes, y
por supuesto adularlo no fueran a caer en desgracia. Gómez los recibía usualmente acostado en su hamaca con su
mutismo de hombre cerrero y desconfiado, de pocas palabras, pero de ilimitada
malicia y crueldad. En el tercer período, 1922-1935, el General se hace
reelegir, por tercera vez, Presidente constitucional y Comandante en Jefe del
Ejército, y desempeña esas funciones hasta la finalización del Septenio en 1929,
cuando hace aprobar una reforma constitucional separando los cargos de
Presidente y de Comandante en jefe del Ejército, para reservarse el ejercicio
del segundo, recomendando, es decir, ordenándole al Congreso Nacional, la
elección del “jurista” Juan Bautista Pérez como Presidente de la República
(otro títere más, Presidente de “papel”) quien, de acuerdo con las
disposiciones del “nuevo” texto constitucional, tenía que compartir sus
funciones con el comandante en jefe del Ejército. En 1931, a raíz de una crisis
de poder y familiar protagonizada por su tío, José Rosario García, el Congreso
Nacional solicita la renuncia al Presidente Pérez, aprueba una nueva reforma
constitucional mediante la cual vuelven a unirse los cargos de Presidente de la
República y de Comandante en jefe del Ejército y reelige a Juan Vicente Gómez,
por cuarta y última vez. Vid, http://www.monografias.com/trabajos82/gobierno-juan-Vicente
Gómez. Se recomienda el libro de Manuel Caballero (1995). Gómez, el tirano
liberal. Monteávila. Caracas.
[2] Paz, Octavio (1983). Tiempo Nublado.
Seix Barral, Barcelona p. 169
[3] En efecto, el 15 de febrero de 2009
mediante referendo se aprobó con el 54 % de los votos, según el ministerio de
elecciones (Consejo Nacional Electoral), la enmienda de los artículos 160, 162,
174, 192 y 230 de la Constitución formal con la finalidad de permitir la
postulación de cualquier cargo de elección popular de manera continua. A Chávez
le interesaba únicamente la enmienda del 230 que se refiere a la reelección del
cargo de Presidente, pero disfrazó su obsesiva ambición de poder presentando la
enmienda a ese Artículo conjuntamente con los otros que regulan la reelección
de los gobernadores de Estado (160), los Consejos Legislativos de los Estados
(162), los alcaldes municipales (174) y los diputados de la Asamblea Nacional
(192). Como el brillante y finado historiador Manuel Caballero comentó en
diversas oportunidades en su artículo semanal en el diario “El Universal”, el
único interés de Chávez Frías era mantenerse vitaliciamente en el poder (lo
logró), pero para ello necesitaba de una ideología legitimadora de su ambición.
Su encuentro con Fidel Castro después de haber sido liberado de la cárcel
(1994) por el sobreseimiento incomprensible del Ex Presidente Caldera, fue
decisivo para la formulación del discurso de la “revolución bolivariana” y el “socialismo
del Siglo XXI”. Entendió que la aplicación de esa nefasta ideología conducía al
empobrecimiento generalizado del país con las estatizaciones y confiscaciones
de empresas para destruir la producción interna y el empleo privado, y así
lograr que progresivamente la población fuera dependiendo de las dádivas del
“Estado” (populismo y clientelismo). Murió antes de poder presenciar el actual
descontento colectivo contra ese “proyecto” de destrucción nacional.
[4] Ya vimos en el pie de página precedente,
3, cómo el 15 de febrero de 2008 por medio de referendo consultivo se aprobó la
enmienda constitucional que establece la reelección indefinida, no obstante que
en el referendo de 2007, con motivo del proyecto de reforma constitucional, esa
propuesta, como la totalidad del proyecto, había sido rechazada por la mayoría
del electorado. De acuerdo con la constitución formal el objeto de la “enmienda” modificó un principio fundamental
del régimen democrático: la alternabilidad o alternancia en el poder; por tanto,
exigía del procedimiento de reforma y no de enmienda. Por otra parte, la
Constitución prohíbe presentar en un mismo periodo constitucional una propuesta
de reforma que ya hubiere sido rechazada mediante referendo consultivo. En
consecuencia, esa enmienda es inconstitucional.
[5]Fernando Mires señala en uno de sus
ensayos “El Dictador” que: “La
destrucción de la política comienza donde aparece su militarización. La
militarización a su vez emerge cuando aparece un enemigo que supuestamente
amenaza la integridad de la nación. Este es el momento en que la política
retrocede y da lugar al estado de guerra que es, casi por definición,
excepcional. Luego la dictadura no es sólo militar sino, por lo mismo, bélica.
En cierto modo toda dictadura es una declaración de guerra del Estado a la
nación políticamente constituida. No obstante, eso no lo puede decir
públicamente un dictador, de ahí que el dictador legitime su dictadura como
parte de una misión histórica que sólo él y nadie más que él puede cumplir. La misión a cumplir es
la lucha contra de un gran enemigo histórico. Más, no se trata de cualquier
enemigo. El enemigo del dictador ha de ser un enemigo omnipresente que mientras
más omnipresente sea, más necesaria será la dictadura” (Versión PDF,
publicada en soberania.org).
[6]“Donde
existe un tirano-
escribe Bobbio- hay un complot, y si no
lo hay, se inventa. El conjurado es la necesaria figura del tirano. Cómo
estaría feliz y contento el tirano si el poder sombrío que lo amenaza no se
escondiese en cualquier rincón del palacio, hasta dentro de la sala del trono,
tras sus espaldas. En una de sus últimas narraciones, Calvino describe al “rey
escuchando”, sentado en una poltrona, inmóvil, donde le llegan todos los
rumores, hasta los más insignificantes, de la regencia, y cada murmuración es
una advertencia, un signo de peligro, el indicio de quién sabe qué
sublevación…El estalinismo puede ser interpretado como el descubrimiento que el
tirano hace, y sólo él, del universo como inmenso complot, como la realidad
profunda del mundo, que domina la apariencia de la que únicamente el tirano
desenmascara la inconsistencia liberando a los simples mortales del miedo del
reino de las tinieblas”. Bobbio, Teoría Política, opus cit. pp. 434-435.
[7]Sobre ese tema, creo conveniente citar el artículo de José Rafael López
Pino publicado en soberanía.org,
“Control militar del Estado”: “La
Doctrina de la Seguridad Nacional sirvió de referente teórico, de pretexto
político y de arsenal ideológico a los regímenes militares de la segunda mitad
del siglo XX en América Latina, a fin de prevenir las revoluciones, así como de
liquidar al llamado “enemigo interno”. La Doctrina de la Seguridad Nacional fue
la sistematización del nuevo rol de las fuerzas armadas en Latinoamérica. Se
modificaba su misión de garantizar la defensa del territorio nacional, para
dedicarse con exclusividad a garantizar el orden interno…Paradójicamente, el
socialfascismo bolivariano, proyecto que se autocalifica de progresista,
revolucionario y hasta socialista, ha revitalizado esta doctrina
reaccionaria…evidenciando su carácter bastardo y falaz, cuyo cacareado
socialismo no pasa más allá de ser un
slogan electoral para engañar ingenuos. El fallecido tt. Coronel en repetidas
ocasiones apeló a la doctrina militarista a fin de justificar el asalto de las
instituciones estatales y las sistemáticas violaciones de los derechos humanos
por parte de “su amada fuerza armada”. La aplicación de esta doctrina pasa
necesariamente por el control militar del Estado, la militarización de la
seguridad pública y de la sociedad, el
posicionamiento del componente militar en el centro de la sociedad, el
etiquetamiento de las luchas sociales como manifestaciones subversivas, así
como el tutelaje por parte del estamento militar de toda lucha reivindicativa.
Constituye un enfoque de la problemática político- social desde una óptica
eminentemente militar. Ignorando la realidad del país, dividido en dos mitades,
los milicos fachochavistas se consideran depositarios exclusivos de la
representación popular y se otorgan el rol de garantes y salvadores de la
soberanía de la nación. A fin de cumplir esta “noble misión histórica” apelan a
la tesis del amigo-enemigo del nazista Carl Schmitt ya un perverso terrorismo
de Estado. Utilizan con rígida lógica militar la concepción “amigo-enemigo
“para crear el concepto del “enemigo interno”, transformando así al adversario
político en enemigo, al cual hay que eliminar. Justifican de esta manera la
sistemática violación de los derechos humanos y el uso indiscriminado de las
armas a fin de “pulverizar “a la disidencia política. Como
parte de la dicotomía “amigo-enemigo” el gorilato bolivariano y su
títere Maduro han institucionalizado un nefasto terrorismo de Estado
y una miserable violencia política. Terrorismo de Estado que se ha
traducido en un total desconocimiento del derecho a la vida y a la libertad
personal, al uso del andamiaje jurídico a fin de coaccionar o castigar a la
disidencia política, al hostigamiento y la represión militar-paramilitar en
medio de la más absoluta impunidad. Terrorismo de Estado que adopta el
sigilo, el ataque por sorpresa, las prácticas delictivas, la infracción del
propio orden jurídico que dicen defender. Recurren al asesinato cuidadosamente
planificado y ejecutado para eliminar la sospecha de su carácter político.
Terrorismo que no solo identifica y elimina al enemigo, sino además busca
convencer al ciudadano común que su integridad física está supeditada a su
incondicionalidad frente al régimen. El objetivo es por demás tácito: desmoralizar
y aplastar a la disidencia política a fin de perpetuarse en el poder. Prueba
de la aplicación de la Doctrina de Seguridad Nacional y del
establecimiento del control militar del Estado lo constituyen tanto la Ley
Orgánica contra la delincuencia organizada y financiamiento al terrorismo (Lodofat)
y la creación del Centro Estratégico de Seguridad y Protección de la Patria (Cesppa).
La Lodofat fue aprobada por el socialfascismo bolivariano a fin
de criminalizar y judicializar las luchas del movimiento popular venezolano. Manifestaciones
callejeras, tomas de establecimientos, huelgas, y pintas contra edificios
públicos, entre otros, son calificados, según esta ley, como actos terroristas.
Por su parte el Cesppa constituye un
organismo que dependerá, directamente del conserje de Miraflores y que tiene
por objeto unificar el flujo informativo sobre los aspectos estratégicos
sensibles que estipule arbitrariamente el Estado”.
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