La vida: esta frágil barca a merced del mar de la muerte


La vida: esta frágil barca a merced del mar de la muerte


Henrique Meier

No postulo una actitud pesimista, derrotista, de constante temor e inseguridad; tampoco, el falso optimismo que impide discernir la fragilidad de la vida. Un caso emblemático fue el de Hugo Chávez Frías, durante 12 años ejerció un poder prácticamente ilimitado, utilizó a su antojo los recursos financieros provenientes de los cuantiosos ingresos de la renta petrolera derivados del aumento del precio del barril de petróleo a más de 100 dólares entre los años 2008 y 2014 (desde 1999 al 2014 el rey “sin corona” y su sucesor, el “ilegítimo”, “usurpador”, “ignaro”, Maduro dispusieron de US$ 960. 589 millones: despilfarrados, robados, regalados a otros países bajo las instrucciones de su jefe Fidel Castro), controló en forma absoluta al otrora Estado manipulando las “instituciones” para ponerlas a su servicio; en pocas palabras: uso, abusó y disfrutó del poder estatal cual señor feudal, y aunque no logró cambiar la sociedad mediante la imposición del llamado socialismo del siglo XXI, si tuvo éxito destruyendo nuestra precaria democracia, al vacilante Estado de Derecho y al tejido social, convirtiendo a Venezuela en una espantosa realidad de ruina y miseria humana. 

Para mantenerse en el poder contó con el apoyo incondicional de su partido: las otrora fuerzas armadas institucionales transformadas en un cuerpo pretoriano al servicio de los designios de poder del llamado “Gran timonel”, además de brazo armado del “cartel de los soles” (la mafia de generales que controlan el tráfico de drogas dentro del territorio nacional, vinculada con otros carteles internacionales) y del organismo electoral, el Consejo Nacional Electoral o “ministerio de las elecciones”, y otros organismos de lo que ya no podría ser calificado como un auténtico Estado. Su “proyecto”, pura ambición de poder, era mandar tiránicamente en forma indefinida, se creyó inmortal, no contó con la muerte, un cáncer lo sorprendió en el 2011, y en un año lo liquidó, parece que muriendo en su amada Cuba gritaba desesperadamente a los “médicos” “no me dejen morir, no me dejen morir”. A los sátrapas cubanos, los hermanos Castro,  ese sujeto les importó un carajo (su único interés era ponerle la mano al petróleo venezolano), se aseguraron que el moribundo designase (antes de ir a la Habana a pasar sus últimos días para ponerse en manos de una “excelente asistencia médica”) a su “sucesor” escogido por los perversos ancianos: el ignaro Maduro, “deformado” en la “escuela” del marxismo tropical fidelista, el más fiel lacayo de los Castro entre los integrantes de la nomenclatura del partido socialista unido de Venezuela (PSUV),un hombre absolutamente sumiso a los dueños de Cuba y de este país sumido en la humillación. Hace unos días declaró, las redes sociales se encargaron de difundir la más absurda e insensata de sus expresiones reveladoras de algo más que ignorancia, un gravísimo problema mental: refiriéndose a una joven de 18 años, dijo, vi el video y no lo podía creer “Esta niña nació dos días antes que su madre la pariera” (sin comentarios).

En la página 94 de un ejemplar de la novela de Kundera “La inmortalidad” (1990), la lectura de este párrafo del autor: “Imagínense que están en un lugar: no es fácil quemar documentos íntimos que son importantes para uno; es como reconocer que uno ya no va a estar mucho tiempo aquí, que mañana morirá; y así se pospone el acto de la destrucción de un día para otro, y un buen día ya es tarde. El hombre cuenta con la inmortalidad y se olvida de contar con la muerte”[1], me motivó escribir en el margen en blanco al comienzo de la página siguiente: 

“Porque la obsesión de la inmortalidad le impide pensar y sentir su fin inminente, lo pone aparentemente a salvo de su muerte real, física, biológica, de la desaparición de su estancia en la tierra y el mundo, creyéndose inmortal, aún después de esfumarse del aquí y el ahora, abriga la falsa esperanza de que su obra, sus actos, su recuerdo permanecerán, consuelo de no morir definitivamente”. 

Por más que haya escrito ese párrafo, no puedo mentirme, también participo de esa falsa esperanza, anhelo que me recuerden como ahora lo estoy haciendo en este ensayo con mis familiares y amigos que cruzaron la frontera entre la vida y la muerte. No nos engañemos, si nos recuerdan no nos enteraremos, bueno no estoy seguro del todo, quién sabe si esa frontera no está constituida por un muro infranqueable y que del otro lado nuestros muertos se enteren de lo que pensamos de ellos. Cuando aparecen en los sueños, ¿Será el inconsciente, el recuerdo grabado en esa parte del alma, el que provoca esa evocación?, ¿o son los espíritus de los fallecidos los que se comunican mediante esa proyección del alma soñante? En un ejemplar del ensayo de J.M. Coetzee “Diario de un mal año” que leí en el 2011, anoté en la última página en blanco:

“A veces la tristeza te inunda al despertar de un sueño, y lloras porque soñaste con tu padre o madre, un tío, la mujer que amaste, cuyas vidas se apagaron, y te dices: es bueno recordarlos, para que no mueran totalmente, para que no desaparezcan en el olvido absoluto, como si no hubieren existido, ¿Será que ellos se meten en tus sueños para que los recuerdes?”

Este es el párrafo de ese libro que motivó esas palabras:

 “La muerte es absoluta. No hay nada peor, y es así no sólo para Eichmann sino para cada uno de los seis millones de judíos que murieron a manos de los nazis. Seis millones de muertes no son lo mismo que (no suman en total, en cierto sentido no “exceden”) una sola muerte; sin embargo, ¿qué significa con exactitud decir que seis millones de muertes son, en conjunto, algo peor que una sola muerte? No es una parálisis de la facultad de pensar lo que nos deja contemplando impotentes la pregunta. La pregunta misma es errónea”[2].

No creo que la muerte sea absoluta, no me refiero a la física, la material, la del cuerpo, y no sólo por mi tambaleante fe en una existencia transterrenal en el reino de la luz, sino aquí en la tierra, el propio Coetzze aunque afirme que con la muerte desaparezca todo vestigio de vida, él sobrevivirá espiritualmente en sus magníficas novelas y ensayos como ha pasado con todos los hombres y mujeres que han dejado una obra imperecedera; y digo más, tal vez me haga reiterativo: mientras alguien te recuerde después de tu fallecimiento, no habrás muerto del todo, por eso escribo sobre las vidas de quienes pasaron al otro lado de la frontera, recuerdos de aquellos que conocí y aprecié, sólo espero que estas líneas se conserven por algún tiempo cuando yo también abandone el calor de la madre-tierra. Sí, reitero, por eso escribo esta suerte de ensayo porque al morir no sólo se extinguirá mi vida física sino, también, todo lo que habré vivido, todos mis recuerdos sepultados con mi cadáver o esfumados con mis cenizas que espero sean lanzadas al mar. Quizás la consciencia de esa fatalidad constituya la más honda preocupación de los hombres y mujeres pensantes, y quien sabe si en el inconsciente de muchos que no acostumbran a ejercitar esa trágica costumbre de la razón crítica, también ese aguijón psíquico perturbe sus sueños.

Al final todos, ricos y pobres, honestos y ladrones, asesinos y gente de bien, egoístas y generosos, veraces y mentirosos, negros, blancos, amarillos, mestizos, triunfadores y perdedores, poderosos y oprimidos, judíos, católicos, cristianos, musulmanes, budistas, ateos, todos, todos, sin excepción, dejamos este mundo, es la igualdad de la muerte.

“Hablar sobre la muerte,- escribe Mircea Cätärescu-, nos perturbaba todavía más. La gente moría, eso ya lo sabíamos, pero no podíamos entenderlo. En cualquier caso, teníamos nueve años, nos quedaba tanto tiempo hasta los setenta o los ochenta años que no nos habría costado nada afirmar que viviríamos eternamente. Sin embargo, los viejos morían, morían también los jóvenes por culpa de enfermedades terribles como el cáncer, morían también los niños. Sabíamos de algunos niños, compañeros nuestros, que habían muerto atropellados por el tranvía por haber cruzado la calle sin prestar atención. Otros se habían precipitado desde su piso sobre el asfalto…Después de morir, déjabas de existir para siempre. Ya no oías, ya no veías, ya no sentías nada. Era como si estuvieras durmiendo sin sueños, pero entonces carecías de cuerpo (este se podría en la tierra) y no volverías a despertar jamás”[1].

Por esa razón, es un espejismo creerse superior, no es un asunto de humildad sino de realismo, de entender lo que somos.

¿Y qué somos?

En tránsito hacia el olvido

El hombre
Extraña síntesis
Cuerpo atado
A la fatiga
-a los pequeños y grandes dolores
La carne obsesionada con la muerte
El alma
Ojo invisible
De lucidez
Ese darse cuenta
De estar/sentir/vivir
El Ser
Esto que somos
En tránsito
Hacia el olvido…”

Voy hacia esa esfera, desapareceré, única seguridad en esta vida, digo con Saramago:

“Empiezo a sorprenderme de estar vivo. Supongo que es lo que deberán también sentir los muñecos en las barracas de feria cuando perciben que sus compañeros están siendo tumbados por los aficionados al tiro al blanco, no siempre están dotados de buena puntería. Otro tirador hay, llamado Muerte, de quien se podrá decir todo, menos que sea aficionado. Este es un profesional donde los haya, con larga experiencia, cuando apunta acierta infaliblemente[2].


El misterio y la complejidad del mundo, de la vida, de mi existencia, no hago sino reiterar y reiterar esa idea. Leo la obra de Mircea Cätärescu Selenoide (antes citada) considerada por un imbécil crítico de literatura español como pésima (¿envidia?) y me conmueve su lucidez (al igual que la de su compatriota rumano Ciorán):

“Así siento que es mi vida, así siento que he sido siempre: el mundo unánime, tierno, tangible por una cara de la moneda, y el mundo secreto, íntimo, fantasmagórico, el mundo del ensueño de mi mente por la otra. Ninguna de mis vidas está completa ni es verdadera sin la otra. Sólo la rotación, sólo el vértigo, sólo el síndrome vestibular, sólo el dedo indiferente del dios que pone la moneda en movimiento y que hace más visible- pero para qué ojo- la inscripción grabada en nuestra mente, a uno y otro lado, de día y de noche, en la lucidez, en el sueño, a una mujer y a un hombre, a un animal y un dios, pero nosotros lo ignoramos durante toda la eternidad, pues no podemos ver ambas caras a la vez”[1].

Ni siquiera un amor apasionado, la familia, los hijos, los amigos, nos libra del sabernos condenados a desaparecer en cualquier momento. Y si por unos instantes “paramos” el mundo, dejamos de afanarnos, nos callamos, accedemos al silencio, a ese estadio que tanto tememos, podremos comprender que sólo tenemos tiempo, y que el tiempo no regresa, es el río al que se refiere Heráclito. La futilidad de tus actos, logros, “éxitos”, es común a todo hombre. Y no puedes sentir orgullo, porque no hay manera de estar en la importancia, tu carne va a morir, como muere la carne de los pájaros, y mueren, también, los viejos árboles en bosques y ciudades. Busco la sabiduría del poeta Omar Khayyam y me estremece este extracto de su extenso poema “Las Rubaiyat”:

“Más allá de los límites de la Tierra, más allá del límite infinito buscaba yo
el Cielo y el Infierno.
Pero una voz severa me advirtió: "El Cielo y el Infierno están en ti."
Tuve grandes maestros. Llegué a estar orgulloso de mis progresos.
Cuando recuerdo que fui sabio,
Me comparo a ese líquido que llena el vaso y toma su forma,
Y a ese humo que el viento desvanece.
Convéncete bien de esto:
Un día, tu alma dejará el cuerpo
Y serás arrastrado tras un velo fluctuante entre el mundo y lo incognoscible.
Mientras esperas, ¡se feliz! No sabes cuál es tu origen e ignoras cuál es tu destino.
Bebedor, jarro inmenso, ignoro quién te formó
Sólo sé que eres capaz de contener tres medidas de vino y que la muerte te quebrará un día.
Entonces dejaré de preguntarme por qué has sido creado.,
Por qué has sido dichoso y por qué no eres más que polvo.
¿Cuándo nací? ¿Cuándo moriré?
Nadie puede evocar el día de su nacimiento ni señalar el día de su muerte.
¡Ven a mí, ángel amada!
Quiero pedir a la embriaguez olvidar que nunca sabemos nada.
¡Señor, oh señor, contéstame!
Tú nos has dado ojos y permitido que la belleza de tus criaturas nos deslumbre.
Tú nos has otorgado la facultad de ser dichosos.
¿Quisieras que renunciáramos a gozar de los bienes de este mundo? buscar la paz en este mundo es una locura, creer en el reposo eterno también, después de muerto breve será tu sueño: renacerás en el césped.
Admitamos que hayas resuelto el enigma de la creación, ¿Cuál es tu destino?, admitamos que hayas podido despojar de todos sus vestidos a la Verdad, ¿Cuál es tu destino?, admitamos que hayas vivido cien años dichoso y que vayas a vivir otros cien más… ¿Cuál es tu destino?
Los sabios y filósofos más ilustres han caminado entre las tinieblas de la ignorancia, sin embargo, eran los luminares de su época, ¿Qué hicieron?
Pronunciar algunas frases confusas y luego se durmieron.
Mi nacimiento no aportó el menor provecho al universo. Mi muerte no disminuirá su inmensidad ni su esplendor, nadie ha podido explicarme jamás por qué he venido ni porqué partiré, ¿Qué es el mundo? Una parte pequeña del espacio, ¿Qué es la ciencia? Palabras, ¿Y qué son las naciones, las flores y las bestias?, Sombras. ¿Y tus continuos, tus inquietos cuidados? Si lo nada en la nada, se nos da un breve instante para gustar del agua en este ardiente páramo, Y el astro de la noche palidece. La vida va a llegar a su término: el alba de la Nada, Vamos pues date prisa, ¡Actúa con prudencia viajero!”[1].
No hay escapatoria, no queda otra opción sino vivir conscientes de sí, y tener el coraje de superar las limitaciones personales, enfermedades, desgracias, decepciones y temores, el permanente acecho de la muerte, en fin, sobreponerse a las pérdidas. Los “triunfos” y las “derrotas” ocultan el misterio de la existencia, impiden ver que en medio de la luz hay oscuridad, y que tras las tinieblas siempre hay luminosidad. El día esconde, aún en las primeras horas del amanecer, el inevitable atardecer y las sombras de la noche. Quien se cree un triunfador no sabe que su éxito es pasajero, que en cualquier momento será humo, cenizas, hojarasca que se lleva el viento. Y quien se siente derrotado cierra los ojos del alma a alguna bienaventuranza al alcance de su mano. No hay ganadores, ni perdedores, sólo quienes asumen el reto de vivir apasionadamente, con toda la intensidad de la que es capaz el espíritu humano, que no se rinden sino con la muerte, y aquellos que deciden claudicar ante las desgracias, quedarse estancados en el lamento de lo que se fue definitivamente.












[1] Mircea Cätärescu. Selenoide. IMPEDIMENTA, 2017.





[1] Mircea Cätärescu. Solenoide. IMPEDIMENTA, 2017.
[2] Saramago. El equipaje del viajero.




[1] Milan Kundera. La inmortalidad. Tusquets Editores, 2009.
[2] J.M. Coetzze.Diario de un mal año. Editorial Literatura Random House, 2007.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Tio Tigre y Tio Conejo (fábulas de mi tierra)

El origen de la sociabilidad humana

La misteriosa esfera de los sueños