Aquel tiempo inolvidable de felicidad, inocencia y libertad




San Esteban: el reino de la felicidad plena

Al año de mi nacimiento la familia se mudó a San Esteban, caserío de montaña situado a 7 kilómetros del Puerto que comenzó a poblarse a orillas del Río que tiene ese mismo nombre, el mítico Río de mi infancia, que desemboca a unos 500 metros al oeste del Muelle de pescadores de Playa Blanca en Puerto Cabello. En mi infancia fue una zona de plantaciones de cacao, fue, fue, fue, todo lo bueno se va perdiendo en este desgraciado país. En ese caserío nació Beatriz, mi hermana menor, en una casa que papá alquiló al propietario de la Hacienda San Esteban (frente a la mansión Villa Vicencio, la residencia principal de dicha Hacienda). Pasaríamos en esa inmensa casa unos 5 años, luego nos mudaríamos a una vecina adquirida por papá, a ello me referiré más adelante. Guardo un nítido recuerdo de ese caserón, a pesar de que han pasado 66 años desde que allí viví con mi familia. Según mamá: veinte habitaciones, tres corredores externos, dos cocinas, dos mil metros de patio circundante, un inmenso árbol de mamón donde me trepé a los cinco años para proferir gritos de auxilio al no poderme bajar, gallinero, perros y gatos. Y en la parte de atrás la tupida selva tropical, la montaña. En las noches escuchabas la diversidad de aullidos, gruñidos, bramidos, graznidos de la rica fauna silvestre. Pocas veces dejo de recordar a ese caserón y el tiempo aquel libre de dolores, angustias, desasosiegos que irremediablemente sobrevienen con el paso de los años. Creo que el mito bíblico del edén y la inocencia primigenia de Adán y Eva, de alguna manera simboliza la infancia de los humanos, salvo para aquellos niños mutilados de alma por padres perversos, o abandonados en las calles a su suerte. Lo escribí en la Introducción de este maratónico ensayo que no logro finalizar, o que no quiero hacerlo, me distrae, en este tiempo de exilio. Imposible para mí dejar de añorar. En un poema ya antes citado o en páginas posteriores me califico como un “animal nostálgico”. En estos tiempos dominados por la “cultura virtual”, caracterizado por la exaltación del instante, el momento presente del Whatsap, el Instagram, el Facebook, Twitter, la existencia en la red, se ha perdido el valor del pasado, de las tradiciones. En una época en la que impera el culto a lo actual, eso de recordar es cosa de ancianos, no hay tiempo, la velocidad aumenta, la vida va pasando como los paisajes que pretende mirar el pasajero de un tren que va a 300 kilómetros la hora. Si pensamos la naturaleza o esencia de la vida humana, no es difícil entender que el presente es tan fugaz, pero tan fugaz, una sucesión de instantes, que todo se convierte en pasado, pues no podemos detener la dinámica del tiempo, somos seres tempo-espaciales, estamos dentro de cromos. De ahí la hermosa canción de Roberto Cantoral “Reloj”:
“Reloj no marques las horas, porque voy a enloquecer, ella se irá para siempre cuando amanezca otra vez, no más nos queda esta noche para vivir nuestro amor, y tu tic-tac me recuerda, mi irremediable dolor, reloj detén tu camino, porque mi vida se apaga, ella es la estrella que alumbra mi ser, yo sin su amor no soy nada, detén el tiempo en tus manos, y has esta noche perpetua, para que nunca se vaya de mí, para que nunca amenezca”.
          Voy a tratar de recordar el camino hacia San Esteban. Saliendo de Puerto Cabello, pasando el Cementerio Alemán (allí están los huesos de mi bisabuelo, mi abuelo y papá, y otros Meier, lo visité una vez en la década de los 80), tomas una carretera de tierra (luego sería asfaltada), recuerdo una bodega antes del inicio de una cuesta que conduce al sector del Portachuelo (en esa bodega estuve con papá en 1951 cuando la campaña electoral para le elección de la Asamblea Constituyente de 1952, eso lo digo al escribir más adelante sobre él), al llegar al Portachuelo, al final de la cuesta, la vía se bifurca, a la izquierda el camino descendente hacia el caserío, a la derecha, una cuesta para acceder al monumento Fortín Solano. No sé si es producto de mi imaginación, veo en mi memoria una especie de amplia terraza protegida por una baranda como la que puede apreciarse en la foto. Te parabas en esa suerte de mirador y podías observar al frondoso valle.

Al descender por el camino que lleva al caserío, a mano derecha se hallaba un potrero de la Hacienda San Esteban, continuabas, selva a ambos lados de la vía, de pronto una pequeña cuesta y a mano derecha la casa principal de la Hacienda San Esteban, una hermosa edificación pintada de blanco, en la pared de la entrada el nombre de la hacienda en letras grandes, el portón abierto, se visualizaba el típico patio donde se desgranaba el cacao al sol; continuabas, bajada corta, inmensos árboles, tupida vegetación a ambos lados del camino, una que otra casita de campesinos, una semi abandonada donde se decía la habitaba un loco, el loco del pueblo, seguías y encontrabas del lado izquierdo una ermita con una estatua de la Virgen de Coromoto, la patrona de Venezuela, y a unos metros una pequeña hondonada con algo de agua procedente de lluvias, y enseguida la casa Capriles, al frente la mansión Villavicencio, luego la Brandt, y frente a ella, el caserón de mis aventuras infantiles. Limítrofe con el caserón colonial Brandt la casa que fuera de mis tíos Antonio y Betty, más adelante, en una curva la mansión de las hermanas Römer, del lado derecho una casa que perteneció a los Koenecke, limítrofe con el Río San Esteban. Siguiendo el camino al lado izquierdo la casa donde nació el General Salom, volvía a subirse una cuesta y a mano derecha el Río y su emblemático pozo “El Encajonado”, una pequeña caída de aguas y el pozo en forma de cajón. Continuabas y entonces se llegaba al centro del poblado con sus varias bodegas-bares, una medicatura rural, una capilla, una comisaría de policía y al final un patio de bolas (Así era, hoy no sé…).

Aquel tiempo de felicidad y libertad

Me subía cual gato a los techos del mencionado caserón por una delgada tubería que conectaba con un tanque de agua, inocente del riesgo que corría sobre las tejas, escuchando los gritos de mamá o de papá implorando que bajara. Al llover, esas lluvias torrenciales de la selva tropical, las goteras dejaban constancia de mis correrías por los techos, tenía complejo de pájaro. Al “crecer” (digo en edad porque desde los 15 años no aumenté un puto centímetro, de vaina no ingresé a las filas de los enanos: 1.60) perdí, como todos, esas alas de la infancia. Ahora estoy viendo en el recuerdo a mi hermano Popoyo tratando también de subirse al techo por la tubería, pero le cuesta, titubea, mira hacia abajo el muy “culilluo”, craso error ¡no mires, pendejo!, sube, no me escucha, es solo una imagen en mi cerebro. Me enfurecía que me llamaran muchacho “Muchacho ven acá, muchacho pórtate bien, muchacho ven a comer”, “No soy muchacho, me llamo enrique…” y la jodedora de mamá “Ah, entonces, eres una muchacha, una niña” … “No, no, me llamo Enrique, soy varón, si me vuelves a llamar muchacho, me voy de esta casa”. Y mamá “Muchacho…muchacho, muchacho loco”. Agarré uno de mis carritos y me fui caminando, salí del caserón y tomé la vía hacia el Puerto. Mamá me cuenta que le dijo a la negra Josefina “Ese carajito va a regresar, no pasará de la casa de Oswaldo”, pero transcurrieron los minutos y nada que aparecía, entonces, se alarmó y con la negra salieron a buscarme, había pasado la casa de nuestro vecino, mamá me detuvo y me llevó de regreso riéndose “definitivamente eres un loco, carajito”.

¡Ah que maravillosa edad!, tan corto tiempo en el que aún no nos hemos transformado en seres “ensimismados”, los niños en general están abiertos a ese sentir que somos, dejan que su imaginación fluya libremente en cualquier dirección, se llenan inconscientemente de la inmensidad, de la eternidad que está allí, en el rugir del viento que estremece los árboles, en el súbito movimiento de un pájaro que emprende vuelo, de una nerviosa ardilla que sube a un árbol, en las hormigas que miras por primera vez y con curiosidad sigues su trayecto cargando pedacitos de hojas hacia el hormiguero, en el temor que te produce mirar la serpiente deslizándose hacia el río y los truenos que estremecen la noche en la torrencial lluvia, en el canto de las cigarras (chicharras) al final del verano. A excepción de los niños mimados, malcriados, cuyos padres complacen todos sus caprichos, en general a esa edad nos conformamos con poco, la imaginación y la fantasía suplen los juguetes caros. Doy gracias a Dios, y a la vida como la canción de Violeta Parra:

 “Gracias a la vida que me ha dado tanto, me dio dos luceros que cuando los abro, perfecto distingo lo negro del blanco y en el alto cielo su fondo estrellado y en las multitudes la mujer que amo, gracias a la vida que me ha dado tanto, me ha dado el oído que en todo su ancho, graba noche y día grillos y canarios, martillos, turbinas, ladridos, chubascos, y la voz tan tierna de mi bien amada, gracias a la vida que me ha dado tanto, me ha dado el sonido y el abecedario, con él las palabras que pienso y declaro, madre, amigo, hermano y luz alumbrando, la ruta del alma de la que estoy amando, gracias a la vida que me ha dado tanto, me ha dado la marcha de mis pies cansados, con ellos anduve ciudades y charcos, playas y desiertos, montañas y llanos,  y la casa tuya, tu calle y tu patio, Gracias a la vida que me ha dado tanto, Me dio el corazón que agita su marco, Cuando miro el fruto del cerebro humano, Cuando miro el bueno tan lejos del malo, Cuando miro el fondo de tus ojos claros, Gracias a la vida que me ha dado tanto, Me ha dado la risa y me ha dado el llanto, Así yo distingo dicha de quebranto, Los dos materiales que forman mi canto, Y el canto de ustedes que es el mismo canto, Y el canto de todos que es mi propio canto, Gracias a la vida, gracias a la vida”.

 No podemos permanecer en esa edad, es inevitable (a menos que nos lleve la muerte) dejar ese paraíso, bueno para algunos, no para todos los niños, lo fue para mí, no puedo hablar sino de mi experiencia. Por esa razón, me cuesta entender a esos hombres y mujeres que nada quieren con los niños, les molesta su presencia, sus gritos, su correr de un lado a otro, su energía, sus ingenuas preguntas, ¿es que no tuvieron infancia?, ¿acaso nacieron adultos? Por supuesto, no niego el que haya infantes insoportables, groseros, mal educados, caprichosos, antipáticos, los potenciales adultos intratables que engrosarán el club de los que aborrecen a los niños, no concibo otra explicación. Si fuiste un precoz adulto, con todos los defectos del arrogante y egocéntrico, lo más probable es que te ladillen los carajitos.

Papá se empeñó en dar caza a un puma que descendía de la montaña aledaña al caserón, tal vez el olor de las gallinas y los pollos lo inducían a aventurarse en ese dominio humano. Lo hacía en las noches, delataba su presencia una suerte de apagado rugido “ug” … “ug” ... “ug” … El cazador había abierto dos pequeños orificios en la tela metálica de la ventana del cuarto matrimonial para disparar la escopeta de perdigones de dos cañones, llamada “morocha”. Frustrado porque no pudo darle caza, el fino olfato del tigre americano le alertaba del peligro que corría si continuaba su aventura, el instinto de conservación era más fuerte que su deseo de engullirse unas cuantas gallinas, se escuchaba el cacareo nervioso de las aves de corral que presentían la presencia del felino.


 
Durante varias noches papá esperó inútilmente que el escurridizo felino se acercara lo suficiente para dispararle, hasta que cazador y potencial presa desistieron de sus respectivos objetivos. Aunque no tendría más de 6 años, en lo más profundo de mí ser deseaba que no matara a aquel animal. Obviamente no pude verlo, pero sí escuchar esa suerte de rugido que delataba su presencia. Desde tan temprana edad sentía un profundo respeto por la naturaleza y la vida, aunque no sabía expresar en palabras ese sentimiento que ha permanecido incólume a través de los años. En otra ocasión si tuvo éxito al dispararle desde la puerta de la cocina principal a un picure, animal parecido a un perro, su color era negro, no estoy seguro. Vi cómo el pobre animal fue sorprendido por los mortales disparos mientras algo comía en un sembradío de maíz que se hallaba a unos cuantos metros del caserón. No sé si lo mató para comérselo, hurgo en la memoria sin resultado alguno, o lo hizo por el poder-placer, al que me refiero más adelante, del cazador “deportivo”, el que liquida animales no por necesidad de sobrevivencia (indígenas), sino por esa bastarda afición de extinguir la vida de un ser indefenso, a menos que lo hagas en defensa propia, por instinto de conservación. Y mi padre, como casi todos sus amigos en San Esteban y Puerto Cabello, fue un típico cazador, a excepción de los pájaros, regañaba a Popoyo cuando mataba con su china (honda) algunas de esas inofensivas aves: azulejos, cristofués, palometas, cucaracheros que cayeron víctimas de sus certeras pedradas. Miraba en silencio esa perversa distracción de mi hermano, y en mi alma infantil sentía -un vago sentimiento que luego se me hizo presente con toda claridad-, el rechazo a esa práctica insensata y vil.

 ¡Qué paradoja la mía!, no compartía esa agresividad hacia las criaturas de la naturaleza primaria y, sin embargo, era capaz de agredir, sin remordimiento, a otras personas, no sé cómo explicarlo, pero, ojo, no vayan a compararme con Hitler y su admiración por las bellezas escénicas del entorno bávaro. Mientras se ejecutaba la carnicería contra la comunidad judía por él ordenada, y transcurría la guerra que ese monstruo había provocado devastando media Europa, el psicópata desalmado disfrutaba con sus amigos en su casa de descanso ubicada en ese entorno, la denominada Kehlsteinhaus (literalmente, Casa del Kehlstein, en alemán) o también “nido del águila”. Los jerarcas nazis cultivaban la música clásica mientras ordenaban la ejecución del Holocausto:
El año 1933 dio inicio a una era en Alemania en la que la música clásica sería exaltada, promovida y difundida por los nazis y en la que famosos compositores alemanes serían adicionados al ideario nacional-socialista. Aunque muchos regímenes se han apropiado de grandes figuras artísticas del pasado para galvanizar sus propios propósitos políticos, ninguno lo ha hecho con tal celo como los nazis. El gobierno nazi explotó la ola de euforia popular que siguió a su ascenso al poder tomando a respetadas personalidades musicales de antaño para dar continuidad con el pasado y realzar la rica herencia cultural de la nación alemana. Así Bach, Beethoven, Handel, Haydn, Mozart, Schubert y, por supuesto, Wagner, fueron cooptados por los nazis. Cada caso era singular. Wagner fue celebrado como el compositor cuya ideología prefiguró la del nacional-socialismo. Anton Bruckner fue convertido en ícono nazi. Beethoven fue presentado como un modelo del heroísmo nórdico en la música. Bach fue adoptado, pero se debió minimizar el contexto religioso de su obra; tal como en el caso de Handel, cuyas preferencias por textos del Antiguo Testamento y residencia en Inglaterra le jugaban en contra. Schubert y el austríaco Mozart fueron sumados al panteón nazi; el polaco Chopin fue germanizado y Liszt fue elogiado como parte de la tradición alemana y como mentor de Wagner. Incluso Brahms (poco amigo de Wagner) fue aplaudido como un genio artístico”. (Julián Schvindlerman. Los nazis y la música clásica. https://www.enlacejudio.com/2013/09/23/los-nazis-la-musica-clasica).
En la página siguiente, foto de un ejemplar del tigre americano, especie de vías de extinción, como tantas, a causa del mórbido afán de destrucción del pérfido depredador humano. En algunos de mis textos en materia de Derecho Ambiental expreso que el hombre tiende a destruir lo que no puede entender, ni someter, es decir, a la otredad. Y la radical otredad cultural de la humanidad es la naturaleza, maravilla anterior a la presencia humana en la Tierra.
  En algún momento tuve en mis manos una vieja foto, extraviada, recuerdo de unos días de la Semana Santa que pasamos en la boca del Rio Aroa, región del Estado Falcón que cuenta con un espantoso pueblucho cercano a la desembocadura de dicho Río en la costa de ese Estado: Boca de Aroa, población, como muchas de mi desgraciada patria, donde abundan las ventas de licor y los bares, y escasean las escuelas y dispensarios de salud. Papá, Federico, el tío Antonio y otros amigos, decidieron ir a cazar “patos cuchara” en una laguna ubicada en una zona pantanosa en las riberas del Aroa. Miro dentro de mí y percibo un camión color rojo de los años 40, la puerta del chofer no cerraba, utilizaron una cabuya (cuerda) para evitar que se abriera. En casa papá no usaba correa sino una cuerda para sostener sus arrugados pantalones blancos, no se distinguía por la elegancia, le importaba un carajo. Los cazadores hicieron su “agosto” liquidando no pocas de esas aves de extraño pico en forma de cuchara. La verdad no sé si comieron de esas presas o simplemente las abandonaron en el lugar. El cazador “deportivo”, como antes afirmé, disfruta del puro placer de dar en el blanco. Miraba y miraba como caían bajo los certeros disparos, y en verdad sentía lástima por aquellas aves incapaces de eludir los perdigones. Pernoctábamos las varias familias en una churuata inmensa, o al menos, a esa edad, 4 o 5 años, así me parecía. Calor insoportable y zancudos a granel. Quemaban conchas de coco secas para ahuyentar la plaga, y yo niño inquieto, traté de agarrar una de esas conchas quemándome la mano, y a llorar. Mamá utilizó el clásico remedio casero, me untó la mano de mantequilla, pero el ardor no paraba. Cerca, en una zona boscosa, descubrimos un caño y al pretender bañarnos repentinamente emergió lo que creíamos era un cocodrilo y resultó ser un lagarto menor, una baba. De cualquier manera, a correr y adiós al baño en aguas dulces.

Abajo en la foto, un caño como el que recuerdo en mi dudosa memoria de esos días de Semana Santa en la Boca del Aroa. ¡Cómo no iba a enamorarme de la prodigiosa y exuberante naturaleza de mi país!, sentado aquí tan lejos de esos parajes, añoro…añoro…añoro. En estos últimos días, hoy es 6 de agosto de 2018, he sentido una profunda nostalgia por mi país, no sé si podré volver, mientras no sea erradicada la narcodictadura no puedo hacerlo; también me ha sacudido la nostalgia por los días de mi infancia, por mis hermanos a los que tampoco sé si podré verlos en vida, por mis hijos que me dieron la espalda por haberme casado de nuevo a los 5 años de la muerte de su madre (el mayor y el menor han comenzado a cambiar de actitud, espero por las hembras, Dios quiera no se tarden,  no esperen mi muerte para que se den cuenta del error cometido), la familia donde nací ya no existe, cada uno de nosotros formó la suya propia, la que contribuí a formar, esa la perdí también al morir Marlen en el 2003. Aquí en el exilio abrazado a Mary como el náufrago al pedazo de madera para no ahogarme en el en pozo eterno de la tristeza y el infortunio. Perdí país y familia, los amigos lejos, comprendo que estoy envejeciendo y lloro. 


Y mamá también con ínfulas de cazadora, ¡qué personalidad tan excepcional!, una mujer sin complejos, ni prejuicios, siempre alegre, llena de vida, decidió darle caza a un jaguar, ese sí había logrado engullirse a algunas gallinas dejando el plumero y la sangre de las víctimas en el gallinero. Mi “loca” madre colocó una escalera al lado de un árbol, sujetó a una gallina con un largo cordel al tronco del árbol y se subió al último peldaño de la escalera, escopeta en mano, a la espera del imprevisible felino. Y la gallina cacareando “cloc…cloc…cloc”, tratando de zafarse, amarrada a una de sus patas, se caía, se levantaba, cacareaba como si presintiera el peligro que corría. El felino, ni pendejo, su olfato delató a la cazadora y no cayó en la trampa mortal que le había preparado. En lugar del alertado animal, aparecí de improviso de un matorral dónde me había escondido, luego de seguir sigilosamente a mamá cuando se dirigía al monte en su afán de liquidar al “come gallinas”. “Vete de aquí muchacho loco, que me vas a espantar al animal”. Simulé la huida escondiéndome tras un árbol para presenciar la cacería. Mamá se cansó de esperar y desistió. La seguí nuevamente sin que se percatara. Llegó al caserón sudorosa y riéndose de sí misma, comentándole a la negra Josefina haber estado como una auténtica “bolsa” (“pendeja”, “gafa”) montada en esa escalera con ese jodido calor de la selva tropical. Fue así como desde niño aprendí de ella a no tomarme demasiado en serio, por eso me burlo de mí mismo, de mis palabras y gestos “importantes”, una mierda, de nada sirve salvo para agradar en algunos círculos sociales. En algún tiempo simulé ese podrido sentido de la importancia, lo requería la función o rol público que cumplía, aunque en la intimidad me reía de esa actuación, hoy eso quedó atrás, reconozco que no sirvió para nada, se esfumó como la hojarasca que se lleva el viento. Ahora estoy tranquilo. En uno de estos días me vi en un video y estallé en risas, parecía un robot moviendo los brazos mientras cantaba, qué bolas el enano ese dándoselas de trovador.


[1] (Londres, 1757 - 1827) Pintor, grabador y poeta británico, una de las figuras más singulares y dotadas del arte y la literatura inglesa. Fue para algunos un místico iluminado, un religioso atrapado en su propio mundo, y para otros un pobre loco que sobrevivía gracias a los pocos amigos que, como Thomas Butts, creían en su arte y le compraban algunos grabados. La posteridad, sin embargo, ha considerado a William Blake como un visionario. Su padre era calcetero, y al parecer, había pertenecido a una secta de seguidores del teósofo sueco Emmanuel Swedenborg. En 1771 Blake empezó a trabajar como aprendiz con el grabador James Bazire; en 1780 conoció al rígido y frío escultor neoclásico John Flaxman, de quien aprendió el gusto por la seguridad y la precisión de contornos en el dibujo. era impresionable y sincero, poseía el entusiasmo y el sentido de la inocencia propios de un eterno muchacho o de un primitivo. Juzgaba realidades materiales las creaciones de su viva imaginación: así, el acontecimiento más notable de su vida hubo de ser la visión de gran número de ángeles sobre un árbol; Blake contaba entonces diez años escasos, y, en adelante, tuvo coloquios con profetas y santos encarnados…La lectura de textos de literatura mística y ocultista le afianzó en sus creencias sobre el valor de su experiencia de visionario. Su idea cardinal llegó a ser la desconfianza absoluta en el testimonio de los sentidos; para William Blake, éstos suponen barreras que se interponen entre el alma y la verdadera sabiduría y el goce de la eternidad. Al negar el mundo sensible, no veía las cosas como aparecen, sino únicamente los tipos y las ideas eternas y más reales que aquellas mismas: no los corderos, sino el Cordero, ni los tigres, antes bien el Tigre. Tales arquetipos se presentaban a sus ojos con un relieve particular, que dio lugar a la manera exaltada de sus grabados. Como artista, por tanto, Blake resulta un típico "manierista", en la línea de Fuseli: en él se realiza la disolución de las formas clásicas, y ello sin que se haya llegado todavía al nuevo equilibrio romántico. La gran intensidad visionaria de William Blake se refleja tanto en su obra poética como pictórica. El rechazo a la observación directa de la naturaleza como fuente creativa le llevó a encerrarse únicamente en su mirada interior. Así, creaba sus figuras sin preocuparse de la estructura anatómica o de las proporciones, pues consideraba que corregir lo que fielmente había plasmado de su visión interior resultaba demasiado banal, ligero y superficial para un proceso que, como él mismo dijo, se adentraba en "proporciones de eternidad demasiado grandes para el ojo del hombre". En la obra del artista deben señalarse los monotipos realizados a partir de 1793, entre los cuales destaca Nabucodonosor (1795, Tate Gallery, Londres). En el tratamiento de este tema, en que un hombre desdichado sufre la transformación en un animal, el artista pone de manifiesto cierta frialdad estructurada frente a lo irreal. En esta obra se aprecian los elementos más característicos del estilo de Blake: el predominio del dibujo sobre el color, el recurso a los contornos ondulantes que confieren a las figuras ritmo y vitalidad, la simplicidad monumental de sus formas estilizadas y la gestualidad de intenso dramatismo. Blake utilizó técnicas nuevas de grabado e impresión, como el grabado a la acuarela en color o miniaturas impresas. Para el artista, el texto y las ilustraciones debían constituir un todo. Cabe destacar sus ilustraciones de “El Libro de Job”; la Divina Comedia de Dante o El Paraíso perdido de Milton. Ilustró también sus propios libros: Los cantos de inocencia, impresos por primera vez en 1789, y Los cantos de experiencia, en 1794. En ellos combina magistralmente texto e imagen con una técnica que se superpone al aguafuerte y al acabado a mano, estableciendo una íntima fusión entre el mundo de las ideas y el de los estímulos visibles. A Blake le interesaba expresar el mundo a través de las emociones, más allá de la razón, pero esa cualidad de "visionario" en Blake no fue más que una fuerza mística y espiritual. La mayor parte de los escritos de William Blake fue publicada en una forma que él mismo inventó y empezó a emplear hacia 1788. Con arreglo a este método de illuminated printing (impresión miniada), el texto y sus ilustraciones eran trasladados en sentido inverso encima de planchas de cobre con una sustancia no alterable por la acción de los ácidos (una especie de barniz); luego éstas eran grabadas como un aguafuerte hasta que, por último, toda la ilustración adquiría relieve. Después se obtenían con ello los grabados, que más tarde el artista iluminaba delicadamente a la acuarela, con lo cual cada una de las copias poseía una individualidad propia. Hacia 1793, Blake Introdujo una modificación en el procedimiento original: el "woodcutting on copper" (talla sobre cobre), empleado junto con el otro método en casi todas las obras impresas a partir de aquella fecha. En tal sistema la plancha era recubierta al principio con un fondo; las partes que habían de ser grabadas, o sea los contornos del dibujo, eran sacadas con un instrumento puntiagudo; luego se quitaba el fondo en el espacio destinado al texto, que era llevado sobre el metal como en el otro procedimiento y, finalmente, se grababa todo el cobre mediante el ácido. Sólo en algunas de las obras de Blake se utilizó el método corriente de grabado. La personalidad de William Blake resultaba demasiado excepcional como para que pudiera ser incluida en la tradición inglesa y hacer escuela (siquiera en pintura tuviese algún seguidor, como Samuel Palmer). Con todo, desde su revalidación en 1863 por obra de los prerrafaelistas, conoció una amplia fortuna póstuma. Como poeta, Las bodas del cielo y del infierno es su obra más divulgada. Revela una clara influencia de Swedenborg, y es una mezcla de visiones apocalípticas y de aforismos sibilinos. A pesar de que la perspectiva actual, después de los avances del psicoanálisis y la antropología, permite acceder a la obra de Blake de otro modo, ésta evidencia una sabiduría inusual que se caracteriza por reflejar la oscuridad de lo inaccesible. Como otros contemporáneos, William Blake descubrió las fisuras y lagunas que la Ilustración dejaba de lado ante cuestiones de gran trascendencia, y espetó su particular alegato con una densidad profética y una energía premonitoria que lo convirtieron en una figura clave para el desarrollo de la poética romántica. https://www.biografiasyvidas.com/biografia/b/blake.htm.

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