La fragilidad de la democracia, publicado en soberanía.org, página clausurada por la narcodictadura militarista comunista terrorista en el 2016






La fragilidad de la democracia
Henrique Meier

La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás”. Winston. S. Churchill

Ese es uno de los muchos y contundentes pensamientos breves que dejó a la posteridad ese genial y versátil ser humano como lo fue Winston Churchill (1874-1965), el factor fundamental[2] que impidió con su coraje y talento político y militar que Hitler invadiera Inglaterra, y que además convenció a Franklin Delano Roosevelt para que los Estados Unidos de Norteamérica se involucrara en la II Guerra Mundial, sin cuyo aporte humano, militar, económico y tecnológico los aliados no hubieran podido derrotar la poderosa máquina de guerra construida por Hitler y el partido nazi entre 1933 y 1939. En ese sintético concepto Winston S. Churchill emplea su fina ironía para destacar a la democracia como un régimen político de indubitable superioridad axiológica al resto de los regímenes históricos de poder. Y aunque no lo diga por tratarse de una brevísima alusión a la democracia, se infiere que sólo en ese sistema de gobierno se garantiza el complejo equilibrio entre el poder y la libertad, y por tanto, donde el hombre tiene la oportunidad de superar la tendencia hacia un orden  social sustentado en el poderío o la fuerza de las armas y la coacción sicológica sobre las masas. 

WC, desde su profunda lucidez y concepción realista del individuo y la sociedad, nos alerta acerca de la común propensión a  dejarse engañar por la ilusión de las utopías políticas. Y es que en verdad no existe ningún sistema de gobierno “ideal y perfecto”: las “utopías redentoras”que prometen la “sociedad perfecta” desembocan siempre en dictaduras totalitarias, en la sumisión absoluta de los pueblos, campos de concentración y exterminio, penurias económicas y hambrunas, y en fin, catastróficas carnicerías humanas (comunismo, por ejemplo: URSS, Cuba, China maoísta, Corea del Norte). Todo régimen o sistema de gobierno es imperfecto por ser una invención del hombre, la única criatura inteligente de las especies animales (capacidad para discernir, razonar, analizar, crear) y al mismo tiempo, por esa misma razón, la más peligrosa, dada la perversidad inherente a la condición humana, pues dispone del poder para destruirse a sí misma y a todo lo viviente (la posibilidad de un apocalipsis nuclear o ecológico). Pero, y esta es la sabia ironía de Churchill, de todos los imperfectos sistemas de gobierno diseñados por el hombre, la democracia es el único que permite, reitero, y ello es una constatación histórica, garantizar la libertad en sus diversas esferas y modalidades, así como la convivencia pacífica, la prosperidad y el bienestar individual y colectivo. Sin embargo, es un régimen político sumamente frágil, ya que el pluralismo y la tolerancia que forman parte de su esencia, dejan campo libre a sus enemigos para que la destruyan desde dentro valiéndose de las libertades civiles y políticas, en especial la libertad de información, expresión y opinión, y muy particularmente el derecho de asociación con fines políticos que otorga legitimidad y legalidad a organizaciones, partidos, movimientos “políticos” y hombres portadores de ideologías autoritarias, vale decir, antidemocráticas, para participar en los procesos electorales, y por tanto, la posibilidad de que puedan acceder al poder estatal y desde allí socavar los cimientos del sistema democrático.

¿Acaso eso no fue lo que ocurrió con la elección de Hugo Chávez Frías en las elecciones presidenciales de 1998? ¿Acaso eso no es lo que pretenden Podemos y Pablo Iglesias en España? Hace unos días un periodista español señaló que el tal Iglesias y los otros dirigentes de Podemos eran auténticos “políticos” porque estaban dispuestos a utilizar cualquier estrategia para conquistar el poder, y que esa era la verdadera “ratio política” según Maquiavelo. Y hace unos años un conocido periodista venezolano afirmó que Chávez Frías era el político más competente de su generación por su “habilidad” para mantenerse en el poder (la común admiración al poder y al poderoso). En la milenaria de historia de la humanidad, ¿desde cuándo puede hablarse de democracia como régimen de organización de las relaciones de poder Estado-ciudadano, Estado-sociedad civil, salvo el caso único de la democracia directa en la Antigua Grecia? A lo sumo dicho régimen político existe como experiencia excepcional desde hace unos 7 siglos: la progresiva formación de parlamentarismo inglés (siglos XIII en adelante) y la primera democracia moderna instituida por las trece provincias que declararon su independencia de la Corona británica en el norte del continente americano constituyéndose como los Estados Unidos de Norteamérica (4 de julio de 1776), fundando la nueva república en la igualdad esencial de todos los hombres, proclamando sus derechos inalienables, tales como como la vida, la libertad y la consecución de la felicidad, así como la naturaleza democrática del gobierno, cuya legitimidad, y por ende sus poderes, derivan del consentimiento de los gobernados, y su carácter de instrumento o medio institucional al servicio de la garantía de los mencionados derechos. En esa Declaración, redactada por Thomas Jefferson, se afirma:“… siempre  que una forma de gobierno tiende a destruir esos fines, el pueblo tiene derecho a reformarla o abolirla, a instituir un nuevo gobierno, que se funde en dichos principios y a organizar sus poderes en aquella forma que a su juicio garantice mejor la seguridad y la felicidad”[3].

De modo que la democracia es algo reciente y excepcional, pues en los miles de años de historia han prevalecido regímenes despóticos, tiránicos y dictatoriales. Incluso, el siglo XX ha sido llamado acertadamente el “siglo de las dictaduras”. En efecto, al final de la Primera Guerra Mundial, los Estados Unidos, Inglaterra y Francia, países vencedores caracterizados por sus regímenes democráticos y Estados de Derecho, dan la impresión de un triunfo definitivo de la democracia. Pero, en otros países, que también fueron parte de los aliados, como Italia, las medidas autoritarias tomadas durante la guerra se prolongaron bajo la justificación de su necesidad para enfrentar  la crisis de la postguerra. Los ciudadanos de Europa Oriental y también de Europa Occidental como España y Portugal parecieron no temer la perdida de sus libertades tradicionales a cambio de una seguridad acrecentada. Por otra parte, la Unión Soviética y su programa de la “revolución mundial” del proletariado constituía, sin duda, una seria amenaza para las democracias liberales. El recurso a los regímenes de fuerza se justificaba como una defensa frente a la expansión del comunismo. Paradójicamente, la democracia victoriosa conocerá una profunda crisis en diversos países cuyas poblaciones, convocadas a la gestión del poder mediante elecciones, elegirán a un jefe, a un guía único y personal que se transformará en un dictador de tipo particular, un dictador del siglo XX. Ese es el caso de Italia (Mussolini), Bulgaria (Zankov), España (Primo Rivera), Turquía (Kémal Atatürk), Albania (Ahmed Dogo), Polonia (Pisudski), Portugal (Gómez da Costa, Carmona, Salazar), Lituania (Voldemaras), Yugoeslavia (Alexandre I° Karageorgévitch), Rumania (Carol II), Alemania (Hitler), Austria (Dolfuss), Estonia (Päts), Letonia (Ulmanis), Grecia (Metaxás). El fenómeno se generalizó  hasta tal punto que no es exagerado hablar de la “era de las dictaduras.”

Y luego de la II Guerra Mundial, a partir de los acuerdos de Yalta, y el inicio de la guerra fría, Europa quedó dividida en dos bloques: La Oriental con la expansión del Imperio comunista soviético y su modelo de dictadura totalitaria en la Unión Soviética (Stalin) y en los países que conformaron la llamada “cortina de hierro” por Winston Churchill (Polonia, Hungría, Checoeslovaquia, Ucrania, Croacia, Yugoeslavia, Estonia, Letonia, Bielorrusia, Albania, Alemania oriental) y la Occidental con la prevalencia de democracias liberales, salvo España (Franco), Portugal (Salazar), Grecia (la dictadura de los coroneles). En China imperaba una dictadura totalitaria de signo comunista (Mao), en América Latina se sucedieron dictaduras militares entre los años 50 y 90: Venezuela, Argentina, Chile, Brasil, Paraguay, Perú, Bolivia, Uruguay, República Dominicana, Ecuador. Y en Cuba desde 1959 al presente una dictadura totalitaria comunista. En Venezuela  en sólo 43 (1945-48, 1958-98) de los 187 años de vida republicana (1830-2017) puede hablarse de gobiernos democráticos surgidos de la voluntad popular y organizados conforme a los principios demo-liberales de la separación de poderes, la alternabilidad en el poder, el pluralismo político, el control constitucional de las actuaciones legislativas y gubernamentales y la garantía de los derechos asociados a la libertad autonomía (libertad ambulatoria, de pensamiento, expresión y opinión, de cultos, etc.), la libertad participación en la constitución de las autoridades estatales (sufragio, participación en partidos y organizaciones políticas, derecho a postularse para cargos públicos) y la relativa satisfacción de los derechos de procura existencial (educación, salud, trabajo etc.).

No faltará quienes aleguen que Hugo Chávez Frías fue legitimado por el voto popular en 4 ocasiones (1998, 2000, 2006 y 2012), al igual que el que Maduro en el 2013. Sin embargo, aparte de la elección de 1998 y su relegitimación en el 2000, conforme a la nueva Constitución de 1999 (por cierto el candidato de la “oposición”, algo por demás insólito, fue Arias Cárdenas uno de los comacates del fallido golpe de febrero del 92, Chávez no quería correr riesgo alguno. La oposición ingenuamente fue engañada), es un hecho público y notorio la poca confiabilidad y credibilidad en un sistema electoral cuyo órgano rector (CNE) forma parte de la neodictadura militarista y corrupta. Nadie podría negar la fraudulenta elección de Maduro en el 2013 en detrimento de la voluntad de la mayoría del pueblo-electoral y del candidato de la Unidad Democrática Henrique Capriles. Por esa razón, a Maduro se le conoce como “el ilegítimo”. También se dirá que ni el trienio adeco ni en los 40 años de la alternabilidad democrática  hubo una real democracia, que fueron gobiernos corruptos, que no se ocuparon del pueblo, y toda esa verborrea conocida de la extrema izquierda, hoy en el poder conjuntamente con lo más oscuro y podrido del estamento militar. Ya bastante se ha escrito demostrando los logros del periodo excepcional de la democracia en los diferentes órdenes de la vida societaria: educación, cultura, salud, empleo, obras de infraestructura, desarrollo urbano, desarrollo agropecuario, protección del ambiente y de los recursos naturales, etc.

Se cometieron muchos errores porque como se deduce de la frase de Winston Churchill, la democracia como obra humana es imperfecta, pero, la virtud de ese sistema de organización de las relaciones de poder, y de forma de vida social, es la capacidad que tiene para enmendar sus desaciertos. No se corrigen los vicios y fallas liquidando al sistema mediante un golpe de estado o eligiendo a un caudillo o a un partido de inocultable tendencia autoritaria y hasta totalitaria. Hitler, al igual que Chávez Frías, fracasó en una intentona de golpe contra la república democrática del Weimar, y luego fue designado Canciller para desgracia del mismo pueblo alemán que le dio un apoyo plebiscitario (94% de legitimidad social). Hay que recordar, una y otra vez, -es tan corta la memoria colectiva en este olvidadizo país-,que la primera vez que en la historia política de Venezuela se produjo la alternabilidad en el poder gubernamental en forma pacífica, constitucional y democrática fue en 1969, cuando el entonces Presidente de la República Raúl Leoni, del partido Acción Democrática, transfirió, en la sede del Congreso Nacional, la banda presidencial, símbolo del Poder Ejecutivo, al nuevo Presidente de la República, Rafael Caldera, del partido socialcristiano COPEI, quien había sido electo en comicios libres e imparciales para el período 1969-74. Hubo que esperar 139 años desde la consolidación de la República de Venezuela con suseparación de la Gran Colombia (1830) para que se produjera un cambio de gobierno sin violencia, sin sangre, para que un gobernante de una tolda política entregara el poder al nuevo gobernante del partido opositor. Y esa alternabilidad continuó en 1974 al ganar las elecciones el partido de oposición Acción Democrática y su candidato presidencial Carlos Andrés Pérez, y luego en 1979 y en 1984
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Desde que Chávez Frías y la “secta destructiva” se convirtieron en dueños del poder la alternabilidad desapareció. Sólo por obra de la paciencia, el coraje, el tesón, la corrección de errores, la Unidad Democrática conquistó la mayoría de los escaños de la Asamblea Nacional en las elecciones parlamentarias de diciembre del 2015 para el período 2016-2021 por voluntad de una rotunda mayoría del pueblo-electoral, es decir, de los ciudadanos que superando el clima de desconfianza y de falta de credibilidad del Consejo Nacional Electoral, decidieron ejercer el derecho al sufragio, manifestación del principio de soberanía individual y colectiva. Sin embargo, y como era de esperarse, la secta destructiva que controla el “poder ejecutivo” y eso que llaman “tribunal supremo de justicia”, y demás “poderes” nacionales (fiscalía,defensoría del pueblo, contraloría general de la república, consejo nacional electoral) se niega a aceptar las consecuencias del triunfo electoral de la disidencia-oposición, un milagro político, si consideramos todas las limitaciones y obstáculos que debieron superar los partidos, organizaciones y candidatos de la Unidad Democrática a los que se les negó el acceso a los medios de comunicación impresos, radiales y televisivos (la hegemonía comunicacional del régimen), además de la carencia de recursos económicos, la constante amenaza de encarcelamiento e inhabilitación política a su liderazgo por parte de Maduro, Cabello y demás miembros de la  cúpula que conforma la neodictadura militarista, el chantaje de dicha neodictadura a sus supuestos seguidores mintiendo respecto de la pérdida de los menguados “beneficios” de las misiones si llegare a triunfar la “derecha reaccionaria” apoyada por el “imperio”, como también a los funcionarios públicos que traicionasen a la “revolución socialista” y a la memoria del “comandante-eterno” (revolución calificada por el propio pueblo como “robolución” y “revolución malandra”)

Hoy el fantasma del autoritarismo y la intolerancia, alimentado por el terrorismo de las organizaciones del islamismo extremo, recorre Europa. Francia, cuna de la cultura republicana y de los derechos del hombre y del ciudadano, se halla amenazada por el populismo nacionalista de extrema derecha representado en Jean Marie Le Pen. Y España, mi querida madre patria, mi España plural y diversa, que logró luego de una cruenta guerra civil y la larga y feroz dictadura franquista, el milagro de una democracia que ha sido capaz de equilibrar el pasado monárquico con el presente republicano liberal, y la España unitaria con las autonomías de la España plural y todo ello en el contexto de la España europea, se halla en grave riesgo por la insurgencia en el escenario político del partido Podemos y su líder Pablo Iglesias, portadores de la peor ideología populista de extrema izquierda, dispuestos, para acceder al poder, a quebrar la unidad de España alimentando la irracionalidad de quienes en Cataluña y Euskadi no quieren entender que la autonomía garantizada en la Constitución de 1978 es más que suficiente para que esas comunidades sin desprenderse de España puedan vivir su supuestas identidades propias (las pequeñas patrias en la expresión de Savater).

Asimismo, no pocos españoles, como los alemanes a finales de la década de los años 20, y los venezolanos a finales de la década de los 90, culpan a los partidos y a los políticos de la crisis económica y social, algo de lo que ninguna sociedad en el Planeta está exenta. Y aunque no hay duda de la corrupción político-empresarial que sufre esa Nación, la solución se halla en el propio régimen democrático y no en la elección del aventurerismo político de Podemos. Pero, para evitar que eso ocurra los partidos políticos corresponsables del equilibrio institucional de España, el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español, deberían mirarse en el espejo de la Venezuela de los años 80 y 90, cuando Acción Democrática y COPEI, las dos grandes organizaciones políticas que hicieron posible la continuidad democrática entre 1959 y 1993, desoyeron las voces críticas que alertaban respecto de la corrupción político-administrativa, el distanciamiento de dichas organizaciones de la población y la necesidad de llevar a cabo las reformas institucionales  propuestas por la COPRE para corregir y mejorar la funcionalidad del Estado democrático de derecho. Del mencionado fantasma del autoritarismo y la intolerancia, ni siquiera la democracia en USA está a salvo. Hace más de 40 años leí en una de las obras de Herbert Marcuse, que en ese país podía acceder al poder un presidente fascista. Esa amenaza hoy es real, tal vez no se concrete, pero la popularidad de Donald Trump en parte de la población blanca angloparlante es un indicio de lo que señalaba el filósofo en la década de los 70 del siglo pasado

La democracia, que no puede ocultar sus imperfecciones, corruptela y vicios, dada la libertad de información, comunicación, expresión y opinión (a diferencia del secretismo de las dictaduras de cualquier signo ideológico), es un régimen político y de gobierno de indubitable cariz superior a cualquier sistema autoritario, porque parte de la creencia en la libertad humana, en el respeto a la dignidad de la persona, en la igualdad ante la ley, en la igualdad de oportunidades; en suma, se fundamenta en una concepción optimista del hombre. Sin embargo, al mismo tiempo ella lleva en sí la posibilidad, como antes destaqué, de su propia destrucción, pues sus enemigos naturales (los hombres y organizaciones políticas de ideologías autoritarias) y la tendencia de no pocos a la servidumbre voluntaria, a entregar su soberanía al primer demagogo que prometa la solución de los males y contradicciones inherentes a la vida social (el miedo a la libertad y la responsabilidad personal), están al acecho para dar un zarpazo a la libertad.

Tal vez el escritor que más se preocupó por ese riesgo que corren las democracias fue el magnífico ensayista francés Jean François Revel. Una de sus obras es de fundamental lectura para todo aquel que considere a la democracia como el peor de los sistemas de gobierno diseñados por el hombre, a excepción de todos los demás, en la atinada frase de W. Churchill. Me refiero a “La tentación totalitaria”:

“El problema que planteaba Revel en ese libro parecía casi insoluble. La única manera como la democracia podría conjurar el peligro que señalaba sería renunciando a aquello que la hace preferible a un sistema totalitario: al derecho a la crítica, a la fiscalización del poder, al pluralismo, a ser una sociedad abierta. Es porque en ella hay libertad de prensa, lucha política, elecciones, contestación, que sus enemigos pueden “infiltrarla” con facilidad, manipular su información, instrumentalizar a sus intelectuales y políticos. Pero si, para evitar este riesgo, una democracia robustece el poder y los sistemas de control, sus enemigos también ganan, imponiéndole sus métodos y costumbres[4].

Para conjurar ese peligro la democracia exige, entre otros, varios requisitos fundamentales, aparte del régimen de equilibrio de poderes y demás principios que les son consustanciales, a saber:

1) Una auténtica educación cívica o ciudadana en todo el sistema de escolaridad formal, así como la participación de los medios de comunicación impresos, radiales, audiovisuales y las redes sociales en la promoción y defensa del sistema democrático. Sin una cultura ciudadana republicana y democrática básica, la democracia carece de una defensa social sólida cuando surgen las amenazas desde su propio seno;

 2) Que las organizaciones y partidos políticos democráticos practiquen la democracia interna, que establezcan medios institucionales que impidan la tendencia a la burocratización y oligarquización de esas organizaciones. Asimismo, es esencial que dichas organizaciones no se alejen de la población, que estén abiertas a las necesidades y expectativas de los ciudadanos, que no se produzca separación entre representantes y representados y que contribuyan con la formación de la cultura democrática de la población;

3) Que el control de la corrupción política, administrativa y corporativa (empresas, sindicatos) se lleve a la práctica por medio de un auténtico Poder Judicial independiente, imparcial y autónomo, aplicando una severa legislación;

4) Que el Parlamento ejerza un control político permanente de las actuaciones gubernamentales, y que sea una institución abierta donde se deliberen los problemas nacionales;

5) Garantizar una auténtica descentralización político-administrativa para lograr mayor eficiencia en la solución de los problemas locales, en particular la prestación de los servicios públicos y la seguridad ciudadana, así como posibilitar la practica de la democracia próxima a la ciudadanía.
Finalizo este artículo que muy pocos leerán, citando parte del discurso pronunciado por Winston Churchill en Fulton, Misuri, en ocasión a su visita a los Estados Unidos en el año 1946:

“No dejemos jamás de proclamar, en tonos libres de temor, los grandes principios de libertad y los derechos del hombre que son herencia común del mundo de habla inglesa y que, tras la Carta Magna, la Ley de Derechos del Ciudadano, el Habeas Corpus, los juicios ante jurados y el Derecho común inglés, hallan su más conocida expresión en la Declaración de Independencia…Todo ello significa que los pueblos de todos los países tienen el derecho, cuyo ejercicio debe estar garantizado en una constitución, de elegir o modificar el carácter de la forma de gobierno por el que se rijan, y ello mediante elecciones libres, sin trabas, en votación secreta; que debe prevalecer la libertad de expresión y de pensamiento; que los tribunales de justicia, independientes del poder ejecutivo, libres de toda influencia partidista, deben administrar las leyes que hayan recibido el amplio apoyo de grandes mayorías o que estén consagradas por el tiempo y la costumbre. Estas son las escrituras de la libertad en que deben sustentarse los fuegos de todas las casas. Este es el mensaje de los pueblos norteamericano y británico a la humanidad. Prediquemos lo que practicamos, practiquemos lo que predicamos[5].

Notas:
Coincidencia en los conceptos, el mismo día
Fragilidad. El Astrolabio. Bietio Rubido. ABC.es, edición del 8/12/18

“La democracia es frágil y, por tanto, hay que estar cuidándola con esmero. En los últimos tiempos comienza a dar muestras de cansancio, y se le adivina cierto agotamiento vespertino que dibuja alguna ojera en su rostro. A pesar de ello, la queremos y ella nos quiere a nosotros, aunque no todos profesan ese amor por el menos malo de los sistemas políticos. Es increíble que tengamos que estar tirando de nuevo de ideas que creíamos ya asentadas para siempre. Entre los que practican el desamor con el clásico sistema representativo que en España es la Constitución de 1978, se encuentran los rapsodas de un discurso antiguo, que podríamos calificar de «necrofilia ideológica». Ellos han vuelto a la división de buenos y malos, van expidiendo carnés de calidad democrática, no aceptan el resultado de las votaciones y regresan a la colección fantástica de todos los errores y horrores que viejas doctrinas como el comunismo llevaron a la humanidad a desastres y genocidios. Seamos, pues, cuidadosos con el bello tesoro que poseemos: la convivencia democrática. Defendámosla serena, civilizada y ponderadamente… pero con firmeza”.







[2] Johnson Boris. El factor Churchill. Un solo hombre cambió el rumbo de la historia. Traducción por Ramón Buenaventura. Alianza Editorial, España 2014.
[3] Meier, Henrique. El Estado democrático de los derechos humanos. Universidad Metropolitana, Caracas, 2008, p. 92
[4] Varga-Llosa, Mario. Las batallas de Jean François Revel. Disponible en http://www.letraslibres.com/revista/convivio/las-batallas-de-jean-francois-revel.
[5] Johnson Boris, El factor Churchill, opus cit, p. 329.

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