La titubeante identidad personal




Henrique Meier

Esa lúcida expresión borgiana: la triste costumbre de ser alguien, el afán de distinguirnos del resto de la manada, de sobresalir a cualquier precio, ¿cómo aceptar el anonimato, la indiferenciación?. Con la emancipación o liberación del individuo de las comunidades cerradas, herméticas, de la pre-modernidad, surgió esa necesidad de la identidad individual. ¿Qué es la identidad?, ¿lo que uno cree ser?, ¿lo que los otros creen de uno?, ¿lo que uno cree que los otros creen de uno?, ¿cuál es el verdadero yo? Es el espejismo de quien niega haber mirado un rostro extraño en el espejo, la extrañes es descubrir a ese otro que nos sueña. Muchas veces me he mirado largo rato a los ojos en un espejo y me he preguntado quien soy, dudando acerca de mi identidad, y entonces comienza una sensación de desintegración psicológica, de que eso que creo “ser” estallará en pedazos, aparto la vista y regreso a la titubeante cordura. ¿Acaso la locura en su estricto sentido psiquiátrico no se caracteriza por la disolución del yo personal?, el enajenado se pierde en sí mismo, se mira en el espejo y no se reconoce. ¿Quién podría afirmar que se halla a salvo de la locura?:

“Soy, lo he venido admitiendo, los otros dan testimonio, pero ¿qué soy?, rostro, piel, corazón que late, cerebro que piensa y da coherencia, unidad a este organismo, ¿soy sólo eso? Un viento cálido me apacigua a esta hora, quizás sea más de lo que veo, pienso y palpo, -por instantes, - algo tiende a disolverme, desintegrarme en lo viviente, puede que algún día amanezca río, árbol, o pájaro nocturno de mágicos ojos”. 

Estoy tocado por la complejidad del misterio, y por eso exclamo:

“Soy frágil copa embriagada de misterio/ quiero hundirme en las profundas aguas de la vida/ esta pasión desesperada de presente/ de latir al ritmo del corazón de la tierra/ que nada me sea indiferente/ cuerpo ambicioso de sentir/alma que ni en los sueños conoce descanso”.

Esa “pasión desesperada de presente” ha sido para mí una obsesión. En uno de los libros de Milán Kundera “Los testamentos traicionados” subrayé este párrafo:

“La búsqueda del presente perdido, la búsqueda de la verdad melódica, el deseo de penetrar así el misterio de la realidad inmediata que abandona constantemente nuestra vida, que por ello pasa a ser la cosa menos conocida del mundo. Este es, me parece, el sentido ontológico del lenguaje hablado y, tal vez, el sentido ontológico de toda la música de Janácek”[1].

Ese párrafo me motivó escribir al final del ejemplar del libro (pésima costumbre):

Conscientemente, es decir, con la primera atención, no captamos la riqueza infinita de la vida en el presente, el instante se nos va porque culturalmente hemos sido condicionados para vivir conforme a abstracciones: ideas, creencias, y así, un árbol es una abstracción, no un organismo vivo. Esa estructura conceptual nos conduce irremisiblemente a la dimensión del recuerdo, la vida se nos presenta como una sucesión de recuerdos, imágenes, rostros, voces, sonidos, paisajes, sentimientos, y no de situaciones concretas, de ese aquí y ahora del que tanto hablo y escribo y que se me escapa como a todos. Sin embargo, en la esfera del inconsciente, la segunda atención, creo que si logramos captar el misterio del presente que escapa a la conciencia superficial y se refugia en la profunda. Eso explica que a veces nos viene repentinamente a la mente haber vivido antes determinadas situaciones, conocido personas, vistos paisajes (el “deja vu”). El desafío para quien desea vivir con intensidad es superar esa dicotomía y volcar su primera atención al presente, liberándose de la percepción que produce la estructura cultural que impide apreciar la variedad infinita de la vida en cada instante. ¿Es eso posible?, es harto difícil, puede que lo hagamos en un momento, pero inmediatamente caemos en el vicio conceptual que mencioné, y más hoy. La gente ensimismada en sus problemas, pensando en el futuro incierto, escribiendo en su móvil o celular, van por ahí ausentes de todo. Hablas con alguien y no te presta atención, está en otra parte, lo percibes en su mirada, si le preguntaras lo que acabas de decirle lo más probable es que no lo sepa”.




[1] Milán Kundera. Los testamentos traicionados. Tusquets. 1994.

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