La dicha del jubilado
Total escribo lo
que me viene a la cabeza, no hago intento de coherencia alguna, ¿para qué?, lo
más probable es que esto no se publique, así que me siento libre de teclear sin
orden, ni concierto, no tengo otra cosa que hacer, ya abandoné el trabajo
formal, un jubilado, ¿será que esa palabra deriva de júbilo?, alegría, euforia
de nada hacer, o de hacer cosas sin trascendencia social como cultivar un
jardín, pintar, dárselas de carpintero en improvisado taller, de escultor, de
alfarero, sacar a mear y cagar al perro si tienes uno, darle de comer a las
palomas en una plaza pública, leer si eres aficionado a los libros, esperar la
hora de la comida, tomarte unos tragos en una barra con otros jubilados si te
alcanza la miserable pensión, aguantar los regaños de tu mujer por desordenar
la cocina, lavar platos, barrer, coletear (pasar la mopa), cocinar si eres aficionado a la
culinaria, “culear” (singar, tirar, coger) cuando puedas y con la ayuda de la
pastillita azul, o en fin creerte escritor y hacer lo que estoy haciendo. ¡Ah!,
Y cuidar a los nietos si los tienes, corretear tras ellos en un parque, ¡Cuidado miguelito que te puedes caer!, no
joda se cayó, ¿A ver qué te pasó?, y el nietecito llorando “Abu, me rompí aquí” y el carajito mostrando
las palmas de las manos enrojecidas y llorando a cantaros y el viejo para sus
adentros “Carajo, mi hija me va a
regañar, Papá tienes que estar pendiente, miguelito solo tiene 3 años”. Y
la nieta mayor, 16 años, “¡Qué ladilla,
este viejo otra vez metiendo sus narices, hoy que vienen mis amigas, ¿Cuándo se
morirá?”. Estoy exagerando, sin
duda, hay familias modelos que “adoran” a los abuelos, hijos agradecidos y
nietos respetuosos que escuchan con atención los sabios consejos de los
mayores, si, -como no-, en la isla de la fantasía.
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