¡Dios! no quiero vivir de espaldas a la poesía
¡Dios! no quiero vivir de espaldas a la
poesía por eso en un poema, dedicado al niño que una vez fui, digo:
“Vamos en
bicicleta
A pie
Sin dinero
Sin títulos
Lejos del gran
señor
Docto/profesor/
aburrido
Mundo de
intrigas/envidias
Maledicencias
Negra y podrida
mentira
De un hombre de
espaldas
A la poesía…”[1]
Y a eso hemos venido. A ser simples
testigos de estas maravillas, a mirar con los ojos del alma, a sentir el latir
del corazón de la tierra. Aspirar con profundidad la brisa que viene desde la
inmensidad sin principio ni fin que nos rodea. Somos incapaces de añadir un
palmo a la obra del Creador, pero si podemos ayudar a conservarla. Que a la
hora de la muerte tengamos la convicción de haber hecho todo lo posible por
mejorar este mundo, o al menos no haber contribuido con el sufrimiento y las
injusticias. En ese sentido, el sacerdote Ángel Iván Rodríguez nos invita a ser
poetas de la vida:
“Debemos ser
poetas de la vida, para observar y admirar la grandeza de Dios en todo lo que
nos rodea. Miremos atentamente el rostro de un amigo, como si fuera la primera
vez, y observemos la caída de una hoja seca, el correr del agua en el río, la
salida de la luna o una puesta del sol…Que nunca seamos ciegos, o que sólo
veamos lo que nos interesa. Que no nos convirtamos en el pescador que, de tanto
ver el mar, ya no aprecia la belleza y majestad del mismo. Que nunca seamos de
los que miran sin ver, escuchar y oír”.
Inspirado en la obra del Supremo Artista,
creador de esas maravillas que no cesan de asombrarme, escribí estos poemas:
“¿Qué puedes
decir, si todo ha sido dicho? ¿Qué puedes hacer, si desde el inicio todo ha
sido hecho? ¿Podrías acaso construir una montaña? ¿Inventar el canto de los
pájaros? ¿Su raudo vuelo? ¿Dibujar nubes en lo alto?, Nada de lo que haga o
diga el hombre podrá añadir un palmo a la obra del Supremo Hacedor. Y entonces
¿Qué es vivir? Desde antes del comienzo de los tiempos nos fue revelado el
secreto: “Vivir es instalarse en el centro del universo, es iluminarse en el
Ser, incendiarse un instante, y luego integrarse sin conciencia a esa
inmensidad misteriosa que está allí ¿No la ves? Abre tu corazón y los ojos del
alma, la silueta de Dios se perfila en las montañas, en el cósmico silencio de
la eternidad”[2].
En
otro poema exclamo:
“¡Qué pobres
estas palabras para expresar mi regocijo por lo que mis cansados ojos
perciben!, esto que escribo jamás superará la vivencia de lo que veo y siento
en este instante, como el de ayer, o hace años, es el mismo y es otro, es un
fulgor de eternidad, espacio y tiempo se diluyen, pierdo la noción de esta
insignificante criatura que soy ante la inmensidad que me envuelve, y otra vez,
-como si fuera la primera-la caída de la
tarde, cuando el sol declinado su fuerza ilumina la montaña, los colores mezclándose:
verde, marrón, dorado y el azul del firmamento palideciendo, transmutándose en
negra cúpula donde brillan las estrellas, paisaje que pintor alguno, con todo
su genio, podría reproducir en un estático lienzo, lentamente anochece, escucho
el canto de los últimos pájaros diurnos, y ese silencio cósmico que no deja de
conmoverme, una suave brisa acaricia mi rostro, como si fuera la mano de Dios
calmando mí desasosiego, aspiro el perfume de una flor desconocida, y entonces
doy gracias al Creador por su magnífica obra, por estar aún vivo para dar
testimonio de su grandeza…”.
Estamos de paso. Somos protagonistas de
una aventura inédita. Precarios pasajeros de un viaje que puede terminar en
cualquier momento y lugar, partículas de nada, y no obstante poseemos esta
conciencia que nos permite darnos cuenta. Grandeza y miseria se unen en la
condición humana. Y esa es mi contradicción. No hay día en que no sufra por ese
descubrimiento. Como Camus puedo decir que no hay ansias de vivir sin
desesperación de morir. Consciente estoy de este viaje gratuito de la vida:
“Estoy vivo/ No
sé cuándo dejaré esta tierra/ Me duele el azul del mar/ La soledad de sus
profundas aguas / Saberme transeúnte/ Precario pasajero en este viaje gratuito
de la vida…
“Sí, mi vida
concreta única, irrepetible, hora tras hora, segundo tras segundo, amenazada de
extinción por el hecho cierto, real, inexorable, de tu muerte personal. Sabes
que si hoy mueres mientras escribes estas líneas, el mundo seguirá su curso sin
ti. Quizás te lloren sus seres queridos, o que si tu obra, si la tienes, no
pase de inmediato al olvido; pero esa esperanza de trascendencia ¡espejismo de
inmortalidad! ¡Qué pobre consuelo!, frente a la cruda verdad que del otro lado
del muro ni siquiera de enteres, lo seguro es que no vas a disfrutar el
reconocimiento post-morten, como si puedes hoy-mientras la muerte no te toque,
disfrutar la gloria de las horas clandestinas, sintiéndote parte de lo
viviente, gozando de las maravillas que te ofrece la vida sin esperar nada de
ti”.
Soy la propia incongruencia de la vida,
un desesperado, no tengo reposo. Reconozco mis terribles defectos, mis graves
errores, esta cólera, esta ira que no termino de controlar, a veces justa,
otras, absolutamente innecesaria. Es el
precio de la lucidez, maldito cuchillo que penetra la piel de las apariencias y
deja en carne viva la atroz realidad del ser humano. ¡Cómo quisiera olvidarme
de mi mismo!, flotar en el aire como un globo, convertirme en piedra de un
desierto, de un río, o en algún pájaro solitario inconsciente de su existencia,
dedicado a volar y cantar, nada más. Pero, no, tengo esta herida de lucidez
desde mi juventud, y no hallo manera de cerrarla.
Me refugio en la poesía:
“¿Quién nos ha
lanzado en esta carrera hacia parte alguna?
¿Cuál es el fin
de la vida?
“¿Por qué un
hombre debe hacer, actuar, trabajar programar?
Toda esa febril e
incesante actividad
Pensar en metas
Nos obligan a
escalar
Buscar posiciones
dinero, fama, poder
Y los días se
suceden uno tras otro
Amanece y ni siquiera
escuchas el canto de los pájaros
No nos percatamos
del brillo de las hojas en la temprana edad del día
Tampoco aspiramos
el viento del atardecer
Y dejamos pasar
el renovado misterio de la noche
¡Cómo he luchado
para no luchar!
Abandonarme a las
fuerzas de la vida
Penetrar los
secretos del mundo
Descifrar el
misterio de los antiguos paisajes
La angustia del
hacer me impide
Vivir en armonía
con estas misteriosas
Fuerzas de la
eternidad
Ambiciono la
perfecta identidad
[1] Henrique Meier. Horas Clandestinas. Pavilo, Caracas,
2001.
[2] Henrique Meier, Embriagado de Misterio, opus cit.
[3] Henrique Meier. Viaje hacia las sombras. Editorial
Hojas Sueltas, Caracas, 1983.
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