La curiosidad no mató al tigre pero si a su mujer (Fábulas de mi tierra)
Además de la
fábula del tigre y del conejo me llamó la atención una leyenda de la cultura
popular rural: “La curiosidad no mató al tigre,
pero sí a su mujer” originada en la población “El Tigrito” del Estado
Portuguesa, donde antaño la vegetación era tupida e intrincada y escondía no
pocos peligros. Se dice que en esa población vivía una pareja que, aunque
carecía de oficio conocido, no obstante, no pasaba hambre, pues el marido, buen
cazador, aparecía siempre con alguna presa. Una tarde en la que, como de
costumbre, el desocupado y despreocupado cazador se mecía en su hamaca, la
mujer le reclamó que sembrase un conuco, que hiciere como los demás campesinos
del poblado que tenían el suyo al lado de su rancho. No era la primera vez que
la mujer de pésimo carácter, jodida como una cuaima (peligrosa víbora cascabel[1]) le
exigía que lo hiciese, pues estaba hastiada de comer carne, “Romualdo, estoy cansada de comer esa
carne de animales que traes, ni siquiera de res, pollo o cochino, sino de esa
vaina de báquiro, conejo, venado, no sé si también has traído carne de culebra
y de mono, eres muy capaz, quiero comer caraotas negras, jojotos, arepas, yuca,
ñame, ocumo, casabe, plátanos, como las otras mujeres del pueblo”. Ante la presión fastidiosa de la mujer,
el hombre se fue enfadando y en esa medida aumentaba el vaivén de la hamaca. En
los límites de la ira Romualdo respondió que ella debía estar agradecida, pues él
la mantenía bien alimentada, “mírese en el espejo esa gordura, ese culo
monumental , la ropa ya no le cabe y esas tetas de vaca y esa barriga, se le va
a reventar el vestido”, entonces, Carmen entró en cólera “Anda a ver quién te va a cocinar grosero”, dicho esto, haló
las cabuyeras de la hamaca y le preguntó “¿Cómo hace usted
para cazar tantos animales? Romualdo se
mantenía indiferente y buscando cerrarle la jeta (boca), le contestó: “Muy fácil, correteo a los animales y después que los canso los atrapo”. La mujer no le
creyó, le dijo “Eso es mentira, usted nunca llega sucio, ni mojao, ni cansao, además
no lleva escopeta, ni un machete, ni siquiera una linterna”. Y el hombre “Ese no es su problema, lo importante es que usted no pasa trabajo y le
sobra la comía, cuando se arrejuntó conmigo era flaquita, un ventarrón podía
llevársela, ahora parece una vaca”, al tiempo que se acomodaba, como quien quiere
dormir, para desentenderse de los reclamos de la cuaima (Lashesis
muta, serpiente de cascabel muda verrugosa del oriente, cuaima surucucú,
pucarara, cuaima, matacaballo, es la víbora más larga del mundo y tal vez la
segunda serpiente venenosa más grande superada solo por la cobra real). Una tarde cuando el hombre salió de
cacería, su intrigada mujer lo siguió sigilosamente. Escondida a corta
distancia, vio que su marido, tras una breve mirada a sus alrededores, se
introdujo en el hueco de un tronco seco de un viejo samán. Paralizada ante la
expectativa, esperó unos minutos, estupefacta y aterrorizada vio salir del
hueco del árbol a un tigre. Temiendo lo peor, que ese tigre se hubiera comido a
su hombre, esperó pacientemente que el feroz animal se alejara y temblando de
miedo se asomó al hueco del tronco de árbol seco esperando ver los restos de su
marido. Pero, para su sorpresa, sólo encontró su ropa y unas pequeñas bolsas
que en la oscuridad del hueco no pudo detallar. Confusa y aterrada tomó las
pertenencias de su marido y corrió despavorida de regreso hacia su rancho, donde,
según cuentan los transmisores de la leyenda (“cuentacuentos”: narradores
orales de cuentos, fábulas y leyendas populares), se encerró y murió de hambre.
Desde ese momento se dice que el hombre quedó encantado en esa región y que los
vecinos, al hallar a la muerta, descubrieron entre sus cosas una bolsa con
polvos extraños. Cuentan que muchos cazadores lo han visto por los alrededores
de El Tigrito, afirman que ese tigre no tiene cola, por eso lo llaman “el tigre
mocho”. También le dicen “el tigre cinqueño”, porque cuando marca las huellas
en el terreno blando se puede observar que las huellas delanteras corresponden
a una mano de hombre con sus cinco dedos. Algunos cazadores aseguran que este
animal cuando se considera acorralado por sus perseguidores y ve que su vida
corre peligro, se arrodilla, levanta la mano derecha donde se puede ver su
anillo de matrimonio resplandecer al roce del sol o ante la luz de alguna
linterna. Con este comportamiento, tan fuera de lo común, no cabe duda, afirman
los supersticiosos cazadores, que se trata del hombre convertido en tigre al
quedar encantado por culpa de la curiosidad de su mujer.
Esa leyenda se
relaciona, sin duda, con la figura del “chaman” de la cultura indígena
precolombina, un brujo y hechizador capaz de transmutarse en animal, de ahí la
creencia en el chamán-tigre, el chamán-jaguar[2], el chamán-gavilán,
el chamán-culebra, el chamán-murciélago[3]. En esa
cosmovisión ancestral no existe separación radical entre el mundo humano y la
naturaleza, los animales y plantas son percibidos como seres vivos (animismo),
lo que explica el ritual, según el cual, el indígena pide disculpas al espíritu
de la planta que corta para utilizarla; de lo contrario, es la creencia, ese
espíritu puede volverse contra él, lo mismo ocurre con los animales que caza
para su subsistencia. Se explica por el respeto y veneración a la Madre-Tierra.
Desde hace siglos, diría que con la modernidad y la sustitución del animismo
por el “maquinismo”, se perdió ese respeto y veneración. La Tierra y sus
componentes orgánicos se redujeron a meros recursos o medios al servicio del
afán de dominio y explotación ilimitada del hombre, perdieron su halo sagrado y
mágico de las civilizaciones premodernas. Y aunque sería irrazonable postular
el regreso al culto pre moderno de la divinización de la naturaleza, tampoco
podemos seguir considerándola como un conjunto de cosas carentes de vida que
puede ser utilizada en la deleznable expresión de Kant “hasta donde la inteligencia humana alcance”. Ese “optimismo
antropocéntrico” o las posibilidades ilimitadas de crecimiento económico con
fundamento en la ciencia, la técnica y la tecnología se ha desvanecido. Hoy nos
encontramos con un Planeta enfermo, exhausto, agotado, las constataciones científicas
son contundentes, irrefutables. Basta mencionar los devastadores efectos del
cambio climático: aumento de la temperatura terrestre, deshielo de los
glaciares, inundaciones, tsunamis, terremotos, huracanas, tifones, incendios de
bosques, sequías, etc.
Por otra parte, esa
leyenda demuestra que en las zonas rurales las tradiciones precolombinas no han
del todo desaparecido, se mantienen en parte vivas por la transmisión oral. Es
errático pensar que somos una sociedad “moderna”, pues al igual que en los
casos de México, Bolivia, Perú, Colombia, y otros países de Centro y
Sudamérica, coexisten diferentes tipos de culturas en el seno de la sociedad
nacional. En paralelo a los sectores de la población integrados a la
“modernidad” encontramos otros que viven en la cultura y el tiempo de la premodernidad.
En ese sentido pues, es un mito hablar de una nación integrada por una base o
sustrato cultural común como podrían ser los casos de Alemania, Francia,
Suecia. Nuestra realidad es otra, es sumamente difícil de entender si no se considera
esa mixtura de cosmovisiones culturales.
[2]
Cuando el chamán se coloca la máscara de jaguar, se cubre con su piel y se
adorna con un collar elaborado de sus colmillos, se transforma en este felino.
A través del poder de los alucinógenos adquiere los poderes de este animal como
su resistencia, agresividad y visión nocturna. Los uitotos de la Amazonía creen
que los chamanes poseen ciertos “forros” de piel de jaguar. Sus narraciones orales
cuentan de un hombre tan poderoso que cada de una de las manchas de su “forro”
era a su vez un jaguar. http://www.precolombino.cl/exposiciones/exposiciones-temporales/oro-de-colombia-chamanismo-y-orfebreria-2005/las-transformaciones-de-sacerdotes-y-chamanes/el-hombre-jaguar/
[3]
Entre
“los taironas”
de la Sierra Nevada de Santa Marta en Colombia, el chamán se mutaba en
murciélago mediante el uso de una visera con prolongaciones que semejaban los
tragus, narigueras tubulares que levantaban la nariz para representar la hoja
nasal, y un adorno sub labial que simulaba las protuberancias carnosas debajo
del labio inferior del animal. El personaje adquiría la identidad de murciélago
y la facultad de obrar y sentir como un verdadero vampiro: un ser que controla
la noche, vive en cavernas, succiona la sangre y observa el mundo al revés.
http://www.precolombino.cl/exposiciones/exposiciones-temporales/oro-de-colombia-chamanismo-y-orfebreria-2005/las-transformaciones-de-sacerdotes-y-chamanes/el-hombre-jaguar/
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