“falso mito del triunfo, que oculta para el alucinado por su brillo, la derrota que pronto ensombrecerá sus días"



Que nunca he creído en el espejismo del triunfo lo delatan mis pobres versos: “falso mito del triunfo, que oculta para el alucinado por su brillo, la derrota que pronto ensombrecerá sus días…”. Desnudarme de toda falacia, que vean mi verdadero rostro, mi cuerpo envejeciendo, porque solo soy un hombre, un grito en la oscuridad, un cúmulo de átomos y células desintegrándose, tierra pues, tierra consciente. Un hombre es su imagen, lo que otros perciben, su rostro devuelto en el espejo. Su corazón lacerado por las tristezas; un hombre son sus actos, sus desvaríos diarios, sus sueños, sus pesadillas, sus fantasías y obsesiones. El pasado, un niño apenas reconocible en pedazos de recuerdos, el adolescente de la fotografía, inquieta la mirada, incertidumbre de los quince años. Un hombre son sus deberes cumplidos, los fallidos, sus locuras, sus mentiras, sus evasiones, su egoísmo, el miedo al fracaso y el fracaso que siempre lo alcanza. Un poco de poesía, las nostalgias de un animal melancólico. La mujer amada, algunas veces, jamás comprendida. Y los hijos, la incapacidad para orientar, dolor del padre perplejo. Un hombre son sus dudas, y esa angustia de vidrios rotos en el estómago. El infinito se extiende en el azul incandescente, la desgracia acecha, al igual que la muerte. Un hombre es una sombra fugaz. En el fondo nada comprendo ¡Qué coño de lucidez!, mentira, no comprendo. Toda esta vida a lo largo de los años. Infancia fugaz, lento caminar de la adolescencia, juventud que parece eterna y de pronto se deshace en la brevedad del encanto. La vejez presurosa corre hacia la muerte que impasible espera el turno inexorable de cada quien. Nada que hacer, nada, seguir viviendo con la mayor intensidad posible hasta que te llegue la hora, es pura basura plantearse cuánto tiempo podrás vivir, eso sólo la sabe Dios. Leo a Robert Musil y me estremece este párrafo:
 “En la juventud apareció la vida como una mañana sin fin, llena de posibilidades y de nada en todas direcciones, y ya al mediodía, se presentó de improviso algo que pretendió ser vida…los hombres conservan un recuerdo vago de la juventud en que poseyeron algo así como una fuerza de oposición, la burla de la juventud, su rebelión contra lo vigente, su disponibilidad para todo heroísmo, para la propia abnegación y sacrificio, para el crimen, en fogosa seriedad y su inconstancia, todo esto no revela otra cosa que sus movimientos de huida”[1].
 Y ese inútil esfuerzo por desentrañar el significado de mis actos, ¿Qué es el alma?, ¿Qué es esto que llamamos lucidez?, ¿Cuál es el sentido de la vida?, ¿Estar aquí por un tiempo?, ¿Existe Dios?, ¿Dónde estás Espíritu omnipotente, perfección de bondad, justicia, sabiduría?, ¿Eres ilusión?, ¿Invento del hombre aterrado por la muerte? Escudriño mi corazón, indago dentro de mí, lo que creo es el alma, afuera escucho el trino de pájaros, me resigno y digo con Gao Xingian “En realidad no comprendo nada, pura y simplemente, nada, Así es”[2]. Comparto las dudas de Javier Marías:
“A veces tengo la sensación de que nada de lo que sucede, de que todo ocurrió y a la vez no ha ocurrido, porque nada sucede sin interrupción, nada perdura ni persevera, ni se recuerda incesantemente, y hasta la más monótona y rutinaria de las existencias se va anulando y negando a sí misma en su aparente repetición hasta que nada, ni nadie es nadie que fueran antes, y la débil rueda del mundo es empujada por desmemoriados que oyen y ven lo que saben, lo que no se dice ni tiene lugar ni es cognoscible o comprobable. A veces tengo la sensación de que lo que se da es idéntico a lo que no se da, lo que descartamos o dejamos pasar idéntico a lo que tomamos y asistimos, lo que experimentamos idéntico a lo que no probamos, y sin embargo nos va la vida en escoger y rechazar y seleccionar, en trazar una línea que separe esas cosas que son idénticas y hasta nuestra historia única que recordamos y puede contarse, sea el instante al cabo del tiempo, y así ser borrada o difuminada, la anulación de lo que vamos siendo y vamos haciendo”[3].



[1] Robert Musil. El hombre sin atributos. Seix Barral, 1973.
[2] Gao Xingian. La montaña del alma. Ediciones del Bronce, 2001.
[3] Javier Marías. Corazón tan blanco. Alfaguara, 2017

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