El origen de la sociabilidad humana
¿Por qué el ser humano es social por su propia naturaleza?
La respuesta a esa interrogante nos plantea el tema de la “especificidad antropológica” o los rasgos fundamentales del ser humano, independientemente del condicionamiento socio-cultural, es decir, las características de la condición humana “per se”.
(a(a) Ser incompleto
La incompletud significa que antropológicamente sufrimos de una suerte de vacío biosíquico, una necesidad de llenarlo con la otredad, es decir, con el ser humano psicosexualmente diferente. En pocas palabras: ese vacío genera la atracción sexual de los diferentes, código biológico de la conservación de la especie humana, como la de cualquier otra especie[1]. El individuo no se basta a sí mismo, no somos “autosuficientes” y quien pregone esa afirmación no pasa de ser una fanfarronada [“dime de qué te ufanas y te diré de qué careces”]. Nadie se hace solo, por más que una persona disponga de una gran capacidad y talento para emprender proyectos que logre desarrollar exitosamente, y aunque en su extremo egocentrismo crea y lo diga que no le debe nada a nadie, ello es falso, pues siempre se habrá cruzado alguien o muchos en su camino, que de una u otra manera le coadyuvaron a realizar sus objetivos. El “hiperindividualismo” es un espejismo: todos los humanos nos necesitamos. Esa condición “natural”, -reitero esa idea elemental-, se manifiesta en el imperativo biosíquico a buscar en el otro, el distinto: la mutua atracción de la otredad entre el varón y la hembra, el complemento a ese algo que falta, esa insatisfacción que provoca el sentimiento de soledad y aislamiento que todo individuo trae al nacer, y que comienza a aflorar en la adolescencia, etapa de la vida signada por el descubrimiento de la fuerza del impulso sexual, del deseo incontrolable de colmar la imperiosa necesidad del coito o acoplamiento, del estado de tristeza causado por la masturbación o el llamado “vicio del solitario”, en particular en el varón que no logra, a esa edad, la conquista de la hembra para aliviar esa necesidad primaria.
“¡Quién no se ha sentido alguna vez subyugado al irresistible impulso de atracción que ciertas personas de epigamia notable, generalmente miembros del sexo opuesto generan en nosotros!”- exclama Manuel Domínguez Rodrigo- en su polémica obra “El origen de la atracción sexual”:
“¿Quiénes de los que han intentado racionalizar tan sorprendente impulso no se han encontrado confusos a la hora de aprehender los entresijos y desencadenantes de semejante proceso? El ser humano es la única entidad biológica de este planeta que disfruta de una conducta reproductora basada en un modo de atracción entre ambos sexos regulado por ciertos rasgos y proporciones físicas que no se encuentran sujetos a los ciclos de temporalidad como ocurre con la mayoría de las especies animales. Esto se conoce como sistema de atracción epigámica, es decir, en nuestra especie nos sentimos atraídos los unos a los otros porque nos encontramos físicamente atractivos. Al no tener que estar sujetos a los períodos cíclicos de emisión de tumefacciones olorosas, según marca la química hormonal de los ciclos de estro que regulan la conducta reproductora de buena parte de los mamíferos, nosotros disfrutamos también de una característica novedosa en el ámbito animal: instigados por un modo de atracción físico permanente, podemos aparearnos constantemente, y no sólo podemos, sino que lo deseamos de manera continua. Esto nos convierte aún más en un organismo excepcional”[2]. Luc Ferry considera que la idea, el concepto de Eros, se halla en lo esencial en la obra de Platón y que Freud no hará sino repetirlo veintitrés siglos más tarde:
“El deseo sexual, exaltado por la pasión amorosa es carencia. Apela a la consumición del otro. Una vez satisfecho, se hunde en la nada saciada, hasta que vuelve a empezar sin más fin último que la muerte misma. La palabra alemana que utiliza Freud para designar eros encierra esta contradicción, que es de toda vida biológica: Lust, a un tiempo deseo y placer, carencia y satisfacción, porque lo uno no podría existir sin lo otro”[3].
Pero, la atracción sexual entre hombre y mujer, varón y hembra, no se explica sólo por razones biológicas. Somos la única especie cuyos individuos tenemos conciencia del “ser” y del “estar”, o la capacidad para darnos cuenta de la propia existencia individual, del ser como entidad autónoma y la del mundo que nos rodea, la conciencia del “estar” aquí y ahora situado y temporalizado, sentido del espacio y del tiempo. Tal vez la mayor y mejor demostración de ese aserto la encontramos en el arte: la historia de la poesía, la pintura, la música, la narrativa, abunda en obras que exaltan la pasión amorosa, como, por ejemplo, estos versos de Luis de Góngora[4]que integran sus “Romances”:
“Amadores desdichados, Que seguís milicia tal, Decídme ¿qué buena guía podéis de un ciego sacar?, De un pájaro ¿Qué firmeza?, ¿Qué esperanza de un rapaz?, ¿Qué galardón de un desnudo?, De un tirano ¿qué piedad? Dejadme en paz, Amor tirano. Déjadme en paz. Diez años desperdicié. Los mejores de mi edad, En ser labrador de Amor. A costa de mi caudal. Como aré y sembré, cogí; Aré un alterado mar, Sembré una estéril arena. Cogí vergüenza y afán. Dejádme en paz, Amor tirano, Dejádme en paz. Una torre fabriqué Del viento en la raridad, Mayor que la de Nembrot, Y de confusión igual. Gloria llamaba a la pena, A la cárcel libertad, Miel dulce al amargo acíbar, Principio al fin, bien al mal, Dejádme en paz Amor tirano, Dejádme en paz”[5].
Esa fuerza, energía, en que consiste la atracción sexual, es quizás una de las motivaciones (conjuntamente con la codicia, el poder, la fama, el altruismo) que explica en los humanos actos heroicos, sacrificios, engaños, suicidios, homicidios; no es como en los animales un mero instinto irreflexivo articulado a la preservación de la especie. En este extraño, complejo, paradójico y misterioso ser que somos, la pasión sexual, independientemente del contexto cultural[6], además de su fuerte componente biológico (animal), tiene una connotación síquica específica: el miedo o temor al vacío existencial, a la soledad; como también la gratificación que produce el afecto, el amar y sentirse amado (el sentimiento erótico). Los animales sienten, perciben, sus instintos les permiten ubicarse en el espacio, pero no piensan como nosotros, carecen de vida psicológica, mental. En cambio, los humanos somos animales simbólicos (Savater): las ideas, creencias, sentimientos, emociones conforman la dimensión espiritual e intelectual que nos da especificidad respecto del resto de los individuos que conforman las especies vivas del planeta. Conocemos, razonamos, creamos. No estamos predeterminados por un código biológico inexorable. Uno de nuestros rasgos como especie es la “indeterminación”, base psicológica de la libertad o capacidad de elegir, no obstante, los factores medioambientales que condicionan el mayor o menor libre albedrío. Vivimos entre la naturaleza y la cultura[7]. De modo que la unión que integra la pareja no es sólo unión entre macho y hembra con fines reproductores, es mucho más que eso. Es unión entre personas diferentes, hombre y mujer, que se necesitan también por razones emotivas, sentimentales, espirituales y culturales.
Y aunque en nombre de una pretendida autonomía absoluta del individuo se glorifique la soledad y el rechazo al compromiso con el otro y la defensa de un espacio privado inmune a cualquier injerencia extraña, la experiencia demuestra que ese estilo de vida produce depresiones, tristezas, sentimiento de abandono, de estar a la deriva. No pocos asumen la soledad por desconfianza y temor al encuentro con el otro, o por traumas derivados de fracasos afectivos[8]. Lo cierto es que la naturaleza social, gregaria, de la especie humana, es una característica antropológica que trasciende a todas las culturas y sociedades. Y la primaria manifestación de ese impulso es la irresistible atracción entre los polos sexuales y psicológicos: el hombre y la mujer[9]. No estamos diseñados para afrontar la vida consciente como individuos solos y aislados[10]. Al unirse hombre y mujer se produce un ser completo, la pareja, y así se crea la primera y básica forma de asociación y cooperación[11]. De la pareja surge la descendencia y con ella se genera la célula fundamental de la sociedad, la primaria modalidad de comunidad: la familia. Ese elemento antropológico reforzado por la cultura no significa que la totalidad del género humano participe consciente o inconscientemente del impulso gregario. Hay excepciones: los solitarios, anacoretas, misóginos. Fernando Pessoa, magnífico poeta portugués, antes citado, se confiesa como una persona que rechaza cualquier tipo de relación con los otros:
“Esta es mi moral, o mi metafísica o yo. Transeúnte de todo –hasta de mi propia alma -, no pertenezco a nada, no soy nada –centro abstracto de sensaciones impersonales, espejo caído que siente orientado hacia la variedad del mundo. Con esto no sé si soy feliz; y tampoco me importa. Colaborar, unirse, actuar junto a otros, es un impulso metafísicamente mórbido. El alma que le es dada al individuo no debe ser prestada a sus relaciones con los otros. El hecho divino de existir no debe ser entregado al hecho satánico de coexistir. Al actuar junto a otros pierdo, al menos, una cosa –el actuar solo. Cuando me entrego, aunque parezca que me expando, me limito. Convivir es morir. Para mí, sólo mi autoconciencia es real; los otros son fenómenos inciertos en esa conciencia, a los que resultaría mórbido prestar una realidad muy verdadera…Desperdiciamos nuestra personalidad en orgías de coexistencia”[12].
Pero, el poeta nació y vivió porque un hombre y una mujer, sus padres, se acoplaron por esa irresistible atracción de los diferentes. Y aunque rechace toda compañía y diga que “convivir es morir”, la sociedad de su tiempo le enseñó los medios para comunicar sus escépticos versos: el pensamiento, el habla, la lectura y la escritura.
(b) Ser menesteroso
Por su parte, la conciencia de la menesterosidad, el reconocimiento de que como individuos aislados no somos capaces de satisfacer nuestras necesidades vitales fundamentales[13], es también causa de las diversas y progresivas formas de asociación y cooperación que se concretan en la comunidad o sociedad de que se trate: banda, tribu, horda, clan, familia patriarcal, polis, feudo, sociedad estamental, sociedad de castas, sociedad policlasista, etc. No creo que las primeras formas de cooperación, punto antes señalado, hayan sido objeto de un proceso de racionalización, sino, más bien, el resultado del impulso de sobrevivencia: la unión instintiva de los parecidos o semejantes en el “nosotros” o la identidad primaria de un grupo (el habla común, el color de la piel, los rasgos fisonómicos, los mitos fundacionales, dioses comunes, etc.) frente a los otros, los extraños (animales fieros, grupos humanos hostiles). Me remonto a los primeros tiempos de los humanos y en una suerte de visión retrospectiva veo a esos hombres y mujeres que apenas han recién evolucionado del homínido emitiendo gruñidos, antes de la génesis del “homo loquax” (el hombre que habla), recorriendo en grupos vastos territorios para recolectar frutos y semillas, y arrancar plantas para satisfacer el hambre, y luego acechando animales para darles muerte utilizando una piedra filosa: el “hacha de mano” (el Paleolítico), tal vez el primer instrumento de trabajo y de violencia, que nos convertiría en el “homo Faber” (el hombre que trabaja), la única especie capaz de crear medios artificiales para transformar la naturaleza, y transformarse a sí misma, utilizando los recursos proporcionados por el medio natural[14].
Ese ejercicio de imaginación retrospectiva acerca del origen del hombre lo expresa magistralmente Mario Vargas Llosa en su ensayo antes citado. El laureado escritor nos invita a retroceder a un mundo tan antiguo que la ciencia no llega a él y la que dice que llega no nos convence, ya que sus tesis y conjeturas parecen tan aleatorias y evanescentes como la fantasía y la ficción:
“Se diría que el tiempo no existe todavía. Todas las referencias que puntúan su trayectoria aún no han aparecido y quienes viven inmersos en él carecen de la conciencia del transcurrir, del pasado y del futuro, e incluso de la muerte, a tal extremo se hallan prisioneros de un continuo presente que les impide ver el antes y el después. El presente los absorbe de tal manera en su afán de sobrevivir en esa inmensidad que los circunda que sólo el ahora, el instante mismo en que se está, consume su existencia. El hombre ya no es un animal, pero resultaría exagerado llamarlo humano todavía. Está erecto sobre sus extremidades traseras y ha comenzado a emitir sonidos, gruñidos, silbidos, aullidos, acompañados de una gesticulación y unas muecas que son las bases elementales de una comunicación con la horda de la que forma parte y que ha surgido gracias a ese instinto animal que, por el momento, le enseña lo más importante que necesita saber: qué es imprescindible para poder sobrevivir a la miríada de amenazas y peligros que le rodean en este mundo donde todo –la fiera, el rayo, el agua, la sequía, la serpiente, el insecto, la noche, el hambre, la enfermedad y otros bípedos como él –parece conjurado para exterminarlo. El instinto de supervivencia lo ha hecho integrarse a la horda con la que puede defenderse mejor que librado a su propia suerte. Pero esa horda no es una sociedad, está más cerca de la manada, la jauría, el enjambre o la piara de lo que, al cabo de los siglos, llamaremos comunidad humana”[15].
En otro poema en prosa de mi libro ya citado, evoco ese momento al que se refiere Vargas Llosa, cuando el hombre ya no era un animal, pero resultaría exagerado llamarlo humano todavía:
“Todas las tardes a la hora del crepúsculo, cuando en el horizonte se abre la línea que separa los mundos: la vida y la muerte, lo finito y lo infinito, lo que palpamos, sentimos, imaginamos, soñamos, y lo inasible, imperceptible, desconocido, tenebroso, el espacio sin tiempo, donde finaliza cualquier intuición [abismo de los siglos], me siento a la puerta de mi casa y espero que el enemiga me apodere [invada mi ser] y la nada entre en mi sangre para recordarme el movimiento de las estrellas, el mineral, la piedra convertida en agua, el pez, los primeros aullidos de la vida, los bosques emergiendo en la desnudez de un planeta nebuloso y luego lenta, pesadamente, el insecto transformándose en reptil, en animal terrestre, para bramar un día en los oscuros bosques, en los pantanos, a la orilla de un bravío mar, al descubrirse con asombro erguido en dos patas, diferente de cuantos extraños seres veía arrastrándose, corriendo en cuatro patas, volando, y como ellos hambriento, recogiendo frutos de los árboles, semillas, al acecho de la hembra, temeroso de animales más fieros: el hombre, la primera y única bestia que se descubrió a sí misma y a todo lo que le rodeaba, en medio de la infinita soledad del tiempo”[16].
La conciencia de la menesterosidad y la precariedad nos ha impulsado desde los inicios de nuestra presencia en la Tierra asociarnos para producir los bienes y servicios requeridos a fin de satisfacer las necesidades vitales (temor al hambre y la miseria: economía), para mantener el orden en la comunidad (temor a la violencia de propios y extraños: las formas de autoridad), para rendir culto a Dios o los dioses (temor ante el misterio de la vida y la muerte: religión), etc. Ahora bien, la sociabilidad humana por sí sola, de manera espontánea, como impulso y vocación natural, coexiste con instintos e impulsos violentos y destructivos, disociadores, antisociales; en una palabra, somos seres violentos.
(c) Ser violento
En su origen griego la palabra “Thanatos” equivale a muerte no violenta, pero el psicoanálisis moderno (Freud)[17] la identifica con el impulso de muerte y de destrucción violenta. La historia de las diversas comunidades y sociedades humanas nos enseña que los humanos somos violentos, agresivos. Ciorán, con su inimitable mordacidad alude al origen antropológico de la violencia humana:
“…obligado por sus deficiencias a aumentar artificialmente sus medios de acción y suplir sus instintos en peligro con instrumentos aptos para volverlo temible…En lugar de limitarse al sílex y, en materia de refinamientos técnicos, a la carretilla, inventa y maneja con una destreza de demonio herramientas que proclaman la extraña supremacía de un deficiente, de un espécimen biológicamente desclasado, cuya elevación hasta una nocividad tan ingeniosa nadie habría podido adivinar…Una fiera, al no experimentar, necesidad alguna de aumentar su fuerza, que es real, no se rebaja a utilizar la herramienta. Por haber sido siempre el hombre un animal anormal, poco dotado para subsistir y afirmarse, violento por debilidad y no por vigor, intratable a partir de una posición de debilidad, agresivo a causa de su propia inadaptación, había de buscar los medios para un éxito que no habría podido realizar, ni imaginar siquiera, si su constitución hubiese respondido a los imperativos de la lucha por la existencia”[18].
Freud en otra de sus obras critica la “utopía comunista “que atribuye la violencia humana al surgimiento histórico de la propiedad privada, postulando su extinción como medio de liquidar la violencia generada en la apropiación de los medios de producción:
“Los comunistas creen haber descubierto el camino hacia la redención del mal. Según ellos, el hombre sería bueno de todo corazón, abrigaría las mejores intenciones para con el prójimo, pero la institución de la propiedad privada habría corrompido su naturaleza. La posesión privada de bienes concede a unos el poderío, y con ello la tentación de abusar de los otros; los excluidos de la propiedad deben sublevarse hostilmente contra sus opresores. Si se aboliera la propiedad privada, si se hicieran comunes todos los bienes, dejando que todos participaran de su provecho, desaparecería la malquerencia y la hostilidad entre los seres humanos. Dado que todas las necesidades quedarían satisfechas, nadie tendría motivo de ver en el prójimo a un enemigo; todos se plegarían de buen grado a la necesidad del trabajo. No me concierne la crítica económica del sistema comunista; no me es posible investigar si la abolición de la propiedad privada es oportuna y convincente (*); pero, en cambio, puedo reconocer como vana ilusión su hipótesis psicológica. Es verdad que al abolir la propiedad privada se sustrae a la agresividad humana uno de sus instrumentos, sin duda uno muy fuerte, pero de ningún modo el más fuerte de todos. Sin embargo, nada se habrá modificado con ello en las diferencias de poderío y de influencia, que la agresividad aprovecha para sus propósitos; tampoco se habrá cambiado la esencia de ésta. El instinto agresivo no es una consecuencia de la propiedad, sino que regía casi sin restricciones en épocas primitivas, cuando la propiedad aún era bien poca cosa […][19].
Suponer que el hombre es bueno por naturaleza y que fue corrompido por la propiedad es una visión falsa que desconoce la naturaleza humana, y que al atribuir las desigualdades y la violencia de clase a un régimen económico y no a la misma condición humana, pretende justificar las peores atrocidades del totalitarismo de inspiración marxista-leninista. “¿No será el hombre una fiera inteligente que, predestinada al suicidio- escribe con profunda lucidez Adolfo Bioy Casares-, inventó la civilización, camino largo y tortuoso donde llegará al fin a devorarse a sí misma, como abyecta hiena despiadada? De miles de años a esta parte reprimimos nuestros instintos: la agresividad, la bestialidad, etc. Diríase, pues, que la civilización triunfó. No lo crean. Estallidos criminales por doquier, un niño delincuente por barba, psicoanalistas desatando en el prójimo un manojo de demonios, configuran otras tantas pruebas de que los instintos recuperan terreno, de que la marea de la civilización por último baja”[20]
Pero, al lado de Thanatos se halla, en dialéctica continua, el impulso de vida: Eros. El primero es destructivo, conduce al rechazo del otro, a la intolerancia, a la agresividad mórbida (Fromm) y, por tanto, al sometimiento y la muerte de propios y extraños. El segundo es constructivo, se traduce en la sociabilidad, la empatía, el amor, la tolerancia y aceptación del otro, y, por consiguiente, es la base de la solidaridad, la igualdad, la cooperación (lo que hoy conforman los “valores” del denominado “capital social). El libre desarrollo de Tanatos, cuando los individuos actúan sin controles y restricciones, y la libertad se transforma en libertinaje, se produce la guerra de todos contra todos que tanto Hobbes temía. Por tanto, no puede haber paz y seguridad, como tampoco el ejercicio civilizado o cívico de las libertades, sin un orden garantizado por una estructura de autoridad.
En las primeras agrupaciones humanas los padres solían educar a sus hijos para la violencia: practicar la cacería, la guerra, el infanticidio y el canibalismo. Esa “educación”, o más bien adiestramiento para la violencia, es una motivación inherente a una sociedad de cazadores y guerreros y se expresa en los “ritos de iniciación”. Los individuos conflictivos, aquellos deseosos de poder, una vez derrotados por el grupo, optaban por unirse a otra banda[21].
Pierre Clastres[22], autor de un ensayo sobre las comunidades primitivas, llegó a la conclusión de que si el Estado se constituye cuando una élite monopoliza el ejercicio de la violencia, ello significa que el aquellos grupos donde todo el cuerpo social ejerce la violencia, conforma una sociedad sin Estado[23]. En mi concepto, más que sin Estado, sin una estructura de poder en la que la violencia es concentrada por un jefe o una élite, ya que el Estado, como se verá en el próximo Capitulo, es una forma de organización de las relaciones de poder característica de la modernidad histórica. En opinión del mencionado antropólogo francés las bandas mínimas del Paleolítico dispersaban el poder “intencionalmente” (más bien, intuitivamente), con la finalidad de preservar la libertad, incluso la libertad de abandonar a la comunidad. Es así como el costo de una “sociedad igualitaria” y libre, sería una formación social que universaliza la violencia.
El crimen es algo si se quiere inherente a la condición humana, no creo en la posibilidad de una sociedad que logre erradicar por completo los actos violentos individuales y grupales, en particular la violencia criminal. El asesinato de Abel a manos de Caín, el fratricidio simbólico del relato bíblico se explica, en la tradición bíblica, en la condición imperfecta de la pareja originaria (Adán y Eva) expulsada por Dios del “paraíso terrenal”, la pérdida de la supuesta armonía original del hombre con Dios, del hombre con el hombre y del hombre con la naturaleza. Según René Girard la primera manifestación de la cultura por oposición a la naturaleza, se funda en la violencia del hombre contra el hombre: el asesinato de Abel de manos de su hermano Caín. La narración bíblica de ese asesinato, nos dice Girard, no es un mito fundador, es la interpretación bíblica de todos los mitos fundadores:
“Nos cuenta la sangrienta fundación de la primera cultura y la sucesión de los hechos que la siguió, todo lo cual constituye el primer ciclo mimético representado en la Biblia. ¿Cómo se las arregla Caín para fundar la primera cultura? El texto no plantea esta pregunta, pero la contesta de forma implícita por el solo hecho de limitarse a dos asuntos: el primero es el asesinato de Abel, el segundo, la atribución a Caín de la primera cultura, que se sitúa visiblemente en la prolongación directa del asesinato y resulta, en rigor, inseparable de sus consecuencias no vengativas, sino rituales. Su propia violencia inspira a los asesinos un saludable temor. Les hace comprender la naturaleza contagiosa de los comportamientos miméticos y entrever las desastrosas consecuencias que puede tener en el futuro: ahora que he matado a mi hermano, se dice Caín, “cualquiera que me encuentre me asesinará” (Génesis 4.14). Esta última expresión, “cualquiera que me encuentre “muestra claramente que, en ese momento la raza humana no se limita a Caín y sus padres, Adán y Eva. La palabra Caín designa la primera comunidad constituida por el primer asesinato fundador. De ahí que haya muchos asesinos potenciales y sea preciso impedir que maten. El asesinato enseña al asesino o asesinos una especie de sabiduría, una prudencia que modera su violencia. Aprovechándose de la calma momentánea que sigue al asesinato de Abel, Dios promulga la primera ley contra el homicidio: “si alguien mata a Caín, será este vengado siete veces” (Génesis 4.15). Y esta primera ley constituye la base de la cultura cainíca: cada vez que se cometa un nuevo asesinato, se inmolarán siete víctimas en honor de la víctima inicial: Abel”[24].
Lo cierto es que desde sus orígenes el hombre ha sido un animal violento, con la particularidad de que su capacidad para crear y perfeccionar instrumentos de violencia, destrucción y muerte (la tecnología bélica), lo hacen más peligroso que la más fiera de las bestias[25]. No puede desconocerse el extraordinario progreso material de la humanidad, los saltos cualitativos en estos últimos doscientos años que se constatan en los avances de las ciencias y de los conocimientos aplicados a la transformación del mundo: las tecnologías. Basta constatar cómo las tecnologías han potenciado la producción ilimitada de objetos y enseres para mejorar la calidad de la vida. La robótica, la microbiología, la genética están modificando creencias y conceptos acerca del ser humano y su potencia creadora. La medicina y las ciencias de la salud han permitido elevar la expectativa promedio de vida del hombre y la mujer. Hemos conquistado la Tierra y ya iniciamos la conquista de otros planetas. Sin embargo, en la esfera de la conducta humana poco hemos avanzado[26]. La condición humana sigue siendo la misma. No hay sociedad nacional, aun aquellas más avanzadas en la consolidación de la convivencia pacífica, que haya podido erradicar totalmente de su seno a la violencia y el impulso de destrucción. Por esa razón, es posible establecer una clasificación de las sociedades conforme al grado de violencia criminal y política que las caracteriza, expresado en estadísticas de delitos contra las personas (asesinatos, secuestros, violaciones, robos, extorsiones, etc.).
La diferencia entre la violencia de los antiguos y la de los modernos está en la capacidad de destrucción de las nuevas tecnologías, incluso la posibilidad de un holocausto nuclear, la extinción de todo vestigio de vida humana en el planeta. Un ejemplo terrorífico de la utilización de la fuerza armada del Estado (policía, ejército), la tecnología y la organización administrativa moderna para extinguir a comunidades enteras mediante el asesinato masivo y rápido (genocidio) fue el plan nazi denominado la “solución final”. En los “campos de la muerte” murieron millones de personas en su mayoría judíos (se calculan de unos 5 a 6 millones), pero también gitanos, discapacitados, y opositores al régimen nacionalsocialista que transformó al Estado alemán en un instrumento institucional cuyo objetivo fundamental fue el exterminio de las “razas inferiores “que contaminaban la pureza de la raza superior (los arios), así como la ocupación y conquista de Europa por medio de la acción bélica (1933-45).
“De todos los desastres de los dos últimos siglos-afirma René Girard-el más significativo, desde nuestra perspectiva, es la destrucción sistemática del pueblo judío por el nacionalsocialismo alemán. Nada más corriente, sin duda, en la historia humana, que las matanzas. Casi siempre concebidas en el fuego de la acción, expresan una venganza inmediata, una ferocidad espontánea, y cuando son premeditadas responden a objetivos fácilmente identificables. Pero el genocidio hitleriano es algo distinto. Y aunque remita sin duda a la larga historia de las persecuciones antisemitas en el Occidente cristiano, esa nefasta tradición no lo explica todo. En el proyecto de aniquilación tan minuciosamente concebido y realizado por los nazis hay algo que escapa a los criterios habituales. La inmensa matanza no favorecía, sino todo lo contrario, los fines de guerra alemanes. El genocidio hitleriano contradice de manera tan flagrante la tesis expuesta en el capítulo anterior, la de un mundo occidental y moderno en el que imperaría la preocupación por las víctimas, que, o bien tengo que renunciar a ella, o bien tengo que hacer de esa contradicción el centro mismo de mi interpretación. Creo que la segunda solución es la buena. El objetivo espiritual del hitlerismo era –en mi opinión –erradicar primero en Alemania, y a continuación en Europa, esa vocación signada por su tradición religiosa: la preocupación por las víctimas”[27].
Vargas Llosa en una de sus obras, ya citada, y con ocasión a una visita que hiciera a Yad Vashem, el Memorial consagrado al Holocausto en Jerusalén, escribe conmovido:
“Como todo el mundo había leído, visto y escuchado lo suficiente para medir, en toda su magnitud, el genocidio de seis millones de judíos. Y, sin embargo, esa tarde creo haber comprendido por primera vez la lección de esa tragedia, mientras, como quien toca una pesadilla, observaba en las galerías en penumbra del museo, el meticuloso refinamiento, la pulcritud y, se puede decir, el genio con que fue concebido y ejecutado el asesinato colectivo. Allí, están las fotos de los osarios desenterrados por los tractores aliados o las imágenes de los niños que, en las puertas de las cámaras letales, recibían un dulce de manos del verdugo, o ante la [relación] de los experimentos a que eran sometidos -por brillantes científicos, qué duda cabe- los futuros condenados, y viendo los objetos fabricados en los campos de exterminio con pieles, cabellos o dientes de las víctimas, entendí una de las verdades que el hombre de nuestro tiempo no tiene ya derecho a poner jamás en duda. La de que ningún país, cultura o grupo humano esté inmunizado contra el peligro de convertirse en un momento dado, por obra del fanatismo –religioso, político o racial- en una herramienta del horror. No es cierto que “la violencia sea iletrada”, como escribió Sartre en Situations, II. Quien cometió las abominables atrocidades que recuerda Yad Vashem fue una nación que podía vanagloriarse de ser una de las más cultas de la Tierra”[28].
¿Tendrá razón el poeta norteamericano Charles Bukowski en su poema apocalíptico?: “Hemos nacido en medio de una lastimosa devastación, hemos nacido en medio de un gobierno endeudado hace 60 años que pronto no podrá devolver los intereses y arderán los bancos y el dinero no servirá para nada, habrá asesinos libres e impunes por las calles, habrá pistoleros y grupos de gentes vagando, la tierra no servirá para nada, disminuirán los alimentos, el poder nuclear estará en manos de la mayoría, explosiones incesantes sacudirán la tierra, hombres robot afectados por radiaciones acecharán a otros hombres, los ricos y los elegidos observarán desde plataformas espaciales, haremos que el infierno de Dante parezca un juego de niños, no se verá el sol y siempre será de noche, morirán los árboles, morirá toda vegetación, hombres afectados por radiaciones comerán la carne de otros hombres afectados por radiaciones, el mar estará contaminado, desaparecerán los lagos, los ríos, la lluvia será oro del futuro”[29].
El control y reducción de la violencia explica y justifica la estructura de autoridad, el poder político (El Estado y las diversas modalidades de ordenación y organización de las relaciones de poder), y el sistema de normas coactivas (El Derecho). Ha sido consustancial a todo grupo humano desde que se modificó la relación del hombre con la naturaleza al pasar de le economía de la caza, la pesca y la recolección de productos naturales (Paleolítico: sociedades nómadas) a la economía de la agricultura y el pastoreo (Neolítico: sociedades territorializadas o sedentarias), una estructura de autoridad: el que unos gobiernen y otros obedezcan. Las sociedades complejas no pueden autorregularse espontáneamente, pues ello requeriría de una igualdad política, social, económica y cultural de todos sus integrantes, que desaparecieren las diferencias: la utopía comunista de la sociedad sin clases. En una palabra: una sociedad formada por individuos autónomos, libres de intereses egoístas, de la envidia, el odio, el resentimiento, la violencia, fraternos y solidarios. Tal es el origen antropológico del Estado, como de cualesquiera otras formas de poder y de autoridad que han existido en la historia. El Estado tiene como primera finalidad garantizar el orden social. La anarquía y el caos social son situaciones transitorias. La con-vivencia pacífica exige reducir las manifestaciones de violencia social a límites razonables mediante un orden básico o mínimo garantizado por la estructura de autoridad correspondiente.
En consecuencia, la libertad, tal y como hoy la concebimos (la cultura de la libertad), es un hecho antropológico que sólo se desarrolla en el contexto de determinadas sociedades a partir de la modernidad y se funda en la “doctrina liberal”[30]. La libertad es paradójica: se asume, se ejerce en forma individual, pero únicamente puede realizarse en sociedades cuyas condiciones políticas, económicas y culturales favorezcan la posibilidad de la autonomía de la persona respecto de los otros (el colectivo) y el poder (el Estado). En verdad, la experiencia de las sociedades donde se garantiza la posibilidad del ejercicio de la libertad en sus diferentes esferas, por medio de un poder organizado y limitado por el Derecho: el Estado democrático de Derecho, nos demuestra su excepcionalidad en el contexto de la Historia Universal, y su fragilidad, pues la tentación del afán de poder ilimitado[31] acecha en las sombras y a la luz del día para liquidar en forma abrupta, de un zarpazo, o progresivamente, a la débil libertad.
La historia de las formaciones sociales desde la Antigüedad a nuestros días, es la historia de la sumisión y esclavitud de comunidades y pueblos por jefes despiadados o por otros pueblos. Es la historia de la violencia del hombre contra el hombre[32], tanto al interior del grupo (violencia intestina) como contra los extraños (violencia externa). Una de las maneras de lograr cierta unidad de la horda, la tribu, el clan, y hasta la nación, es la estrategia del enemigo externo. Para evitar que quienes pertenecen a una misma formación social se destruyan mutuamente, se impone la fuerza del tirano o el odio hacia los distintos, los otros, los extraños, los extranjeros. Pero, también la identificación de un enemigo “interno” responsable de los males de la comunidad, la figura del “chivo expiatorio”[33] cuya función es “integrar” al grupo en situaciones conflictivas. Ese fenómeno se presenta cuando los grupos humanos se dividen y fragmentan luego de un periodo de malestar y conflictos; en tales situaciones suele darse el caso de una coincidencia de opiniones, un acuerdo a expensas de una víctima cuya única falta de responsabilidad “…respecto de los hechos que se le imputan es fácilmente comprobada por todos los observadores, siempre y cuando no pertenezcan al grupo perseguidor. Lo cual no es óbice para que el grupo acusador considere a esa víctima culpable, en virtud de un contagio mimético análogo al de los fenómenos ritualizados”[34].
Cabe acotar que la identificación de un enemigo interno común, que permite unificar el grupo en un sentimiento de rechazo y odio al chivo expiatorio, anulando temporalmente las diferencias individuales y sociales, no es un hecho psicosocial espontáneo, pues usualmente la acusación contra el responsable de los males colectivos (generalmente una minoría social: una etnia, un grupo religioso, una comunidad de inmigrantes) es promovida desde la propia estructura de autoridad con la finalidad de unificar a la sociedad nacional y garantizarse una fuerte legitimidad social (ejemplo Hitler y el Estado nacionalsocialista alemán).
(d)Ser precario
La “precariedad” o vulnerabilidad, es decir, la conciencia de la muerte, conlleva al deseo de trascendencia; trascender después de la desaparición física, origen de la Religión y del Arte. Creer que con la muerte este ser que piensa, siente y sueña no se extinguirá, que el cuerpo se transformará en polvo, pero el alma inmortal continuará existiendo en otra dimensión, fuera del espacio y el tiempo. Dejar una huella en nuestro paso por la tierra: una acción heroica, una obra de arte imperecedera. Nadie quiere ser olvidado. El olvido total es la muerte definitiva para quienes no creen en un Dios y en la inmortalidad del alma. La angustia de la muerte, nos dice el maestro Edgard Morin “… provoca ya reacciones mágicas, tabús. Tal niño decide no afeitarse nunca, puesto que los viejos (que van a morir) tienen barba. El no tendrá nunca barba porque tampoco se afeitará nunca. Otro no quiere tocar las flores que mañana se han de marchitar. Más tarde vendrán los presagios en los que la angustia de la muerte tratará de sondear el porvenir: los pájaros de mal agüero, los muebles que crujen, los números maléficos. Y en el colmo de esta angustia aparecen, en nuestras sociedades, el catecismo y la promesa divina que corresponde a aquella que suelen hacer los padres: “tú no morirás”. De este modo las constantes de la economía de la muerte, los funerales, el duelo, tanto de la mentalidad “primitiva” como de la infantil a partir del momento en que ésta “realiza” la muerte, confirman conjuntamente de manera decisiva la existencia de una constante no menos elemental, no menos fundamental que la conciencia de la muerte y la creencia en la inmortalidad: nos referimos a las perturbaciones que la muerte provoca en la vida humana, lo que se entiende por el “horror” a la muerte”[35].
En uno de mis poemas doy cuenta de la transitoriedad del ser humano, de su precariedad, grano de arena en el infinito océano del misterio:
“Fragilidad
La vida
Pájaro indefenso
De quebradizas alas
Nube
Niebla que disipa el viento
¿De dónde viene tanta arrogancia?
Dueños del aire
De estos recuerdos vaporosos
Imágenes flotando en el vacío
¿Y esos afanes?
Somos dibujos en la arena
Que las olas borran
Un aleteo de mariposas
Nada…”[36].
El magnífico poeta Persa Omán Kháyám, lo expresa en sus inmortales versos:
“¿En qué piensas, amigo mío?
¿Piensas en tus antepasados?
Son polvo en el polvo; ¿Piensas en tus méritos?
Mírame sonreír toma este jarro
y bebamos escuchando sin inquietud
el gran silencio del universo”[37].
Ese es el lado asocial, irreductiblemente individual de la persona como ser único e irrepetible, que el poeta, ave rara y extraña, expresa en un lenguaje primario, anterior a la sociedad y a la historia. Pero, no es el caso de la mayoría de los mortales, necesitados de la integración social. La comunidad, punto ya destacado, nos enseña un lenguaje, unos hábitos, unas reglas de conducta, nos da razones para vivir, nos socorre – como dice Savater-, nos protege con un sistema de creencias, una percepción del mundo que impide que pensemos en el caos, en ese sin sentido, -el absurdo- que está allí en lo más hondo del inconsciente y se presenta en los sueños. El rechazo a los sueños, actitud muy generalizada descubierta por el padre del psicoanálisis (Freud), es la reacción del hombre moderno al temor que le produce la ruptura de la descripción ordinaria del mundo que ocurre en el misterioso universo onírico El sueño es el intermediario entre el mundo de nuestros sentimientos, deseos e impulsos escondidos y el mundo que controlamos por medio del pensamiento racional.
Gracias a los sueños podemos conocer esa parte obscura de nuestra personalidad, lo que somos en realidad, y que rechazamos en estado de vigilia. Ningún sueño, según Freud, es absurdo, cada uno, en tanto acto psíquico completo posee un sentido preciso. Todo sueño es generalmente la revelación, no de una voluntad suprema[38], divina, sobrehumana, sino frecuentemente el querer más íntimo y el más secreto del hombre. Ese mensaje no habla el lenguaje cotidiano de la superficie, sino el del abismo, el del inconsciente, allí- abajo- donde somos nuestra totalidad, el ayer y el hoy, el hombre primitivo y el civilizado. Mezcla confusa de sentimientos, restos arcaicos de un Yo más vasto, ligado a la naturaleza primaria. Y arriba, en lo alto, la luz, la clarividencia del Yo consciente que existe en el tiempo.
Esa vida del inconsciente, vida universal, memoria de la especie que atraviesa la historia y las culturas, se comunica con nuestra existencia temporal únicamente durante la noche por medio de ese misterioso mensajero de las tinieblas: el sueño; y lo que presentimos como lo más esencial de nuestro ser viene de las imágenes oníricas. Tal es el temor del ser humano común, reconocer su esencia más íntima, generalmente reñida con la “buena imagen” construida sobre el “autoengaño” psicológico. Sólo quien se atreve a buscar su ser más allá de su vida consciente, en las profundidades de sus sueños, logra aproximarse a su compleja totalidad, sin lograr comprender esa suma de vida vivida y temporal que conforma nuestra individualidad única e irrepetible.
Se dice que sólo a las puertas de la muerte, de la inminencia de la desaparición física, los humanos podemos conocer la verdad de nuestro ser y del tránsito por esta vida. Y es que ante el trauma de la extinción de la existencia ya no hay posibilidad del autoengaño. Salvo el suicida, esa anomalía que significa la negación del impulso de conservación, la mayoría de las personas no quiere morir, se resisten a la muerte.
(e) Ser pasional
La historia humana también nos demuestra cómo el altruismo, la generosidad, la solidaridad, la tolerancia, las acciones desinteresadas de los seres humanos, constituyen una excepción a la regla de los intereses y pasiones del individuo y los grupos: codicia, ambición de poder, avaricia, lujuria, envidia, egoísmo, odio, intolerancia, resentimiento[39].
Pretender extirpar por la fuerza física y la inculcación ideológica (“el hombre nuevo”)mediante una revolución política, económica, social cultural, las debilidades y vicios atribuidos a un tipo de sociedad y no a la especificidad antropológica, es una “utopía” que, como lo demuestra la experiencia histórica, conduce indefectiblemente a mayor violencia y desencadena las peores pasiones y atrocidades que supuestamente desaparecerían con la formación del “hombre nuevo” comunista, liberado de esos vicios imputados a la sociedad burguesa y el modo de producción capitalista; en pocas palabras, conduce irremediablemente a la opresión, el terrorismo y crimen estatal, a la esclavitud de los seres humanos.
En consecuencia, el reconocimiento de la condición pasional de los humanos explica y justifica también la existencia del Estado (mal necesario en la concepción de Hobbes) y del Derecho como sistema de normas coactivas.
(f) Ser mentiroso
El amor a la verdad es una excepción a la regla. Los humanos mentimos, engañamos, disfrazamos los intereses y pasiones: las auténticas intenciones, por medio de construcciones intelectuales que pretenden justificar (legitimar) las peores atrocidades, crímenes y latrocinios. Tal es la función de las ideologías políticas, y del denominado poder ideológico. La historia de las diversas formas de poder, de dominación del hombre por el hombre, es inseparable de la historia de las diversas ideologías legitimadoras de esas relaciones de dominación. En los regímenes de poder totalitarios el engaño y la mentira son consustanciales a la preservación del poder y el control sobre la población. La “propaganda” sustituye a la información relativamente veraz sobre las políticas públicas implementadas por el Estado. Se trata de crear artificiosamente una realidad que no existe para ocultar la verdad. Ejemplo patético fue el régimen nacionalsocialista en Alemania (1933-1945) y el llamado “ministerio de propaganda” ideado por el psicópata Goebbels[40], cuyo slogan relativo a los efectos de la propaganda ideológica demuestra el cinismo de quienes integran las cúpulas de ese tipo de régimen de poder: “Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. En las dictaduras modernas, especialmente las totalitarias, la mentira es una “política de Estado” expresada en el “discurso cotidiano del poder”: manipulación de datos y cifras sobre la situación económica y social, la culpabilidad del “enemigo objetivo” de los fracasos gubernamentales, el culto a líder o los líderes fundamentales, la manipulación de la esperanza en un mundo mejor, etc. Ello no quiere decir que el discurso gubernamental en las democracias escape a esa tendencia inherente al poder de disfrazar y ocultar la realidad que puede deslegitimizarlo a los ojos de los ciudadanos; sin embargo, la libertad de información, comunicación y opinión, es decir, la existencia de una “opinión pública crítica” y libre de mordazas permite contrarrestar esa tendencia. Y así la sociedad, o al menos el sector más esclarecido, puede desmontar las posibles mentiras del discurso del poder[41] .
No podemos perder de vista el síndrome del “temor a la verdad” o la propensión de no pocos individuos a vivir en un mundo falso e ilusorio, a dejarse engañar para no encarar la realidad. Ese síndrome, conjuntamente con el de la “servidumbre voluntaria”[42], constituye el soporte psicológico de la “legitimidad social” que logran los regímenes dictatoriales. Se me ocurre que, al lado de esos dos síndromes, existe la tendencia a la “comodidad de espíritu”, a la resignación o conformidad, pues la verdad molesta, inquieta, preocupa, angustia. Tal vez aquello de que el hombre es “un animal de costumbres”, vale decir, que se acostumbra a todo, pueda entenderse si articulamos esas tres actitudes psicológicas.
Estas son en nuestro concepto las bases antropológicas, naturales, de la cultura. He allí la paradoja de la condición humana: siendo el hombre el animal más desvalido de la naturaleza, al mismo tiempo es el único dotado de inteligencia o capacidad para crear. Imposibilitados de subsistir como especie adaptándonos naturalmente a las condiciones medioambientales, la inteligencia nos llevó a crear una supranaturaleza: la cultura, el entorno o hábitat humano donde hemos podido subsistir en el transcurso de la historia. Cultura, por oposición a la naturaleza, es toda creación humana. Las ideas, creencias, valores, el imaginario colectivo, los mitos fundacionales, las tradiciones y ritos, las costumbres; los elementos inmateriales como el lenguaje, las expresiones corporales, las formas de comunicación interpersonal; los elementos materiales: los utensilios, enseres, las obras de infraestructura; las instituciones, etcétera., creados por el ser humano para garantizar la subsistencia, conservación y desarrollo de la vida humana.
No hubiese podido ser de otra manera. La historia de la humanidad es la historia de la progresiva transformación del medio físico natural, ya que el humano es un ser que no puede asegurar su sobrevivencia con la mera adaptación al hábitat natural o los ecosistemas primarios (el homo Faber). Sociosfera, ideosfera y tecnosfera, vale decir, la esfera de la sociedad, la de las ideas y la de la técnica y la tecnología, conforman las dimensiones de la cultura. Los límites a la libertad “natural” del hombre vienen impuestos por las normas sociales: jurídicas, éticas, morales, religiosas, las reglas del trato social. Códigos de conducta expresados en leyes, normas escritas, en costumbres, tradiciones, prácticas sociales. Para garantizar el cumplimiento de esas normas, en particular las jurídicas, se necesita de una instancia social dotada de la fuerza o poder de coacción necesario para forzar tal cumplimiento aun contra la voluntad de los obligados (Estado).
Vivimos en un hábitat normativo. Al respecto, expresa el reconocido jurista italiano Norberto Bobbio: “Nuestra vida se desenvuelve dentro de un mundo de normas. Creemos ser libres, pero en realidad estamos encerrados en una estrechísima red de reglas de conducta, que desde el nacimiento y hasta la muerte dirigen nuestras acciones en esta o aquella dirección. La mayor parte de estas normas se han vuelto tan comunes y ordinarias que ya no nos damos cuenta de su presencia. Pero si observamos un poco desde fuera el desarrollo de la vida de un hombre a través de la actividad educadora que ejercen sobre él sus padres, maestros, etc., nos damos cuenta que ese hombre se desarrolla bajo la guía de reglas de conducta. En relación con el sometimiento permanente a nuevas reglas, justamente se ha dicho que la vida entera, y no sólo la adolescencia, es un proceso educativo continuo. Podemos comparar nuestro proceder en la vida con el camino de un peatón en una gran ciudad: aquí la dirección está prohibida, allí es obligatoria; y aun allá donde es libre, la calle por donde debe seguir está por lo general rigurosamente marcada. Toda nuestra vida está llena de carteles indicativos, algunos que ordenan tener un cierto comportamiento, otros que lo prohíben. Muchos de estos carteles indicativos son reglas del Derecho. Desde ahora podemos decir, así sea en términos todavía generales, que el Derecho constituye una parte notable, tal vez la más sobresaliente de nuestra experiencia normativa...Además de las normas jurídicas, hay preceptos religiosos, reglas morales, sociales, de costumbre, reglas de aquella ética menor que es la etiqueta, reglas de buena educación, etc.” [43]
[1]Esta constatación antropológica no implica condena alguna al homosexualismo o la atracción de personas del mismo sexo (homosexuales y lesbianas). Desde el origen mismo de la especie ese fenómeno ha estado presente, sólo que es en las sociedades liberales modernas, fundadas en la tolerancia, el contexto social y cultural que ha permitido el libre desarrollo de esa forma de interacción humana, pues en otras sociedades y comunidades históricas, aun en estos tiempos de liberación sexual, el homosexualismo ha sido y es objeto de prohibición religiosa, rechazo social, y hasta de castigo estatal. Lo que quiero subrayar es que la atracción entre los opuestos: hombre y mujer, sigue siendo la base de la reproducción de la especie, y el fundamento del erotismo heterosexual. En la Grecia de la Antigüedad y en la Roma precristiana, el homosexualismo formaba parte de las costumbres sociales. Dícese del gran Cesar que era bisexual (al igual que Alejandro Magno) que era “la mujer de su soldadesca” y el “marido de las patricias romanas”, tal vez una intriga histórica algo exagerada. En el mito bíblico de la creación del mundo, en Génesis 27 se dice que Dios creó al hombre a su semejanza: “varón y hembra, los creó”.
[2] Rodrigo-Manuel Domínguez (2006). El origen de la atracción sexual humana. Ediciones Akal, SA. España, pp. 13-14. No creo que la atracción sexual se limite a lo estrictamente físico, el cuerpo y rostro de la mujer o del hombre, lo que algunos reducen a un mero componente hormonal, y aunque lo físico sea un factor fundamental del efecto de la mutua atracción, no puede soslayarse el elemento psicológico, sentimental, emotivo, intelectual y espiritual, pues la persona es una síntesis biosíquica. Es obvio que, en la búsqueda de la complementación al vacío existencial del individuo, al que ya me he referido, influya la atracción física a la que alude el autor, pero esa atracción no se justifica en sí misma, pues si fuésemos seres autosuficientes, vale decir “completos”, tal atracción no existiría.
[3] Ferry, Luc (1997). El Hombre-Dios o El sentido de la vida. Tusquets editores. Traducción de Marie-Paul Sarazin. Barcelona, p. 126.
[4](Córdoba, España, 1561-id., 1627) Poeta español. Nacido en el seno de una familia acomodada, estudió en la Universidad de Salamanca. Nombrado racionero en la catedral de Córdoba, desempeñó varias funciones que le brindaron la posibilidad de viajar por España. Su vida disipada y sus composiciones profanas le valieron pronto una amonestación del obispo (1588).En 1603 se hallaba en la corte, que había sido trasladada a Valladolid, buscando con afán alguna mejora de su situación económica. En esa época escribió algunas de sus más ingeniosas letrillas, trabó una fecunda amistad con Pedro Espinosa y se enfrentó en terrible y célebre enemistad con su gran rival, Francisco de Quevedo. Instalado definitivamente en la corte a partir de 1617, fue nombrado capellán de Felipe III, lo cual, como revela su correspondencia, no alivió sus dificultades económicas, que lo acosarían hasta la muerte. Aunque en su testamento hace referencia a su «obra en prosa y en verso», no se ha hallado ningún escrito en prosa, salvo las 124 cartas que conforman su epistolario, testimonio valiosísimo de su tiempo. A pesar de que no publicó en vida casi ninguna de sus obras poéticas, éstas corrieron de mano en mano y fueron muy leídas y comentadas. En sus primeras composiciones (hacia 1580) se adivina ya la implacable vena satírica que caracterizará buena parte de su obra posterior. Pero al estilo ligero y humorístico de esta época se le unirá otro, elegante y culto, que aparece en los poemas dedicados al sepulcro del Greco o a la muerte de Rodrigo Calderón. En la Fábula de Píramo y Tisbe (1617) se producirá la unión perfecta de ambos registros, que hasta entonces se habían mantenido separados. Entre 1612 y 1613 compuso los poemas extensos Soledades y la Fábula de Polifemo y Galatea, ambos de extraordinaria originalidad, tanto temática como formal. Las críticas llovieron sobre estas dos obras, en parte dirigidas contra las metáforas extremadamente recargadas, y a veces incluso «indecorosas» para el gusto de la época. En un rasgo típico del Barroco, pero que también suscitó polémica, Góngora rompió con todas las distinciones clásicas entre géneros lírico, épico e incluso satírico. Juan de Jáuregui compuso su Antídoto contra las Soledades y Quevedo lo atacó con su malicioso poema Quien quisiere ser culto en sólo un día... Sin embargo, Góngora se felicitaba de la incomprensión con que eran recibidos sus intrincados poemas extensos: «Honra me ha causado hacerme oscuro a los ignorantes, que ésa es la distinción de los hombres cultos». Disponible en http://www.biografiasyvidas.com/biografia/e/esquilo.htm.
[5] De Gongora, Luis (1949). Poesías Completas. Biblioteca Mundial Sopena. Argentina, p. 15. Nembrot: rey de Babilonia al que se le atribuye la construcción de la Torre de Babel aludida por Góngora.
[6] “Estudios realizados en culturas occidentales, han encontrado que a lo largo de los últimos treinta años la relación entre matrimonio y amor ha ido cambiando. Las personas perciben de manera creciente que "estar enamorado" es la base fundamental para permanecer casado. Parece que, en el siglo XX, en las sociedades occidentales, el amor romántico se ha convertido en razón fundamental para mantener relaciones matrimoniales a largo plazo (Simpson, Campbell y Berscheid, 1986). Dion y Dion (1993) sugieren que las diferentes orientaciones culturales influyen intensamente en cómo la gente conceptualiza el amor y la intimidad. Las culturas más individualistas, en las que las relaciones íntimas se establecen cara a cara y más o menos simétricamente, valoran más el componente pasional romántico del amor, mientras que, en las sociedades colectivistas, las relaciones íntimas se organizan a través de la intervención de la familia extendida, y se valoran más los aspectos pragmáticos y amistosos del amor (Dion y Dion, 1988). Por tanto, el amor romántico es una base más importante para el matrimonio en las culturas individualistas que en las colectivistas. En las primeras, el amor y la decisión individual de dos personas parecen la forma natural de formar una pareja estable. En las segundas, en general, la formación de la pareja es una decisión de las personas mayores, se basa en arreglos que responden a los deseos de las familias y es un deber para los individuos (Triandis, 1995). La mayoría de la humanidad vive en culturas colectivistas y en general los matrimonios en el mundo son arreglados por los familiares o las familias tienen una gran influencia. La mayoría de las novias son adolescentes y en dos tercios de las sociedades se paga una dote por ellas y el matrimonio se concibe como un contrato socio-económico entre las familias. En 1980 en China solo un tercio de los matrimonios estuvo libre de influencia familiar, en 1989 en Corea el 40% de los matrimonios fue arreglado, al igual que en el 72% de mujeres turcas entrevistadas en los 70. El matrimonio convenido por los padres era muy frecuente en indios y pakistaníes emigrantes (Goodwin, 1999). Desde esta perspectiva socio-cultural y normativa, más que las diferencias de recursos y roles, serían las normas valóricas las que explicarían las diferencias entre géneros y entre naciones. Aun controlando el nivel de desarrollo económico, las culturas cuyos valores enfaticen la autonomía y decisiones individuales (individualistas e igualitarias), así como que valoricen los atributos y sentimientos internos (individualistas), reforzarán la importancia del amor pasional, del amor como criterio y pre-requisito de la elección de pareja y matrimonio. Las culturas colectivistas y que enfatizan las diferencias de status, que enfatizan las decisiones familiares y los deberes normativos, darán menos importancia al amor como criterio y pre-requisito de la formación de una pareja estable, así como valorarán más los aspectos prácticos y amistosos del amor. Se puede también suponer que las culturas normativas, que enfatizan la necesidad de obedecer reglas, rechazarán más el amor lúdico y pragmático y enfatizarán criterios como la castidad y status social. Estas culturas intolerantes de la incertidumbre (véase en el método la breve descripción de esta dimensión cultural) que son emocionales, también deberían enfatizar más el estilo de amor Manía – de fuerte activación emocional y posesivo. Las culturas jerárquicas, que enfatizan la legitimidad de las asimetrías de status y la obediencia (de hijos a padres y de esposas ante maridos entre otras) y las culturas masculinas, competitivas y que enfatizan las diferencias de género, también reforzarán las diferencias de respuesta entre hombres y mujeres, en particular reforzando el apoyo de las personas a los criterios tradicionales de género (p.e. las mujeres valoraran más el status social y los hombres la castidad y características femeninas de buena ama de casa). Según una argumentación socio-cultural, las culturas que imponen más constricciones reducirán las diferencias de género en las respuestas normativas (p.e. habrá menos diferencias entre hombres y mujeres en valoración del amor pragmático, sí este es normativo en las culturas colectivistas). En resumen, el fenómeno del amor no sólo presenta una variabilidad inter e intraindividual, sino también cultural e histórica. Por tanto, en base a estos planteamientos teóricos y empíricos, el objetivo fundamental del presente estudio es analizar las diferencias culturales y de género en tres conceptualizaciones del amor, como son los tipos de amor y los estilos de apego asociados a ellos, la consideración del amor como prerrequisito para casarse y la valoración de las características que se consideran importantes a la hora de elegir una pareja”. Silvia Ubillos, Elena Zubieta, Daría Páez, Jean-Claude Deschamps, Amaia Ezeiza y Aldo Vera. Amor, Cultura y Sexo. En Revista electrónica de Motivación y Emoción. Volumen 4 Número 8-9. Disponible enhttp://reme.uji.es/articulos/aubils9251701102/texto.html.
[7] La cultura, dimensión estrictamente antropológica integrada por valores, creencias, mitos, tradiciones, leyendas, símbolos que se expresan en el lenguaje y en las prácticas sociales: usos y costumbres, condiciona, media, el impulso sexual, que deja de ser una mera relación biológica para transmutarse en una simbólica. Y así alrededor de lo sexual cada sociedad histórica ha construido sus propios mitos, ritos y ceremonias. Se dice que el amor erótico, el romanticismo, surgió en la Italia renacentista, como la pornografía en la modernidad occidental.
[8] El excelso escritor y poeta portugués Fernando Pessoa, tímido y solitario en inaudito extremo, confiesa su aversión a la sociabilidad: “Me apesadumbra, por otra parte, la sola idea de ser forzado a un contacto con otro. Una simple invitación para cenar con un amigo me produce una angustia difícil de definir. La idea de una obligación social cualquiera –ir a un entierro, tratar con alguien algo de la oficina, ir a esperar a la estación a una persona, conocida o desconocida –, sólo esa idea me perturba los pensamientos de todo un día, y a veces empiezo a preocuparme desde la misma víspera, y duermo mal, y el caso real, cuando ha pasado, es absolutamente insignificante, no justifica nada; y el caso se repite y yo no aprendo nunca a aprender. “Mis hábitos son los de la soledad, no los de los hombres”, no sé si fue Rousseau, si Senancour, quien dijo esto. Pero fue algún espíritu de mi especie – no podré quizás decir que de mi raza”. Pessoa, Fernando (2002). El Libro del Desasosiego. Acantilado. Barcelona, p. 61.
[9] Reitero para evitar malentendidos que no soy homofóbico, no estoy en contra de las uniones homosexuales, simplemente constato que desde el punto estrictamente biosíquico primario la atracción heterosexual, como en otras especies, ha sido y es, no obstante, la posibilidad de producir seres humanos en forma artificial, la base de la reproducción de nuestra especie, y, por tanto, de la permanencia de la vida humana en el planeta. La atracción entre personas del mismo sexo no es nada nuevo, pues hubo sociedades en el pasado cuyas culturas y costumbres aceptaron como un hecho normal y socialmente aceptable tales uniones como fueron los casos de la Grecia de la Antigüedad y el Imperio romano; sólo que en estos tiempos en no pocos países se ha legalizado el matrimonio llamado “gay”.
[10] Al respecto, transcribo el artículo de la psiquiatra Stephanie Cacioppo “Soledad, una nueva epidemia”: Una de cada tres personas se siente sola en la sociedad de la hiperconexión y las redes sociales. ¿Qué está fallando? Cualquiera puede padecer soledad crónica: un chico de 12 años que se traslada a un colegio nuevo; un joven que después de crecer en un pueblo se siente perdido en la gran ciudad; una ejecutiva que está demasiado ocupada con su carrera para mantener buenas relaciones con sus familiares y amigos; un anciano que ha sobrevivido a su cónyuge y cuya mala salud le dificulta ir a visitar a nadie. La generalización del sentimiento de soledad es asombrosa. Varios estudios internacionales indican que más de una de cada tres personas en los países occidentales se siente sola habitualmente o con frecuencia. Un estudio de 10 años que iniciamos en 2002 en una gran área metropolitana indica que, en realidad, esa proporción se aproxima más a una de cada cuatro personas en algunas zonas, una cifra que sigue siendo muy alta. La mayoría de estas personas quizá no son solitarias por naturaleza, pero se sienten socialmente aisladas, aunque estén rodeadas de gente. El sentimiento de soledad, al principio, hace que una persona intente entablar relación con otras, pero con el tiempo la soledad puede fomentar el retraimiento, porque parece una alternativa mejor que el dolor del rechazo, la traición o la vergüenza. Cuando la soledad se vuelve crónica, las personas tienden a resignarse. Pueden tener familia, amigos o un gran círculo de seguidores en las redes sociales, pero no se sienten verdaderamente en sintonía con nadie. Una persona que se siente sola suele estar más angustiada, deprimida y hostil, y tiene menos probabilidades de llevar a cabo actividades físicas. Como las personas solitarias tienden más a tener relaciones negativas con otros, el sentimiento puede ser contagioso. Las pruebas biológicas realizadas muestran que la soledad tiene varias consecuencias físicas: se elevan los niveles de cortisol —una hormona del estrés—, se incrementa la resistencia a la circulación de la sangre y disminuyen ciertos aspectos de la inmunidad. Y los efectos dañinos de la soledad no se acaban cuando se apaga la luz: la soledad es una enfermedad que no descansa, que aumenta la frecuencia de los micro despertares durante el sueño, por lo que la persona se levanta agotada. El motivo es que, cuando el cerebro capta su entorno social como algo hostil y poco seguro, permanece constantemente en alerta. Y las respuestas del cerebro solitario pueden servir para la supervivencia inmediata. Pero en la sociedad contemporánea, a largo plazo, tiene costes para la salud. Cuando estamos acelerando constantemente nuestros motores, dejamos nuestro cuerpo exhausto, reducimos nuestra protección contra los virus y la inflamación, y aumentamos el riesgo y la gravedad de las infecciones víricas y de muchas otras enfermedades crónicas. Cuando una persona está triste e irritable, quizá está pidiendo a gritos que alguien la ayude y conecte con ella Un análisis reciente —de 70 estudios combinados con más de tres millones de participantes— demuestra que la soledad incrementa las probabilidades de mortalidad en un 26%, aproximadamente igual que la obesidad. El hecho de que más de una de cada cuatro personas en los países industrializados pueda estar viviendo en soledad, con consecuencias seguramente devastadoras para la salud, debería preocuparnos. En nuestras investigaciones también hemos observado que cada medida positiva para mejorar la calidad de las relaciones sociales mejora la presión arterial, los niveles de las hormonas del estrés, las pautas de sueño, las funciones cognitivas y el bienestar general. Con frecuencia las personas solitarias no son conscientes de muchas de las cosas que les suceden: no lo saben. Por ejemplo, se agudiza de forma implícita la hipervigilancia en busca de amenazas sociales y se reduce la capacidad de controlar los impulsos. Pero, igual que ocurre con el dolor físico que nos informa de una posible lesión en nuestro cuerpo, el sentimiento de soledad nos indica la necesidad de proteger o reparar nuestro cuerpo social. Los familiares y amigos suelen ser los primeros en detectar los síntomas de soledad crónica. Cuando una persona está triste e irritable, quizá está pidiendo en silencio que alguien la ayude y conecte con ella. La paciencia, la empatía, el apoyo de amigos y familiares, compartir buenos momentos con ellos, todo eso puede hacer que sea más fácil recuperar la confianza y los vínculos y, en definitiva, reducir la soledad crónica. Por desgracia, para muchos hablar con franqueza sobre la soledad sigue siendo difícil, porque es una condición mal comprendida y estigmatizada. Sin embargo, dada su frecuencia y sus repercusiones en la salud, tendría que estar reconocida como un problema de salud pública. Debería recibir más atención en las escuelas, en los sistemas de salud, en las facultades de medicina y en las residencias de ancianos para garantizar que los profesores, los profesionales de la sanidad, los trabajadores en los centros de día y en los centros de tercera edad sepan identificarla y abordarla. ¿Las redes sociales pueden abrir nuevas vías para conectar con los demás? Depende de cómo se usen. Cuando la gente utiliza las redes para enriquecer las interacciones personales, pueden ayudar a disminuir la soledad. Pero cuando sirven de sustitutas de una auténtica relación humana, causan el resultado opuesto. Imaginen un coche. Si una persona conduce para compartir un rato agradable con sus amigos, seguramente se sentirá menos sola; si se pasea solo para saludar de lejos y ver cómo los demás se lo pasan bien, su soledad seguramente seguirá siendo igual o peor. Por desgracia, muchas personas solas tienden a considerar las redes sociales como refugios relativamente seguros para relacionarse con los demás. Como en el ciberespacio resulta difícil juzgar si los otros son dignos de confianza, la relación es superficial. Además, una conexión a través de Internet no sustituye a una real. Cuando un niño se cae y se hace daño en la rodilla, una nota comprensiva o una llamada a través de Skype no sustituye al abrazo consolador de sus padres. Hablar con franqueza sobre la soledad sigue siendo difícil, pero es un problema de salud pública En la actualidad varios países, en particular Dinamarca y Reino Unido, han creado programas nacionales para concienciar al público sobre la soledad crónica, fomentar un mejor conocimiento de sus consecuencias catastróficas que tiene y mejorar las intervenciones, las políticas para abordar este problema y su financiación. John T. Cachopo, autor de Popelines (WW Norton), es catedrático de psicología y dirige el centro de neurociencia cognitiva y social en la Universidad de Chicago. Stephanie Cachopo es profesora de psiquiatría y neurociencia en el mismo centro. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. Disponible en http://www.elpais.es, edición del 10 de abril de 2016.
[11]En estos tiempos de la llamada postmodernidad ha venido avanzando una perversa ideología que pretende borrar las diferencias naturales entre hombre y mujer (varón y hembra). Transcribo al respecto un artículo de Fernando Paz. “El reino de la locura”. [La imposición de la ideología de género, convertida en doctrina oficial casi universalmente aceptada] “En estas últimas semanas han sucedido algunas cosas que muestran el grado al que hemos llegado en Occidente –esto ya sucede a escala planetaria- con respecto a la imposición de la ideología de género, convertida en doctrina oficial casi universalmente aceptada. Notable episodio el del linchamiento de Ian McEwan, conocido y exitoso escritor británico, que ha tenido la osadía de afirmar que “cuando veo a una persona con pene tiendo a pensar que se trata de un hombre”. Imperdonable reflexión que le ha valido la condena universal y su definitiva clasificación de Neanderthal y fascista, tirando por lo bajo. El mensaje es claro: el hombre y la mujer no nacen, sino que se hacen”. En su proceso de deconstrucción social, la ideología de género propugna que no existen ni el sexo ni la diferencia sexual como realidades innatas del ser humano; y que sólo hay “géneros”, es decir, roles arbitrariamente conferidos por un determinado ordenamiento social (heteropatriarcal, en este caso).La afirmación de que la distinción entre hombres y mujeres es, pues, puramente social conduce a rechazar la idea de que el ser humano es una construcción cultural que se erige sobre una realidad natural que le precede. La evidencia de una sexualidad previa a la construcción cultural y a la asignación de roles sociales no les disuade en absoluto de sus apriorismos y prejuicios. Para cambiar tales roles, la ideología de género ha declarado batalla sin cuartel a la institución familiar, que considera el último bastión de resistencia a su programa de ingeniería social. Para el progresismo la familia es, desde Engels, el origen de todas las taras del ser humano. La aspiración primordial de la ideología de género es completar ese proyecto de ingeniería social; esto es, disolver los vínculos naturales que forman el tejido social, como primera providencia. “La destrucción del varón, real o arquetípica, es la destrucción de la familia”. El ataque al varón –figura que representaría el sentido de la autoridad, de la que emanarían los conceptos de Dios o Patria, o la heterosexualidad- es, en realidad, el tema central de todos los discursos, desde los malos tratos hasta el derecho al aborto. La destrucción del varón, real o arquetípica, es la destrucción de la familia. Ese indisimulado ataque al varón que estamos viviendo –asunto del que apenas nadie quiere hablar, aunque todo el mundo percibe- se ha constituido en uno de los temas tabú de nuestro tiempo. La ideología de género establece unos principios de origen nietzscheano que impregnan toda la concepción de la vida. La afirmación de que es la sola voluntad la que nos define frente a toda realidad, no se agota, claro está, en el plano sexual. De modo que hemos visto a una joven noruega que dice ser un gato y a un sudamericano que asegura ser un dragón (dragón transexual, eso sí, pues se ha operado primeramente a tal fin); en otra época con más amor por la razón habrían ido a parar al manicomio, pero… ¿qué hacer cuando la locura ha sido abolida, cuando la antipsiquiatría asegura que la locura no existe, que es solo un punto de vista alternativo o minoritario? (ver Orwell). En alucinado imaginario de la ideología de género la realidad no es más que una construcción puramente subjetiva que cada cual puede proyectar desde las fibras más íntimas de su propia voluntad. Y, en todo caso, cuando colisionan realidad y voluntad, tal y como expresó Lenin, “peor para la realidad”. La ideología de género establece unos principios de origen nietzscheano que impregnan toda la concepción de la vida. La afirmación de que es la sola voluntad la que nos define frente a toda realidad, no se agota, claro está, en el plano sexual. Con toda probabilidad –aunque es verdad que con una siempre necesaria prudencia- podemos afirmar que la historia del hombre nunca había alcanzado un punto tal de degradación. Que estamos ante la última revolución, expresión del odio del hombre no ya contra el Creador, sino contra la creación misma. De la que forma parte su propia naturaleza. “Chesterton vislumbró hace un siglo, cuando auguró que no tardaría en proclamarse una nueva religión que, a la vez que exaltase la lujuria, prohibiese la fecundidad”. Una degradación que nos ha conducido a una crisis sin precedentes en la historia humana, que niega la existencia de la bueno y lo malo, de lo bello y lo feo, de la verdad y la mentira; en medio de esa crisis en verdad gigantesca estamos hoy. Y es que el hombre del siglo XX, remataba el escritor inglés, no ha perdido la fe; lo que ha perdido es la razón. Disponible en http://www.actuall.com
[12]Pessoa, Fernando opus cit, p. 229.
[13]En efecto, como bien señala Luis Enrique Alonso, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid en su artículo “La producción social de la necesidad”: “… los hombres se agrupan, elaboran técnicas y ponen a punto procedimientos con objeto de satisfacer sus necesidades primarias, estos procesos, permitiendo la satisfacción de aquellas necesidades originan a su vez otras, las necesidades instrumentales: necesidades de promover la cooperación, de arbitrar los conflictos, de conjugar los peligros que amenazan a la comunidad etc. Estas necesidades instrumentales suscitan respuestas institucionales: sistemas de comunicación (lenguaje, signos), sistemas de control social (normas sanciones), sistemas simbólicos (creencias, rituales, magia). El juego de mecanismos institucionales crea, de cara a la satisfacción de las necesidades instrumentales, la necesidad de mecanismos integradores más complejos: procesos de toma de decisión, legitimación de la autoridad, reglas de sucesión. etc. Nacen, por tanto, instituciones coordinadoras tales corno estructuras gubernamentales. religiosas o jurídicas. Por otra parte, el psicólogo norteamericano Abraham Maslow establecería una escala funcional de necesidades -muy utilizada en investigación comercial y en sociología de la empresa-, diferenciando, de entrada, un conjunto de necesidades básicas menores y superiores. Las necesidades básicas tienen un carácter instintivo y se ordenan por sí mismas en una jerarquía perfectamente definida según un principio de potencia relativa, esto es, la satisfacción de cualquier necesidad permite que otras más débiles que habrían sido desplazadas pasen a primer piano para presentar su motivación: la satisfacción de una necesidad crea otra en un proceso que no conoce fin. Maslow distingue cinco grupos de necesidades básicas jerarquizadas funcionalmente, según el principio anteriormente citado, una necesidad de necesidades suscitará una motivación consolidada solo cuan- do su nivel inmediato inferior este saturado, los grupos son 1º)Las necesidades fisiológicas asociadas a la homeóstasis o equilibrio normal y constante del organismo humano: 2º)Necesidades de seguridad o de preferencia por la pervivencia estable en el mundo: 3º)Necesidad de posesividad y amor, ligadas al deseo del individuo de establecer relaciones afectivas con su entorno humano: 4º)Necesidades de estima personal o auto aprecio, reflejo de la evaluación que la persona hace de sí misma con respecto a los otros, y 5º)Necesidad de autodesarrollo o realización producidas por el impulso del hombre a explicitar sus potencialidades creativas. Cuanto más inferior sea la necesidad más individualista y egoísta es el sujeto que persigue satisfacerla, sin embargo, la búsqueda y satisfacción de necesidades superiores requiere el concurso de un grupo social y, por tanto, ¡tiene un carácter cívico y convivencia! siempre deseable”. Disponible en http://www.uned.es/125051/socicon/lea.htm
[14]Se designa época Paleolítica al período de la prehistoria que se inicia, según algunos expertos, hace unos 2. 500.000 millones de años y finaliza en el 10.000 a C. Dicho vocablo significa “piedra tallada” (La edad de piedra) y hace referencia a la forma primitiva, tosca, rudimentaria, en que los humanos fabricaban sus herramientas y armas. Esa etapa de la humanidad se caracterizó por el nomadismo, siendo la principal preocupación colectiva conseguir el alimento diario y defenderse de los peligros, como los que representaban los grandes animales. La subsistencia se garantizaba a partir de la caza y la recolección de raíces, frutas y hojas. La actividad de los cazadores fue evolucionando progresivamente: primero devoraban animales que encontraban muertos, y luego con el invento de la “hacha de mano”, fabricada con un trozo de piedra tallada, se inició la etapa de la cacería. Los hombres del Paleolítico desconocían cómo sembrar semillas o la forma de criar animales. Recolectaban nueces, bayas y frutas silvestres, así como una variedad de plantas verdes y granos silvestres; cazaban y consumían diversos animales, tales como el búfalo, el caballo, el bisonte, las cabras salvajes y el reno. En las áreas costeras, el pescado proporcionaba una rica fuente de alimento. No cabe la menor duda de que la caza de animales y la recolección de plantas silvestres originaron ciertos patrones de vida. Los arqueólogos y los antropólogos han especulado que la gente del Paleolítico vivía en pequeños grupos, que oscilaban entre veinte y treinta personas. Eran nómadas (se movían de un lugar a otro), pues no tenían otra opción más que seguir las migraciones de los animales y los ciclos de la vegetación. La caza dependía de la observación cuidadosa de los patrones de comportamiento de los animales y requería un esfuerzo de grupo, con el fin de contar con una oportunidad real de tener éxito. A través de los años, las herramientas se perfeccionaron más y se volvieron más útiles. La invención de la lanza —y más tarde del arco y la flecha— hizo que la cacería se facilitara en gran medida. Los arpones y los anzuelos —hechos de hueso— incrementaron la pesca. Tanto el hombre como la mujer eran responsables de encontrar alimentos, principal actividad de la humanidad del Paleolítico. Dado que la mujer procreaba y cuidaba a los niños, generalmente permanecía cerca de los campamentos; no obstante, desempeñaba un papel importante en la adquisición de la comida al recolectar bayas, nueces y granos. Los hombres cazaban animales salvajes, actividad que los mantenía alejados del campamento. Ya que tanto el hombre como la mujer realizaban funciones sociales tan significativas para la sobrevivencia del grupo, los científicos han argumentado que existía una incipiente igualdad entre ellos. De hecho, algunos especulan que el hombre y la mujer tomaban decisiones que afectaban las actividades de los grupos del Paleolítico. Dichos grupos —en especial los que vivían en climas fríos— encontraron refugio en las cuevas. Al paso del tiempo, también llegaron a construir nuevos tipos de refugios. Tal vez los más comunes hayan consistido en una estructura sencilla de postes de madera o varas, que cubrían con pieles de animales. Donde la madera era escasa, los cazadores-recolectores de esa etapa de la humanidad debieron utilizar huesos de mamut para construir estructuras que después recubrían con pieles de animales. Gracias a la utilización sistemática del fuego —la que los arqueólogos creen que comenzó hace unos 500.000 años— las cuevas y las estructuras construidas por los humanos contaron con una fuente de luz y de calor. El fuego también permitió que cocinaran sus alimentos, mejorando así su sabor y duración y —en el caso de algunas plantas, como los granos silvestres— el fuego las hacía más fáciles de masticar y digerir. La fabricación de herramientas y la utilización del fuego —dos innovaciones tecnológicas importantes de la gente del Paleolítico— traen a la mente lo crucial que resultó para la sobrevivencia del ser humano su capacidad de adaptación. Pero los hombres y mujeres de ese remoto tiempo no se limitaron sólo sobrevivir. En efecto, la especificidad antropológica que nos diferencia del resto de las especies (animales simbólicos), comenzó a expresarse por medio del dibujo y generó lo que denominamos las “primeras obras de arte”: pintaron o grabaron figuras de animales o personas sobre las paredes de las cavernas. Esta pintura se llama rupestre, es decir, hecha en las rocas. El contenido de esas representaciones es el reflejo de grandes temas religiosos o míticos. Cabe pensar que trataban de favorecer con sus pinturas la caza de animales que servían para su subsistencia. Uno de los principios de su magia era “lo semejante produce lo semejante”, por eso dibujaban actos de caza. Se representaba comúnmente la fauna que se iba a cazar; en general, no aparecen vegetales ni paisajes. El centro de atención es el animal. Las pinturas rupestres de grandes animales que se descubrieron en la parte sur-occidental de Francia y en el norte de España demuestran la actividad cultural de esos grupos humanos primitivos, y, por tanto, el lento inicio de la separación entre naturaleza y cultura. Una cueva descubierta en 1994 en Francia contiene más de trescientas pinturas de leones, bueyes, búfalos, panteras y otros animales. La mayoría de éstas, representan animales que la gente no cazaba, lo cual sugiere que las pinturas tenían propósitos religiosos. En España las pinturas fueron hechas con pigmentos naturales mezclados con grasa animal y son representaciones de escenas de caza, guerra y rituales, siendo las más antiguas las del norte de la Península Ibérica que datan del 25.000 ac. Disponible en http://www.historiaybiografias.com/paleolitico/
[15] Vargas-Llosa, Mario. El viaje a la ficción, opus cit, pp 11-12.
[16]Meier, Henrique, Viaje hacia las sombras, opus cit, p. 45.
[17]En Más allá del principio del placer (1920), Freud modifica sustancialmente su teoría de los instintos. Como consecuencia de una reflexión de índole más filosófica que psicológica, a partir de este momento, Freud considerará que existen dos fuerzas en todo organismo biológico, fuerzas que determinan el curso de sus actividades y de apetencias: los instintos de vida o Eros, caracterizados por la disposición que crea en el sujeto el impulso para formar unidades siempre mayores; Eros es siempre apetito de unión , se manifiesta en el amor, la actividad sexual y el afán por mantener la propia unidad física y psíquica. Seguramente influido por la experiencia traumática de las primeras décadas de la política europea del siglo XX, Freud consideró, especialmente en su obra “El Malestar de la Cultura” (1930), que todo ser vivo manifiesta también una disposición hacia la disgregación, a la ruptura de la unidad entre sus distintas partes para volver al estado desorganizado y, en último término inanimado: Tanatos. Las manifestaciones patológicas de este instinto de muerte son el sadismo, el masoquismo, el suicidio, y todo afán por la destrucción. Eric Fromm, basándose en la obra de Freud diferencia a las personalidades “biófilas” caracterizadas por la preponderancia de Eros o el amor a la vida, de las personalidades “necrófilas” caracterizadas por la preponderancia de Tanatos, y, por tanto, por el afán de muerte y destrucción. Disponible en http://www.e-torredebabel.com/Psicologia/Vocabulario/Tanatos/htm. En este Siglo XXI la violencia ha adquirido matices más dramáticos con la irrupción de diversas organizaciones terroristas inspiradas en un fanatismo religioso: me refiero a los grupos yihadistas (musulmanes extremistas). Al respecto, Franco M fiumara señala: “El género humano está atravesando en estos tiempos uno de los momentos más dramáticos desde que finalizara la Segunda Guerra Mundial. Y paradójicamente tiene que ver con la proliferación de grupos yihadistas que en varios casos aprovechan las bonanzas económicas de sus benefactores sostenedores que, por una cuestión de índole de poder político con un tópico religioso, atropellan a los individuos o a los grupos minoritarios diferentes que se encuentran bajo sus dominios territoriales. Desde la irrupción del ISIS (Daesh) en el orden político internacional, la violencia se tornó en oriente medio como un mecanismo para dirimir arcaicos conflictos interétnicos entre Shiítas y Sunitas que datan desde el siglo XII. Lógico, los propios Sunitas que no aceptan la violencia desplegada por ISIS fueron sus primeras víctimas. Luego se sumaron los Shiítas, los Yazidíes-kurdos, católicos-cristianos, disidentes políticos, homosexuales, el Vaticano (destruir el Crucifijo y al Papa Francisco) y el Estado de Israel, prometiendo hacer flamear la bandera Negra sobre la Basílica de San Pedro y el Kotel. Ahora bien, no puedo dejar de mencionar los tristes atentados de Beirut, previó al hecho múltiple de París, y el estallido del avión ruso sobre el Sinaí que demuestra el largo alcance del grupo terrorista que supera a través de la implementación del terrorismo, el vasto poder territorial en el neo califato, el cual ya es hora de detener. El embajador del Líbano en Argentina, Antonio Andary, realizó en una nota periodística un interesante análisis de la cuestión educativa en determinadas mezquitas, relatando que allí le efectúan a sus jóvenes verdaderos lavajes de cerebro, llevándolos a un yihadismo brutal sin contemplar la vida propia ni la ajena. Pero, lamentablemente en el mismo artículo equivoca el rumbo al involucrar al Estado de Israel como agresor. Y sostengo con firmeza esta manifestación, porque parece olvidar que Israel es un Estado democrático, que tiene derecho por normas internacionales a la autodefensa y que así lo hace de ataques misilísticos despiadados realizados desde la Franja de Gaza por el grupo fundamentalista criminal Hamas (en dos oportunidades personalmente tuve que ir a un refugio, tomando luego conocimiento que el hijo de un argentino perdió la vida -Daniel Tragerman, de 4 años de edad-). Una de las principales premisas fundacionales de Hamas es eliminar de la faz de la tierra al Estado de Israel y sus habitantes judíos. De por sí, ésta sola ideología que permanentemente se convierte en hechos criminales masivos e indiscriminados constituyen crímenes contra la humanidad o potencialmente un genocidio legalmente tipificado en su etapa de preparación, teniendo sustento territorial en la Franja de Gaza. Asimismo, cabe recordar que Argentina sufrió dos bárbaros atentados terroristas en los años 1992 (Embajada de Israel – estuvo entre los asesinados Francisco Mandaradoni, italiano, que habilitaría por jurisdicción universal que la República de Italia habrá su propio proceso) y en 1994 (AMIA), ambos hechos aún bajo investigación, encontrándose involucrados miembros libaneses pertenecientes a otro de los grupos terroristas llamado Hezbollah, justamente con base territorial en Líbano. Estos tres grupos (diferentes entre sí) que cometen permanentemente en forma sistemática crímenes contra la humanidad y en fase de investigación genocidio (según tipología del Estatuto de Roma), son realmente el verdadero flagelo a contener por los propios y ajenos, es decir, los Sunitas de bien que no admiten los crímenes contra la humanidad y genocidio del Isis, los libaneses de bien que no quieren que Hezbollah amenace con eliminar a sus vecinos israelíes, y la Autoridad Nacional Palestina que debe imponer definitivamente su presencia contra el grupo Hamas, potencialmente genocida, que amenaza desde su carta fundamental eliminar a los habitantes judíos de un Estado reconocido desde su misma creación en 1948, luego de la implementación de la Resolución 181 de la O.N.U. (29/11/1947), con hechos criminales debidamente acreditados que van desde utilizar a los propios palestinos como escudos humanos, o atacar en forma sistemática y despiadada con misiles a los habitantes de su Estado vecino, y luego tratar de victimizarse ante los organismos internacionales. Aparentemente luego de los ataques certeros de células internas en Beirut, Paris y Egipto, comienzan estos organismos supranacionales a comprender la irracionalidad de estos grupos criminales con los cuales no se puede negociar ningún tratado de paz, recurriendo jurídicamente al ejemplo de los Tratados firmados históricamente con el Tercer Reich (Münich y Ribbentrop-Molotov) que posteriormente fueron ultrajados (así referido en los Juicios de Nüremberg). La única posibilidad que queda con vistas al futuro, es educar con valores humanos, que fomenten la tolerancia y eviten la imposición de ideas sectarias y radicales, a fin de lograr una verdadera y pacífica convivencia de los pueblos aceptando las diferencias. Por tal, resulta repudiable la utilización de los medios masivos de difusión –en el sentido que lo hizo el embajador del Líbano en Argentina, Antonio Andary- para introducir cuestiones solapadamente anti israelíes, con todo el peligro que ello conlleva”. Fiumara, Franco. Isis, Hezbollah, Hamas, son grupos terroristas elimicionistas. Disponible en http://www.analitica.com , edición del 26 de noviembre de 2015.
|
[18] Ciorán, E. M (1993). La caída en el tiempo. Tusquets Editores. Traducción de Carlos Manzano. Barcelona, pp. 15-16.
[19] Freud, Sigmund (2009/1930). El malestar de la cultura. Alianza Editorial. Madrid, p. 103
[20] Bioy Casares, Adolfo. El lado de la sombra. Tusquets. Barcelona, 1991
[21]Iglesias González, Alma Imelda, Márquez Muñoz, Jorge y González Ulloa, Pablo (2011). Sociedad, Violencia y Poder. De las comunidades primitivas a la caída del Imperio Romano. Universidad Autónoma de México. Tomo I.
[22] “Siguiendo a Eduardo Grüner (6), tres son los enunciados centrales que podemos hallar en la obra de Clastres.1) La “sociedad primitiva” (= la sociedad sin Estado) no es una sociedad de la escasez, sino una sociedad de la abundancia; es decir, y aquí Clastres retoma el radical planteo del antropólogo norteamericano Marshall Sahlins (7), la “sociedad primitiva” no es improductiva, sino que está contra la producción. En la medida en que el hombre es el fin y la producción es el medio (y no a la inversa), y que se le otorga una importancia central al ocio, al “tiempo libre” dedicado al ritual, a la creación de mitos, a la sociabilidad, al cultivo de las relaciones de parentesco y a las tácticas de guerra, se produce sólo lo necesario, no porque no puedan producir más, sino porque no quieren.2) La “sociedad primitiva” (sin Estado), es una sociedad contra el Estado. Poder y política son detentados por la sociedad y usados para evitar la emergencia de la dominación de un órgano de poder político separado de la sociedad (= Estado), es decir, para conservar la igualdad, el carácter de la sociedad como “totalidad indivisa”; se trata de una “política conservadora”, pero supone a su vez, en términos de Grüner, una “revolución anticipada, y la más radical de todas, puesto que no se limita a luchar contra un poder opresor ya existente, sino que apunta a impedir su propio surgimiento” (8). En estas sociedades, la figura del jefe se sostiene sobre el prestigio, pero no sobre la monopolización del poder, pues el poder permanece en la sociedad, y ésta lo ejerce sobre el jefe.3) La guerra es una estructura de la sociedad sin Estado, que al materializar el contraste con los Otros (no-parientes, extranjeros, enemigos), define y refuerza la identidad del Nosotros (parientes) en tanto sociedad autónoma e indivisa. A su vez, al mantener a las sociedades sin Estado en la dispersión, evita la unificación en unidades mayores que implicaría la emergencia de un órgano de poder político centralizado. La guerra es contra el Estado”. Guayubas, Augusto. Pierre Clastres y las sociedades contra el Estado. Disponible enhttp://acracia.org/historico/Acracia/Pierre_Clastres_y_las_sociedades_contra_el_Estado.html.
[23]Sociedad, Violencia y Poder, opus cit, p.33
[24]Girard, René (2002). Veo a Satán caer como el relámpago. Traducción Francisco Diez del Corral. Anagrama, Barcelona, pp.116-117.
[25] Mario Vargas Llosa en otro de sus lúcidos artículos de opinión “Ejercicios de sobrevivencia”, título de un libro testimonial de Jorge Semprúm, miembro de la resistencia francesa capturado por la Gestapo y sometido a una de las formas de violencia más terribles que pueda sufrir una persona: los métodos de la tortura para quebrar la integridad personal del torturado, reducirlo a un saco de huesos sanguinolento a fin de que delate a sus compañeros de lucha: “Cuando, a los veinte años, Jorge Semprún decidió unirse a uno de los grupos de la Resistencia francesa contra el nazismo, el jefe de Jean-Marie Action, la red de la que iba a formar parte, le advirtió: “Antes de aceptarte, debes saber a lo que te arriesgas”. Y le presentó a Tancredo, un sobreviviente de las torturas a que la Gestapo sometía a los combatientes del maquis que capturaba. Las atrocidades que aquél le describió, las padecería Semprún dos años más tarde, cuando, por la delación de un infiltrado, los nazis le tendieron una emboscada en la granja de Joigny que lo escondía. La pesadilla se convirtió en realidad: la inmersión en las aguas heladas de una bañera llena de basuras y excrementos; la privación de sueño; las uñas arrancadas; el crujir de todos los huesos del esqueleto al ser colgado del techo de los talones amarrados a sus manos; las descargas eléctricas y las palizas salvajes en las que el desmayo resultaba una liberación. Nunca antes de escribir este libro, que se ha publicado póstumamente en Francia (Exercices de survie), Jorge Semprún había hablado en primera persona de la tortura, el horror extremo a que puede ser sometido un ser humano a quien los verdugos no sólo quieren sacar información, sino humillar, volver indigno y traidor a sus hermanos de lucha. Pero, aunque nunca hablara de ella en nombre propio, aquella experiencia lo acompañó como una sombra y supuró en su memoria todos los años de su juventud y madurez, en la Resistencia, en el campo nazi de Buchenwald y en sus periódicas visitas clandestinas a España como enviado del Partido Comunista, para tender un puente entre los dirigentes en el exilio y los militantes del interior. En este libro inconcluso, apenas esbozado, y sin embargo lúcido y conmovedor, Semprún revela que la tortura —el recuerdo de las que padeció y la perspectiva de volver a soportarlas— fue la más íntima compañera que tuvo entre sus veinte y cuarenta años. La describe como el apogeo de la ignominia que puede ejercitar la bestia humana convertida en verdugo, y como la prueba decisiva para, superando el espanto y el dolor, alcanzar las mayores valencias de dignidad y de decencia. En sus reflexiones sobre lo que significa la tortura no hay autocompasión ni jactancia y, sí, en cambio, un pensamiento que traspasa lo superficial y llega al fondo de la condición humana. En Buchenwald, su jefe en el maquis lo felicita por no haber delatado a nadie durante los suplicios —“Ni siquiera fue necesario cambiar los escondites y las contraseñas”, le dice— y el comentario de Semprún no puede ser más parco: “Me alegré de oír eso”. Luego explica que la resistencia a la tortura es “una voluntad inhumana, sobrehumana, de superar lo padecido, de la búsqueda de una trascendencia” que encuentra su razón en el descubrimiento de la fraternidad. Un ser humano, sometido al dolor, puede ceder y hablar. Pero puede también resistir, aceptando que la única salida de aquel sufrimiento salvaje sea la muerte. Es el momento decisivo, en el que el guiñapo sangrante derrota al torturador y lo aniquila moralmente, aunque sea éste quien convierta a aquel en cadáver y vaya luego a tomarse una copa. En esa victoria silenciosa y atroz lo humano se impone a lo inhumano, la razón al instinto bestial, la civilización a la barbarie. Gracias a que hay seres así el mundo es todavía vivible. Hace bien Regis Debray, prologuista de Exercices de survie, en comparar a Jorge Semprún con André Malraux, que padeció también las torturas de los nazis sin hablar (sus verdugos no sabían quién era la persona a la que torturaban) y, como aquél, fue capaz de convertir “la experiencia en conciencia”. Fue, asimismo, el caso, en España, de George Orwell, a quien casi matan los propios compañeros por los que se había ido a España a luchar, y de Arthur Koestler, esperando en su celda de Sevilla la orden de fusilamiento expedida por el general Queipo de Llano. Ellos, y millares de seres anónimos que, en circunstancias parecidas, actuaron con el mismo coraje, son los verdaderos héroes de la historia, con más pertinencia que los héroes épicos, ganadores o perdedores de grandes batallas, vistosas como las superproducciones cinematográficas. No suelen tener monumentos y, la gran mayoría, ni siquiera son recordados o incluso conocidos, porque actuaron en el más absoluto anonimato. No querían salvar una nación ni una ideología; sólo que no fuera la fuerza bruta sino el espíritu racional y el sentimiento lo que primara en este mundo sobre el prejuicio racista y la intolerancia criminal ante el adversario político, la civilización creada con enormes esfuerzos para sacar a los seres humanos del estado feral y organizar sus sociedades a partir de valores que permitan la coexistencia en la diversidad y hagan disminuir (ya que erradicarla del todo es imposible) la violencia en las relaciones humanas. Jorge Semprún fue uno de estos héroes discretos gracias a los cuales el mundo en que vivimos no está peor de lo que está y queda siempre margen para la esperanza. Nacido en una familia acomodada, eligió desde muy joven, sacrificando su vocación por la filosofía, militar en el Partido Comunista y desaparecer en la clandestinidad bajo seudónimos, luchando contra el nazismo y el franquismo, padeciendo por ello el infierno de la tortura, del campo de concentración, muchos años de clandestinidad que lo hicieron vivir desafiando a diario largos años de cárcel o una muerte horrible. ¿Y todo ello para qué? Para descubrir, cuando entraba en la etapa final de su existencia, que el ideal comunista al que tanto había dado, estaba corrompido hasta los tuétanos y que, de triunfar, hubiera creado un mundo acaso todavía más discriminatorio e injusto que el que él quería destruir”. Disponible en http://www.elpais.es, edición del 27 de junio de 2015. Negritas mías.
[26] Al respecto, Mario Vargas Llosa expresa: “En este campo- el de la brutalidad- no hemos progresado mucho y las perspectivas quizá sean ahora más sombrías. Es otra de las contradicciones de esta época. Por un lado, el avance fantástico de la ciencia y la tecnología que ya pueden poner a los vivos los corazones de los muertos, engendrar niños en probetas y mandar hombres a la Luna y regresarlos. Por el otro, la misma falta de escrúpulos y el mismo impúdico recurso a la violencia para satisfacer la codicia y la ambición de dominio, el mismo reinado de la fuerza dentro de cada sociedad y entre las naciones. Como al principio en la era del garrote y la caverna. Pero en cierto modo peor, porque gracias precisamente al adelanto de la tecnología y la ciencia, el hombre tiene hoy armas para esclavizar y destruir a los otros hombres que no tenía antaño”. Vargas-Llosa, Mario (2011). Sables y Utopías. Visiones de América Latina. Aguilar. Editorial Santillana, Caracas, pp. 262-263.
[27]Girard, Veo a Satán…opus cita, pp 221-222.
[28]Vargas-Llosa, Sables y Utopías, opus cit, pp. 256-257.
[29] Disponible en http://solobukowski.blogspot.com/p/poemas.html .
[30]Cuando hablo de libertad según la doctrina liberal- nos dice Bobbio-, pretendo utilizar este término para indicar un Estado de no-impedimento del mismo modo que en el lenguaje común se llama “libre” al hombre que no está en prisión, al agua que corre sin cauce, a la entrada en un museo en los días festivos o el paseo en un jardín público. “Libertad” tiene la misma extensión que el término “licitud” o esfera de aquello que no estando ordenado ni prohibido está permitido”. Como tal se contrapone a impedimento. En palabras sencillas, se podría decir que lo que caracteriza la doctrina liberal del Estado es la búsqueda de una disminución de la esfera de las órdenes y una extensión de la esfera de los permisos. Los límites del poder del Estado vienen señalados por la esfera, más o menos amplia, según los autores, de la licitud”. Bobbio, Teoría General de la Política (2003). Trotta. España, p. 304.
[31]“El poder afecta de una manera cierta y definida a todos los que lo ejercen”, advirtió una vez Hemingway. Sabemos que el poder sin controles trastoca, que el poder sin regulación efectiva intoxica. De allí que otorgarlo acarree implicaciones trágicas cuando ocurre en el marco de una democracia sin inmunizaciones: pues nada garantiza que las dulzuras de una posición de autoridad no malogren la mesura del poderoso. Víctimas en su mayoría del narcisismo o la bipolaridad, estos adictos del mando, impelidos por una convicción mesiánica y una abrumadora autoconfianza, “héroes” que cometen el pecado de creerse superiores al resto de los mortales, son capaces de quebrantar cualquier norma -incluso las del sentido común- si ello supone un fatigoso corsé para sus deseos. Si la limitación del poder, tanto en espacio como en tiempo, comienza a mermar en el gobierno democrático; si la ciudadanía cede ante el sex-appeal del liderazgo populista, y admite perversiones como la reelección indefinida o cualquier cambio en las reglas empujado por la hybris de estos personajes, el corolario suele ser amargo. Los venezolanos podemos dar fe de eso. El de Chávez fue tiempo propicio para tal incontinencia, sin duda. Su impronta, pastosa y agobiante, sigue marcando los respiros del régimen, a pesar de que la popularidad, los recursos y apoyos originales se esfuman. Tras 18 años sin alternancia, el chavismo, como un hijo único y malcriado al que de pronto le nace un hermano, se resiste a moverse de silla, evidenciando que cuando la necesidad de poder es extraordinariamente alta, el autocontrol emocional suele ser bajo. Así van del acoso a la defensiva: la dinámica de guerra permanente los sume en estado de alerta, ajenos a cualquier clase de empatía, convencidos de que “su” territorio (suerte de anacrónico eco del Derecho Divino de los Reyes) debe preservarse del reclamo de otros. La regresión ha sido grotesca: el ejercicio del poder, lejos de ser producto de una elaboración consciente de las emociones, parece haber saltado al engranaje más bajo y primitivo, el del cerebro reptil. La adicción convierte a quien la sufre en mero botín del instinto: por eso el gobierno se permite ignorar los reclamos de la mayoría, desdeñar la lógica exigencia de respeto a los derechos constitucionales, o ensayar amenazas pueriles e irresponsables como “les tengo una sorpresa el día de la marcha” o “Erdogan se va a quedar como un niño de pecho para lo que va a hacer la revolución bolivariana si la derecha pasa la frontera del golpismo…“Estoy preparado para hacerlo y me sabe a casabe lo que diga la Organización de Estados Americanos” (Maduro dixit). Es la pasmosa cuchufleta, las manos batientes en las orejas mientras se suelta al adversario el odioso “¡lero-lero!”. Los límites democráticos lucen cada vez más difusos para el chavismo, investido de un poder que no sabe usar, incapaz de medir el daño que tal conducta implica para su supervivencia política. Es el legado que se mira en el espejo del Síndrome de Hubris. El reciente desahogo de Elías Jauja da cuenta de su tóxico avance: no sólo cuando convenientemente afirma que “el revocatorio es para revocar a gobiernos oligárquicos y no gobiernos populares” sino al exponer las razones del por qué “no queremos que haya revocatorio”. Según el diputado, el punto es la defensa “del derecho a gobernar que tiene esta corriente popular” y su aspiración a “culminar el periodo constitucional que se inició”. Como los antiguos absolutistas desligados del respeto a la ley popular o populum legis, sólo habla de derechos, jamás de deberes… ¿dónde queda allí la mirada crítica, el castigo al mal gobierno? ¿Qué dioses suicidas, según ellos, depositaron en manos del régimen las claves de la eternidad? Es obvio que nada de esto suena convincente para una mayoría que ya no los quiere en el gobierno, y que aspira a sustituirlos, democráticamente. Némesis bate así sus alas y anuncia escarmientos y caídas para quienes abrazaron la desmesura. Una sociedad intoxicada por la irracionalidad demanda profunda labor de profilaxis. Y hay esperanzas, después de todo; según Owen, hay una manera de curar la adicción: basta con que quien la sufre pierda su poder. Y en eso estamos”. Mibelis, Acevedo Donís. Adictos al poder, disponible en http://analitica.com.
[32] Manuel Vincent en artículo publicado en el pais.es “Perra diésel”(“El odio es el arma de destrucción masiva de más largo alcance, viene del neolítico, pero muchas veces el odio se confunde con el miedo y juntos constituyen el germen del fascismo”) a propósito de los atentados terroristas de Isis, la organización extremista islamista, mal llamada “Estado” Islámico, expresa: “De la misma forma que una degollación ritual ante las cámaras tiene una fuerza simbólica superior a cualquier bombardeo, también el suicida con un chaleco de dinamita desafía al misil más inteligente. Los componentes químicos de esa bomba humana son el fanatismo religioso, el odio, la desesperación y la venganza. A lo largo de la historia el armamento se ha desarrollado mediante una dialéctica perversa. La flecha engendró el escudo, la lanza engendró la coraza, la muralla engendró la catapulta, el arcabuz sustituyó a la espada, la ametralladora engendró a la trinchera y la trinchera engendró al mortero, el carro de combate parió al bazuca, el submarino parió al torpedo, los misiles cada vez más mortíferos exigieron el refugio antiaéreo y así hasta llegar a la bomba de hidrógeno, que ha sido neutralizada por el equilibrio del terror. Cada arma tenía hasta ahora su réplica, pero al final de la escalada bélica se ha presentado en escena el terrorista suicida convertido en una bomba humana de fabricación casera, contra la cual no hay defensa, salvo el olfato de los perros policías. En esta guerra contra el terrorismo yihadista los héroes son esos perros entrenados para detectar explosivos, como esa pastora belga, de nombre Diesel, que ha muerto en combate durante el asalto a la guarida de los terroristas en Saint-Denis y que solo por eso merecería ser enterrada con honores militares. El odio es el arma de destrucción masiva de más largo alcance, viene del neolítico, pero muchas veces el odio se confunde con el miedo y juntos constituyen el germen del fascismo. Esa semilla se halla ya en el corazón de esta vieja Europa de los derechos humanos. El odio y el miedo forman también un chaleco explosivo que podría ser detectado por la perra Diesel en un número creciente de ciudadanos que se pasean cargados de dinamita sin saberlo”. Disponible en http://www.elpais.es
[33] El fenómeno social del “chivo expiatorio” se origina en el rito judío que se celebraba durante las ceremonias de “expiación” colectiva (Levítico 16,21). Dicho rito consistía en abandonar en el desierto un chivo cargado con todos los pecados de Israel. El sumo sacerdote pasaba sus manos sobre la cabeza del chivo, gesto mediante el que se pretendía transferir al animal todo lo que podía dañar las relaciones entre los miembros de la comunidad. Se creía, y en esto residía la eficacia del mito, que con la expulsión del chivo se expulsaban también los pecados de la comunidad, que quedaba así liberada de sus infracciones a la ley del Dios de Israel. De acuerdo con Girard, ese rito se asemejaba al del pharmakós griego, pero menos siniestro, ya que la víctima no era humana. “En el caso del sacrificio de un animal, en efecto, la injusticia resulta para nosotros menor e incluso nula. De ahí que el rito del chivo expiatorio no nos inspire la misma repugnancia que la lapidación “milagrosa” instigada por Apolonio de Tiana. Lo cual no quiere decir que el principio de transferencia sea distinto. En la muy lejana época en que el rito era eficaz en tanto que tal, la transferencia colectiva en contra del chivo debió verse favorecida por la mala reputación de este animal, a causa de su nauseabundo olor y embarazosa sexualidad. En el mundo arcaico proliferaban los ritos de expulsión, que hoy nos parecen combinar un enorme cinismo con una infantil ingenuidad. En el caso del chivo expiatorio, el proceso de sustitución resulta tan transparente que lo comprendemos a primera vista. Comprensión que se expresa en el uso moderno de la expresión “chivo expiatorio”, interpretación espontánea de las relaciones entre el rito judaico y la transferencia de hostilidad en nuestro mundo”. Girard, opus cit, p. 200.
[34] Girard, opus cit, p. 20. A propósito de la perversa estrategia del “chivo expiatorio” que está utilizando el insólito millonario Donald Trump como precandidato republicano a las elecciones primarias de ese partido político con vistas a las próximas elecciones presidenciales en USA, y que se basa en culpar de los males de la sociedad norteamericana a la comunidad hispanoparlante, en especial la de origen mexicano, discurso racista y discriminatorio rechazado por la mayoría de esa comunidad, pero que ha logrado despertar la xenofobia en parte de los votantes de la extrema derecho hasta tal punto que está de primero en las encuestas relacionadas con la intención del voto entre todas los precandidatos del partido político en referencia, en artículo suscrito por Jorge Cepeda Patterson “El extraño caso de Donald Trump se expresa”: “Hay algo de Berlusconi en Trump. Muchos los desprecian, pero muchos más quisieran ser como ellos; hombres de éxito conspicuo que siempre parecen salirse con la suya. Nadie alaba su moralidad, pero al final terminan siendo más populares que los justos y correctos. Es el éxito y no la honestidad lo que nutre la admiración de la arena pública hoy en día. Visto así, no es de extrañar que Trump encabece las encuestas de popularidad entre los precandidatos republicanos a la presidencia. Las barbaridades proferidas en contra de los latinos e incluso sus mentiras comprobadas no han hecho más que aumentar el número de seguidores que tiene entre la derecha norteamericana. Se da por descontado que su precandidatura es una burbuja que estallará en cualquier momento; se asume que es tan políticamente incorrecto que el sistema lo escupirá más temprano que tarde. El problema es que mientras tanto sigue creciendo. Y dañando: su éxito ha provocado que el resto de los candidatos republicanos y no pocos demócratas hayan tenido que “derechizar” su propio discurso para armonizar con el fundamentalismo de un electorado radicalizado. Toda proporción guardada, no es Hitler culpando a los judíos de todos los males, pero es evidente que Trump ha tomado a los ilegales como el chivo expiatorio y válvula de escape de lo que no funciona en Estados Unidos. Un discurso de odio exitoso que pinta de cuerpo entero las reminiscencias racistas de la comunidad. Profetas de la necedad siempre existen; que se conviertan en fenómenos de éxito nos habla del peso que llegan alcanzar los demonios que anidan en el alma de una sociedad. La comunidad latina, encabezada por Jorge Ramos, y los muchos estamentos decentes que existen en Estados Unidos se han rebelado contra las pretensiones del empresario. La pregunta no es si va a desplomarse o no, sino cuánto más durará y el daño que acabará provocando. El pulso entre estas dos fuerzas que tiene lugar en el corazón del imperio es un termómetro que dice muchas cosas sobre el mundo que vivimos”. Disponible en http://elpais.es , edición del 27 de agosto de 2015. Negritas mías.
[35] Morin, Edgard (1980). El Hombre y la muerte. Fondo de Cultura Económica. México, pp. 29-30.
[36] Meier, Henrique (2012). En Cuadernos Unimetanos. Año VII/N° 31/octubre de 2012. Universidad Metropolitana, Caracas, p.35
[37] Omán Kh OMAR KHAYYAM- LAS RUBAIYAT (extracto)(Omar Jayyam o Khayyam; Nishapur, actual Irán, 1048 - id., 1131) Poeta, matemático y astrónomo persa. Se educó en las ciencias en su nativa Nishapur y en Balkh. Posteriormente se instaló en Samarcanda, donde completó un importante tratado de álgebra. Bajo los auspicios del sultán de Seljuq, Malik-Shah, realizó observaciones astronómicas para la reforma del calendario, además de dirigir la construcción del observatorio de la ciudad de Isfahán. De nuevo en Nishapur, tras peregrinar a la Meca, se dedicó a la enseñanza y a la astrología. La fama de Khayyam en Occidente se debe fundamentalmente a una colección de cuartetos, los Rubaiyat, cuya autoría se le atribuye y que fueron versionados en 1859 por el poeta británico Edward Fitzgerald.
[38] Para la cultura Judeo-Cristiana expresada en la Biblia, Dios (Jehová) se le manifiesta a los profetas y a sus elegidos mediante sueños. En esos sueños Dios les habla o les muestra un visón simbólico acerca de acontecimientos que sucederán, de modo que esa visión les permita llevar a cabo una acción que forma parte del plan del Ser Supremo usualmente sobre esa persona o su pueblo elegido: Israel. Pero, también un elegido de Dios tiene la capacidad para interpretar el sueño de otro. Tal es la historia de José y la interpretación que hiciera sobre el sueño del Faraón de las siete vacas gordas y las siete vacas flacas
[39] Fernando Mires en uno de sus lúcidos artículos trata el tema de las “Patologías políticas”, vale decir, las conductas perversas del “zoon politikon”, que ,en verdad, como lo demuestra la realidad, esas conductas lejos de constituir la anormalidad pareciera que conforman la normalidad en el ámbito de las relaciones de poder: “Un problema al parecer insalvable de las teorías políticas reside en el hecho de que, por lo común, son elaboradas para sujetos históricos definidos de acuerdo a la propia teoría. Tomemos como ejemplo a las teorías marxistas y veremos cómo sus sujetos actúan de acuerdo a determinaciones de clase teóricamente diseñadas. O también, piénsese en las teorías liberales construidas sobre la base de supuestos individuos autónomos en condiciones de discernir claramente sobre sus intereses políticos. Las teorías modernas no van a la zaga. Las construcciones habermasianas, por ejemplo, parten de la premisa de que la llamada sociedad está constituida por seres racionales en condición de establecer relaciones comunicativas las que deberán conducir —nadie sabe cómo— a la articulación discursiva de un orden democrático. Quizás la única excepción está representada por algunos alcances teóricos de Ernesto Laclau quien al recurrir a Lacan pudo observar cómo las demandas sociales han de ser descifradas en el espacio difuso y opaco de las representaciones simbólicas. Pero, lamentablemente, también en Laclau los actores sociales son deducidos desde la lógica de una teoría sustentada por un futuro “estratégicamente” condicionado. Podría entonces afirmarse que la mayoría de las teorías políticas han sido hechas para seres humanos “normales”, es decir, para un “homo politicus” ideal. No obstante, una simple mirada a los lugares marcados por confrontaciones políticas, mostrará como ese ser humano “normal”, deducido de la racionalidad de una teoría (todas las teorías son racionales) dista de ser la regla. Más bien es la excepción. Dicho más claramente: la llamada sociedad está formada por personas que padecen de horrorosos miedos a morir. Por lo mismo, todo análisis político debe tratar con seres imprevisibles, paranoicos, histéricos, adictos, deseantes, megalómanos, sicóticos o simplemente neuróticos. Esa es, nos guste o no, “la madera carcomida” —expresión de Kant— sobre la cual han de carpinterear quienes intentan explicar las conductas ciudadanas. En términos psicoanalíticos, la materia de toda infraestructura humana está formada por ocultas pasiones. ¿Bajas pasiones? Exactamente. Pero no porque sean bajas sino porque están “abajo”, aguardando el momento de aparecer en la superficie, disfrazadas de lógicos intereses y sublimes ideales. En ese sentido, todas las pasiones son “bajas”. No fue un político, fue un economista, A. O. Hirschman, quien en su libro The Passions and the Interests pudo percibir como los intereses económicos racionales son, en muchos casos, simples pasiones revestidas (sublimadas, en lenguaje freudiano). Por lo mismo, aún convertidas en intereses, las pasiones no desaparecen. Suele suceder más bien lo contrario: los intereses racionales se convierten según Hirschman, en súbditos del imperio de las pasiones. Extrapolando hacia lo político la tesis de Hirschman, podemos observar cómo, más aún que la economía, la política es un espacio proyectivo, no tanto de intereses, sino de pasiones mal disimuladas. Ahí reside el trasfondo patológico de muchas representaciones políticas. Por ese motivo algunos analistas de la política sostenemos que, aunque parezca paradoja, el análisis de lo político no se agota en lo político. Hay que recurrir a otras fuentes. Entre ellas, a las psicoanalíticas. Ahora, desde una perspectiva inversa, la práctica política podría cumplir bajo ciertas condiciones una función terapéutica. Lo dicho se explica si consideramos que la política al ser actividad pública es también un espacio de ex-presión (liberación de presiones). Las re-presiones en cambio, cumplen el objetivo de impedir que las presiones salgan hacia fuera. No existe por lo mismo la represión política. Toda represión es anti-política. Por otra parte, la política es una zona de conflicto. Allí los unos se enfrentan con los otros a través del uso de la palabra escrita u oral. En cierto modo, más que en los consultorios, la palabra debatida puede cumplir en la política una función liberadora, pero siempre y cuando ésta no se convierta en un medio de agresión. Esa es la razón por la cual tanto las prácticas políticas como las clínicas requieren de cierta supervisión. Dicha función suele estar encargada en la política a la gobernancia. La tarea principal de una gobernancia, por lo tanto, no es incentivar, tampoco anular o disminuir el conflicto, pero sí, supervisarlo. De modo más preciso: entendemos por gobernancia no sólo al gobernante sino al conjunto de personas e instituciones destinadas a regular la lucha política. Es por eso que la gobernancia, al no tomar parte por ningún bando en conflicto es la menos política de todas las tareas políticas. Pero sin gobernancia la política carecería de supervisión y las pasiones se revelarían en toda su desnudez como ocurre en los regímenes antipolíticos. En otras palabras, así como hay personas que no se saben gobernar a sí mismas, hay naciones sin, o con precaria gobernancia. La gobernancia representa teóricamente al conjunto de la ciudadanía. Luego, si la gobernancia sólo atiende a una de las partes del conflicto o monopoliza todos los poderes en la persona de un gobernante, las ex-presiones ciudadanas dejan de pertenecer a la lucha política para transformarse en lucha por la política, o lo que es lo mismo, en una lucha por la recuperación de los escenarios de la política. En ese sentido las luchas democráticas no persiguen el desgobierno sino todo lo contrario: una mejor gobernabilidad. Las protestas sociales son en ese sentido más conservadoras de lo que se piensa. Buscan, antes que nada, “poner orden”. Fue el Papa Benedicto XVl quien, al referirse a los excesos cometidos por la Iglesia en los tiempos de la Inquisición, nos habló de las patologías de la religión. Al escucharlo no pude sino recordar el cuadro de Goya: “El sueño de la razón (también) produce monstruos”. Pues en los dos casos, el de la religión y el de la razón, las patologías latentes en la condición humana logran apoderarse de instancias sublimes de la vida. Mucho más en la vida política la que al ser esencialmente conflictiva estará siempre expuesta a los embates de las pasiones más primarias que al final siempre ha terminado por imponerse la cordura. Pero los regueros de sangre que dejan detrás de sí esas luchas, no son para rememorar. Hasta ahora no tenemos ninguna prueba de que las patologías sean sólo fenómenos individuales. Al contrario, todo nos muestra cuán fácilmente logran adquirir dimensiones colectivas. Más grave aún si la gobernancia ya ha sido “contagiada” (transferida). Pero lo peor ocurre al revés, a saber, cuando una gobernancia enloquecida “contagia” —o transfiere— su patología a toda una nación. En ese caso extremo la patología política podría llegar a convertirse en un trauma de profundas dimensiones históricas. Hay efectivamente naciones que no pueden apartar la vista de un pasado que nunca termina definitivamente de pasar”. Disponible en http://www.prodavinci, 23 de marzo de 2015.Negritas mías.
[40]Achacan a Göbbels un trastorno narcisista de la personalidad y quizás sea ello lo que esconden los 32 tomos del diario que no dejó de escribir hasta el final de sus días. En cualquier caso, es evidente que su labor al frente de la propaganda del Partido Nazi, y luego del Tercer Reich, fue uno de los pilares en los que se asentó la popularidad del nacionalsocialismo en los primeros años y su voluntad de resistencia en los momentos de la derrota. La palabra de Hitler, sus discursos y sus mítines labraron primero su camino en la política y, con el tiempo, el triunfo electoral. Pero era físicamente imposible que el Führer (tanto en el partido como luego del Estado Alemán) pudiera hablar tanto y tan continuado… Y será Göbbels quien multiplicará sus palabras a través de las emisiones radiofónicas y quien logre el eco de las mismas por medio de las reseñas periodísticas. Pero el Ministerio del Reich para la Propaganda sería mucho más que eso. Orientación, censura, consignas… Prensa y radio eran controladas por Göbbels de manera férrea, al tiempo que promovía todo tipo de actos de masas y creaba una escenografía colosal que, aún hoy en día, impresiona o asusta. Pero a nadie deja indiferente. Su influencia se extendía a la literatura, el teatro e incluso al campo cinematográfico. Bajo su mandato, todos los medios de expresión fueron puestos al servicio de una ideología y de un partido.Y cuando, con la guerra, Hitler empezó a distanciar sus apariciones y su palabra fue enmudeciendo, Göbbels se convertiría en la voz de referencia de Alemania. Con verbo rotundo y apasionado, se crecía ante los micrófonos, hasta el punto de que el auditorio ignoraba su menguada estatura o su evidente cojera. Con el Reich en llamas por los bombardeos aliados y la Wehrmacht retrocediendo en todos los frentes, aún lograba con sus discursos que amplios sectores del pueblo alemán pensaran que la victoria era todavía posible. Su axioma, un axioma consustancial con el propio régimen, era que la voluntad de vencer conduce indefectiblemente a la victoria. Y su técnica se resume en una sola frase a él atribuida: «Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad» … Todos los medios eran buenos para conseguir sus propósitos, sobre todo cuando se puso en práctica lo que el mismo bautizó como «Guerra Total» (Der Totale Krieg). Hasta qué punto Göbbels terminó creyendo lo que predicaba a través de artículos o intervenciones ante los micrófonos es difícil de dilucidar. Pero tanto él, como su esposa Magda (cuyo fanatismo era, sin duda, superior incluso al de su marido) se mantuvieron fieles a Hitler hasta la muerte. En el momento final, cuando todos los prebostes nazis buscaron sólo su propia salvación por medio de la huida o intentaron pactar con el enemigo, únicamente el matrimonio Göbbels y sus seis hijos, entre todas las jerarquías nazis, se encerraron en el búnker con Hitler. Tras el suicidio de éste, el matrimonio, después asesinar a los niños, puso fin a sus vidas, desapareciendo para siempre junto al régimen que habían colaborado a crear y a la persona que lo había encarnado. Disponible en http://www.abc.es/cultura/20140305/abci-para-gobbels-mentira-repetida-201403051128.html.
[41] Ejemplo, el caso “Watergate”, y cómo dos periodistas del Washington Post” descubrieron el complot ordenado por el entonces Presidente Nixon para la instalar dispositivos técnicos a fin de grabar las conversaciones de los miembros del Partido Demócrata en su sede. Ese escándalo político (1972-1975) que rodeó la revelación de actividades ilegales por parte de la administración republicana el durante la campaña electoral de 1972 se inició con el arresto en junio de 1972 de cinco hombres que habían penetrado para espiar al Comité Nacional Demócrata en el hotel Watergate en Washington. Después de múltiples peripecias judiciales la implicación de la administración de Nixon se fue haciendo cada vez más evidente. El 30 de abril de 1973, Nixon aceptó parcialmente la responsabilidad del gobierno y destituyó a varios funcionarios implicados. La existencia de cintas magnetofónicas incriminatorias del presidente y su negativa a ponerlas a disposición de la justicia llevaron a un duro enfrentamiento entre el ejecutivo y el judicial. La opinión pública forzó finalmente a la entrega de esas cintas, pero una fue alterada y dos desaparecieron. Crecientes evidencias sobre la culpabilidad de Nixon y de altos funcionarios norteamericanos llevaron a que se iniciaran los procedimientos del "impeachement", juicio al presidente. En agosto de 1974 Nixon tuvo que entregar transcripciones de tres cintas magnetofónicas que claramente le implicaban en el encubrimiento del escándalo. La evidencia hizo que Nixon perdiera sus últimos apoyos en el Congreso. El 8 de agosto comunicó su renuncia al cargo de presidente al verificar que había perdido la "base política" necesaria para gobernar. Su vicepresidente, Gerald Ford, accedió a la presidencia e inmediatamente otorgó un perdón incondicional a Nixon el 8 de septiembre de 1974. Disponible en http://www.historiasiglo20.org/GLOS/watergate.htm. (negritas mías)
[42] Sigue teniendo vigencia la obra del francés Etiénne La Boiétie “La servidumbre voluntaria” (1548). He aquí un extracto aplicable a dictadores como Hitler, Mao, Stalin, Castro, y tal vez a Chávez en nuestra desgraciada patria: “Mas ¡Oh buen Dios! ¿Qué título daremos a la suerte fatal que agobia a la humanidad? ¿Por qué desgracia o por qué vicio, y vicio desgraciado, vemos a un sinnúmero de hombres, no obedientes, sino serviles, no gobernados, sino tiranizados; sin poseer en propiedad ni bienes, ni padres, ni hijos, ¿ni siquiera su propia existencia? Sufriendo los saqueos, las torpezas y las crueldades, no de un ejército enemigo, ni de una legión de bárbaros, contra los cuales hubiera que arriesgar la sangre y la vida, sino de Uno solo, que no es ni un Hércules ni un Sansón; de un hombrecillo, y con frecuencia el más cobarde y afeminado de la nación, que sin haber visto el polvo de las batallas, ni haber siquiera lidiado en los torneos, aspira nada menos que a gobernar los hombres por la fuerza, incapaz como es de servir vilmente a la menor mujercilla Llamaremos a eso cobardía? ¿Llamaremos cobardes a los que así se dejan envilecer? Que dos, tres o cuatro personas no se defiendan de uno solo, extraña cosa es, más no imposible porque puede faltarles el valor. Pero que ciento o mil sufran el yugo de Uno solo, ¿no debe atribuirse más bien a desprecio y apatía que a falta de voluntad y de ánimo? Y si vemos no ciento, ni mil hombres, sino cien naciones, mil ciudades, un millón de hombres, dejar de acometer a Uno solo y prestarle vasallaje, mientras que éste los trata peor que infelices esclavos, ¿diremos que sea por debilidad? Todos los extremos tienen sus límites: dos y aún diez pueden temer a Uno; pero no será por cobardía el que mil, un millón, un sinnúmero de ciudades, no se defiendan de él, puesto que la cobardía no puede llegar hasta este punto, así como el valor no se extiende tampoco a que uno solo asalte una fortaleza, acometa a un ejército o conquiste un reino. ¿Qué monstruosidad pues será ésta que, ni el título merece de cobardía que no halla nombre lo bastante vil, que por su bajeza se resiste la naturaleza a conocerla y la lengua a pronunciarla?” Disponible en http://www.noviolencia.org/publicaciones/contrauno.pdf. (negritas mías).
[43] Bobbio, Norberto (1987). Teoría General del Derecho. Temis, Bogotá, pp. 3-4
Comentarios
Publicar un comentario