Matar un ruiseñor





Hoy amanecí pensando una frase:“Matar un ruiseñor”, y no es que recordara algo de la película protagonizada por Gregory Peck, sin duda uno de los  mejores films de todos los tiempos, o del libro de Harper Lee que sirvió de inspiración al guion cinematográfico, esa frase que me vino del misterioso inconsciente significa para mi muchas cosas relacionadas con la sociedad actual y con mi vida y experiencia como abogado, servidor público y profesor que fui durante más de la mitad de mis 73 años de existencia. “Matar un ruiseñor” es la destrucción de la fabulosa, hermosa,  y prodigiosa naturaleza, obra del Creador, como hoy ocurre en mi desgraciado país en el arco minero del Orinoco, por el bastardo afán de poder y la codicia; “Matar un ruiseñor” es matar la inocencia de los niños, corromperlos en la edad de la transparencia  y la imaginación, esa edad del presente eterno, sin pasado, sin futuro, tiempo de risas y de juegos, tiempo lúdico que legiones de niños no logran disfrutar al carecer de hogar, de padres responsables, mal viviendo en calles, pasando hambre, explotados, inducidos a robar y asesinar, al consumo de drogas, a la prostitución; como también aquellos que pronto son sometidos a la tiranía de la tecnología virtual, ensimismados en sus móviles (celulares), o en esos aparatejos de juegos virtuales, que se pierden la magia de la imaginación y de los juegos al aire libre, el correr en un parque, montar bicicleta, patines, patear pelotas, romperse las rodillas al sol; “Matar un ruiseñor” es acabar con la diferencia milenaria entre sexos: “varón y hembra los creó” induciendo la confusión de identidades mediante la imposición de la llamada “ideología de género” (una “progre” en España aboga por que se les explique a los niños que pueden escoger su sexo libremente, decidir si son varones o hembras); “Matar un ruiseñor”, es el diario asesinato a la justicia, la multiplicación de delitos, de crímenes sin castigo (ahora me viene a la memoria el conmovedor libro de Fedor Dostoiski), en particular los que  los tiranos, sus esbirros y verdugos cometen sobre poblaciones indefensas valiéndose del poder y las armas del Estado, amparándose en la supremacía de la dominación (Venezuela, por ejemplo), y los de las mafias y carteles del narcotráfico amparados en la complicidad del propio Estado (México), o las de las organizaciones guerrilleras como las FARC y el ELN, o las del terrorismo islámico, y la impunidad, siempre la impunidad, la amnistía, el perdón para los asesinos. ¡Ah! La justicia internacional, que lenta, perezosa y tardía, enredada en el laberinto de los procedimientos legales y el “juridicismo”, excusa para la impunidad, y las víctimas hambrientas de una justicia que no llega; “Matar un ruiseñor” es matar la esperanza en un mundo mejor, es asesinar las ilusiones que se desvanecen ante la oprobiosa realidad, la terca y jodida realidad; “Matar un ruiseñor”, es liquidar la libertad física y psíquica, de información, consciencia y pensamiento, la proliferación de ideologías fundamentalistas, la corrosión que produce la “corrección política” de estos tiempos en los que hay que cuidar lo que se dice o escribe para no ser tildado de “homofobo”, “machista”, “de derechista”, “racista”, y pare usted de contar; un tiempo de confusión, incertidumbre, la diferencia entre el bien y el mal tiende a diluirse, entre lo justo y lo injusto, lo verdadero y lo falso; un tiempo de elogio de la robotización de la vida humana, un tiempo de avance acelerado de la muerte de Dios en el corazón humano, “lo maté a los 13 años, porque no necesité de él” expresó un intelectual admirado por las élites académicas; “Matar un ruiseñor”, es herir gravemente la ilusión de la vida como una aventura inédita, ese camino del poema “Caminante no hay camino, se hace camino al andar” (Antonio Machado)…y tantas y tantas cosas que evocan matar a esa hermosa y mágica criatura como lo es un ruiseñor. Y es que amanecí llorando por la muerte del ruiseñor…
   

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