Aquel tiempo inolvidable de felicidad, inocencia y libertad
San Esteban: el reino de la felicidad plena
Al año de mi
nacimiento la familia se mudó a San Esteban, caserío de montaña situado a 7
kilómetros del Puerto que comenzó a poblarse a orillas del Río que tiene ese
mismo nombre, el mítico Río de mi infancia, que desemboca a unos 500 metros al
oeste del Muelle de pescadores de Playa Blanca en Puerto Cabello. En mi
infancia fue una zona de plantaciones de cacao, fue, fue, fue, todo lo bueno se
va perdiendo en este desgraciado país. En ese caserío nació Beatriz, mi hermana
menor, en una casa que papá alquiló al propietario de la Hacienda San Esteban
(frente a la mansión Villa Vicencio, la residencia principal de dicha
Hacienda). Pasaríamos en esa inmensa casa unos 5 años, luego nos mudaríamos a una
vecina adquirida por papá, a ello me referiré más adelante. Guardo un nítido
recuerdo de ese caserón, a pesar de que han pasado 66 años desde que allí viví
con mi familia. Según mamá: veinte habitaciones, tres corredores externos, dos
cocinas, dos mil metros de patio circundante, un inmenso árbol de mamón donde
me trepé a los cinco años para proferir gritos de auxilio al no poderme bajar,
gallinero, perros y gatos. Y en la parte de atrás la tupida selva tropical, la
montaña. En las noches escuchabas la diversidad de aullidos, gruñidos,
bramidos, graznidos de la rica fauna silvestre. Pocas veces dejo de recordar a
ese caserón y el tiempo aquel libre de dolores, angustias, desasosiegos que
irremediablemente sobrevienen con el paso de los años. Creo que el mito bíblico
del edén y la inocencia primigenia de Adán y Eva, de alguna manera simboliza la
infancia de los humanos, salvo para aquellos niños mutilados de alma por padres
perversos, o abandonados en las calles a su suerte. Lo escribí en la
Introducción de este maratónico ensayo que no logro finalizar, o que no quiero
hacerlo, me distrae, en este tiempo de exilio. Imposible para mí dejar de añorar.
En un poema ya antes citado o en páginas posteriores me califico como un
“animal nostálgico”. En estos tiempos dominados por la “cultura virtual”,
caracterizado por la exaltación del instante, el momento presente del Whatsap,
el Instagram, el Facebook, Twitter, la existencia en la red, se ha perdido el
valor del pasado, de las tradiciones. En una época en la que impera el culto a
lo actual, eso de recordar es cosa de ancianos, no hay tiempo, la velocidad
aumenta, la vida va pasando como los paisajes que pretende mirar el pasajero de
un tren que va a 300 kilómetros la hora. Si pensamos la naturaleza o esencia de
la vida humana, no es difícil entender que el presente es tan fugaz, pero tan
fugaz, una sucesión de instantes, que todo se convierte en pasado, pues no
podemos detener la dinámica del tiempo, somos seres tempo-espaciales, estamos
dentro de cromos. De ahí la hermosa canción de Roberto Cantoral “Reloj”:
“Reloj no marques
las horas, porque voy a enloquecer, ella se irá para siempre cuando amanezca otra vez, no más nos
queda esta noche para vivir nuestro amor, y tu tic-tac me recuerda, mi
irremediable dolor, reloj detén tu camino, porque mi vida se apaga, ella es la
estrella que alumbra mi ser, yo sin su amor no soy nada, detén el tiempo en tus
manos, y has esta noche perpetua, para que nunca se vaya de mí, para que nunca
amenezca”.
Voy a tratar de
recordar el camino hacia San Esteban. Saliendo de Puerto Cabello, pasando el
Cementerio Alemán (allí están los huesos de mi bisabuelo, mi abuelo y papá, y
otros Meier, lo visité una vez en la década de los 80), tomas una carretera de
tierra (luego sería asfaltada), recuerdo una bodega antes del inicio de una
cuesta que conduce al sector del Portachuelo (en esa bodega estuve con papá en
1951 cuando la campaña electoral para le elección de la Asamblea Constituyente
de 1952, eso lo digo al escribir más adelante sobre él), al llegar al
Portachuelo, al final de la cuesta, la vía se bifurca, a la izquierda el camino
descendente hacia el caserío, a la derecha, una cuesta para acceder al
monumento Fortín Solano. No sé si es producto de mi imaginación, veo en mi
memoria una especie de amplia terraza protegida por una baranda como la que
puede apreciarse en la foto. Te parabas en esa suerte de mirador y podías
observar al frondoso valle.
Al descender por
el camino que lleva al caserío, a mano derecha se hallaba un potrero de la
Hacienda San Esteban, continuabas, selva a ambos lados de la vía, de pronto una
pequeña cuesta y a mano derecha la casa principal de la Hacienda San Esteban,
una hermosa edificación pintada de blanco, en la pared de la entrada el nombre
de la hacienda en letras grandes, el portón abierto, se visualizaba el típico
patio donde se desgranaba el cacao al sol; continuabas, bajada corta, inmensos
árboles, tupida vegetación a ambos lados del camino, una que otra casita de
campesinos, una semi abandonada donde se decía la habitaba un loco, el loco del
pueblo, seguías y encontrabas del lado izquierdo una ermita con una estatua de
la Virgen de Coromoto, la patrona de Venezuela, y a unos metros una pequeña hondonada
con algo de agua procedente de lluvias, y enseguida la casa Capriles, al frente
la mansión Villavicencio, luego la Brandt, y frente a ella, el caserón de mis
aventuras infantiles. Limítrofe con el caserón colonial Brandt la casa que
fuera de mis tíos Antonio y Betty, más adelante, en una curva la mansión de las
hermanas Römer, del lado derecho una casa que perteneció a los Koenecke,
limítrofe con el Río San Esteban. Siguiendo el camino al lado izquierdo la casa
donde nació el General Salom, volvía a subirse una cuesta y a mano derecha el
Río y su emblemático pozo “El Encajonado”, una pequeña caída de aguas y el pozo
en forma de cajón. Continuabas y entonces se llegaba al centro del poblado con
sus varias bodegas-bares, una medicatura rural, una capilla, una comisaría de
policía y al final un patio de bolas (Así era, hoy no sé…).
Aquel tiempo de felicidad y libertad
Me subía cual
gato a los techos del mencionado caserón por una delgada tubería que conectaba
con un tanque de agua, inocente del riesgo que corría sobre las tejas,
escuchando los gritos de mamá o de papá implorando que bajara. Al llover, esas
lluvias torrenciales de la selva tropical, las goteras dejaban constancia de
mis correrías por los techos, tenía complejo de pájaro. Al “crecer” (digo en
edad porque desde los 15 años no aumenté un puto centímetro, de vaina no
ingresé a las filas de los enanos: 1.60) perdí, como todos, esas alas de la
infancia. Ahora estoy viendo en el recuerdo a mi hermano Popoyo tratando
también de subirse al techo por la tubería, pero le cuesta, titubea, mira hacia
abajo el muy “culilluo”, craso error ¡no mires, pendejo!, sube, no me escucha,
es solo una imagen en mi cerebro. Me enfurecía que me llamaran muchacho “Muchacho ven acá, muchacho pórtate bien,
muchacho ven a comer”, “No soy
muchacho, me llamo enrique…” y la jodedora de mamá “Ah, entonces, eres una muchacha, una niña” … “No, no, me llamo
Enrique, soy varón, si me vuelves a llamar muchacho, me voy de esta casa”. Y
mamá “Muchacho…muchacho, muchacho loco”. Agarré
uno de mis carritos y me fui caminando, salí del caserón y tomé la vía hacia el
Puerto. Mamá me cuenta que le dijo a la negra Josefina “Ese carajito va a regresar, no pasará de la casa de Oswaldo”, pero
transcurrieron los minutos y nada que aparecía, entonces, se alarmó y con la
negra salieron a buscarme, había pasado la casa de nuestro vecino, mamá me
detuvo y me llevó de regreso riéndose “definitivamente
eres un loco, carajito”.
¡Ah que
maravillosa edad!, tan corto tiempo en el que aún no nos hemos transformado en
seres “ensimismados”, los niños en general están abiertos a ese sentir que
somos, dejan que su imaginación fluya libremente en cualquier dirección, se
llenan inconscientemente de la inmensidad, de la eternidad que está allí, en el
rugir del viento que estremece los árboles, en el súbito movimiento de un
pájaro que emprende vuelo, de una nerviosa ardilla que sube a un árbol, en las
hormigas que miras por primera vez y con curiosidad sigues su trayecto cargando
pedacitos de hojas hacia el hormiguero, en el temor que te produce mirar la
serpiente deslizándose hacia el río y los truenos que estremecen la noche en la
torrencial lluvia, en el canto de las cigarras (chicharras) al final del
verano. A excepción de los niños mimados, malcriados, cuyos padres complacen
todos sus caprichos, en general a esa edad nos conformamos con poco, la
imaginación y la fantasía suplen los juguetes caros. Doy gracias a Dios, y a la
vida como la canción de Violeta Parra:
“Gracias a la vida que me ha dado tanto, me dio dos luceros que cuando
los abro, perfecto distingo lo negro del blanco y en el alto cielo su fondo
estrellado y en las multitudes la mujer que amo, gracias a la vida que me ha
dado tanto, me ha dado el oído que en todo su ancho, graba noche y día grillos
y canarios, martillos, turbinas, ladridos, chubascos, y la voz tan tierna de mi
bien amada, gracias a la vida que me ha dado tanto, me ha dado el sonido y el
abecedario, con él las palabras que pienso y declaro, madre, amigo, hermano y
luz alumbrando, la ruta del alma de la que estoy amando, gracias a la vida que
me ha dado tanto, me ha dado la marcha de mis pies cansados, con ellos anduve
ciudades y charcos, playas y desiertos, montañas y llanos, y la casa tuya, tu calle y tu patio, Gracias a la vida que me ha dado tanto, Me dio el corazón que agita su
marco, Cuando miro el fruto del cerebro humano, Cuando miro el bueno tan lejos
del malo, Cuando miro el fondo de tus ojos claros, Gracias a la vida que me ha
dado tanto, Me ha dado la risa y me ha dado el llanto, Así yo distingo dicha de
quebranto, Los dos materiales que forman mi canto, Y el canto de ustedes que es
el mismo canto, Y el canto de todos que es mi propio canto, Gracias a la vida,
gracias a la vida”.
No
podemos permanecer en esa edad, es inevitable (a menos que nos lleve la muerte)
dejar ese paraíso, bueno para algunos, no para todos los niños, lo fue para mí,
no puedo hablar sino de mi experiencia. Por esa razón, me cuesta entender a esos
hombres y mujeres que nada quieren con los niños, les molesta su presencia, sus
gritos, su correr de un lado a otro, su energía, sus ingenuas preguntas, ¿es
que no tuvieron infancia?, ¿acaso nacieron adultos? Por supuesto, no niego el
que haya infantes insoportables, groseros, mal educados, caprichosos,
antipáticos, los potenciales adultos intratables que engrosarán el club de los
que aborrecen a los niños, no concibo otra explicación. Si fuiste un precoz
adulto, con todos los defectos del arrogante y egocéntrico, lo más probable es
que te ladillen los carajitos.
Papá se empeñó en dar caza a un puma que
descendía de la montaña aledaña al caserón, tal vez el olor de las gallinas y
los pollos lo inducían a aventurarse en ese dominio humano. Lo hacía en las
noches, delataba su presencia una suerte de apagado rugido “ug” … “ug” ... “ug”
… El cazador había abierto dos pequeños orificios en la tela metálica de la
ventana del cuarto matrimonial para disparar la escopeta de perdigones de dos
cañones, llamada “morocha”. Frustrado porque no pudo darle caza, el fino olfato
del tigre americano le alertaba del peligro que corría si continuaba su
aventura, el instinto de conservación era más fuerte que su deseo de engullirse
unas cuantas gallinas, se escuchaba el cacareo nervioso de las aves de corral
que presentían la presencia del felino.
¡Qué
paradoja la mía!, no compartía esa agresividad hacia las criaturas de la
naturaleza primaria y, sin embargo, era capaz de agredir, sin remordimiento, a
otras personas, no sé cómo explicarlo, pero, ojo, no vayan a compararme con
Hitler y su admiración por las bellezas escénicas del entorno bávaro. Mientras
se ejecutaba la carnicería contra la comunidad judía por él ordenada, y
transcurría la guerra que ese monstruo había provocado devastando media Europa,
el psicópata desalmado disfrutaba con sus amigos en su casa de descanso ubicada
en ese entorno, la denominada Kehlsteinhaus (literalmente, Casa del
Kehlstein, en alemán) o
también “nido del águila”. Los jerarcas nazis cultivaban la música clásica
mientras ordenaban la ejecución del Holocausto:
“El año 1933 dio inicio a
una era en Alemania en la que la música clásica sería exaltada, promovida y
difundida por los nazis y en la que famosos compositores alemanes serían
adicionados al ideario nacional-socialista. Aunque muchos regímenes se han
apropiado de grandes figuras artísticas del pasado para galvanizar sus propios
propósitos políticos, ninguno lo ha hecho con tal celo como los nazis. El
gobierno nazi explotó la ola de euforia popular que siguió a su ascenso al
poder tomando a respetadas personalidades musicales de antaño para dar continuidad
con el pasado y realzar la rica herencia cultural de la nación alemana. Así
Bach, Beethoven, Handel, Haydn, Mozart, Schubert y, por supuesto, Wagner,
fueron cooptados por los nazis. Cada caso era singular. Wagner fue celebrado
como el compositor cuya ideología prefiguró la del nacional-socialismo. Anton
Bruckner fue convertido en ícono nazi. Beethoven fue presentado como un modelo
del heroísmo nórdico en la música. Bach fue adoptado, pero se debió minimizar
el contexto religioso de su obra; tal como en el caso de Handel, cuyas
preferencias por textos del Antiguo Testamento y residencia en Inglaterra le
jugaban en contra. Schubert y el austríaco Mozart fueron sumados al panteón
nazi; el polaco Chopin fue germanizado y Liszt fue elogiado como parte de la tradición
alemana y como mentor de Wagner. Incluso Brahms (poco amigo de Wagner) fue
aplaudido como un genio artístico”. (Julián Schvindlerman. Los nazis y
la música clásica.
https://www.enlacejudio.com/2013/09/23/los-nazis-la-musica-clasica).
En la página siguiente, foto de un ejemplar del tigre
americano, especie de vías de extinción, como tantas, a causa del mórbido afán
de destrucción del pérfido depredador humano. En algunos de mis textos en
materia de Derecho Ambiental expreso que el hombre tiende a destruir lo que no
puede entender, ni someter, es decir, a la otredad. Y la radical otredad
cultural de la humanidad es la naturaleza, maravilla anterior a la presencia
humana en la Tierra.
En algún momento
tuve en mis manos una vieja foto, extraviada, recuerdo de unos días de la
Semana Santa que pasamos en la boca del Rio Aroa, región del Estado Falcón que
cuenta con un espantoso pueblucho cercano a la desembocadura de dicho Río en la
costa de ese Estado: Boca de Aroa, población, como muchas de mi desgraciada
patria, donde abundan las ventas de licor y los bares, y escasean las escuelas
y dispensarios de salud. Papá, Federico, el tío Antonio y otros amigos,
decidieron ir a cazar “patos cuchara” en una laguna ubicada en una zona
pantanosa en las riberas del Aroa. Miro dentro de mí y percibo un camión color
rojo de los años 40, la puerta del chofer no cerraba, utilizaron una cabuya
(cuerda) para evitar que se abriera. En casa papá no usaba correa sino una
cuerda para sostener sus arrugados pantalones blancos, no se distinguía por la
elegancia, le importaba un carajo. Los cazadores hicieron su “agosto”
liquidando no pocas de esas aves de extraño pico en forma de cuchara. La verdad
no sé si comieron de esas presas o simplemente las abandonaron en el lugar. El
cazador “deportivo”, como antes afirmé, disfruta del puro placer de dar en el blanco.
Miraba y miraba como caían bajo los certeros disparos, y en verdad sentía
lástima por aquellas aves incapaces de eludir los perdigones. Pernoctábamos las
varias familias en una churuata inmensa, o al menos, a esa edad, 4 o 5 años,
así me parecía. Calor insoportable y zancudos a granel. Quemaban conchas de
coco secas para ahuyentar la plaga, y yo niño inquieto, traté de agarrar una de
esas conchas quemándome la mano, y a llorar. Mamá utilizó el clásico remedio
casero, me untó la mano de mantequilla, pero el ardor no paraba. Cerca, en una
zona boscosa, descubrimos un caño y al pretender bañarnos repentinamente
emergió lo que creíamos era un cocodrilo y resultó ser un lagarto menor, una
baba. De cualquier manera, a correr y adiós al baño en aguas dulces.
Abajo en la foto,
un caño como el que recuerdo en mi dudosa memoria de esos días de Semana Santa
en la Boca del Aroa. ¡Cómo no iba a enamorarme de la prodigiosa y exuberante
naturaleza de mi país!, sentado aquí tan lejos de esos parajes, añoro…añoro…añoro.
En estos últimos días, hoy es 6 de agosto de 2018, he sentido una profunda
nostalgia por mi país, no sé si podré volver, mientras no sea erradicada la
narcodictadura no puedo hacerlo; también me ha sacudido la nostalgia por los
días de mi infancia, por mis hermanos a los que tampoco sé si podré verlos en vida,
por mis hijos que me dieron la espalda por haberme casado de nuevo a los 5 años
de la muerte de su madre (el mayor y el menor han comenzado a cambiar de
actitud, espero por las hembras, Dios quiera no se tarden, no esperen mi muerte para que se den cuenta
del error cometido), la familia donde nací ya no existe, cada uno de nosotros
formó la suya propia, la que contribuí a formar, esa la perdí también al morir
Marlen en el 2003. Aquí en el exilio abrazado a Mary como el náufrago al pedazo
de madera para no ahogarme en el en pozo eterno de la tristeza y el infortunio.
Perdí país y familia, los amigos lejos, comprendo que estoy envejeciendo y
lloro.
Y mamá también
con ínfulas de cazadora, ¡qué personalidad tan excepcional!, una mujer sin
complejos, ni prejuicios, siempre alegre, llena de vida, decidió darle caza a
un jaguar, ese sí había logrado engullirse a algunas gallinas dejando el
plumero y la sangre de las víctimas en el gallinero. Mi “loca” madre colocó una
escalera al lado de un árbol, sujetó a una gallina con un largo cordel al
tronco del árbol y se subió al último peldaño de la escalera, escopeta en mano,
a la espera del imprevisible felino. Y la gallina cacareando “cloc…cloc…cloc”,
tratando de zafarse, amarrada a una de sus patas, se caía, se levantaba,
cacareaba como si presintiera el peligro que corría. El felino, ni pendejo, su
olfato delató a la cazadora y no cayó en la trampa mortal que le había
preparado. En lugar del alertado animal, aparecí de improviso de un matorral
dónde me había escondido, luego de seguir sigilosamente a mamá cuando se
dirigía al monte en su afán de liquidar al “come gallinas”. “Vete de aquí muchacho loco, que me vas a
espantar al animal”. Simulé la huida escondiéndome tras un árbol para
presenciar la cacería. Mamá se cansó de esperar y desistió. La seguí nuevamente
sin que se percatara. Llegó al caserón sudorosa y riéndose de sí misma,
comentándole a la negra Josefina haber estado como una auténtica “bolsa”
(“pendeja”, “gafa”) montada en esa escalera con ese jodido calor de la selva
tropical. Fue así como desde niño aprendí de ella a no tomarme demasiado en serio,
por eso me burlo de mí mismo, de mis palabras y gestos “importantes”, una
mierda, de nada sirve salvo para agradar en algunos círculos sociales. En algún
tiempo simulé ese podrido sentido de la importancia, lo requería la función o
rol público que cumplía, aunque en la intimidad me reía de esa actuación, hoy
eso quedó atrás, reconozco que no sirvió para nada, se esfumó como la hojarasca
que se lleva el viento. Ahora estoy tranquilo. En uno de estos días me vi en un
video y estallé en risas, parecía un robot moviendo los brazos mientras cantaba,
qué bolas el enano ese dándoselas de trovador.
[1] (Londres, 1757 - 1827) Pintor, grabador y poeta
británico, una de las figuras más singulares y dotadas del arte y la literatura
inglesa. Fue para algunos un místico iluminado, un religioso atrapado en su
propio mundo, y para otros un pobre loco que sobrevivía gracias a los pocos
amigos que, como Thomas Butts, creían en su arte y le compraban algunos
grabados. La posteridad, sin embargo, ha considerado a William Blake como un
visionario. Su padre era calcetero, y al parecer, había pertenecido a una secta
de seguidores del teósofo sueco Emmanuel Swedenborg. En 1771 Blake empezó a
trabajar como aprendiz con el grabador James Bazire; en 1780 conoció al rígido
y frío escultor neoclásico John Flaxman, de quien aprendió el gusto por la
seguridad y la precisión de contornos en el dibujo. era impresionable y
sincero, poseía el entusiasmo y el sentido de la inocencia propios de un eterno
muchacho o de un primitivo. Juzgaba realidades materiales las creaciones de su
viva imaginación: así, el acontecimiento más notable de su vida hubo de ser la
visión de gran número de ángeles sobre un árbol; Blake contaba entonces diez
años escasos, y, en adelante, tuvo coloquios con profetas y santos
encarnados…La lectura de textos de literatura mística y ocultista le afianzó en
sus creencias sobre el valor de su experiencia de visionario. Su idea cardinal
llegó a ser la desconfianza absoluta en el testimonio de los sentidos; para
William Blake, éstos suponen barreras que se interponen entre el alma y la
verdadera sabiduría y el goce de la eternidad. Al negar el mundo sensible, no
veía las cosas como aparecen, sino únicamente los tipos y las ideas eternas y
más reales que aquellas mismas: no los corderos, sino el Cordero, ni los
tigres, antes bien el Tigre. Tales arquetipos se presentaban a sus ojos con un
relieve particular, que dio lugar a la manera exaltada de sus grabados. Como
artista, por tanto, Blake resulta un típico "manierista", en la línea
de Fuseli: en él se realiza la disolución de las formas clásicas, y ello sin
que se haya llegado todavía al nuevo equilibrio romántico. La gran intensidad
visionaria de William Blake se refleja tanto en su obra poética como pictórica.
El rechazo a la observación directa de la naturaleza como fuente creativa le
llevó a encerrarse únicamente en su mirada interior. Así, creaba sus figuras
sin preocuparse de la estructura anatómica o de las proporciones, pues
consideraba que corregir lo que fielmente había plasmado de su visión interior
resultaba demasiado banal, ligero y superficial para un proceso que, como él
mismo dijo, se adentraba en "proporciones de eternidad demasiado grandes
para el ojo del hombre". En la obra del artista deben señalarse los
monotipos realizados a partir de 1793, entre los cuales destaca Nabucodonosor
(1795, Tate Gallery, Londres). En el tratamiento de este tema, en que un hombre
desdichado sufre la transformación en un animal, el artista pone de manifiesto
cierta frialdad estructurada frente a lo irreal. En esta obra se aprecian los
elementos más característicos del estilo de Blake: el predominio del dibujo
sobre el color, el recurso a los contornos ondulantes que confieren a las
figuras ritmo y vitalidad, la simplicidad monumental de sus formas estilizadas
y la gestualidad de intenso dramatismo. Blake utilizó técnicas nuevas de
grabado e impresión, como el grabado a la acuarela en color o miniaturas
impresas. Para el artista, el texto y las ilustraciones debían constituir un
todo. Cabe destacar sus ilustraciones de “El Libro de Job”; la Divina Comedia
de Dante o El Paraíso perdido de Milton. Ilustró también sus propios libros:
Los cantos de inocencia, impresos por primera vez en 1789, y Los cantos de
experiencia, en 1794. En ellos combina magistralmente texto e imagen con una
técnica que se superpone al aguafuerte y al acabado a mano, estableciendo una
íntima fusión entre el mundo de las ideas y el de los estímulos visibles. A
Blake le interesaba expresar el mundo a través de las emociones, más allá de la
razón, pero esa cualidad de "visionario" en Blake no fue más que una
fuerza mística y espiritual. La mayor parte de los escritos de William Blake
fue publicada en una forma que él mismo inventó y empezó a emplear hacia 1788.
Con arreglo a este método de illuminated printing (impresión miniada), el texto
y sus ilustraciones eran trasladados en sentido inverso encima de planchas de
cobre con una sustancia no alterable por la acción de los ácidos (una especie
de barniz); luego éstas eran grabadas como un aguafuerte hasta que, por último,
toda la ilustración adquiría relieve. Después se obtenían con ello los
grabados, que más tarde el artista iluminaba delicadamente a la acuarela, con
lo cual cada una de las copias poseía una individualidad propia. Hacia 1793,
Blake Introdujo una modificación en el procedimiento original: el
"woodcutting on copper" (talla sobre cobre), empleado junto con el
otro método en casi todas las obras impresas a partir de aquella fecha. En tal
sistema la plancha era recubierta al principio con un fondo; las partes que
habían de ser grabadas, o sea los contornos del dibujo, eran sacadas con un
instrumento puntiagudo; luego se quitaba el fondo en el espacio destinado al
texto, que era llevado sobre el metal como en el otro procedimiento y, finalmente,
se grababa todo el cobre mediante el ácido. Sólo en algunas de las obras de
Blake se utilizó el método corriente de grabado. La personalidad de William
Blake resultaba demasiado excepcional como para que pudiera ser incluida en la
tradición inglesa y hacer escuela (siquiera en pintura tuviese algún seguidor,
como Samuel Palmer). Con todo, desde su revalidación en 1863 por obra de los
prerrafaelistas, conoció una amplia fortuna póstuma. Como poeta, Las bodas del
cielo y del infierno es su obra más divulgada. Revela una clara influencia de
Swedenborg, y es una mezcla de visiones apocalípticas y de aforismos sibilinos.
A pesar de que la perspectiva actual, después de los avances del psicoanálisis
y la antropología, permite acceder a la obra de Blake de otro modo, ésta
evidencia una sabiduría inusual que se caracteriza por reflejar la oscuridad de
lo inaccesible. Como otros contemporáneos, William Blake descubrió las fisuras
y lagunas que la Ilustración dejaba de lado ante cuestiones de gran
trascendencia, y espetó su particular alegato con una densidad profética y una
energía premonitoria que lo convirtieron en una figura clave para el desarrollo
de la poética romántica. https://www.biografiasyvidas.com/biografia/b/blake.htm.
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