La dualidad de mi existencia
La dualidad de mi existencia
Henrique Meier
He vivido en dos mundos paralelos: el
llamado “serio y formal” del docto profesor, abogado, académico, gerente
público, y el de las “horas clandestinas”: el poeta, borrachón, mujeriego,
cantante en bares, serenatero, parrandero, amante apasionado del mar, los ríos
y las montañas, de los libros, la música, el cine, el fútbol, el béisbol. El
mundo del “currículo vitae” y el mundo del “currículo vital”, el primero, el
que cuenta para el arrogante ámbito de la academia, nada tiene que ver con la
auténtica vida, el segundo sí. He decidido terminar con el primero y continuar
con el segundo hasta que la muerte me de caza, o simplemente este pobre cuerpo,
barro insuflado por el soplo de Dios, no pueda más, me jubile del goce de “las
horas clandestinas”. Para ello tengo que aligerar las cargas, ir liberándome de
cosas, compromisos, personas, angustias, temores, resentimientos que dificultan
que el viaje de mi vida, - lo que me resta, - sea cada vez más ligero. Nadie,
ni siquiera los más conspicuos ejemplares de la “seriedad humana”, ejecutivos
de 5 estrellas, doctos profesores, científicos de premios nobel, conferencistas
de apretadas agendas, políticos, gobernantes que no conocen el color de los
ojos de sus hijos, como el Ciudadano Kane (Orson Welles) al final sólo
recuerdan sus escasas “horas clandestinas”.
Sí, las horas clandestinas, horas de
libertad:
“Horas robadas a la locura de los quehaceres humanos/ a los planes
existenciales (la lucha contra el tiempo)/horas bebiendo y cantando en brazos
de Baco/dios de la irresponsabilidad/ horas rindiendo culto a Afrodita/ en ese
primer descubrimiento que no cesa del cuerpo de tu mujer/ horas sentado a la
orilla del mar/ en la acera de un perdido pueblo/ al borde de un camino
solitario de montaña/mirando unos pájaros/cruzar/el/cielo/las/nubes/cambiando/de/formas/castillos/elefantes/rostros
de ogros/ horas jugando con un niño/dibujando caras felices/ una casa y sus árboles/
un mar azul y sus barcosde vela/horas leyendo a
Cervantes/Saramago/Miller/Bukowski/horas escuchando a Vivaldi/Mozart/
Pavarotti/Javier Solís / horas escribiendo estos pésimos versos/horas de ocio/
de nada hacer/ sin presiones/ prisa/ premura/horas de libertad/”[1].
Hoy (3 de abril del 2017) descubrí en una
limpieza de ese papelero de recibos viejos un escrito sin fecha, no recuerdo
cuando lo escribí, se relaciona con mi dualidad existencial:
El otro
“Esta sensación
de ser dos a la vez, el uno, el que actúa, el hombre nervioso, angustiado,
ocupado y preocupado, que se relaciona con el mundo, sufre decepciones, tiene
una historia personal, espera reconocimientos, habla, gesticula, resuella, ama,
odia, aprecia, desprecia, le obsesiona el triunfo, lo amarga la derrota,
envejece sintiendo el irreversible paso del tiempo. El otro, ese que en
silencio se burla del actor, que lo engaña una y otra vez haciéndole creer que
tiene una misión especial en esta vida, ese otro que está en las sombras, ese
embaucador impasible, escondido en algún recóndito lugar de la inasible alma,
que escribe poemas libre de la opinión ajena, que disfruta del atardecer, del
silencio de la Tierra, del vuelo de pájaros en retirada, ese que en sueños
viaja a mundos desconocidos, que sabe que va a morir y se dispone a volar libre
de angustias y desasosiegos a la inmensidad, sí, ese ser misterioso, el Otro,
que a veces he sorprendido al mirarme en el espejo”.
En el fondo, reitero, me inclino más por
este otro mundo. Por esa razón, las veces en que me han propuesto que me
postule para ingresar a la Academia de Ciencias Políticas y Sociales (me dicen
que tengo méritos para ese reconocimiento), respondo que no tengo interés
alguno en ello, pues prefiero, los días en que se reúnen los acartonados
académicos para adularse mutuamente en ese ambiente de intrigas, de nulidades
engreídas (barnizadas), irme a un bar con mi mejor amigo de los últimos 35
años, “Charles Brachó”, buena copa como el suscrito, y sentarnos en el
santuario de Baco, en primera fila, en una buena barra atestada de simpáticos
bebedores. Una tarde bebiendo con los amigos, compartiendo recuerdos,
anécdotas, chocando copas en brindis por la vida, por la amistad, cántate una
canción Enrique, recita uno de tus versos, hablando del país, de ese estéril
ejercicio intelectual, buscando causas al desatino colectivo, de viajes y
mujeres, la familia, los hijos, puerta cerrada a la perversa costumbre de la
intriga, tampoco de negocios y dinero. Una tarde para reconfortar el alma. O
con el famoso “Basilides”, mi amigo del alma Sergio Pascual, hoy del otro lado
del Atlántico, tragando vino, escuchando a los Beatles, sus preferidos, o a
Javier Solís y Toña La Negra, los míos, hablando de poesía, la vida, las
mujeres, la locura humana, o simplemente viendo una vez ese estupendo film
“Zorba el Griego”. Y volviendo a lo de la barra, no es lo mismo beber en tu
casa, aunque tengas un mueble en forma de bar, que en uno de verdad, pues en tu
casa nunca va a pasar nada, salvo algún regaño de tu mujer si te pasas de
tragos y pones alguna “cagada”, en cambio en cualquier bar de verdad, excepto
los de los clubes privados, o aquellos reservados para una clientela exclusiva,
puede ocurrir cualquier cosa, desde “levantarte” a una hembra, reencontrarte
con algún amigo que no habías frecuentado desde tu juventud, presenciar una divertida
discusión entre borrachos y hasta una refriega. Una tarde en un bar, pocos
borrachos en la barra, escribí este poema:
“Ultimátum
-Hoy amanecí de
sexo
No tan empinado
Como en épocas
pasadas
Pero con las
mismas
Ganas de un
leopardo joven
Sólo que las
hembras
No me ven
Animal invisible
me he vuelto
Tal vez sean
estas canas
Y el lento
caminar
-Hoy amanecí de
tragos
Garganta seca y
el
Brazo dispuesto
al brindis
Chocar copas en
algún
Bar de la ciudad
donde
Canten boleros
Y me permitan el
micrófono
Para sentirme
cantante
Con esta voz de
viejo
Serenatero
Cantar por cantar
Sacar estos
sentimientos
Que me gritan
dentro
Me sofocan
Me quitan el
aliento
-Hoy amanecí de
parranda
Como si la muerte
me hubiera
Dado un ultimátum
Como si la vida
se me fuera
Y quisiera
despedirme haciendo lo
Que me da la
gana…”
Pues bien, definitivamente estoy
decidido, allí van estas líneas que pretenden arrojar cierta claridad sobre lo
que soy. Voy a sumergirme en el pasado, recorrer el río que me trajo hasta
aquí. Intento ordenar recuerdos, deteniéndome unos instantes en el camino para
mirar atrás. No sé si mi memoria será capaz de ver con claridad en medio de las
brumas. Ha pasado tanta agua debajo de los puentes, desde las cristalinas de la
infancia hasta estas turbias de la madurez: el vertiginoso e irrevocable fluir
del tiempo. No todas las historias que voy a relatar son verídicas un cien por
ciento, hay mucho de invento, no se trata de un retrato fiel de lo que he
vivido, además, la memoria a veces nos traiciona, y si alguien llega a leerlas
es mi deseo que dude sobre su veracidad, ¿quién podría aseverar que las
historias que cuenta el genial Henry Miller en sus libros autobiográficos le
ocurrieron tal y como él las cuenta? Los protagonistas de estas historias no
son personajes ficticios, sino personas que conocí y murieron y otras que aún
están en este mundo, para evitarles disgustos a los familiares de los
fallecidos y a los que aún viven, si es que este ensayo es publicado, utilizaré
apodos o nombre inventados.
“Lo que todos nosotros…atribuimos confiadamente a la memoria- expresa William
Maxwell- entendiendo por ello una escena, un hecho tratado
con fijación y por tanto rescatado del olvido-, es en realidad una forma de
narración que se desarrolla sin cesar en la mente y que a menudo se transforma
al ser contado. Son demasiado los intereses emocionales que entran en conflicto
para que la vida llegue a ser nunca plenamente aceptable, y tal vez sea labor
del narrador, elaborar las cosas de tal modo que se ajusten a ese fin. En todo
caso, cuando hablamos del pasado mentimos cada vez que respiramos”[2].
Quizás Kundera tenga razón cuando dice: “Porque de golpe, todo queda claro, la vida
humana como tal es una derrota”. Esa sensación de cosas que se derrumban.
Una vez que el hielo empieza a resquebrajarse, todo sucede de prisa[3] Y es que
te acosan durante tu vida penas y tristezas, la vejez y las limitaciones, la
maledicencia, la mentira, la envidia, la mezquindad, y tras algunos destellos
de lucidez, del amor y el bien-estar, -la inexorable muerte-, todos los haberes
y poderes: polvo. Traté de hacer el bien, de ser útil, justo, quise combatir
sombras, iniquidad y quedé las manos
vacías golpeando el viento, un caballero sin monta ni sombrero, con el corazón
adolorido, apaleado por la realidad; pero, me ha salvado de la derrota total mi
lucidez y el no haber abandonado nunca “Las horas clandestinas”, lo que para
algunos es un extravío, una pérdida de tiempo: beber hasta la inconsciencia,
amar, cantar, gozar como un niño en las aguas del mar, de un río, caminar por
senderos de montaña, admirar el canto de pájaros, para mí ha sido la barca que
ha impedido que me ahogue en el océano del infortunio.
“Lucidez
Te detienes
Miras atrás
El camino
recorrido
Los recuerdos se
amalgaman
-sabes que has
vivido-
Pero eso es
vaporoso
Imágenes
perdiéndose
En la niebla
Como en los
sueños
Y sientes que la
vida es inatrapable
No puedes
poseerla
Es siempre un
presente
Tras otro
presente
Tras otro
presente
Sucesión de
instantes
Y lo único que
tienes
Son estas canas
Estas arrugas
Estos dolores de
hueso
Testimonios de
que has vivido
En la fugacidad
del tiempo”.
Y como nos dice Neruda:
“No hay pura luz
Ni sombra en los
recuerdos:
Éstos se hicieron
cárdena ceniza
O pavimento sucio
De calle
atravesada por los pies de las gentes…
Y hay otros: los
recuerdos buscando aún qué morder
Como dientes de
fiera no saciada.
Buscan, roen el
hueso último, devoran
Este largo
silencio de lo que quedó atrás.
Y todo quedó
atrás, noche y aurora,
El día estupendo
como un puente entre sombras,
Las ciudades, los
puertos del amor y del rencor,
Como si al
almacén la guerra hubiera entrado
Llevándose una a
una todas las mercancías
Hasta que los
vacíos anaqueles
Llegue el viento
a través de las puertas desechas
Y haga bailar los
ojos del olvido,
Por eso a fuego
lento surge la luz del día,
El amor, el aroma
de una niebla lejana
Y calle a calle
vuelve la ciudad sin banderas
A palpitar tal
vez y a vivir en el humo
Horas de ayer
cruzadas por el hilo
De una vida como
por una aguja sangrienta
Entre las
decisiones sin cesar derribadas,
El infinito golpe
del mar y de la duda
Y la palpitación
del cielo y sus jazmines.
¿Quién soy?
¿Aquel? ¿Aquel que no sabía
¿Sonreír y de
puro enlutado moría?
¿Aquel que el
cascabel y el clavel de la fiesta
¿Sostuvo
derrocando la cátedra del frío?
Es tarde, tarde.
Y sigo con un ejemplo tras otro,
Sin saber cuál es
la moraleja,
Porque de tantas
vidas que tuve estoy ausente
Y soy, a la vez
aquel hombre que fui.
Tal vez este es
el fin, la verdad misteriosa.
La vida, la continua
sucesión de un vacío
Que de día y de
sombra llenaban esta copa
Y el fulgor fue
enterrado como un antiguo príncipe
En su propia
mortaja de mineral enfermo,
Hasta que tan
tardíos ya somos, que no somos:
Ser y no ser
resultan ser la vida,
De lo que fui no
tengo sino estas marcas crueles
Porque aquellos
dolores confirmaron mi existencia”[4].
Después de 45 años como profesor hoy
estoy sin discípulos, sin seguidores, bueno nunca los tuve, solo con mi propia
libertad y mi amada, testigo de esta última etapa de mi vida, libre al fin de
explicaciones, del inútil deseo del éxito y el reconocimiento, libre de Ser,
nada más, quedarme mirando el atardecer, el movimiento de las nubes, y esos
pájaros que siempre he amado volando en bandadas, cruzando el cielo en el
ocaso, pues envejeciendo irremediablemente, a menos que Dios decida apagar el
fuego que me mantiene en vida, ya no espero nada del mundo, consciente de que todo ese esfuerzo plasmado
en el “currículo vitae” del docto, abogado, profesor, pretendido servidor
público, tal vez ha sido vano, estoy recordando, recordando con cariño a esa
otra parte de mi vida, mi “currículo vital”, el del complejo “viviente”:
caótico, enigmático, contradictorio, anárquico, que no se perdió, que aunque
esos mágicos días ya se fueron, los disfruté intensamente en su momento,
recordando con un dejo de dolor y nostalgia a mis seres queridos que partieron
de este mundo, sabiendo como el Profeta que lo que sucede al animal, a
cualquier animal más insignificante que pase a nuestro lado y lo miremos con
indiferencia y desdén, igual sucede al hombre, igual me sucederá, que llegará
el día en que seré polvo en el polvo.
Otro “poema” repetitivo:
“Vivir, simplemente
Vivir
Vivir
Simplemente
Vivir
Dejarse llevar
Fluir como el
viento
El agua que corre
En los ríos
Del invierno
Vivir
Simplemente
Vivir
Sentarse a mirar
Las formas
De las nubes
Las estrellas
En noches
De luna llena
Vivir
Simplemente
Vivir
Ver caer la
lluvia
Aspirar el olor
De tierra mojada
Escuchar cantos
de pájaros
Al amanecer
Llenarse de
asombro
Ante su vuelo
Ser libre
Como ellos
Vivir
Simplemente
Vivir
Rugir de alegría
Cósmica
Como un animal
Inocente
Y luego morir
Sin penas
Ni temores
Apagarse
Como luciérnaga
Al despuntar
El día
Volver a la
tierra
Ser otra vez
ceniza
Polvo en el
camino
Partícula cósmica
De esa inmensidad
Sin principio
Sin fin…”
Si estar
consciente de existir es comprender que la vida es un milagro, una diaria
sorpresa inesperada, confieso que he vivido y vivo.
Y vuelvo con Neruda, un auténtico poeta:
“Poco a poco y también mucho a mucho me
sucedió la vida y qué insignificante es este asunto: estas venas llevaron
sangre mía que pocas veces vi, respiré el aire de tantas regiones sin guardarme
una muestra de ninguno y a fin de cuentas ya lo saben todos: nadie se lleva
nada de su haber y la vida fue un préstamo de huesos. Lo bello fue aprender a
no saciarse de la tristeza ni de la alegría. Esperar tal vez una última gota,
pedir más a la miel y a las tinieblas. Tal vez fui castigado: tal vez fui
condenado a ser feliz. Quede constancia aquí de que ninguno pasó cerca de mí
sin compartirme. Y que metí la cuchara hasta el codo en una adversidad que no
era mía, en el padecimiento de los otros. No se trató de palma o de partido,
sino de poca cosa: no poder…tu propia herida se cura con llanto, tu propia
herida se cura con canto, pero en tu misma puerta se desangra la viuda, el
indio, el pobre, el pescador, y el hijo del minero no conoce a su padre entre
tantas quemaduras. Muy bien, pero mi oficio fue la plenitud del alma: un ay del
goce que te corta el aire, un suspiro de planta derribada o lo cuantitativo de
la acción. Me gustaba crecer con la mañana, esponjarme en el sol, a plena dicha
de sol, de sal, de luz marina y de ola, y en ese desarrollo de la espuma fundó
mi corazón su movimiento: crecer con el profundo paroxismo y morir derramándose
en la arena”[5].
Me apropio de las palabras del poeta
Charles Bukowski:
“Esto es bastante
importante, poner tus sentimientos por escrito es mejor que afeitarse o cocinar
alubias con ajo, es lo poco que podemos hacer, esta pequeña valentía del
conocimiento, la locura y el terror de saber que algo tuyo es como un reloj al
que no puede dársele cuerda otra vez, una vez que se para”[6].
[1] Henrique Meier. Horas Clandestinas, Pavilo, 2001.
[3] Joyce Carol Oates. La hija del sepulturero. Alfaguara,
2008.
[4] Pablo Neruda. Memorial de Isla Negra. Vol III. El
fuego cruel. Ediciones Losada, 1964
[5] Pablo Neruda. Obras completas. Vol II. Editorial
Losada, 1968.
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