No creo que las etapas de la existencia del individuo sean ciclos cerrados.
No creo que las etapas de la existencia
del individuo sean ciclos cerrados. En el anciano, en el hombre y la mujer
maduros, coexisten el niño, el adolescente, el joven. Y en el niño, el
adolescente y el joven se vislumbra al viejo, al anciano que potencialmente
será a menos que la muerte se lo impida. ¿Cómo integrar la complejidad? Nos
alegramos como niños, podemos amar como adolescentes y sufrir con la triste
nostalgia de la vejez por los años idos. Alegría, tristeza, euforia, depresión,
amor, compasión, odio, envidia, generosidad, egoísmo, grandeza, ruindad,
esperanza, decepción, optimismo, escepticismo, verdad, mentira, coraje, miedo,
todo se mezcla en la vorágine existencial. “En los años de
la madurez- escribe Robert Musil-pocos hombres se
acuerdan de cómo han conseguido sus placeres, la concepción del mundo, su
mujer, su carácter, su oficio, sus éxitos”[1]. No entiendo a esos hombres que van por
la vida con ese aire de arrogancia, de seguridad y superioridad, como si
estuviesen a salvo de los infortunios, de las enfermedades, la vejez, la
muerte; se creen inmortales, no son capaces de vislumbrar el abismo al que
podemos caer en cualquier momento, pobres humanos, pasajeros de una frágil
barca que puede hundirse en un abrir y cerrar de ojos.
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