Incertidumbre





Henrique Meier

Carezco de la supuesta seguridad expresada por algunos reconocidos intelectuales, hombres que no abrigan duda alguna acerca de la vida, la naturaleza, el cosmos, el tiempo, la eternidad, no los inquieta el misterio de estar aquí por breve tiempo, ni se preguntan que nos espera al morir, pues para esos arrogantes mortales la ciencia tiene las respuestas a cualquier incertidumbre. Tal es el caso de Steven Pinker:

Hace mucho tiempo que Steven Pinker (Montreal, 1954) mató a Dios. Fue en Canadá, al entrar en la adolescencia y descubrir que no lo necesitaba para nada. “Cuando empecé a pensar en el mundo, no le encontré sitio y me di cuenta de que no me servía ni siquiera como hipótesis”, explica. Arrancó entonces un idilio con la ciencia que 50 años después no ha dejado de crecer. Considerado uno de los psicólogos cognitivos más brillantes del planeta, sus trabajos académicos, centrados en el binomio lenguaje-mente, y sus obras de divulgación, como La tabla rasa (2002) y Los ángeles que llevamos dentro (2011), han roto tantos moldes que muchos le ven como un adelantado de la filosofía del futuro. No es una descripción que le agrade a Pinker, pero es imposible sustraerse a ella al repasar su obra. Cada uno de sus libros ha generado ondas sísmicas de largo alcance. Debates globales en los que este catedrático de Harvard, firme defensor de las bases genéticas de la conducta, nunca ha rehuido el cuerpo a cuerpo y que le han valido la fama de dialéctico invencible. Desde esa altura, vuelve ahora a la carga con una obra mayor. Un trabajo que ha cosechado el aplauso internacional y que Bill Gates ha definido como su “libro favorito de todos los tiempos”[1].

Y, yo simple mortal, desde ras de tierra y lleno de dudas, he vivido con esa dialéctica, la dualidad eros-tanatos y otras que conforman la complejidad y el misterio de la existencia: vida-muerte, luz-sombra, fe-duda, verdad-mentira, amor-desamor, alegría-tristeza, euforia-depresión, certeza-incertidumbre, fortaleza-debilidad, ánimo-desánimo, esas tendencias se han estado disputando mi alma desde que dejé la adolescencia, lo expreso en este poema:

“Atardece,
El cielo estalla
En colores,
El viento susurra
Entre los árboles
El enigma de esta hora,
Admira esa maravilla
La montaña trajeada de dorado
Por los últimos rayos del sol
Abandónate a esas antiguas
Y misteriosas fuerzas,
Vacía tu corazón
De congoja
Expulsa esa angustia
Que te corroe dentro
Libera tu alma
De pesadumbres…”

¿Podré hacerlo en el tiempo que me quede?, ¿será un asunto de estricta voluntad, de proponerse y vaciar el alma de angustias, desasosiegos y pesadumbres? Eso quisiera, más no creo que pueda liberarme, así como así, de esos estados de ánimo que en parte sabotean mi alegría de vivir, vienen solos, no crean que disfruto con ello. A menos que seas un ser absolutamente frío, carente de sentimientos, ¿los hay?, los expertos dicen que la psicopatía se caracteriza por ese rasgo; el prototipo del asesino serial (usualmente son hombres) se comporta de manera normal, convencional, lo que impide que se prendan las alarmas por parte de su entorno social, no muestran signos de peligrosidad, y no obstante, son capaces de asesinar una y otra vez sin mostrar el menor arrepentimiento. Cuando los descubren y los interrogan hablan de la forma como seleccionaron a sus víctimas y las asesinaron como si estuviesen describiendo una receta de cocina. Matan sin motivo especial alguno, por morbo, por el placer de mirar cómo se apaga la vida en los ojos de su víctima, en ese momento quizás disfrutan el orgasmo del poder, sentirse único y especial al quitarle el mayor bien que posee cualquier persona: su vida.






[1] Jean Martínez Ahrens. Steven Parquer “Los populistas están del lado oscuro de la historia. Entrevista dominical, http://elpais.es , edición del 17 de junio de 2018

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