¿Qué es la realidad?
Pareciera una pregunta tonta; sin
embargo, no pocos tienen conciencia de eso que llamamos realidad, viven
como los gatos o las aves inmersos en un “hoy eterno”, o aferrados a
fantasías, huyendo del mundo y sus circunstancias, y de sí mismos: el
síndrome del avestruz, meter la cabeza bajo tierra para no ver lo que
sucede alrededor, ignorando los riesgos y vulnerabilidades de la vida
individual y colectiva.
La principal vulnerabilidad del país es la del “rentismo
petrolero” que caracteriza el
modelo histórico de la economía nacional desde el descubrimiento del “oro
negro” (1914). Un Estado y una sociedad que dependen de los ingresos
derivados de la explotación y comercialización del petróleo, y por tanto,
del fluctuante precio del barril de petróleo en el mercado internacional.
La frase “sembrar el petróleo”, atribuida al insigne intelectual
Arturo Uslar Pietri, resume el imperativo de emplear parte de los ingresos
petroleros para financiar la inversión en actividades productivas
sustentables (agricultura, ganadería, industria, energías renovables,
desarrollo forestal, turismo, investigación científica, innovación
tecnológica, etc.) creadoras de una auténtica riqueza interna, que
reduzca progresivamente la dependencia petrolera, y en consecuencia, el
riesgo que representa la disminución de esa renta por una drástica caída
del precio del barril petrolero.
Esa realidad ha sido tradicionalmente ignorada o subestimada por la
mayoría del país. El venezolano medio cree que vive en un país rico, y
que en su condición de nacional le corresponde una parte del ingreso
petrolero. De allí la poca propensión al ahorro y la debilidad de la
“cultura del trabajo”, del esfuerzo para realizar actividades
productivas, reforzada por la ideología del “populismo clientelar”
practicada por los sucesivos gobiernos, democráticos y autoritarios”, o
el perverso concepto del “Estado distribuidor” (el “Ogro Filantrópico”,
en la expresión de Octavio Paz) que concede dádivas a la población, a
cambio de lealtad al gobernante de turno.
Vivimos “atareados”, dedicados a una hiperactividad carente de sentido,
en un torbellino que esconde la ausencia de “subjetividad consciente”, y
la capacidad para conocer y reflexionar en forma crítica acerca del “ser”
y el “estar” en el mundo. Como bien enseña Savater en su obra “La Vida
Eterna”[1]:
“El ser pertenece a las opciones personales de cada uno, que opta
por elegir y practicar su panoplia de identidades de diverso tipo,
favoreciendo a unas respecto de otras de acuerdo con su propio criterio
de excelencia personal. El estar, en cambio, se ocupa de los requisitos
de la convivencia armónica de todos y por tanto debe establecer pautas
democráticas institucionales que prevalezcan en caso de colisión con las
exigencias de cualquiera de las entidades privadas. El ser es una
búsqueda personal pero el estar es una exigencia conjunta… fundamentadora
de las libertades que permiten la pluralidad de identidades”.
No se trata de postular un estilo de vida que conduzca a una
angustia existencial permanente, producto de pensar continuamente en la
cruda realidad, y por tanto, de subestimar las fantasías, los sueños y
las ilusiones, pues difícilmente se puede afrontar el irreversible hecho
del ser que va a morir (Sartre), sin el consuelo que nos proporcionan
esos modos de evadirnos del aquí y ahora. Ni el sol, ni la muerte, pueden
mirarse de frente (La Rochefoucauld).
Pero, tampoco se puede negar, rechazar el mundo tal como es y lo que
somos. Por más que pretenda vivir al margen, simulando, haciendo como si
no existiera el “aquí” y el “ahora”, las circunstancias de tiempo y lugar
que rodean mi existencia, no por ello desaparecerán por arte de magia (la
típica expresión ante una situación dramática: “Esto no me está
sucediendo a mí”).
La lucidez, la conciencia crítica respecto de la realidad (la sociedad:
los otros, mi propia vida) es lo que permite adaptarse conscientemente a
ella, reconociendo los peligros y vulnerabilidades que nos amenazan, así
como actuar con el objetivo de cambiarla, a pesar de que no
es tarea que esté exenta de grandes dificultades (la resistencia a
los cambios). A este respecto, Eric Fromm en su magnífico libro “Avoir ou
Etre ?, Un choix dont dépend l´Avenir de l´Homme”[2] expresa:
“…conocer comienza con la toma de conciencia acerca del carácter
engañoso de las percepciones del 'buen sentido', pues la imagen que
nos hacemos de la 'realidad física' no se corresponde con la 'realidad
efectiva', ya que la mayoría de los individuos viven semi despiertos,
medio dormidos, y en ese estado no se dan cuenta, en gran parte de su
existencia, de lo que consideran como verdadero, y de que ello
podría ser una mera ilusión producto de la sugestiva influencia del mundo
social donde viven. En consecuencia, conocer comienza por la quiebra de
las ilusiones, vale decir, por la desilusión o proceso de 'desencanto'.
Conocer significa trascender la superficie para acceder a las raíces, y
por consiguiente, a las causas; conocer significa 'ver' la realidad en
toda su desnudez y crudeza. Conocer no significa poseer la verdad, sino
superar la superficie y luchar de manera crítica y activa para
aproximarse poco a poco a la verdad”.
Esa reflexión es perfectamente aplicable al país. Somos una
sociedad caracterizada por la banalidad, la trivialidad, la
superficialidad. Y esa propensión a quitarle gravedad a los hechos que
vulneran valores humanos esenciales. Dejé de participar en aquellas
multitudinarias marchas de la sociedad civil contra el régimen chavista,
cuando en el grupo en el que marchaba alguien gritó “El que
no se agache es chavista”, no lo hice porque me pareció poco serio, y
comenzaron a gritarme “chavista”, “chavista”.
Un gobernador de estado y un alcalde organizaron en la Autopista del
Este, en los alrededores del puente que comunica con Altamira, una
fiesta con las orquestas Billo y los Melódicos para festejar el fin
del fatídico año 2002 en el que murieron 19 personas y otras cientos
sufrieron heridas el 12 de abril de ese
año. En los
foros sobre la crisis de la democracia en Venezuela no falta la ponencia
sobre “política y humor”, siempre la más aplaudida, tal vez el “gancho”
de los organizadores para atraer público. Un conocido cómico (bufón) de
la televisión dirige un comando de campaña del candidato de la oposición.
Y Chávez divierte a sus seguidores con chistes (pésimos) aplaudidos por
las focas de su entorno.
Nos sobran el “humor”, “la burla”, “la aparente viveza”, “el petróleo”,
“la felicidad” (¿el segundo pueblo más feliz de América Latina?); pero,
nos falta una dosis razonable de lucidez y sensatez, sentido común. Ya lo
dice el dicho popular “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. Ese
rasgo de la sociedad nacional actual pareciera ser común a otras
sociedades. El notable escritor, novelista e intelectual Mario Vargas
Llosa en la cumbre de la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa)
efectuada en Madrid el 7 de octubre de 2008 dictó una conferencia, “La Civilización
del Espectáculo”, en la que esbozó un mundo cuya tabla de valores está
ocupada por el entretenimiento y la diversión –según reseña el periodista
R.G. Gómez en la edición impresa del diario “El País” de esa misma fecha
(Vid, elpais.es).
Comenta el comunicador que Vargas Llosa expresó que la literatura, el
cine, la música, las artes plásticas, la política y el periodismo se han
dejado arrastrar por “la trivialización y el adocenamiento. En esta nueva
civilización, la cocina y la moda acaparan el espacio que otrora ocupara
la cultura y la filosofía. Y los políticos que antes se fotografiaban con
científicos, se sitúan ahora al lado de las estrellas de la música o
actores. En la calle, el cómico es el rey, mientras que el intelectual se
ha esfumado del debate público porque en la sociedad del entretenimiento
el intelectual sólo interesa si sigue el juego de moda o se vuelve
bufón”. Sobre ese mismo tema, el laureado escritor en un artículo
publicado en el diario la Nación en su edición del 25 de septiembre de
2010, “La Era del Bufón”, refiriéndose al impacto de la civilización del
espectáculo sobre los medios de comunicación, señaló:
“La información en nuestros días no puede ser seria, porque, si se
empeña en serlo, desaparece o, en el mejor de los casos, se condena a las
catacumbas. La inmensa mayoría de esa minoría que se interesa todavía por
saber que ocurre diariamente en los ámbitos políticos, económicos,
sociales y culturales en el mundo, no quiere aburrirse leyendo, oyendo o
viendo sesudos análisis ni complejas consideraciones, llenas de matices,
sino entretenerse, pasar un rato ameno, que la redima de la coyunda, las
frustraciones y los trajines del día. No es casual que un periódico como
Le Monde, en Francia, que es uno de los periódicos más serios y
respetables de Europa, haya estado varias veces, en los últimos años, a
las puertas de la bancarrota, se ha salvado recientemente una vez más,
pero quien sabe por cuánto tiempo, a menos que se resigne a dar más
espacio a la noticia-diversión, la noticia-chisme, la noticia-frivolidad,
la noticia-escándalo, que ha ido colonizando de manera sistemática a
todos los medios de comunicación, tanto del Primer Mundo como del Tercer
Mundo, sin excepciones. Para tener derecho a la existencia y a prosperar
los medios ahora no deben dar noticias sino ofrecer espectáculos, que por
su color, humor, carácter tremendista, insólito, subido de tono, se
parezca a los reality shows donde verdad y mentira se confunden igual que
en la ficción”.[3]
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Notas:
[1] Savater,
Fernando (2007). La Vida Eterna. Ariel, Barcelona, p 156.
[2] Fromm,
Eric (1978). Avoir ou Etre, Un choix dont dépend l´Avenir de l´Homme. Robert
Laffont, Paris, p. 78. Traducción libre.
[3] En http://www.lanation,com
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