Teoría de la resistencia

 

 

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Breve historia de la Resistencia

in Alemania, Colombia, Derechos Humanos, EEUU, Estado, Francia, Henrique Meier, Historia, Irak, Italia, Justicia, México, Neofascismo, Política, Polonia, Religión, Resistencia, Siria, Totalitarismo, Vaticano, Violencia / by Editor / on 18/12/2014 at 5:35 PM / “Se resiste no a la autoridad sino a la violencia; no al derecho sino al abuso de derecho; no al príncipe sino al opresor injusto. Se resiste con fundamento en un verdadero derecho contra el acto que agrede injustamente”, Cardenal Thomas-Marie Zigliara.

 

La teoría de la resistencia: especial referencia a la doctrina de la Iglesia Católica [1]

 

Henrique Meier / Soberania.org

 

Oh Dios, no guardes silencio. No calles Oh Dios, ni estés quieto. Porque he aquí que rugen tus enemigos. Y los que te aborrecen alzan su cabeza. Contra tu pueblo han consultado astuta y secretamente, Y han entrado en consejo contra tus protegidos. Han dicho: Venid y destruyámoslos para que no sean nación”. Salmo 83

 

En los movimientos de la resistencia europea (1939-1945) habría que distinguir, punto antes referido en mi anterior artículo El derecho de resistencia y los regímenes dictatoriales del siglo XXI, entre los que insurgieron contra la ocupación alemana (Polonia, Francia) enfrentando al régimen nazista usurpador de la soberanía de esas naciones, de aquellos cuyo objetivo fue combatir un gobierno transformado en un régimen “ilegítimo” (la resistencia italiana contra el régimen fascista impuesto por Mussolini).

Aun no se ha emprendido una seria investigación en torno a los movimientos de resistencia de la década de los treinta y cuarenta del pasado siglo, a pesar de que han transcurrido sesenta y nueve años desde el final de la II Guerra Mundial; por tanto, la diferenciación antes apuntada, es una mera hipótesis para abordar esa temática. De hecho la resistencia europea fue un movimiento espontáneo de lucha, que no se fundamentó en teoría alguna relativa al derecho de resistencia, ni en sus precedentes históricos.

Frente al Estado invasor y la “deriva autoritaria” de los gobiernos domésticos, la resistencia se caracterizó por el coraje, la generosidad y la abnegación de los integrantes de esos movimientos, a la vez que se manifestó como una forma primitiva de sobrevivencia y como una acción organizada opuesta a la violenta represión[2].

Según François Bédarida[3] la palabra “resistencia” fue pronunciada por primera vez por Charles De Gaulle el 18 de junio de 1940, vocablo incorporado en la lengua francesa, italiana e inglesa. Con esa palabra se extendió una idea que ha permitido a los historiadores formular algunas definiciones.

Para Henri Michel: “La Resistencia es en primer lugar una lucha patriótica por la liberación de la patria… es también una lucha por la libertad y la dignidad del hombre contra el totalitarismo”[4].

Henry Pape define a la resistencia como: “Todo acto destinado a impedir o entorpecer la realización de los objetivos de la potencia nacionalsocialista (o fascista o militarista)[5].

Por su parte, Bedárida plantea un concepto más completo: “La Resistencia es la acción clandestina organizada por voluntarios en nombre de la libertad de la nación y la dignidad de la persona humana, para luchar contra la dominación (o la ocupación) de su país por un régimen nazi, fascista, o satélite o aliado, de aquellos”[6].

Es difícil afirmar que los grupos de la resistencia se hayan inspirado en la historia del derecho de resistencia, como tampoco en la de la tiranía, cuyo concepto subyace en toda acción de esa naturaleza. Sin embargo, no puede soslayarse que la ética de la resistencia se alinea en la larga tradición de la resistencia a la opresión desde la Grecia de la Antigüedad, y que ello haya podido iluminar, a la hora de las decisiones, el espíritu de determinados individuos agobiados por la duda entre la fidelidad al Estado (la obediencia debida) y su indignación por las injusticias cometidas por el poder gubernamental (me refiero al caso de la resistencia no contra un ejército invasor, sino contra el poder estatal doméstico).

Pero, el conocimiento de la historia de la tiranía podría enriquecer la cultura civil y democrática del ciudadano y de fortalecer su ética en el ejercicio del derecho de resistencia. Es necesario acotar que el “espíritu de resistencia” que se inspira en el deseo de libertad inherente a la condición humana, es la antítesis del “espíritu de sumisión”, manifestación del impulso de “servidumbre”, también inherente a la condición humana, que se origina en la admiración o el temor al poder y al poderoso, o pura y simplemente en la resignación ante la fuerza, en la aceptación de la opresión mientras el régimen dictatorial no afecte los intereses personales (el espíritu de “comodidad”, no hacer nada para no poner en riesgo esos intereses, e incluso colaborar con el opresor para evitar las acciones represivas).

La resistencia en la postguerra

No es sorprendente que en la postguerra el derecho de resistencia fuera objeto de arduos y durables debates en los países europeos que sufrieron las catástrofes humanas provocadas por las experiencias totalitarias, especialmente en Alemania e Italia.

La Iglesia Católica no permaneció indiferente a los dramas sufridos por los pueblos víctimas de la opresión. En el dominio que le es propio la Iglesia expresó algunas directrices en materia de “desobediencia civil” e incluso de “resistencia activa armada”. Esas directrices no pueden pasar desapercibidas, toda vez que las enseñanzas de la Iglesia se fundan en una larga tradición de teólogos medievales y clásicos, a los que es justo agregar algunos autores protestantes. Se trata de los principales teóricos de la lucha contra la tiranía.

La Iglesia Católica y la Teología Revolucionaria

En materia de “obediencia civil” la doctrina católica ha tradicionalmente mantenido sus principios paulinos de sumisión a la autoridad constituida, salvo el caso en el que las leyes y actos del poder político sean contrarios a los principios religiosos. La validez del precepto de San Pedro atraviesa la historia de la Iglesia desde la época Apostólica. En 1881 el Papa León XIII, célebre por su prudencia política, no obstante, afirmaba:

“11. Una sola causa tienen los hombres para no obedecer: cuando se les exige algo que repugna abiertamente al derecho natural o al derecho divino. Todas las cosas en las que la ley natural o la voluntad de Dios resultan violadas no pueden ser mandadas ni ejecutadas. Si, pues, sucede que el hombre se ve obligado a hacer una de dos cosas, o despreciar los mandatos de Dios, o despreciar la orden de los príncipes, hay que obedecer a Jesucristo, que manda dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (14). A ejemplo de los apóstoles, hay que responder animosamente: «Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres» (15). Sin embargo, los que así obran no pueden ser acusados de quebrantar la obediencia debida, porque si la voluntad de los gobernantes contradice a la voluntad y las leyes de Dios, los gobernantes rebasan el campo de su poder y pervierten la justicia. Ni en este caso puede valer su autoridad, porque esta autoridad, sin la justicia, es nula.

12. Pero para que la justicia sea mantenida en el ejercicio del poder, interesa sobremanera que quienes gobiernan los Estados entiendan que el poder político no ha sido dado para el provecho de un particular y que el gobierno de la república no puede ser ejercido para utilidad de aquellos a quienes ha sido encomendado, sino para bien de los súbditos que les han sido confiados. Tomen los príncipes ejemplo de Dios óptimo máximo, de quien les ha venido la autoridad. Propónganse la imagen de Dios en la administración de la república, gobiernen al pueblo con equidad y fidelidad y mezclen la caridad paterna con la severidad necesaria. Por esta causa las Sagradas Letras avisan a los príncipes que ellos también tienen que dar cuenta algún día al Rey de los reyes y Señor de los señores. Si abandonan su deber, no podrán evitar en modo alguno la severidad de Dios. «Porque, siendo ministros de su reino, no juzgasteis rectamente… Terrible y repentina vendrá sobre vosotros, porque de los que mandan se ha de hacer severo juicio; el Señor de todos no teme de nadie ni respetará la grandeza de ninguno, porque Él ha hecho al pequeño y al grande e igualmente cuida de todos; pero a los poderosos amenaza poderosa inquisición»(16)”[7]

El deber moral de resistencia

La resistencia pasiva siempre ha sido admitida por la Iglesia como medio de defensa contra una “ley injusta” que no obstante el poder constituido pretenda imponer forzosamente, como también contra cualquier acción arbitraria ordenada por la autoridad civil o militar. Para la Iglesia Católica no es lícito obedecer una orden que infrinja la ley natural o la ley positiva de Dios, y por esa razón postula el deber de los católicos de resistir en los casos graves, cuando una ley o una orden de la autoridad constituida impliquen riesgo de violar preceptos morales o religiosos.

En su Encíclica “Sapientae Crhistianae” el Papa León XIII deplora la actitud de quienes se abstienen de resistir la manifiesta “injusticia” para no irritar al poder constituido y poner en peligro su libertad, seguridad y tranquilidad:

“Por lo que hace a los que han de tomar parte en la vida pública, deben evitar cuidadosamente dos extremos viciosos, de los cuales uno se arroga el nombre de prudencia, y el otro raya en temeridad. Porque algunos dicen que no conviene hacer frente al descubierto a la impiedad fuerte y pujante, no sea que la lucha exaspere los ánimos de los enemigos. Cuanto a quienes así hablan, no se sabe si están en favor de la Iglesia o en contra de ella; pues, aunque dicen que son católicos, querrían que la Iglesia dejara que se propagasen impunemente ciertas maneras de opinar, de que ella disiente… La prudencia de esos tales la califica el apóstol San Pablo de ‘sabiduría de la carne y muerte del alma’, porque ni está ni puede estar sujeta a la ley de Dios (29). Y en verdad que no hay cosa menos conducente para disminuir los males… Y así, los que tan bien hallados están con la prudencia de la carne; los que fingen no saber que todo cristiano está obligado a ser buen soldado de Cristo; los que pretenden llegar, por caminos muy llanos y sin exponerse a los azares del combate, a conseguir el premio debido a los vencedores, tan lejos están de atajar los pasos a los malos que más bien les dejan expedito el camino… Ceder el puesto al enemigo, o callar cuando de todas partes se levanta incesante clamoreo para oprimir a la verdad, propio es, o de hombre cobarde o de quien duda estar en posesión de las verdades que profesa. Lo uno y lo otro es vergonzoso e injurioso a Dios; lo uno y lo otro, contrario a la salvación del individuo y de la sociedad: ello aprovecha únicamente a los enemigos del hombre cristiano, porque la cobardía de los buenos fomenta la audacia de los malos… Mejor lo entienden los que no rehúsan la batalla siempre que sea menester, con la firme persuasión de que la fuerza injusta se irá debilitando y acabará por rendirse a la santidad del derecho y de la religión[8].

Por consiguiente, según la “moral cristiana” no se justifica descalificar, perseguir, detener, acusar, enjuiciar y sancionar a los ciudadanos que se unen para ejercer su derecho de oposición para combatir, por medios legales y éticos, una legislación injusta violatoria de la dignidad de la persona humana y sus derechos consustanciales. De acuerdo con esa Doctrina, expresada, entre otros prelados por el jesuita Andrea Ordonne en 1945, la “resistencia activa armada” sólo se justificaría en casos extremos, cuando se prolonga una opresión tiránica que cierra todas las posibilidades a la resistencia no violenta[9].

Luego de analizar la posición de las autoridades católicas que rechazan el recurso a la resistencia armada, el Padre Ordonne busca apoyo en los testimonios esclarecedores de teólogos favorables a la tesis opuesta. Tal es la posición de Teodoro Meyer quien alega, con fundamento en el derecho natural, que:

Cada vez que se impone un poder tiránico, no transitorio, sino organizado para oprimir en forma constante y sistemática al pueblo reduciéndolo a un tal extremo que peligre su propia existencia, entonces, de acuerdo con el derecho natural se legitima oponer una resistencia activa a esa gravísima agresión, en tanto lo exijan las circunstancias. Las Escrituras nos presentan un ejemplo ilustre de ese modo de defensa en la historia de los Macabeos[10].

Otro de los autores en los que se fundamenta el Padre Ordonne es Víctor Cathrein: “Es legítimo resistir activamente los actos de agresión de un tirano cuyo propósito es infligir males muy graves a los ciudadanos”. Dicho autor especifica que esa resistencia activa puede implicar ejercer medios de fuerza, incluyendo las armas[11].

Por su parte, el Cardenal Thomas-Marie Zigliara estima que:

“Se resiste no a la autoridad sino a la violencia; no al derecho sino al abuso de derecho; no al príncipe sino al opresor injusto. Se resiste con fundamento en un verdadero derecho contra el acto que agrede injustamente”[12].

Pio XII va más lejos cuando en 1937 hace un llamado al Episcopado mexicano, objeto de persecución del gobierno de entonces, expresando que si los poderes constituidos: “violaban abiertamente la justicia y la verdad, hasta tal extremo de destruir los fundamentos mismos de una autoridad legítima, no habría razón alguna para condenar a los ciudadanos que se agruparan para su defensa y para la salvaguarda de la nación”[13]. Dicho brevemente: el Papa justifica una rebelión que utilice medios lícitos[14].

El Padre Ordonne considera legítimo el recurso a la resistencia armada en cuatro supuestos, a saber:

• Cuando el poder dictatorial se impone de manera constante y habitual implementando medidas de tal gravedad que pongan en peligro los bienes esenciales de un pueblo o de una nación, entre tales, en primer lugar la religión;

• Cuando la gravedad de la situación es manifestada, no por personas aisladas o por una parte del pueblo, sino por una mayoría caracterizada por su honestidad y sabiduría, de manera que pueda decirse que la resistencia procede de una verdadera “autoridad social”, y no de determinadas personas o grupos que no representen el sentir de la colectividad;

• Cuando la iniciativa de cambiar un poder dictatorial proceda de líderes competentes y que, por tanto, exista una expectativa real de lograr la realización de ese objetivo;

• Cuando la caída del gobierno dictatorial no conlleve a una situación más trágica y nefasta que aquella que quiere cambiarse por la fuerza.

La conclusión del Padre Ordonne coincide con la de los autores de los siglos XVI y XVII, y del propio Santo Tomás de Aquino[15] cuya autoridad intelectual y moral es constantemente aludida en este crucial y polémico tema. Ahora bien, conviene aclarar que no puede hablarse de una evolución de la teoría de la resistencia, pues los planteamientos del presente no difieren mucho de los conceptos formulados por los autores medievales.

En 1945 Ordonne cita a un autor del siglo XIX, Salvatore Tongiori (1882), cuya obra es considerada como una de las fuentes esenciales de la crítica a la tiranía y la corrupción del poder político que conducen a la “perversión moral de la sociedad”:

“Si todos los ciudadanos fuesen honestos hasta tal punto de rechazar obedecer con coraje las leyes manifiestamente injustas, la tiranía no hallaría ningún apoyo, y por consiguiente, ello implicaría dos posibilidades: o bien jamás habría tiranos, o aquel gobernante que pretendiera gobernar oprimiendo al pueblo sería seguramente obligado a desistir del abuso de poder. De ahí se deduce que para conjurar los excesos de la tiranía, la honestidad de los ciudadanos, la fidelidad a su consciencia cívica y el amor a la libertad, es algo mucho más útil y eficaz que los principios y normas previstos en las constituciones políticas”[16].

Esa afirmación de carácter ético sigue siendo válida en nuestros días, pues sin una auténtica cultura mayoritaria de la libertad y la democracia, es inocuo que una sociedad disponga de una constitución política que establezca los principios institucionales para prevenir la dictadura, si esos principios no se internalizan en la consciencia individual y colectiva, es decir, si no se transforman en auténticas creencias compartidas.

Violencia y revolución

El problema de la violencia no ha cesado de preocupar al Magisterio católico. La Iglesia se interroga acerca de la legitimidad de ese método de lucha. Luego del Concilio Vaticano II, Juan XXIII en su Encíclica “Pacem in terris”, rechaza el empleo de la violencia sin dejar de reconocer la necesidad de modificar las estructuras sociales, políticas y económicas por vía de reformas.

En cambio, Pablo VI parece admitir el recurso a la violencia en su Encíclica “Popularum progressio” de 1967, en especial en los Artículos 30 y 31, expresivos de su indignación ante las realidades sociales de América Latina, lo que le hace reconocer que:

“30. Es cierto que hay situaciones cuya injusticia clama al cielo. Cuando poblaciones enteras viven en una total dependencia que les impida toda iniciativa y responsabilidad, lo mismo que toda posibilidad de promoción cultural y de participación en la vida social y política, es grande la tentación de rechazar con la violencia tan grandes injurias contra la dignidad humana. 31. Sin embargo- agrega el Sumo Pontífice- ya se sabe: la insurrección revolucionaria-, salvo en caso de una tiranía evidente y prolongada que atentase gravemente a los derechos fundamentales de la persona y dañase peligrosamente el bien común del país-, engendra nuevas injusticias, introduce nuevos desequilibrios, y provoca nuevas ruinas. No se puede combatir un mal real al precio de un mal mayor”[17].

Ese párrafo, de cuyo contenido algunos intérpretes han concluido en la legitimación de la violencia por el Papa Pablo VI, es reiterado en la Declaración del Episcopado Latinoamericano reunido en Medellín, Colombia, en 1968, al calificar explícitamente a la violencia como la “revolución armada”. Ese mismo año Pablo VI retoma el tema de la revolución con ocasión a la Asamblea de obispos del Tercer Mundo. En ese encuentro se critica al método revolucionario, salvo en los casos en los que una revolución se inspire en la primacía de la dignidad de la persona humana y sus derechos consustanciales:

“Todas las revoluciones no son necesariamente buenas… Pero la historia demuestra que ciertas fueron necesarias, y que ellas al superar los prejuicios antirreligiosos, han dado buenos frutos. Nadie podría negar que la Revolución francesa proclamara por primera vez en la historia los derechos humanos. Muchas naciones han debido y deberán realizar profundos cambios políticos y sociales para hacer realidad tales derechos”[18].

La teología de la revolución

Desde finales de la década de los años 60, el polémico tema la “teología de la revolución” es el centro de los debates de teólogos Africanos, de América del Norte y de la América Latina. En 1984 la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida por el Cardenal Joseph Ratzinger, asume una lúcida y congruente posición en una “Instruction sur quelques aspects de la theologie de la liberation”, y en 1986 en una “Instruction sur la liberté chrétienne et et la libération”.

Dicha Congregación concibe el tema de la resistencia a la opresión en una amplia perspectiva, planteando problemas que se relacionan con la sociedad, la economía, la cultura, la filosofía, la política, etc. No duda en condenar la tiranía, pero lo hace en un contexto caracterizado por la prudencia, y al mismo tiempo un coraje mesurado y firme:

“78. Las situaciones de graves injusticias reclaman el coraje de llevar a cabo profundas reformas y de suprimir los privilegios injustificables. Pero, aquellos que desacreditan la vía de las reformas para exaltar el mito de la revolución (mysthum revolutionis), no solo crean una ilusión engañosa respecto de la abolición de una sociedad intrínsecamente injusta, y construir una más humana, sino que, además, favorecen el advenimiento de regímenes totalitarios (régiminum totalitarium). La lucha contra la injusticia no tiene sentido a menos que lleve a la instauración de un nuevo orden social y político conforme a las exigencias de la justicia. Esta debe caracterizar las primeras etapas de esa instauración. Es indispensable respetar la moralidad de los medios.

79. Esos principios deben ser especialmente aplicados en el caso extremo del recurso a la lucha armada, indicado por el Magisterio como el último remedio para poner fin a una tiranía evidente y prolongada (tyrannidi apertae et disturnae) que lesiona en forma grave y persistente los derechos fundamentales de la persona y daña también de manera grave al bien común de un país. Sin embargo, la aplicación concreta de ese medio exige un análisis riguroso de la situación. En efecto, a causa del continuo desarrollo de las técnicas empleadas y la creciente gravedad de los peligros implicados en el recurso a la violencia, lo que hoy se denomina “resistencia pasiva” abre una vía más acorde con los principios morales y no es una menor garantía de resultados efectivos para cambiar las injusticias y la opresión[19].

De los textos transcritos, así como de la cita de Pablo VI, emerge una Doctrina de una significativa trascendencia social, política y teológica. En ningún otro texto de época alguna, vamos a encontrar una afirmación tan clara y precisa respecto de la legitimación de la lucha armada contra la dictadura o tiranía “totalitaria”: aquella que impone una opresión absoluta sobre las personas reduciéndolas a meros instrumentos, a engranajes de una maquinaria colectiva en nombre de la “raza pura” (nacionalsocialismo), la “nación (fascismo), o la construcción de la “sociedad comunista” (socialismo marxista)[20].

Las recomendaciones sobre el previo análisis de la situación y sobre las precauciones que han de tomarse antes de poner en práctica ese recurso como “último remedio” o “remedio in extremis” revelan un pensamiento producto de una profunda meditación.

La reflexión sobre “la moralidad de los medios” es fundamental para diferenciar la “violencia legítima o buena” como recurso extremo de la resistencia armada, de la violencia “ilegítima o mala”. Esta última ha de condenarse absolutamente cualquiera sea el autor de la misma, provenga tanto de parte del “poder constituido” como de parte de los grupos de insurgentes.

En nombre de la “moral cristiana” y la Doctrina de los derechos humanos el Senado de los Estados Unidos aprobó un informe condenando los métodos terroristas (torturas) utilizados por la CIA[21] con el pretexto de obtener información de supuestos terroristas islámicos detenidos en la prisión de Guantánamo (condena a la que se unió el Presidente Obama), como también el mundo democrático y civilizado condenó y condena las acciones terroristas de Al Qaída y de los llamados “estados musulmanes”[22], de las FARC colombianas, de los carteles de las drogas en México[23], de los excesos represivos del ejército de ese país, y en general de cualquier gobierno y organizaciones paramilitares que violen los derechos humanos, no importa cuál sea el pretexto.

La Iglesia condena, sin cortapisas, el recurso a los medios criminales tales como las represalias gubernamentales contra las poblaciones, la tortura, los métodos terroristas, y la provocación calculada para que el poder constituido incurra en excesos represivos con saldo de personas muertas, en manifestaciones populares.

Asimismo, la moral cristiana condena las campañas que promueven el odio, la división de la población (la lucha de clases), el resentimiento social, la difamación, la injuria y la calumnia, capaces de destruir psíquica y moralmente a los adversarios del poder estatal.

Ponderados y corajudos, los textos antes mencionados y brevemente analizados, constituyen el más alto valor histórico representativo del debate sobre el antagonismo entre la dictadura y los derechos humanos. La Doctrina de las “Instrucciones sobre la libertad cristiana y la liberación” es, sin duda, un aporte enriquecedor al patrimonio común del pensamiento universal, y en particular cristiano, en estos tiempos convulsionados donde impera la indiferencia, la apatía y el amoralismo frente a las atrocidades de los poderes constituidos y las organizaciones terroristas.

 

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Referencias:

[1] A la memoria de Monseñor Rafael Arias Blanco, XI Arzobispo de Caracas, insigne apóstol de los pobres, se preocupó especialmente por la aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia y publicó con motivo del 1 de mayo de 1957 su famosa Carta Pastoral sobre la cuestión social, que fue determinante en la caída de la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958 y en el restablecimiento de la vida democrática en Venezuela (1959-98). En dicha Carta Pastoral se analizaba la creciente oposición popular al régimen dictatorial. Redactada en lenguaje sobrio pero enérgico, señalaba con estadísticas de las Naciones Unidas y observaciones propias, el proceso de empobrecimiento de los trabajadores venezolanos, condenando el latrocinio, los atropellos y el allanamientos de miles de hogares por parte de la Seguridad Nacional. Asimismo, en la Pastoral se abogaba por la defensa de la clase obrera, afirmando: “… Para mejorar la condición de los trabajadores, nuestra legislación social debe proponerse: la consagración del salario vital obligatorio y la institución igualmente nacional de una política de prestaciones familiares, pues se trata de dos conquistas logradas ya en muchas naciones cristianas del mundo occidental…” Un texto inusualmente comprometido con la realidad sociológica de aquella Venezuela, donde critica la pobreza de los trabajadores en un país camino a la riqueza, donde critica por igual el socialismo y el capitalismo, donde aboga por la aplicación de la doctrina social de justicia y paz de la Iglesia Católica. La Carta fue combatida duramente por el régimen del dictador, pero circuló clandestinamente entre quienes deseaban un sistema de igualdades democráticas. En uno de los párrafos finales de esta Carta Pastoral de casi cinco páginas, Monseñor Arias Blanco cita al Papa Pío XII: No es en la revolución, sino en una evolución armónica donde está la salvación y la justicia. La violencia nunca ha hecho más que derribar en vez de levantar; encender las pasiones en vez de calmarlas; acumular odios y ruinas, en vez de hermanar a los combatientes, y ha lanzado a los hombres y a los partidos a la dura necesidad de reconstruir lentamente, tras dolorosas pruebas, sobre las ruinas de la discordia”. Disponible en https://medelhi.wordpress.com/category/23-de-enero-de-1958/  

[2] Durante la dictadura de Pérez Jiménez (1952-58) los sectores de beligerancia política se mantuvieron activos, tanto en el país como en el exterior: estudiantes, intelectuales, políticos, la Iglesia, los exiliados, la gente en las barriadas y los obreros rechazaron al régimen, a pesar de la represión. La oposición en el exterior se fue conformando por los exiliados que se encontraban en México, Chile, Costa Rica, Colombia, Ecuador, Bolivia, Trinidad, Argentina, Uruguay, Cuba, España, Italia, Francia y Estados Unidos. Por su parte, el PCV tenía dos medios divulgativos impresos: en el exterior, “Noticias de Venezuela”, y en la clandestinidad, “Tribuna Popular”. AD divulgaba sus opiniones por medio de “Venezuela Democrática” y en el exterior, por medio de “Resistencia”. La dictadura hacía todo lo posible para aislar a la disidencia. Los detenidos eran enviados a las cárceles Modelo, a la penitenciaría de San Juan de los Morros, el Obispo, la cárcel de Ciudad Bolívar, y las de Trujillo y Táchira. La Seguridad Nacional fue el instrumento de represión y control de la dictadura. Dos personajes emblemáticos de esta realidad fueron Pedro Estrada y Jesús Faría. El primero porque era el Director de dicho organismo y, por ende, su nombre infundía temor en la población. Jesús Faría, por su parte, era sinónimo de la resistencia toda vez que estuvo preso desde mayo de 1950 hasta enero de 1958. A manos de la Seguridad Nacional perecieron miles de venezolanos, entre ellos Alberto Carnevalli, Antonio Pinto Salinas y Leonardo Ruiz Pineda. Disponible en https://medelhi.wordpress.com/category/23-de-enero-de-1958/

[3] Bédarida. Ressistence au fascisme, au nazisme et au militarisme japonais jusqu´á 1945. En Rapports I, Comité international des siciences historiques, XVI Congrés, Stuttgart, 1985, pp 107-127. Traducción mía.

[4] IBÍDEM, p. 110.

[5] IBÍDEM, p. 111

[6] IBÍDEM, p. 112

[7] Encíclica “Diuturunum illud”, 1881. En Llettres apostoliques de S.S León XIII, encycliquiques, brefs, 7 vol., Paris, 1893-1904, p. 1.140, traducción y negritas mías. También disponible en http://w2.vatican.va/content/leo-xiii/es/encyclicals/documents/hf_

[8] Disponible en http://www.statveritas.com.ar/Magisterio%20de%20la%20Iglesia/Magisterio
%20de%20los%20Papas/Magisterio%20Leon%20XIII/Sapientiae%20Christianae.htm
. Subrayado mío.

[9] A. Ordonne. “La resistenza alle leggi ingiuste secondo la dotrina cattolica. En Civilittá Cattolica, 95, 1945, p. 329. Traducción y negritas mías.

[10] Meyer, T. “Institutiones juris naturalis seu philosophiae moralis universae secundum principa S. Thomas Aquinatis, Pars II, Jus naturae especiale, Freiburg i. BR, 1900, sec III, Lib I, Cap I, nr 431-532, 1945, p. 86. Traducción mía.

[11] Cathrein. “Moralphilosophie. Eine wissenschaftliche der sittlichen, einschlieblich der rechtlichen Ordnung; Freiburg I. Br, 1911, tr. It. Enrico Tommasi, Firenze, 1920, Lib I, p. 744; Ordonne, 1945, p. 86

[12] Zigliara. Summa philosophica in usum scholarum, t. III, Roma, 1890. Lib. I, Cap III, art. 7, nr. 55, citado por Ordonne, p. 87.

[13] Encíclica “Firmissiman constantiam, Acta Apostolicae Sedis, 39, 1937, p. 196, citado por Ordonne 1945, p. 87.

[14] Los conceptos emitidos por Pío XII se inspiraron en el caso de la llamada “Guerra de los Cristeros”, conflicto armado que se prolongó entre 1926 y 1929 entre el Gobierno anticlerical de Plutarco Elías Calles y milicias de laicos, presbíteros y religiosos católicos que resistían la aplicación de una legislación y unas políticas públicas cuya finalidad era restringir, y hasta prohibir, el uso y disfrute de los bienes de la Iglesia católica confiscados por ese Gobierno y declarados como patrimonio de esa nación. Incluso llegó a prohibirse a los sacerdotes la celebración de la misa y demás actos religiosos de la liturgia católica. La Constitución mexicana de 1917, de inspiración marxista, prohibía la participación del clero en la política, negaba la personalidad jurídica a las iglesias, y las privaba de poseer bienes raíces, e impedía el culto fuera de los templos. Se estima en más de 100.000 personas el número de muertos como consecuencia de la guerra entre el ejército mexicano y los insurgentes cristeros. Los sucesivos gobiernos mexicanos han tratado de echar un manto de olvido sobre ese conflicto creado por la intolerancia religiosa de la Revolución mexicana manifestada en la Constitución, antes mencionada, y en especial por el Gobierno radicalmente anticlerical del General Plutarco Elías Calles. Disponible en http://www.wikimexico.com/wps/portal/wm/wikimexico/curiosidades/datos-curiosos/lo-que-debes…

[15]Daniel Fernando Gómez Tamayo en monografía titulada: “Responsabilidad jurídica y política del gobernante en la historia de las ideas políticas”, alude al pensamiento de Santo Tomás de Aquieno en el tema del derecho de resistencia: “Santo Tomás distingue dos clases de tiranía, la usurpación del poder político o aquella en la cual el gobernante es ilegítimamente constituido; o la de aquel gobernante que es elegido legítimamente, pero que en el curso de su gestión se convierte en arbitrario…Según la concepción política de Santo Tomás, para que pueda haber una rebelión contra la tiranía injusta, se requiere del cumplimiento de los siguientes presupuestos en la sociedad: primero, no basta con el simple hecho de que el tirano busque el bien particular, sino que afecte gravemente los derechos humanos, porque a veces existen males menores que se pueden soportar; empero, resulta válida la resistencia activa o rebelión, cuando el tirano realiza males mayores. De igual manera, se requiere que sea una manifestación popular unida o del constituyente primero, que sea una manifestación de quien le confirió el poder político, para que pueda ejercer el derecho político de destitución, por cuanto el gobernante incumplió su deber político de actuar conforme a la ley…En la concepción política de Santo Tomás de Aquino se admite la rebelión contra la tiranía insoportable, pero siempre y cuando exista un mal mayor insoportable y una unidad del pueblo para derrocarlo, para poder restablecer el régimen político que conduzca a su pueblo al bien común”. Versión PDF, disponible en http://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/2133049.pdf

[16] Ordonne, opus cit. p. 88

[17] Acta Apostólica, Sedis, 49, 1967, p. 272-273. Disponible en http://www.vatican.va/holy_father/paul_
vi/encyclicals/documents/hf_p-vi_enc_26031967_populorum_sp.html
.

[18] Vid, Breifne, Walter. Official Roman Catholic Teaching on Revolutionary Armed Force: Pope Leon XII to Vatican Instruction on Liberation Teheology (1986).

[19] Intruction sur la liberté chretiénne et la liberté, en Liberté chretiénne et libération. Intruction de la Congregation pour la doctrine de la foi, 6 de agosto de 1984-22 de marzo de 1985, intr: de Marie Dominique Chenu, Paris, 1986, pp. 85-86. Traducción y negritas mías.

[20] En el documento “Los Obispos de la Argentina 96”. Asamblea Plenaria. El Cenáculo-La Montonera (Pilar), de fecha 14 de noviembre de 2008 y en el que tuvo activa participación el Cardenal Bergoglio, hoy el Sumo Pontífice o Papa “Francisco”, se expresa: “La persona humana nunca puede ser instrumento de proyectos de carácter económico, social o político. Por ello, ante todo queremos reafirmar que nuestro criterio de priorización será siempre la persona humana, (…) una incomparable e inalienable dignidad (…) servidora de la “dignidad infinita” de cada persona y de todos los humanos. Ello nos lleva a contemplar los nuevos rostros de quienes sufren”. Rabino Sergio Bergaman. Un Evangelio según Francisco. Ediciones B Argentina, 2013, p. 256. 

[21] En una inédita rueda de prensa, el jefe de la CIA se lanzó en un difícil ejercicio retórico que le permitiera defender a sus hombres y, al mismo tiempo, reconocer los errores cometidos por la Agencia Central de Inteligencia y que el informe del senado denuncia. Para tal efecto, Brennan insistió en que los métodos utilizados por la CIA para interrogar a los sospechosos de pertenecer a Al Qaída durante el gobierno de George W. Bush deben ser analizados en el contexto de la lucha antiterrorista declarada tras los ataques del 11 de septiembre.Y como si la brutalidad de los atentados contra el Word Trade Center justificara la brutalidad de las torturas, el director de la CIA argumentó que la anterior administración tuvo que hacer frente a decisiones difíciles sobre la manera de localizar a Al Qaída para evitar otros ataques terroristas contra el país y asumir la responsabilidad de evitar más pérdidas de vidas humanas.No había una respuesta simple, y cualquiera que sea su opinión sobre las Técnicas de Interrogatorio Reforzadas, nuestra nación y en especial esta agencia han hecho bien muchas cosas durante este período difícil para que este país siga siendo fuerte y seguro”.Tras defender la urgencia de las torturas en el periodo que sigue inmediatamente al ataque contra las Torres Gemelas, Brennan reconoció que en un número limitado de casos algunos funcionarios de la agencia utilizaron métodos de interrogatorio detestables, que no estaban autorizados y que deberían ser abandonados de plano. “Fallamos a la hora de responsabilizar de sus errores a algunos funcionarios”, aseguró el patrón de la CIA prefiriendo, en todo caso, responsabilizar de los excesos en los interrogatorios a la falta de preparación de los agentes de la CIA para obtener información de parte de los prisioneros. Artículo suscrito por Angélica Pérez de fecha 12/12/2014. Disponible en http://www.espanol.rfi.fr/americas/20141212-la-cia-condena-la-tortura-pero-la-justifica. (negritas mías) 

[22] Aunque llevaba años azuzando a la población en Siria e Irak, no es hasta hace poco que la población mundial ha conocido al Estado Islámico, un grupo de terroristas extremos que cobraron la vida de miles de personas. Precisamente, las recientes decapitaciones de periodistas estadounidenses, cuyas imágenes fueron compartidas en Internet, revelaron la ferocidad con la que actúa este grupo yihadista. A continuación… presentamos una lista elaborada por ‘The Independent’ de las mayores atrocidades cometidas por el EI.1. La captura de más de mil mujeres yazidíes con la aparente intención de casarse con las más jóvenes. Miembros del Estado Islámico también violaron a las mujeres cuando asaltaron la ciudad iraquí de Mosul. 2. Empezaron a castigar con la muerte a los cristianos residentes de Mosul.3. Arrasaron el santuario de Jonás, venerado tanto por cristianos como por musulmanes.4. Persiguen sistemáticamente a las minorías de Irak. Atraparon a decenas de miles de yazidíes en el monte de Sinyar sin comida ni agua. 5. Entre 560 y 770 hombres fueron asesinados en dos lugares dentro y alrededor de Tikrit, la ciudad natal del Saddam Hussein, así como 80 yazidíes en una aldea del norte de Irak. 6. Han publicado en Internet numerosas fotos de sus combatientes junto a víctimas decapitadas, incluida una imagen de un niño de siete años sujetando una cabeza. 7. Llevaron a niños a campos de entrenamiento para adoctrinarlos a luchar por el Estado Islámico. 8. Crucificaron ‘infieles’ en las calles de Siria. 9. Decapitaron a un combatiente kurdo en Irak. 10. Realizaron una ejecución masiva de 250 soldados sirios. Disponible en http://peru.com/actualidad/los-diez/estado-islamico-estas-son-10-peores-atrocidades-que-cometio-noticia-281642. Habría que agregar la matanza de 130 niños en una escuela de Pakistán perpetrada por los talisbanes el 15 de diciembre de 2014, herederos directos de la concepción nazi sobre el valor de la vida humana. 

[23] Vid, mi artículo en esta misma página Soberania.org, titulado “43”, a propósito de los 43 estudiantes mejicanos secuestrados, asesinados y desaparecidos por sicarios del cartel de los guerreros en la población de Iguala con la complicidad de quien fuera su Alcalde y la policía municipal, y la coincidencia con el mismo número de estudiantes asesinados en Venezuela por las fuerzas represivas oficiales y para oficiales (colectivos armados) del régimen que Francis Delgado llamó apropiadamente la “Secta destructiva”.

Henrique Meier | Director del Área de Estudios Jurídicos y Políticos del Decanato de Estudios de Postgrado de la Universidad Metropolitana.
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