El hilo que separa la cordura del desquiciamiento es muy tenue
El hilo que separa la cordura del desquiciamiento es muy tenue
Henrique Meier
Esa idea de que
esta pobre criatura que somos los humanos pueda dirigir su vida con arreglo a
la supuesta “razón”, que seamos capaces de ordenar nuestros actos por un cauce
sensato manteniendo a raya los impulsos “irracionales”, no resiste la evidencia de la realidad. En palabras del
escritor español Antonio Muñoz Molina: “La conciencia
alumbra un parte muy limitada de lo que sucede en la mente. Puede que la
voluntad sea un espejismo y que lo decisivo tenga lugar a profundidades de las
que solo se sabe a través del testimonio equívoco de los sueños”[1].
El hilo que
separa la cordura del desquiciamiento es muy tenue, puede romperse fácilmente,
al igual que la delgada línea entre la conducta ajustada a la ley y el crimen.
¿Quién no ha sentido deseos de darle muerte a otro? La ira, la cólera, puede
estallar en un instante y manifestarse en actos agresivos, pues los humanos
somos los animales más violentos del Planeta. Parafraseando a Jesucristo cuando
exclamó “Que lance la primera piedra
quien esté libre de pecado” (el episodio de la adultera), diría que nadie
puede considerarse inmune a la posibilidad de una conducta criminal, es una
amenaza latente que forma parte de la psique: la tentación del delito al igual
que la del pecado para los creyentes. De ahí las sorpresas, “pero si Juan, Pedro, Miguel…se veía tan
tranquilo y amable, y ahora ha cometido ese crimen atroz, haber asesinado a su
mujer, o “Y Rosalba, Marieta,
Juana…tan dulce que parecía, ¿Cómo ha podido envenenar a su marido?…”.
Si pudiéramos
leer los pensamientos de los otros quedaríamos asombrados de la cantidad de
locuras y horrores ocultos en la mente humana. Unos por temor al castigo de la
ley o el rechazo social; otros, por falta de determinación, de voluntad; pocos
por auténticas convicciones morales, éticas, no se atreven a cruzar la línea.
Sin embargo, no dejan de tener malos, perversos pensamientos y deseos, sueños
criminales proyectados por el inconsciente en las horas nocturnas.
“¿No será el hombre una fiera inteligente
que, predestinada al suicidio- escribe con profunda lucidez Adolfo Bioy
Casares-, inventó la civilización, camino
largo y tortuoso donde llegará al fin a devorarse a sí misma, como abyecta
hiena despiadada? De miles de años a esta parte reprimimos nuestros instintos:
la agresividad, la bestialidad, etc. Diríase, pues, que la civilización
triunfó. No lo crean. Estallidos criminales por doquier… psicoanalistas
desatando en el prójimo un manojo de demonios, configuran otras tantas pruebas
de que los instintos recuperan terreno, de que la marea de la civilización por
último baja”[2].
El protagonista
principal de la novela “Canadá” de Richard Ford dice respecto de un personaje
que comete un doble asesinato del que él fue testigo: “Puede que supiera desde mucho tiempo
atrás que la sinrazón era su gran fallo. Y simplemente había dejado de
preocuparse, y había aceptado que no podía hacer otra cosa; que la sinrazón era
su naturaleza, y merecía todo lo que pudiera obtener de ella. Era un asesino…
¿Por qué ocultarlo? Pudo haber dicho disfruto de ella. Cuando uno mata a dos
personas tiene que haber por medio algún porcentaje de demencia”[3].
Agota el esfuerzo
que hacemos para actuar de manera “civilizada” en un entorno social donde abundan
las injusticias, los abusos, la crueldad. De los humanos en general no me hago
ilusiones, lo que me incluye. No soy mejor, ni peor que muchos, tal vez lo que
me ha distinguido es la lucidez, me ha salvado de cometer actos que no tienen
regreso, por más que te arrepientas. Y es que en minutos puede cambiar
radicalmente la vida de una persona, vas borracho conduciendo tu vehículo y
atropellas a un transeúnte provocándole la muerte, ¿qué puedes alegar?, al
menos en un país civilizado donde impere autoridad y ley, no aquí, en
Venezuela, el reino de la impunidad. Juicio y condena de cárcel por homicidio
culposo (o en segundo grado: USA), y si tienes consciencia, ese dolor moral
insoportable: si hubiese dejado el carro (coche) en casa, si lo hubiese dejado frente
al bar y tomado un taxi (no tomaste el taxi, pero sí media botella de wisqui),
sí hubiera, sí hubiese, sí, sí… no hay regreso, le quitaste la vida a otro y te
jodiste la tuya. Confieso que en el pasado bebí en exceso en algunas
oportunidades, despertaba al día siguiente angustiado: las lagunas mentales,
bajaba al estacionamiento de mi residencia para comprobar si se hallaba el
coche (carro, vehículo), si tenía abolladuras, me asaltaban las dudas, ¿habré
chocado?, ¿y si atropellé a alguien y lo maté? ¡Qué vaina!.. El vehículo no se
hallaba en su puesto, ¿dónde lo habré dejado? ¿Y si se lo robaron? Y aquél
inútil esfuerzo por recordar. Locuras de la edad, no las justifico, fueron
actos de absoluta irresponsabilidad. Con el tiempo disminuí drásticamente la
ingesta de licor si tenía que conducir mi carro (coche).
Me afectó la
muerte de un buen amigo en un accidente vial ocurrido en las fiestas
decembrinas, conducía bebido, además llovía, impaciente, quiso pasar un camión
que iba delante a poca velocidad en una carretera estrecha, y estrelló el
vehículo contra una gandola que venía por su carril, su cuerpo convertido en un
amasijo de carne y huesos, interpreté aquello como un aviso de la vida, del
destino, de Dios. No quiero morir de esa manera. Bueno, ya dejé de conducir, no
tengo coche (carro) aquí en Alicante, soy un refugiado de la narcodictadura
militarista que profundiza día a día la catástrofe en todos los órdenes de la
vida en mi querida patria. Difícilmente podría “poner una cagada”, creo estar a
salvo por edad y oportunidades…era hora, sin embargo, uno nunca sabe.
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