Hoy 24 de diciembre estoy cumpliendo 73 años, tengo el sol en la espalda, volteo y miro dentro de mí el camino recorrido




Hoy  24 de diciembre estoy cumpliendo 73 años, tengo el sol en la espalda, volteo y miro dentro de mí el camino recorrido

Henrique Meier

Mi insignificante vida. Y lo digo no con intención despreciativa hacia mí, sino porque en el fondo la vida de cualquier hombre o mujer es insignificante si la evaluamos a la luz de los miles de millones de humanos que han poblado la tierra, un grano de arena de un desierto inconmensurable, creemos que nuestras palabras, gestos y actos tienen valor para el mundo, vana ilusión. Un hombre se esfuerza, resuella, se angustia, desea ser alguien en el mundo, trascender, darle sentido a su vida, y pasan los años, -el implacable tiempo-, mira hacia atrás, ya no hay regreso, no puede desandar sus pasos, y se pregunta inútilmente “y si no hubiera hecho esto…o aquello, y si hubiese dedicado mi vida a otra cosa”, de nada le vale lamentarse, es el misterio de estar aquí, de formar parte de la especie humana, la única que piensa, y por tanto, que puede juzgar sus pasos en la tierra y sentir el sórdido dolor del fracaso, porque no hay vuelta atrás. Si sientes que dilapidaste tu tiempo, lo único que en verdad tenemos, ¡carajo!, es un horror, no haber aprovechado la oportunidad única de transitar la breve existencia viviendo intensamente. Nada pierdo haciendo un balance de mi vida, de mi única e irrepetible vida, pues si irremediablemente voy a morir y dejar esta tierra a la que amo desesperadamente, si fatalmente me convertiré polvo en el polvo, tal vez el olvido total, absoluto, y ante las dudas de la posibilidad de una existencia transterrenal, un reino del puro espíritu, creo necesario ordenar el caos en que consiste toda vida humana. Desde los dieciocho años, aproximadamente, he vivido con un crónico desasosiego, una suerte de angustia que no me abandona sino en determinados momentos de euforia y alegría. Hoy, en el momento en que esto escribo, con 73 años a cuestas, no he podido superar ese desasosiego y aunque amo a una mujer bella y buena, no he logrado alcanzar la anhelada paz del alma, el sosiego, la tranquilidad. Estoy sumido en contradicciones. A veces me creo un hombre maduro, sabio, fuerte, lúcido, justo, libre, que sabe lo que quiere de la vida, y lo que quiere en la vida que le resta, con suficiente valor para elegir el mejor de los caminos; y otras, aquel joven de 18, 19, 20 años que fui abrumado por la incertidumbre, confundido, dudando de mis supuestas virtudes, de mis decisiones vitales, con el alma en vilo, perdido el pretendido sentido de mi existencia.

El espejismo de la psicología positiva

Por eso no creo en la denominada “Psicología positiva” moda extendida en las redes sociales y objeto de cátedras universitarias. Esa boba o estúpida pretendida “filosofía de la vida” basada en un falso optimismo respecto de la condición humana, que niega de plano nuestra condición de seres complejos, enigmáticos, dialécticos, que pretende inculcar la idea de que el individuo puede ser feliz en forma permanente mediante un acto de voluntad: “decido ser feliz”, “me amo, me quiero”, “rechazo todo pensamiento y sentimiento negativo”, “fuera la tristeza”, es decir, la vida cual lecho de rosas, como si la tristeza, las desilusiones, el desamor, la derrota, el pesimismo, la depresión, no fueran parte inescindibles de nuestras existencias. Unos años atrás me inscribí en un curso de esa tal “Psicología” que dictaría una profesora (“especialista” en esa materia) de la Universidad en la que laboré 16 años. Asistí a una sola sesión, los cursantes, todos profesores universitarios “maduros”. La tal profesora, arrogante, presuntuosa, sus ejemplos sobre conductas “positivas” se referían a ella misma y a sus familiares. Al tocar un punto relativo a la necesidad de “fluir”, de no preocuparse, de no angustiarse en cualquier circunstancia, puso un ejemplo: “Si ustedes vienen en sus carros por la Avenida Boyacá hacia la Universidad y se topan con una tranca, fluyan, pongan un disquete para estudiar inglés y así no pierden tiempo”. Me levanto del asiento y le digo: “Como no, profesora, y en eso le dan un golpe fuerte al vidrio, un malandro motorizado con una 9 milímetros que le espeta “Mami, dame el celular o te quiebro”. Entonces la profesora, bastante molesta me responde “Profesor no sea tan pesimista”… “No, mi estimada profesora, es realismo, esta es una de las ciudades más violentas del mundo, y ese modus operandi ocurre constantemente en esa vía, su sugerencia es peligrosa, a todos les digo, estén alertas en una tranca”. No volví al curso por obvias razones. ¿Qué dirían Freud y Jung? de esos psicólogos de pacotilla que pretenden negar los impulsos de Tanatos y Eros que gobiernan la vida humana. La falsedad de esa “psicología” radica en la incomprensión o negación de la naturaleza dual o dialéctica de la condición humana, de nuestra especificidad antropológica: el impulso de muerte y destrucción que explica la violencia mórbida (Tanatos), muy diferente del instinto de conservación común en entre las especies animales y la humana (Fromm), coexiste con el impulso de vida, de creación, de empatía (Eros). Quien no ha llorado y con amargura, mal puede disfrutar y regocijarse de sus momentos de alegría y plenitud; quien no ha sido derrotado no es capaz de saborear los triunfos momentáneos, porque ambos son espejismos de la carne que va a morir; quien no se ha deprimido por la muerte de un ser querido, no es capaz de reconocer el amor cuando toca a su puerta; quien no sufre por la destrucción de la naturaleza, no puede gozar la mágica hermosura de una puesta de sol a la orilla del mar. No, no, la vida es un misterio y no hay vacuna alguna que pueda inmunizarnos contra las desgracias que nos acechan, sólo esperar en Dios su compasión y amparo.

Bien lo expresa Chuang Tse (c 335 c. 275 a. de c):

“El júbilo y la ira, la tristeza y la felicidad, preocupaciones y pesares, indecisiones y miedos, son cosas que nos sobrevienen por turnos, con humores siempre cambiantes, como la música de las cavidades, como las setas de la humedad. El día y la noche alternan dentro de nosotros, pero no podemos decir cuándo surgirán. ¡Ay!, ¡ay! ¿No podríamos por un momento poner el dedo en su verdadera causa? Pero sin esas emociones, yo no sería. Sin mí, no habría quien las sintiera. Hasta aquí podemos llegar, pero no sabemos por orden de quién entran en juego. Pareciera que hay un alma, pero falta la clave para su existencia. Que funcione es bastante creíble, aunque no podamos ver su forma. Tal vez tenga una realidad interior sin forma exterior…pero el que descubramos o no la verdadera naturaleza del alma importa poco al alma misma. Una vez entrada en esta forma material, sigue su curso hasta agotarse. Verse acosado por el desgaste de la vida e impulsado hacia adelante sin posibilidad de detener el propio curso ¿no es algo muy lastimoso trabajar sin pausa durante toda la vida y luego, sin vida para recoger el fruto, agotado por el esfuerzo, tener que marcharse no se sabe adónde? ¿No es acaso una justa causa para la aflicción? Los hombres dicen que no existe la muerte. ¿De qué sirve esto? El cuerpo se descompone y el espíritu lo acompaña. ¿No hay aquí una gran causa para dolerse? ¿Puede ser el mundo tan estúpido que no lo vea? O ¿es que el único estúpido soy yo?”[1].

Hace unos 40 años escribí este poema:

 “Dices: eres inteligente, joven (tengo un alma muy antigua), tres hijos, esposa (agotada de este extraño vivir a su lado) ¿Por qué ese lastimoso caminar? No sabes amiga, algo me acecha por dentro, es una fiera, monstruo invisible, se alimenta de mis entrañas, me agota y luego deja este desecho, estos jirones y unos ojos poblados de cicatrices”[2].

Como dice el inigualable Pessoa:

“Toda la vida humana es un movimiento en la penumbra. Vivimos en medio de un crepúsculo de la conciencia, nunca seguros de lo que somos o de lo que creemos ser. En los mejores de nosotros habita la vanidad de alguna cosa, y hay un error cuyo ángulo desconocemos. Somos algo que sucede entre el entreacto de un espectáculo; a veces, a través de ciertas puertas, entrevemos lo que quizás no sea sino un decorado. Todo es confuso como voces en la noche…Es en estos momentos de un abismo en el alma cuando el más pequeño pormenor me atenaza como una carta de despedida”[3].

La conciencia de la muerte, del final irremediable que puede sobrevenir en cualquier instante, me ha hecho comprender la futilidad de la mayoría de mis actos, y de los actos de los otros, las preocupaciones necias, la vanidad, los celos, la envidia, el podrido sentido de la importancia personal, el temor ante el futuro, el culto a la imagen, la búsqueda de la aprobación ajena, la ira ante hechos intrascendentes. Y esa permanente contradicción: ver la esencia de la vida, saber con la conciencia, el alma y el corazón cual es el camino a seguir, y, sin embargo, caer una y otra vez en la perversa trampa del mundo, el espejismo de la inmortalidad. He tratado de llegar hasta el fondo: vivir sin ilusión alguna, libre al fin de toda ambición y deseo, sin esperar nada, sin recuerdos, ni esperanzas. Inútil quimera, somos animales necesitados del engaño, alimento indispensable para el espíritu. No hay hombre que no viva aferrado a un espejismo: poder, dinero, gloria, fama…Y así, siempre regresan las vanas ilusiones:

 “Y es que este ser que piensa/ sueña/ late/ de pronto convertido en cuerpo inerte/ como una roca/ peor que un insecto/ la mosca que huye de mis manotazos al aire/ chatarra de carne/ sin ánima/ la vida esfumada en segundos/ en la inconsciencia total del dios negro de la muerte…”[4]

La poesía es desgarro, corazón herido de infortunio, crónico sentimiento de soledad. Es saberse condenado a la muerte, esfuerzo inútil por entender el misterio, dolor del alma expresado en palabras, extraña articulación de sonidos. El poeta (intento serlo), mariposa de tristeza, da vueltas y vueltas alrededor de la llama de la vida, y al final revienta como cualquier hombre, como cualquier animal. ¿Qué son los poetas? No me refiero a los arrogantes miembros de las academias de la lengua, sino a los que llevan una herida de alma incurable:

“Frágiles
Precarios seres
Reunidos alrededor
De la efímera palabra
Portadores de lacerantes tristezas
Incapaces de alzar banderas
Ni siquiera los deshilachados
Hilos de alguna cósmica alegría
Militantes de la duda
Habitantes del dolor
Nos refugiamos en
Repetitivos versos
Para testimoniar
¡Nada!
Apenas una infinita
...perplejidad”

La perplejidad: Mirase en el espejo y no reconocerse, quedar atrapado en una pesadilla que se reitera, cada vez que cierras los ojos, sentir que el mundo se derrumba, cuando las palabras se vuelven espejismos del misterio. “Hoy los poetas sólo pueden ser irónicos-nos dice Rafael Cadenas-Sus afirmaciones, contrastes, paradojas los delatan. Eran diferentes los antiguos. Tenían de su parte a un dios o una diosa cuando no perdían su favor siempre incierto. Repetían: aere pernnius. ¡Cuánto orgullo! Nada previeron. Ahora se encuentran con la orden de tierra arrasada (que se cumple puntualmente), el viejo recomenzar de una hoja en blanco”[5].

¡Cuánta verdad en los versículos del Eclesiastés!:

“3.19. Porque lo que sucede a los hijos de los hombres, y lo que sucede a las bestias, un mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros, y una misma respiración tienen todos, ni tiene más el hombre que la bestia, porque todo es vanidad.3.20 Toda va a un mismo lugar; todo es hecho de polvo, y todo volverá al mismo polvo.3. 21 ¿Quién sabe que el espíritu de los hijos de los hombres sube arriba, y que el espíritu del animal desciende abajo de la tierra? 3. 22 Así, pues, he visto que no hay cosa mejor para el hombre que alegrarse en su trabajo, porque ésta es su parte; porque ¿quién lo llevará para que vea lo que ha de ser después de él?5.15 Como salió del vientre de su madre, desnudo, así vuelve, yéndose tal como vino; y nada tiene de su trabajo para llevar en su mano.”

DH Lawrence en su fascinante novela “Mujeres enamoradas” escribe con clarividencia “…hiciese lo que hiciese la humanidad, no podría apoderarse del reino de la muerte, anular eso. Habían convertido el mar en un patio de criminales y una sucia senda comercial “…habían disputado en cada pulgada de tierra de una ciudad. También reclamaban el aire, lo compartían y parcelaban, entregándolo a ciertos propietarios, violaban sus fronteras invisibles para luchar por él. Todo había desaparecido, todo estaba tapiado, con puntas de lanza en lo alto de los muros…Pero ante el reino de la muerte, grande, oscuro, ilimitable, la humanidad era forzosamente encarnecida. Los hombres podían afanarse sobre la tierra, como variados diosecillos que eran, pero el reino de la muerte se burlaba de ellos; frente a él se reducían a su verdadera y vulgar necedad…Fuese lo que fuese la vida, no podría hacer desaparecer la muerte, la muerte inhumana trascendente”[6]. El escritor inglés publicó esa obra en 1916, si resucitara hoy se percataría de que el mar lo han convertido en un basurero, un depósito de sustancias insusceptibles de biodegradarse, arruinando la vida marina y la belleza de las profundidades, basta con mencionar la chatarra de barcos y submarinos hundidos en las II guerras mundiales, las explosiones de bombas atómicas en el subsuelo marino, los derrames de petróleo, los efluentes de aguas industriales en las costas, etc., Jaques Cousteau perdió su tiempo luchando para salvaguardar la biodiversidad marina ante la codicia y la indiferencia de los Estados más poderosos. Vivimos en el contexto de una cultura que pretende ignorar la muerte, que la aprecia como una desgracia que debe conjurarse. Y por eso el hombre moderno se rodea de objetos, la tecnología, y vive en el ruido, en una actividad incesante, para no escuchar las antiguas voces que vienen de lo más profundo del misterio. No sabemos de dónde venimos, hacia dónde vamos, ni qué hacemos aquí, y aunque creamos en Dios como el origen, la causa de la Creación del universo, la tierra y el hombre, él mismo es un misterio. ¿Quién no tiene dudas? El propio Jesucristo, el hijo de Dios, en los últimos momentos de su agonía humana y ante los terribles sufrimientos de su carne lacerada por los latigazos, sus manos y pies atravesados por clavos, abandonado por sus seguidores, condenado por los mismos a quienes había llevado la buena nueva, el evangelio del amor, la tolerancia, la solidaridad, la compasión, la misericordia y el perdón, viendo a su madre llorando bajo la cruz exclamó: “Padre, ¿Por qué me has abandonado?” En un momento de desesperación ante la crueldad incurable de la humanidad escribí unos versos “sacrílegos” para muchos cristianos:

La tristeza de Cristo

Cordero de Dios
Despreciado por tu
Pueblo que tanto amaste,
Solo/abandonado a la hora de tu muerte,
Víctima del engaño de tu Padre Omnipotente,
Crucificado para redimir al hombre,
Limpiar sus pecados
-sacrificio inútil-
Tu triste rostro
(Llorosos ojos)
Es el mismo de millones
De hombres y mujeres
Camino al matadero
Apaleados/vejados/humillados,
Y siempre los poderosos
De la tierra
Alzando la espada/la ley/ el yunque,
La sangre derramada
En veinte siglos de oprobio
No han dejado huella alguna,
La historia se repite, círculo atroz de desesperanza”[7].

Y ante la muerte prematura de un amigo:

“No me den esa noticia, difiéranla, ocúltenla, díganme una mentira, que no quiero saber de la muerte, de este injusto azar de la vida. ¿Quién podría explicarme la precoz muerte de un justo? En esta historia de asesinatos y latrocinios, de genocidios y atrocidades, en esta tierra ensangrentada y mancillada por el horror, la muerte de un hombre justo clama gritarle a Dios su desatino. No me resigno, no me digan que “así es la vida”. Dios, a ti, te increpo, dame una razón para que un justo muera antes de cumplir su periplo”.

Creemos que tenemos tiempo, que podemos dedicarnos con afán a la búsqueda del logro: dinero, poder, fama. Y así nos convertimos en diestros maestros de la intriga, la mentira, la adulación, la manipulación. Desde la mañana a la noche, de lunes a domingo, ejecutamos el ambicioso plan que nos llevará a la cumbre, ¿cuál? Olvidamos el amor, la compasión, la solidaridad. Nos convertimos en seres incapaces de disfrutar el alba, el canto de pájaros al amanecer, la fiesta de colores del atardecer, la sonrisa de un niño, el amor y la amistad que seres extraordinarios nos brindan desinteresadamente, sin esperar nada a cambio. Demasiados atareados, ensimismados, ciegos y sordos, no vemos ni escuchamos el magnífico espectáculo de la vida. En un poema de juventud “Como todos” expreso ese sentir:

“Un conjunto de máscaras
Rostros falsos
Al levantarse en el almuerzo al acostarse
De lunes a domingo
En la ciudad o en la playa
Igual que los otros
Como todos
Un día se miró con detenimiento en el espejo
Y extraños ojos muertos lo observaron
Desde el misterio…” [8]

¡Dios! no quiero vivir de espaldas a la poesía por eso en un poema, dedicado al niño que una vez fui, digo:

“Vamos en bicicleta
A pie
Sin dinero
Sin títulos
Lejos del gran señor
Docto/profesor/ aburrido
Mundo de intrigas/envidias
Maledicencias
Negra y podrida mentira
De un hombre de espaldas
A la poesía…”[9]

Y a eso hemos venido. A ser simples testigos de estas maravillas, a mirar con los ojos del alma, a sentir el latir del corazón de la tierra. Aspirar con profundidad la brisa que viene desde la inmensidad sin principio ni fin que nos rodea. Somos incapaces de añadir un palmo a la obra del Creador, pero si podemos ayudar a conservarla. Que a la hora de la muerte tengamos la convicción de haber hecho todo lo posible por mejorar este mundo, o al menos no haber contribuido con el sufrimiento y las injusticias. En ese sentido, el sacerdote Ángel Iván Rodríguez nos invita a ser poetas de la vida:

“Debemos ser poetas de la vida, para observar y admirar la grandeza de Dios en todo lo que nos rodea. Miremos atentamente el rostro de un amigo, como si fuera la primera vez, y observemos la caída de una hoja seca, el correr del agua en el río, la salida de la luna o una puesta del sol…Que nunca seamos ciegos, o que sólo veamos lo que nos interesa. Que no nos convirtamos en el pescador que, de tanto ver el mar, ya no aprecia la belleza y majestad del mismo. Que nunca seamos de los que miran sin ver, escuchar y oír”.

Inspirado en la obra del Supremo Artista, creador de esas maravillas que no cesan de asombrarme, escribí estos poemas:

“¿Qué puedes decir, si todo ha sido dicho? ¿Qué puedes hacer, si desde el inicio todo ha sido hecho? ¿Podrías acaso construir una montaña? ¿Inventar el canto de los pájaros? ¿Su raudo vuelo? ¿Dibujar nubes en lo alto?, Nada de lo que haga o diga el hombre podrá añadir un palmo a la obra del Supremo Hacedor. Y entonces ¿Qué es vivir? Desde antes del comienzo de los tiempos nos fue revelado el secreto: “Vivir es instalarse en el centro del universo, es iluminarse en el Ser, incendiarse un instante, y luego integrarse sin conciencia a esa inmensidad misteriosa que está allí ¿No la ves? Abre tu corazón y los ojos del alma, la silueta de Dios se perfila en las montañas, en el cósmico silencio de la eternidad”[10].

 En otro poema exclamo:

“¡Qué pobres estas palabras para expresar mi regocijo por lo que mis cansados ojos perciben!, esto que escribo jamás superará la vivencia de lo que veo y siento en este instante, como el de ayer, o hace años, es el mismo y es otro, es un fulgor de eternidad, espacio y tiempo se diluyen, pierdo la noción de esta insignificante criatura que soy ante la inmensidad que me envuelve, y otra vez, -como si fuera la  primera-la caída de la tarde, cuando el sol declinado su fuerza ilumina la montaña, los colores mezclándose: verde, marrón, dorado y el azul del firmamento palideciendo, transmutándose en negra cúpula donde brillan las estrellas, paisaje que pintor alguno, con todo su genio, podría reproducir en un estático lienzo, lentamente anochece, escucho el canto de los últimos pájaros diurnos, y ese silencio cósmico que no deja de conmoverme, una suave brisa acaricia mi rostro, como si fuera la mano de Dios calmando mí desasosiego, aspiro el perfume de una flor desconocida, y entonces doy gracias al Creador por su magnífica obra, por estar aún vivo para dar testimonio de su grandeza…”.

Estamos de paso. Somos protagonistas de una aventura inédita. Precarios pasajeros de un viaje que puede terminar en cualquier momento y lugar, partículas de nada, y no obstante poseemos esta conciencia que nos permite darnos cuenta. Grandeza y miseria se unen en la condición humana. Y esa es mi contradicción. No hay día en que no sufra por ese descubrimiento. Como Camus puedo decir que no hay ansias de vivir sin desesperación de morir. Consciente estoy de este viaje gratuito de la vida: “Estoy vivo/ No sé cuándo dejaré esta tierra/ Me duele el azul del mar/ La soledad de sus profundas aguas / Saberme transeúnte/ Precario pasajero en este viaje gratuito de la vida…

“Sí, mi vida concreta única, irrepetible, hora tras hora, segundo tras segundo, amenazada de extinción por el hecho cierto, real, inexorable, de tu muerte personal. Sabes que si hoy mueres mientras escribes estas líneas, el mundo seguirá su curso sin ti. Quizás te lloren sus seres queridos, o que si tu obra, si la tienes, no pase de inmediato al olvido; pero esa esperanza de trascendencia ¡espejismo de inmortalidad! ¡Qué pobre consuelo!, frente a la cruda verdad que del otro lado del muro ni siquiera de enteres, lo seguro es que no vas a disfrutar el reconocimiento post-morten, como si puedes hoy-mientras la muerte no te toque, disfrutar la gloria de las horas clandestinas, sintiéndote parte de lo viviente, gozando de las maravillas que te ofrece la vida sin esperar nada de ti”.

Soy la propia incongruencia de la vida, un desesperado, no tengo reposo. Reconozco mis terribles defectos, mis graves errores, esta cólera, esta ira que no termino de controlar, a veces justa, otras, absolutamente innecesaria.  Es el precio de la lucidez, maldito cuchillo que penetra la piel de las apariencias y deja en carne viva la atroz realidad del ser humano. ¡Cómo quisiera olvidarme de mi mismo!, flotar en el aire como un globo, convertirme en piedra de un desierto, de un río, o en algún pájaro solitario inconsciente de su existencia, dedicado a volar y cantar, nada más. Pero, no, tengo esta herida de lucidez desde mi juventud, y no hallo manera de cerrarla.

Me refugio en la poesía:

“¿Quién nos ha lanzado en esta carrera hacia parte alguna?
¿Cuál es el fin de la vida?
“¿Por qué un hombre debe hacer, actuar, trabajar programar?
Toda esa febril e incesante actividad
Pensar en metas
Nos obligan a escalar
Buscar posiciones dinero, fama, poder
Y los días se suceden uno tras otro
Amanece y ni siquiera escuchas el canto de los pájaros
No nos percatamos del brillo de las hojas en la temprana edad del día
Tampoco aspiramos el viento del atardecer
Y dejamos pasar el renovado misterio de la noche
¡Cómo he luchado para no luchar!
Abandonarme a las fuerzas de la vida
Penetrar los secretos del mundo
Descifrar el misterio de los antiguos paisajes
La angustia del hacer me impide
Vivir en armonía con estas misteriosas
Fuerzas de la eternidad
Ambiciono la perfecta identidad
De las estrellas con el firmamento…”[11]

73 años

¿Qué se hicieron?
Sé que he vivido intensamente
Pero toda esa vida a lo largo
De esos años
Apenas unos vagos recuerdos
Que comienzan a diluirse en la
Penumbra de la desmemoria
Sé que he tenido una buena vida
Que siempre acerté en lo fundamental
No erré el camino
Ya no aspiro a nada
Las ilusiones se esfumaron
Me contento con la sonrisa de mi amada
Y un poco de sol en la mañana….







[1] El libro de Chuang Tse. Arca de Sabiduría.
[2] Henrique Meier. Primavera Envejecida. Editorial Contemporánea, 1978.
[3] Pessoa. El libro del desasosiego .Edición Manuel Moya, 1982.
[4] Henrique Meier. Embriagado de Misterio. Pavilo, 1999
[5] Rafael Cadenas. Obra completa. Fondo de Cultura, 1995.
[6] D.H. Lawrence. Mujeres enamoradas. Bruguera-Libro Amigo, 1983.
[7] Meier Henrique. Embriagado de Misterio. Pavilo, Caracas, 1999.
[8] Henrique Meier. Primavera Envejecida. Editorial Contemporánea. Caracas, 1978.
[9] Henrique Meier. Horas Clandestinas. Pavilo, Caracas, 2001.
[10] Henrique Meier, Embriagado de Misterio, opus cit.
[11] Henrique Meier. Viaje hacia las sombras. Editorial Hojas Sueltas, Caracas, 1983.

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