La dualidad de mi existencia
La dualidad de mi existencia
En la escuela de la vida no hay vacaciones
He vivido en dos
mundos paralelos: el llamado “serio y formal” del docto profesor, abogado,
académico, gerente público, y el de las “horas clandestinas”: el poeta,
borrachón, mujeriego, cantante en bares, serenatero, parrandero, amante
apasionado del mar, los ríos y las montañas, de los libros, la música, el cine,
el fútbol, el béisbol. El mundo del “currículo vitae” y el mundo del “currículo
vital”, el primero, el que cuenta para el arrogante ámbito de la academia, nada
tiene que ver con la auténtica vida, el segundo sí. He decidido terminar con el
primero y continuar con el segundo hasta que la muerte me de caza, o
simplemente este pobre cuerpo, barro insuflado por el soplo de Dios, no pueda
más, me jubile del goce de “las horas clandestinas”. Para ello tengo que
aligerar las cargas, ir liberándome de cosas, compromisos, personas, angustias,
temores, resentimientos que dificultan que el viaje de mi vida, - lo que me
resta, - sea cada vez más ligero. Nadie, ni siquiera los más conspicuos
ejemplares de la “seriedad humana”, ejecutivos de 5 estrellas, doctos
profesores, científicos de premios nobel, conferencistas de apretadas agendas,
políticos, gobernantes que no conocen el color de los ojos de sus hijos, como
el Ciudadano Kane (Orson Welles) al final sólo recuerdan sus escasas “horas
clandestinas”.
Sí, las horas
clandestinas, horas de libertad:
“Horas robadas a
la locura de los quehaceres humanos/ a los planes existenciales (la lucha
contra el tiempo)/horas bebiendo y cantando en brazos de Baco/dios de la
irresponsabilidad/ horas rindiendo culto a Afrodita/ en ese primer
descubrimiento que no cesa del cuerpo de tu mujer/ horas sentado a la orilla
del mar/ en la acera de un perdido pueblo/ al borde de un camino solitario de
montaña/mirando unos
pájaros/cruzar/el/cielo/las/nubes/cambiando/de/formas/castillos/elefantes/rostros
de ogros/ horas jugando con un niño/dibujando caras felices/ una casa y sus
árboles/ un mar azul y sus barcos de vela/horas leyendo a
Cervantes/Saramago/Miller/Bukowski/horas escuchando a Vivaldi/Mozart/
Pavarotti/Javier Solís / horas escribiendo estos pésimos versos/horas de ocio/
de nada hacer/ sin presiones/ prisa/ premura/horas de libertad/”[1].
Hoy (3 de abril
del 2017) descubrí en una limpieza de ese papelero de recibos viejos un escrito
sin fecha, no recuerdo cuando lo escribí, se relaciona con mi dualidad existencial:
El otro
“Esta sensación de ser dos a la vez, el
uno, el que actúa, el hombre nervioso, angustiado, ocupado y preocupado, que se
relaciona con el mundo, sufre decepciones, tiene una historia personal, espera
reconocimientos, habla, gesticula, resuella, ama, odia, aprecia, desprecia, le
obsesiona el triunfo, lo amarga la derrota, envejece sintiendo el irreversible
paso del tiempo. El otro, ese que en silencio se burla del actor, que lo engaña
una y otra vez haciéndole creer que tiene una misión especial en esta vida, ese
otro que está en las sombras, ese embaucador impasible, escondido en algún
recóndito lugar de la inasible alma, que escribe poemas libre de la opinión
ajena, que disfruta del atardecer, del silencio de la Tierra, del vuelo de
pájaros en retirada, ese que en sueños viaja a mundos desconocidos, que sabe
que va a morir y se dispone a volar libre de angustias y desasosiegos a la
inmensidad, sí, ese ser misterioso, el Otro, que a veces he sorprendido al
mirarme en el espejo”.
En el fondo,
reitero, me inclino más por este otro mundo. Una tarde bebiendo con los amigos,
compartiendo recuerdos, anécdotas, chocando copas en brindis por la vida, por
la amistad, cántate una canción Enrique, recita uno de tus versos, hablando del
país, de ese estéril ejercicio intelectual, buscando causas al desatino
colectivo, de viajes y mujeres, la familia, los hijos, puerta cerrada a la
perversa costumbre de la intriga, tampoco de negocios y dinero. Una tarde para
reconfortar el alma. O con el famoso “Basilides”, mi amigo del alma Sergio
Pascual, hoy del otro lado del Atlántico, tragando vino, escuchando a los
Beatles, sus preferidos, o a Javier Solís y Toña La Negra, los míos, hablando
de poesía, la vida, las mujeres, la locura humana, o simplemente viendo una vez
ese estupendo film “Zorba el Griego”. Y volviendo a lo de la barra, no es lo
mismo beber en tu casa, aunque tengas un mueble en forma de bar, que en uno de
verdad, pues en tu casa nunca va a pasar nada, salvo algún regaño de tu mujer si
te pasas de tragos y pones alguna “cagada”, en cambio en cualquier bar de
verdad, excepto los de los clubes privados, o aquellos reservados para una
clientela exclusiva, puede ocurrir cualquier cosa, desde “levantarte” a una
hembra, reencontrarte con algún amigo que no habías frecuentado desde tu
juventud, presenciar una divertida discusión entre borrachos y hasta una
refriega. Una tarde en un bar, pocos borrachos en la barra, escribí este poema:
“Ultimátum
-Hoy amanecí de sexo
No tan empinado
Como en épocas pasadas
Pero con las mismas
Ganas de un leopardo joven
Sólo que las hembras
No me ven
Animal invisible me he vuelto
Tal vez sean estas canas
Y el lento caminar
-Hoy amanecí de tragos
Garganta seca y el
Brazo dispuesto al brindis
Chocar copas en algún
Bar de la ciudad donde
Canten boleros
Y me permitan el micrófono
Para sentirme cantante
Con esta voz de viejo
Serenatero
Cantar por cantar
Sacar estos sentimientos
Que me gritan dentro
Me sofocan
Me quitan el aliento
-Hoy amanecí de parranda
Como si la muerte me hubiera
Dado un ultimátum
Como si la vida se me fuera
Y quisiera despedirme haciendo lo
Que me da la gana…”
Pues bien,
definitivamente estoy decidido, allí van estas líneas que pretenden arrojar
cierta claridad sobre lo que soy. Voy a sumergirme en el pasado, recorrer el
río que me trajo hasta aquí. Intento ordenar recuerdos, deteniéndome unos
instantes en el camino para mirar atrás. No sé si mi memoria será capaz de ver
con claridad en medio de las brumas. Ha pasado tanta agua debajo de los puentes,
desde las cristalinas de la infancia hasta estas turbias de la madurez: el
vertiginoso e irrevocable fluir del tiempo. No todas las historias que voy a
relatar son verídicas un cien por ciento, hay mucho de invento, no se trata de
un retrato fiel de lo que he vivido, además, la memoria a veces nos traiciona,
y si alguien llega a leerlas es mi deseo que dude sobre su veracidad, ¿quién
podría aseverar que las historias que cuenta el genial Henry Miller en sus
libros autobiográficos le ocurrieron tal y como él las cuenta? Los
protagonistas de estas historias no son personajes ficticios, sino personas que
conocí y murieron y otras que aún están en este mundo, para evitarles disgustos
a los familiares de los fallecidos y a los que aún viven, si es que este ensayo
es publicado, utilizaré apodos o nombre inventados.
“Lo que todos
nosotros…atribuimos confiadamente a la memoria- expresa William Maxwell- entendiendo por ello una escena, un hecho tratado con fijación y por
tanto rescatado del olvido-, es en realidad una forma de narración que se
desarrolla sin cesar en la mente y que a menudo se transforma al ser contado.
Son demasiado los intereses emocionales que entran en conflicto para que la
vida llegue a ser nunca plenamente aceptable, y tal vez sea labor del narrador,
elaborar las cosas de tal modo que se ajusten a ese fin. En todo caso, cuando
hablamos del pasado mentimos cada vez que respiramos”[2].
Quizás Kundera
tenga razón cuando dice: “Porque de
golpe, todo queda claro, la vida humana como tal es una derrota”. Esa
sensación de cosas que se derrumban. Una vez que el hielo empieza a
resquebrajarse, todo sucede de prisa[3] Y es que
te acosan durante tu vida penas y tristezas, la vejez y las limitaciones, la
maledicencia, la mentira, la envidia, la mezquindad, y tras algunos destellos
de lucidez, del amor y el bien-estar, -la inexorable muerte-, todos los haberes
y poderes: polvo. Traté de hacer el bien, de ser útil, justo, quise combatir
sombras, iniquidad y quedé las manos
vacías golpeando el viento, un caballero sin monta ni sombrero, con el corazón
adolorido, apaleado por la realidad; pero, me ha salvado de la derrota total mi
lucidez y el no haber abandonado nunca “Las horas clandestinas”, lo que para
algunos es un extravío, una pérdida de tiempo: beber hasta la inconsciencia,
amar, cantar, gozar como un niño en las aguas del mar, de un río, caminar por
senderos de montaña, admirar el canto de pájaros, para mí ha sido la barca que
ha impedido que me ahogue en el océano del infortunio.
“Lucidez
Te detienes
Miras atrás
El camino recorrido
Los recuerdos se amalgaman
-sabes que has vivido-
Pero eso es vaporoso
Imágenes perdiéndose
En la niebla
Como en los sueños
Y sientes que la vida es inatrapable
No puedes poseerla
Es siempre un presente
Tras otro presente
Tras otro presente
Sucesión de instantes
Y lo único que tienes
Son estas canas
Estas arrugas
Estos dolores de hueso
Testimonios de que has vivido
En la fugacidad del tiempo”.
Y como nos dice
Neruda:
“No hay pura luz
Ni sombra en los recuerdos:
Éstos se hicieron cárdena ceniza
O pavimento sucio
De calle atravesada por los pies de las
gentes…
Y hay otros: los recuerdos buscando aún
qué morder
Como dientes de fiera no saciada.
Buscan, roen el hueso último, devoran
Este largo silencio de lo que quedó
atrás.
Y todo quedó atrás, noche y aurora,
El día estupendo como un puente entre
sombras,
Las ciudades, los puertos del amor y del
rencor,
Como si al almacén la guerra hubiera
entrado
Llevándose una a una todas las mercancías
Hasta que los vacíos anaqueles
Llegue el viento a través de las puertas
desechas
Y haga bailar los ojos del olvido,
Por eso a fuego lento surge la luz del
día,
El amor, el aroma de una niebla lejana
Y calle a calle vuelve la ciudad sin
banderas
A palpitar tal vez y a vivir en el humo
Horas de ayer cruzadas por el hilo
De una vida como por una aguja sangrienta
Entre las decisiones sin cesar derribadas,
El infinito golpe del mar y de la duda
Y la palpitación del cielo y sus
jazmines.
¿Quién soy? ¿Aquel? ¿Aquel que no sabía
¿Sonreír y de puro enlutado moría?
¿Aquel que el cascabel y el clavel de la
fiesta
¿Sostuvo derrocando la cátedra del frío?
Es tarde, tarde. Y sigo con un ejemplo
tras otro,
Sin saber cuál es la moraleja,
Porque de tantas vidas que tuve estoy
ausente
Y soy, a la vez aquel hombre que fui.
Tal vez este es el fin, la verdad
misteriosa.
La vida, la continua sucesión de un vacío
Que de día y de sombra llenaban esta copa
Y el fulgor fue enterrado como un antiguo
príncipe
En su propia mortaja de mineral enfermo,
Hasta que tan tardíos ya somos, que no
somos:
Ser y no ser resultan ser la vida,
De lo que fui no tengo sino estas marcas
crueles
Porque aquellos dolores confirmaron mi
existencia”[4].
Después de 45
años como profesor hoy estoy sin discípulos, sin seguidores, bueno nunca los
tuve, solo con mi propia libertad y mi amada, testigo de esta última etapa de
mi vida, libre al fin de explicaciones, del inútil deseo del éxito y el
reconocimiento, libre de Ser, nada más, quedarme mirando el atardecer, el
movimiento de las nubes, y esos pájaros que siempre he amado volando en
bandadas, cruzando el cielo en el ocaso, pues envejeciendo irremediablemente, a
menos que Dios decida apagar el fuego que me mantiene en vida, ya no espero
nada del mundo, consciente de que todo
ese esfuerzo plasmado en el “currículo vitae” del docto, abogado, profesor,
pretendido servidor público, tal vez ha sido vano, estoy recordando, recordando
con cariño a esa otra parte de mi vida, mi “currículo vital”, el del complejo
“viviente”: caótico, enigmático, contradictorio, anárquico, que no se perdió,
que aunque esos mágicos días ya se fueron, los disfruté intensamente en su
momento, recordando con un dejo de dolor y nostalgia a mis seres queridos que
partieron de este mundo, sabiendo como el Profeta que lo que sucede al animal,
a cualquier animal más insignificante que pase a nuestro lado y lo miremos con
indiferencia y desdén, igual sucede al hombre, igual me sucederá, que llegará
el día en que seré polvo en el polvo.
Otro “poema”
repetitivo:
“Vivir, simplemente
Vivir
Vivir
Simplemente
Vivir
Dejarse llevar
Fluir como el viento
El agua que corre
En los ríos
Del invierno
Vivir
Simplemente
Vivir
Sentarse a mirar
Las formas
De las nubes
Las estrellas
En noches
De luna llena
Vivir
Simplemente
Vivir
Ver caer la lluvia
Aspirar el olor
De tierra mojada
Escuchar cantos de pájaros
Al amanecer
Llenarse de asombro
Ante su vuelo
Ser libre
Como ellos
Vivir
Simplemente
Vivir
Rugir de alegría
Cósmica
Como un animal
Inocente
Y luego morir
Sin penas
Ni temores
Apagarse
Como luciérnaga
Al despuntar
El día
Volver a la tierra
Ser otra vez ceniza
Polvo en el camino
Partícula cósmica
De esa inmensidad
Sin principio
Sin fin…”
Si estar consciente de
existir es comprender que la vida es un milagro, una diaria sorpresa
inesperada, confieso que he vivido y vivo.
Y vuelvo con
Neruda, un auténtico poeta:
“Poco a poco y también mucho a mucho me
sucedió la vida y qué insignificante es este asunto: estas venas llevaron
sangre mía que pocas veces vi, respiré el aire de tantas regiones sin guardarme
una muestra de ninguno y a fin de cuentas ya lo saben todos: nadie se lleva
nada de su haber y la vida fue un préstamo de huesos. Lo bello fue aprender a
no saciarse de la tristeza ni de la alegría. Esperar tal vez una última gota,
pedir más a la miel y a las tinieblas. Tal vez fui castigado: tal vez fui
condenado a ser feliz. Quede constancia aquí de que ninguno pasó cerca de mí
sin compartirme. Y que metí la cuchara hasta el codo en una adversidad que no
era mía, en el padecimiento de los otros. No se trató de palma o de partido,
sino de poca cosa: no poder…tu propia herida se cura con llanto, tu propia
herida se cura con canto, pero en tu misma puerta se desangra la viuda, el
indio, el pobre, el pescador, y el hijo del minero no conoce a su padre entre
tantas quemaduras. Muy bien, pero mi oficio fue la plenitud del alma: un ay del
goce que te corta el aire, un suspiro de planta derribada o lo cuantitativo de
la acción. Me gustaba crecer con la mañana, esponjarme en el sol, a plena dicha
de sol, de sal, de luz marina y de ola, y en ese desarrollo de la espuma fundó
mi corazón su movimiento: crecer con el profundo paroxismo y morir derramándose
en la arena”[5].
Me apropio de las
palabras del poeta Charles Bukowski:
“Esto es bastante importante, poner tus
sentimientos por escrito es mejor que afeitarse o cocinar alubias con ajo, es
lo poco que podemos hacer, esta pequeña valentía del conocimiento, la locura y
el terror de saber que algo tuyo es como un reloj al que no puede dársele
cuerda otra vez, una vez que se para”[6].
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