Un domingo en la tarde
Un domingo en la tarde
Henrique Meier
“Tal vez el mayor problema sea que la vida, tal y como la conocíamos, ha dejado de existir pero, aún así, nadie es capaz de asimilar lo que ha sobrevenido en su lugar. A aquellos de nosotros que nacimos en otro lugar, o que teníamos la edad suficiente como para recordar un mundo distinto de éste, el mero hecho de sobrevivir de un día para otro nos cuesta un enorme esfuerzo, No me refiero sólo a la miseria, sino a que ya no sabemos cómo reaccionar ante los hechos habituales y, como no sabemos cómo actuar, tampoco nos sentimos capaces de pensar: En nuestras mentes reina la confusión, todo cambia a nuestro alrrededor, cada día se produce un nuevo cataclismo y las viejas creencias se transforman en aire y vacío, He aquí el dilema, por un lado queremos sobrevivir, adaptarnos aceptar las cosas tal cual están; pero, por el otro lado, llegar a esto implica destruir todas las cosas que nos hicieron humanos...Para vivir, es necesario morir, por eso tanta gente se rinde, porque sabe que no importa cuán duramente pelee, siempre acabará perdiendo y, entonces, ya no tiene sentido la lucha". Paul Auster, El país de las últimas cosas", EDHASA, 1989.
Un domingo de julio, en aquella ciudad convulsionada desde hacía meses, escenario de la cotidiana represión callejera de la dictadura narco militarista contra el sector de la población en proceso creciente de rebeldía y resistencia, Ted se despertó temprano, abrió los ojos, a su lado Dana dormía desnuda mostrando su bello cuerpo, aquel culo en forma de durazno que enloquecía a su hombre, esos senos naturales, ni muy grandes, tampoco pequeños, medianos pues, incólumes, duros y flexibles, no había tenido hijos, no necesitaba sostén, erguidos, tras una franela, en la calle los hombres no paraban de mirarla, silbarla y gritarle piropos calientes, bueno los heterosexuales, especie en vías de extinción, y esas caderas, no como las de tantas mujeres de su edad, esos chicos con tetas, campeonas de natación: nada por delante, nada por los lados, nada por detrás, y esas piernas, pies pequeños, bien formados, se notaba su clase social, no se había criado en el cerro, delgados tobillos de fina potranca, firmes pantorrillas, suaves muslos que conducen a la cálida hendidura donde los hombres perdemos la poca cordura. Ted contempló admirado y excitado a su mujer, era lo mejor que le había pasado en su jodida vida, estaba profundamente enamorado, apasionado por su hembra, después de 7 años de vivir juntos, él seguía deseándola como la primera vez que la vio en un Centro Comercial, pero, esa visión de Dana no pudo borrarle la desagradable sensación del sueño perturbador en la madrugada, hizo el esfuerzo por recordar, no lo logró, sólo retuvo entre la bruma, la niebla que le impedía reconstruir las imágenes de aquel sueño, el temor que le causó. Se levantó de la cama semi dormido, la imperiosa necesidad de mear, luego fue a la minúscula cocina del pequeño apartamento alquilado “¡Carajo no hay café!,-pensó, -qué coño, estamos como la mayoría, bien jodidos, en un país donde no hay nada, salvo crímenes y represión de la dictadura, y ese sueño, ese sueño me perturba, presiento que algo malo me va a pasar hoy, pero ¿qué más puede sucederme?, no tengo trabajo desde hace un año, debo 4 meses de renta, y ahora Dana, para completar la cagada, parece que está embarazada, nojoda, si monto un circo los enanos crecerían”, se rio de esto último, como cualquier venezolano no había perdido el sentido del humor a pesar de las adversas circunstancias.
Ted, graduado economista en la Universidad Central de Venezuela, trabajó para una empresa que cerró sus puertas ante la imposibilidad de operar en una economía destruida por el régimen “bolivariano”: escasez de materias primas, aumentos de salarios continuos, impuestos confiscatorios, control de precios y de ganancias, de divisas, el plan para liquidar todo vestigio del sector privado de la economía y del mercado venía siendo ejecutado a la perfección desde hacía 18 años. El deprimido joven regresó al dormitorio con esa angustia que le oprimía el corazón, temía un infarto como al que mató en forma fulminante a un amigo de su adolescencia, Dana se desperezaba mostrando su codiciado coño esmeradamente afeitado, libre del monte de venus de las mujeres de las generaciones pasadas, Ted miró con lúbricos ojos ese cuerpo esbelto y le entraron ganas de cogérsela, se subió a la cama con esa intención, pero ella no estaba de humor “ahora no, mi amor, no tengo ganas, a la mejor esta noche”. Ni modo, Ted se resignó, sabía que las mujeres, a diferencia de los hombres, no siempre quieren sexo, tienen sus días. “¿Hay algo para el desayuno?”- preguntó el angustiado hombre a su hembra, - “Un poco de harina pan papi, es todo, se acabó la mantequilla y el pedazo de queso blanco que nos quedaba, no hay huevos, ayer traté de comprar en varios supermercados, y nada, tampoco en la calle, con este peo desaparecieron los camiones de los vendedores ambulantes, y bachaquedos están a 20.000 la docena”- le respondió Dana, “entonces comeremos, reinas de aire”, Ted irónicamente aludía a la reina pepeada del pasado, de 15 años atrás, de su época de adolescente, esa típica “tostada” caraqueña que encontrabas en las areperas de la ciudad rellenas con pollo, aguacate (guacamol) y mayonesa, una delicia, pero ahora del pollo, el recuerdo, pues la escasez provocada por el régimen chavista, ahora madurista, había creado una hiperinflación cercana al 2000% en los 2 últimos años, un kilo de pollo, cuando se conseguía, se hallaba “por ahora”, frase de Chávez Frías cuando se entregó en febrero del 92, luego del fracasado golpe de estado para referirse a su voluntad de adueñarse del poder estatal más adelante, lo que lograría en las elecciones presidenciales de 1998, en 35.000 bolívares el kilo, y ellos, al igual que el 90% de la población, carecían del poder adquisitivo para comprar aunque fuere uno, por cierto raquítico, ensangrentado, a punto de pudrición, importado por la mafia bolivariana correspondiente a la mafia brasilera dedicada a exportar lo peor hacia este país sumido en la oscuridad, tampoco podían darse el “lujo” de un aguacate, ofrecido en el restringido mercado a 40.000 bolívares el kilo, y menos un pote de mayonesa cuyo precio ya remontaba los 50.000 mil bolívares.
Ni modo, sólo quedaba resignarse, Ted no era un rebelde, un resistente, no formaba parte del pueblo que se movilizaba a diario contra la narcodictadura militarista arriesgando integridad física, vida y libertad. En 3 meses de una lucha desigual contra la corrupta y perversa guardia nacional, “la guardia del pueblo”, así bautizada por la “bestia apocalíptica” Chávez, irónicamente la “guardia contra el pueblo”, criminales uniformados, y los llamados colectivos, delincuentes sin uniforme al servicio del más corrupto y vil régimen de poder en toda la desgraciada historia de Venezuela, 100 personas, en su mayoría jóvenes, habían sido asesinadas “por ahora” en el fatídico 2017, miles heridos y otros miles detenidos.
Dana le dijo que Carmen, la vecina, le había ofrecido algo de café. Así que la hembrita, lo único bueno en la vida del afligido Ted, - ambos hijos de familias que formaron parte de la otrora clase media del pasado, hoy en proceso acelerado de desaparición, -se levantó de la cama, y luego de ir al baño, la meada de rigor,- Ted se excitó escuchando el ruido del chorro de orín de su mujer, tenía hambre, pero no por esa razón había disminuido su libido, ¿qué otra cosa podía hacer en una ciudad sumida en el caos, sino singarse a Dana?,- se puso su bata, sus chancletas, abrió la puerta, tocó la de la vecina, y Carmen efectivamente, solidaria ella, le regaló algo de café. La joven pareja desayunó en silencio, su arepa de nada y un poco de café sin azúcar, otro producto desaparecido del reducido mercado controlado por las mafias del régimen, un kilo de ese producto alcanzaba al momento la suma de 70 mil bolívares y seguiría subiendo.
Terminado el desayuno volvieron a la cama, Ted insistió en tirarse a Dana, pues ni siquiera podían distraerse viendo alguna película en la TV, habían perdido los canales de la televisión por cable al no poder cancelar la factura y los canales nacionales controlados por el régimen, pura basura, programación ideológica, mentiras, propaganda, unos desalmados gritando consignas, insultando al estilo del jefe muerto: Chávez, y del actual, el ignaro y cruel dictador Maduro, despotricando, injuriando, difamando a todo aquél que osase criticar la narcodictadura. Dana se apiadó de Ted, accedió a sus ruegos, abrió las piernas, y el hombre enloquecido le introdujo como un salvaje el miembro y ella “despacio cariño, cálmate, no me voy a ir, me haces daño”. Agotados, luego del intenso sexo, se durmieron. Se despertaron pasado el mediodía, hambre que jode, las arepas de nada, - las reinas de aire-, y el reducido café, poco habían servido para colmar la primera de las necesidades humanas. Estaban enflaqueciendo como la mayoría de la población, una media de 12 kilos por persona en los últimos 2 años, resultado de la “dieta Maduro”, el requete hijo de puta que bailaba en su programa dominical mientras el pueblo pasaba hambre, muchos morían por la ausencia de medicinas, y no pocos asesinados por el hampa desatada, la criminalidad promovida y amparada por el régimen, una legión de asesinos se paseaban impunemente a la luz del día y en las sombras de la noche: 280.000 personas asesinadas en 18 años de “socialismo del siglo XXI” y la maldita “revolución bolivariana”, el más atroz engaño en un país sumido en la mentira del populismo.
¿Qué almorzarían?, ya no les quedaba un carajo en la despensa y a la nevera sólo le faltaban los peces para transformarse en un acuario, pues únicamente tenía unas botellas de agua hervida del grifo, ¿agua potable en botellones como en el pasado?, ni hablar, inaccesible para una pareja cuyos ingresos se limitaban al miserable sueldo de Dana que trabajaba como secretaria en el ministerio del poder popular para la “felicidad social”, unos 67.000 mil bolívares al mes, estaban esperando un aumento anunciado por el desgraciado Maduro, que en nada resolvería la creciente pobreza de la mayoría, los aumentos de salarios eran como un cojo subiendo escaleras, en tanto los precios subían por un ascensor de un edificio ultramoderno.
Ted recordó que su compadre Teófilo que vivía en Santa Mónica le había prometido regalarle un kilo de pasta y dos latas de atún, ¡vaya el carajo!, todo un lujo, tremendo gesto del pana Teófilo, - así que nuestro protagonista de esta historia pésimamente escrita por un viejo huevón que quiere dárselas de escritor, no tiene oficio, dejó su trabajo y su querido país, un exiliado más,- tendría que bajar a pie desde las Colinas de Bello Monte donde se hallaba el edificio de su residencia, y caminar hasta Santa Mónica en medio del peo que ya se estaba armando abajo, el cotidiano y desigual combate entre los criminales al servicio de la dictadura, armados hasta los dientes y la resistencia de esos corajudos jóvenes que sólo contaban con hondas, piedras, alguna que otra bomba molotov, y las ingeniosas pupotov, recipientes de plástico y vidrio llenos de mierda.
Y, efectivamente, cuando Ted descendió hasta la avenida que empalma Bello Monte con Los Chaguaramos y Santa Mónica, se encontró con una batalla, caminó con sumo cuidado, alejándose, en lo posible, de los focos de la lucha, no obstante, no pudo evitar los efectos de los gases de las bombas lacrimógenas lanzadas por los guardias nacionales. Luego de caminar una hora por ese campo de batalla, sudado, nervioso, tosiendo, los ojos enrojecidos, y con el natural desasosiego que produce una situación como aquella, la anormalidad convertida en “normalidad social”, al fin pudo llegar a la residencia de su compadre. Teófilo, su querido amigo y compadre, cumplió su palabra, en medio del horror todavía quedaban personas solidarias. De regreso, el compungido Ted, con el kilo de pasta y las dos latas de atún en una bolsa, que abrazaba como a un tesoro, pudo sortear esa parte de la ciudad donde había barricadas, cauchos en llamas, la nube de gases tóxicos de las bombas lacrimógenas disparadas por los perros del régimen al pecho de los resistentes, jóvenes heridos atendidos por socorristas, dos muertos tirados en una acera, mientras otros gritaban llenos de ira contra los asesinos, subió, cagado de miedo, las calles de las Colinas de Bello Monte, ya estaba a las puertas de su edificio, “Al fin nojoda”, pensó aliviado, cuando súbitamente aparecieron dos guardias nacionales en una moto, armado el de la parrilla con un fusil, le gritaron “deténgase ciudadano, ¿Qué lleva allí?”, y Ted, “algo de comida”, los desalmados represores se bajaron de la moto, Ted se negaba a soltar su bolsa con la limitada comida del día, forcejeaban, el pobre hombre gritaba, entonces, uno de los verdugos le dijo al otro “pégale un tiro a este coño de madre”, mientras Ted agonizaba en el suelo sobre un charco de sangre y Dana daba alaridos de terror asomada en el balcón del apartamento, el moribundo pensó en su último estertor “Dios, esto era el mal presentimiento de mi sueño de anoche, morir así, un domingo en la tarde”.
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