El magnífico poeta portugués Fernando Pessoa en su “Libro del
Desasosiego” (Acantilado, Barcelona, 2002, p. 67) expresa esta profunda
reflexión: “Casi todos los hombres
sueñan, en lo más secreto de su ser, un gran imperialismo propio, el
sometimiento de todos los hombres, la entrega de todas las mujeres, la
adoración de todos los pueblos…”. Ese “afán de poder” se origina en
un impulso de dominación que inconscientemente abriga en la psique
humana, lo que Freud designó como la pulsión de “Tanatos” por oposición a
“Eros” en su obra “El Malestar de la Cultura”.
Y esto porque ese sueño de sometimiento de todos los hombres o la
posesión, disfrute y preservación, a como de lugar, de un poderío
ilimitado, implica necesariamente el empleo de la violencia, la astucia,
el engaño, la mentira y la destrucción de todos los obstáculos que se opongan
a ese objetivo, incluyendo, dentro de la “lógica de la dominación”, la
persecución, detención, privación de la libertad, agresiones a la
integridad psíquica, moral y física, y finalmente el asesinato individual
o en masa de los hombres y mujeres que se resistan abiertamente a la
realización de ese oscuro deseo. No por capricho Hobbes afirmó que el
hombre es lobo para el hombre.
Pero, habría que agregar a la reflexión de Pessoa, otro sueño e impulso
de no pocos hombres y mujeres: el deseo de sometimiento o la “servidumbre voluntaria”. Tal es la dialéctica de la relación de poder en el contexto de
los sistemas autoritarios. Y es que difícilmente los dictadores pueden
dominar y mantenerse en el poder con el sólo ejercicio de los medios
represivos. El consentimiento o aquiescencia de esa modalidad de relación
de poder por una parte considerable de la población, es un hecho
irrefutable. Huber Matos en su dramática autobiografía: “Cómo Llegó la
Noche” (Tus Quets, Editores, Barcelona, 2004, p. 337) se refiere a la
inmensa popularidad de Fidel Castro que facilitó la instauración de un
régimen totalitario en Cuba a partir de 1959:
“Octubre de 1959. Han transcurrido menos de diez meses desde que
los revolucionarios llegamos al poder. Las perspectivas de que el líder
de la revolución se convierta en un tirano como no ha conocido nunca
nuestro país se perfila en el paisaje cubano. La gran mayoría de la
población no percibe la traición. La popularidad de Fidel Castro es
inmensa. La gente del pueblo cree en él con ciego fervor. Los que
manifiestan su preocupación por el destino de la Nación o cuestionan el
último capricho del Máximo Líder se convierten de la noche a la mañana en
'enemigos del pueblo'. La seductora retórica populista de Castro encubre
hábilmente la increíble realidad que los verdaderos enemigos están en el
seno mismo del poder”.
Más allá del miedo, del temor al dictador y sus esbirros, creo que
las dictaduras y los totalitarismos se imponen y sostienen por dos
rasgos sicológicos del hombre: la servidumbre voluntaria, ya mencionada,
o el miedo a la libertad (Eric Fromm) y la admiración que produce el
dictador. Como no puedo, carezco de las “habilidades” para realizar el
secreto sueño al que alude Pessoa, admiro abierta o soterradamente al que
logra ese objetivo. El primero, la “servidumbre voluntaria”, tiene su origen en el miedo que
inspira la libertad percibida como pesado fardo existencial. El libre
albedrio o el valor de elegir (Savater) implica una insoportable carga de
responsabilidad: tener que asumir las consecuencias de los actos propios,
y por tanto, ¡Dios!, que no pueda culpar a otro u otros de mis problemas,
fracasos, errores, frustraciones. No, la mayoría de las personas no
quiere eso, prefiere delegar, transferirle a otra tamaña responsabilidad.¿Dónde estás mi guía en medio de estas
tinieblas? En la claridad conceptual de Savater:
“Los tiranos son los que dicen: ven y dame tu libertad, yo cargo
con tu culpa y con tus elecciones, yo elegiré por ti, tú confía en mi que
no necesitarás preocuparte, tú enchúfate a mi y yo seré libre por ti y
cargaré con todas las partes malas de la libertad, tú vivirás y yo
cargaré con la responsabilidad de la culpa. Ese es el secreto de las
tiranías y de los totalitarismos, lo que incluso lleva a determinadas
personas a ser capaces de sacrificar su vida biológica, que les permite
haber renunciado a su libertad y haber estado conectados, digamos, con
algo superior a la libertad humana, algo que decide por los humanos y
está al margen de las vacilaciones y dudas. Probablemente nuestro
tiempo tendrá ese peligro del miedo a la libertad, del deseo de renunciar
a ella, de buscar a alguien que nos descargue de esa pesada carga, que la
lleve por nosotros, que nos permita aunque sea viviendo una vida vicaria
y en cierto modo humillante, no tener la preocupación, y la obligación de
elegir permanentemente” (“La Libertad como
Destino”. Fundación José Manuel Lara Sevilla, España, 2004, pp.
60-61).
El segundo, “la admiración al poderoso” explica la exaltación de
los caudillos y guerreros, y de los regímenes autoritarios. Esa es la
historia de Venezuela, una historia de caudillos militares: Simón
Bolívar, José Antonio Páez, José Tadeo y José Gregorio Monagas, Joaquín
Crespo, Antonio Guzmán Blanco, Cipriano Castro, JV Gómez, etc., hoy
Hugo Chávez; una historia “épica” de supuestos “héroes”, de
batallas, de ese lenguaje patriotero, grandilocuente y guerrero, oloroso
a pólvora y sangre, rayano en lo cursi. Nada más expresivo de ese inocultable culto al poder y al poderoso que
las recientes declaraciones de Oswaldo Guillén acerca de la admiración
que le inspira Fidel Castro porque en más de 50 años nada, ni
nadie, lo han podido desalojar del poder. O la de un conocido periodista
que hace unos años declaró que Hugo Chávez F. era el “político” más
competente de su generación por su “habilidad” para mantenerse en el
poder. O aquella insólita de un reconocido constitucionalista que en el
momento en que se sometió a consideración de la Asamblea Nacional
Constituyente el proyecto de Constitución Nacional (1999) declaró que en
esa materia la opinión de Chávez “era infalible”. Y es que no hay
sumisión, sin adulación. ¿Cuántos supuestos opositores al actual régimen
de poder no admiran en secreto a Chávez Frías?
¿Hasta qué punto nuestro pueblo cree en la democracia sustantiva o el
sistema político basado en el reconocimiento, respeto y garantía de las
libertades y derechos civiles, políticos, económicos y sociales? No hay
duda de que esos rasgos psicológicos, antes señalados, explican que en 182
años de Venezuela como república independiente (1830-2012), apenas en 40
haya funcionado, con grandes dificultades, un sistema democrático y
un Estado de Derecho garantes de las libertades y derechos
ciudadanos. La democracia, con su pluralismo político, la alternabilidad
en el poder, y el control político, institucional y jurídico de los actos
estatales, ha sido la excepción. La regla, los regímenes militaristas
autoritarios.
No
nos llamemos a engaño, la cultura democrática del venezolano se
limita, en lo básico, al voto. Para la mayoría es suficiente con la
posibilidad de votar, no importa si luego el gobernante electo hace lo
que le da la gana, ejerce el poder en forma abusiva y arbitraria,
despilfarra los recursos de la Nación, viola los derechos humanos, con tal de que yo
no sea la víctima. Y si además, reparte migajas y de alguna manera
consigo, aunque sea una partecita de la torta, del botín petrolero, ¿Cómo
no apoyar al campeón del populismo? Sin embargo,
ese afán de poder “ilimitado” no deja de ser una “ilusión trascendental”
en el concepto del filósofo venezolano Ernesto Mayz Vallenilla:
“Si el poder como sabemos se resuelve en dominio… para lograr el
dominio del dominio se requiere, a su vez, un aumento de poder. Y de esta
forma, ineluctablemente, nos sumimos en el vórtice de una terrible y
subyacente paradoja cuyas perspectivas sin exageración alguna, colocan en
un abismo al género humano. Efectivamente, aumentar el poder para dominar
el poder significa, en otras palabras, aceptar el camino de un infinito
incremento de aquél con la vana esperanza de lograr su control, sin
prever ni sospechar que se trata de un evidente e irrebatible círculo,
valga decir, de una auténtica ilusión trascendental. Pero tal vez lo más
grave radica en que, al seguir esta vía, al par de lo anterior, el hombre
admite una suposición extremadamente peligrosa: la de creer que su poder
es i-limitado y que justo, por semejante condición, se encuentra en
capacidad de emprender las más audaces y osadas tentativas, sin
importarle los riesgos y amenazas que implican sus acciones” (El Dominio del Poder, Ariel, España, 1982, p. 117)
Sustitúyase la expresión del filósofo “colocan en un abismo al
género humano” por la de “colocan en un abismo al pueblo de Venezuela”
para que se comprenda el riesgo inminente en el que nos ha colocado el
actual régimen de poder. Hace unos años fui objeto de crítica por algunos “opositores oficiales”
quienes consideraron exagerada la siguiente afirmación en mi libro
“Seguridad, Estado, Sociedad y Derecho” (Homero, caracas, 2003, p. 301)
respecto del “gobierno”:
“No existe plan ni proyecto político alguno. Estamos en presencia
de la más ancestral expresión del poderío primitivo, tan diferente al
poder político civilizado, institucionalizado. La lujuria del poder por
el poder mismo se manifiesta en el discurso, las actitudes y los actos
inauditos del régimen y sus personeros, en particular Hugo Chávez Frías…
La destrucción por la destrucción misma, la catástrofe como bandera…
Disfrutar del poder en medio del caos, aprovechar la desarticulación del
tejido institucional y el miedo de una población en estado de
indefensión, para ejercer sin límites el poder material que proporcionan
los recursos del otrora Estado: la fuerza armada y el dinero proveniente
de la renta petrolera” .
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