El “derecho de resistencia” y los regímenes dictatoriales en el siglo XXI, publicado en soberanía.org, página clausurada por la narcodictadura militarista comunista terrorista.




El “derecho de resistencia” y los regímenes dictatoriales en el siglo XXI
Prof. Henrique Meier
(a) Resurgimiento del interés por el derecho de resistencia
En la medida en que el fenómeno de la dictadura, y en particular la añoranza por ese oprobioso régimen de poder, no pareciera haber desaparecido del todo en este nuevo siglo como bien lo advierte el profesor Julián Casanova en su artículo, “Nostalgia de dictadores”[1], el derecho de resistencia sigue teniendo actualidad[2].
La posibilidad de incorporar en la Constitución política una norma que reconozca ese derecho, como lo hizo la del 99 en Venezuela (Art. 350), suscita controversias, especialmente en aquellos países que decidieron incluirla en las reformas constitucionales del último tercio del siglo XX (Portugal, Constitución de 1976, Art. 22) e inicios del XXI.
Cualquiera sean las estrategias y medios que pudieran implementarse para resistir las acciones opresivas de un Estado, vale decir, la violación a los derechos humanos, la tendencia común entre juristas, filósofos, teólogos y sociólogos es el rechazo a la violencia terrorista como método legítimo de lucha.
(b) El derecho de resistencia y el Estado Liberal-Burgués del siglo XIX
En los siglos XIVIII y XIX el Estado Liberal-Burgués se caracterizó por las respuestas que dio a las exigencias de la ascendente burguesía como clase social dominante y base de legitimidad social de ese nuevo Estado, en el tema de los límites al ejercicio del poder estatal para garantizar la esfera de las libertades políticas y económicas conquistadas en su lucha contra el absolutismo monárquico.
La necesidad de limitar el poder estatal constituyó la principal preocupación de una clase social requerida de un Estado restringido a proteger la vida y bienes de los ciudadanos, y a garantizar el orden social y la paz pública, a fin de que la economía (de mercado) pudiese desarrollarse “libremente” (teoría del Estado “mínimo”).Las limitaciones al poder estatal se concretaron en la propia organización institucional del mismo con fundamento en determinados principios que conformaron las bases de una nueva “axiología” de las relaciones de poder.
Pero, en los casos en los que esos frenos  institucionales  no pudiesen evitar la tendencia al abuso del poder estatal, entonces, el derecho de resistencia, sublevación, insurrección o revolución fue concebido como un remedio extremo ante la opresión, lo que Bobbio denomina la “constitucionalización del derecho de resistencia y de revolución[3].
Esa prevención, motivada en la protección de los derechos y libertades articulados a la garantía de la autonomía del individuo frente al Estado, tiene por finalidad impedir tanto la “concentración y el abuso de poder” como la “usurpación del poder legítimo”.
 (1) La tendencia del poder estatal a concentrarse en una instancia única y a ampliar su dominio de intervención a costa de la esfera de autonomía del individuo y la sociedad, trata de prevenirse mediante dispositivos institucionales integrados a la propia organización del Estado. Esa idea de una prevención institucional de la dictadura, observable en la Constitución francesa de 1792, en la norteamericana de 1787, e incluso en la Constitución Nacional de 1999 (CN) y en todas las constituciones de los Estados democráticos de Derecho del presente, herederas de la tradición Demoliberal, pretende garantizarse,-no siempre se logra,- mediante la constitucionalización de los principios siguientes:
-El Principio de separación de poderes (Art. 136 CN: “Cada una de las ramas del Poder Público tiene sus funciones propias”);
-El reconocimiento y garantía de los derechos y libertades fundamentales del hombre y del ciudadano (Art. 3 CN:“El Estado tiene como fines esenciales la defensa y el desarrollo de la persona y el respeto a su dignidad…y la garantía del cumplimiento de los principios, derechos y deberes reconocidos y garantizados en la Constitución);
-La sujeción general del poder al Derecho y en particular a las reglas que definen las competencias de los diferentes órganos del Estado (Principio de legalidad), o Estado de Derecho (Art. 7 CN: “La Constitución es la norma suprema y el fundamento del ordenamiento jurídico. Todas las personas y órganos que ejercen el Poder Público están sujetos a esta Constitución”).
Esos principios constitucionales integran la llamada “Legitimidad de desempeño o axiológica” (la “Cláusula Democrática), ratificados en el ámbito supranacional por el actual régimen de poder con la suscripción de la Carta Democrática Interamericana en 2001, cuyo Art. 3 dispone:
“Son elementos esenciales de la democracia representativa, entre otros, el respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales; el acceso al poder y su ejercicio con sujeción al estado de derecho; la celebración de elecciones periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo; el régimen plural de partidos y organizaciones políticas; y la separación e independencia de los poderes públicos”.
La violación de esa “axiología” por parte de las personas y órganos que integran el Poder Púbico coloca al régimen de “gobierno” en situación de “ilegitimidad dedesempeño” de acuerdo a lo previsto en el Art. 350 constitucional. Y aunque en su origen un gobierno se hubiere constituido en forma democrática, la ilegitimidad de desempeño lo transmuta en un poder antidemocrático o dictatorial.
 (2)Asimismo, los teóricos del modelo de Estado Liberal-Burgués plantearon la necesidad de extender esa prevención institucional al control de la amenaza que supone para las libertades y derechos ciudadanos las diversas modalidades de “usurpación” del poder legítimo. Ese control preventivo implica el reconocimiento y garantía de las principales instituciones del componente democrático (democracia representativa) del Estado, a saber:
-La investidura popular de los gobernantes y la verificación periódica de esta investidura por medio del gradual reconocimiento del derecho al sufragio a los sectores de la población excluidos de ese derecho político en la etapa de la democracia censitaria, hasta la consagración del sufragio universal (“legitimidad de origen”, Art. 63 CN: “El sufragio es un derecho. Se ejercerá mediante votaciones libres, universales y directas…”) como recurso político constitucionalizado del pueblo para desplazar del poder a los gobernantes, sustituyéndolos por otros, utilizando las reglas de la normalidad (y normatividad)constitucional, vale decir en forma pacífica, cívica, civilizada, sin derramamiento de sangre.
La alternancia en el poder, antes de la consolidación del Estado democrático de Derecho, sólo podía hacerse realidad mediante la violencia armada.  Recuérdese, al respecto, que el país tuvo que esperar 139 años para que un Presidente, Raúl Leoni (1964-69), del partido en el gobierno (AD), transmitiera la banda presidencial a un Presidente electo, Rafael Caldera, líder de un partido opositor (COPEI): hito histórico ocurrido en 1969, pues desde 1830 hasta esa fecha histórica, nunca se había producido una alternabilidad pacífica del poder político (con el triunfo de Chávez-Frías en las elecciones de 1998, la fugaz etapa de la alternabilidad desapareció entre las sombras del pasado autocrático restaurado por el fenecido teniente coronel y su “secta destructiva”);
-La legitimación de la oposición al poder gubernamental, es decir, el reconocimiento institucional de un poder alternativo, o si se quiere, la institucionalización del “rival” del partido o los partidos políticos de “gobierno” que se expresa en el Principio de la alternabilidad o alternancia política, y que exige la existencia de dos o más partidos políticos con posibilidades reales de alternarse en la titularidad y ejercicio del poder gubernamental y del parlamentario, lo que implica, también, la pluralidad de medios de información, comunicación y expresión libres que permitan a la oposición realizar la crítica al poder establecido y presentar a la opinión pública su oferta política (CN:Arts. 6: “El gobierno de la República Bolivariana de Venezuela y de las entidades políticas que la componen es y será siempre democrático, participativo, electivo, descentralizado, alternativo, responsable, pluralista y de mandatos revocables”, 57: “Toda persona tiene derecho a expresar libremente sus pensamientos, sus ideas u opiniones de viva voz, por escrito o mediante cualquier otra forma de expresión y de hacer uso para ello de cualquier medio de comunicación y difusión, sin que pueda establecerse previa censura”, 58: “La comunicación es libre y plural”, negritas mías).
La investidura popular de los gobernantes y su verificación periódica mediante un sistema electoral que garantice elecciones libres, imparciales y justas (Art. 3, Carta Democrática Interamericana), constituye la llamada “legitimidad democrática de origen”. La asunción al poder por medio de actos de violencia armada (golpes de estado, revoluciones) implica, sin duda, la violación a ese principio de legitimidad. Asimismo, la preservación del poder haciendo uso de prácticas electorales fraudulentas (elecciones que no puedan calificarse de libres, imparciales e independientes), conlleva, también, a una irremediable “ilegitimidad de origen”. En ambos supuestos no hay manera de evitar calificar como poder público antidemocrático a los regímenes sustentados en la violencia armada o en el fraude electoral.
Y la legitimación del poder opositor o rival del poder gubernamental para garantizar la posibilidad de una real alternancia en el poder democrático (pluralismo político), con las garantías que permitan el libre ejercicio de la crítica a las acciones u omisiones de los titulares de los órganos estatales, como también el derecho de la oposición a competir en los procesos electorales en condiciones básicas de igualdad con los detentadores de los órganos ejecutivos y parlamentarios, es conditio sine qua non para catalogar a un Estado de democrático o autoritario, según los casos (legitimidad de desempeño). 
Ahora bien, si la “prevención institucional” mencionada no resulta eficaz, entonces se legitima el “derecho de resistencia” cuya finalidad es abolir el poder opresivo, tal y como se expresa en parte de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos del 4 de julio de 1776 (elaborada por Thomas Jefferson, John Adams, Benjamín Franklin, Roger Sherman, y Robert R. Livingston, elegidos miembros del comité encargado de redactar esa Declaración, aunque la mayoría de los autores sólo se refiere a Jefferson como el autor de ese documento):
“Todos los hombres son creados iguales, que a todos les confiere el Creador ciertos derechos inalienables entre los cuales están la vida, la libertad y la consecución de la felicidad, que para garantizar esos derechos los hombres instituyen gobiernos que derivan sus justos poderes del consentimiento de los gobernados; que siempre que una forma de gobierno tiende a destruir esos fines, el pueblo tiene derecho a reformarla o abolirla, a instituir un nuevo gobierno, que se funde en dichos principios  y a organizar sus poderes en aquella forma que  a su juicio garantice mejor la seguridad y la felicidad”[4].
Ese derecho está garantizado en el mencionado Art. 350 de la CN:
“El pueblo de Venezuela, fiel a su tradición libertaria, a su lucha por la independencia, la paz y la libertad, desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos”.
(c) El derecho de resistencia y el Estado de siglo XX
Si el problema del derecho de resistencia suscita un renovado interés, ello se debe al surgimiento de nuevas ideologías políticas en el sigo XX que “legitimaron”, por diversas razones, la intervención del Estado, en variados grados de intensidad, en las esferas económicas y sociales reservadas por el Liberalismo a la autonomía del individuo. Hoy sabemos que el desarrollo de la sociedad industrial no significó una disminución de las funciones estatales como los liberales lo habían creído; por el contrario, la interferencia del Estado en la esfera económica y social aumentó de manera considerable.
En los países donde se impuso la revolución socialista (URSS, Alemania del Oeste, Hungría, Polonia, Checoeslovaquia, Rumania, Cuba, China, Corea del Norte), el Estado, lejos de desaparecer como fin de la historia en la “profecía marxista”, invadió la totalidad de los ámbitos de la vida individual y colectiva: estatalismo, o también “Estado caníbal” por engullir en sus fauces al individuo y la sociedad (“Nada fuera del Estado, nada contra el Estado, todo dentro del Estado).
 Y en las democracias occidentales de la postguerra, la necesidad de reconstruir el tejido social y la infraestructura urbana e industrial de países devastados por el conflicto bélico, así como la influencia de una nueva concepción sobre la función del Estado derivada del reconocimiento de derechos a las clases trabajadoras, condujeron a la legitimación de la intervención estatal en la conformación del orden económico y social: el Estado social, Estado benefactor, Welfare State. Contrariamente a lo que algunos teóricos liberales preconizaron, en el sigloXX las estructuras del Estado se reforzaron conjuntamente con la conformación de los aparatos burocráticos, tal y como lo intuyó Max Weber.
(d) El derrumbe de los socialismos totalitarios y el cuestionamiento del Estado benefactor
La caída del Muro de Berlín (1990), acontecimiento histórico y símbolo del inicio del desmoronamiento del totalitarismo soviético (la desaparición de los sistemas socialista autoritarios en Europa), así como la grave crisis institucional del Estado benefactor a finales del siglo XX y comienzos del actual, incidieron en un nuevo replanteamiento de los límites del intervencionismo estatal.
Entre 1980 y 2008 se impuso la idea del “Estado mínimo” y la desregulación económica y social, una vuelta a los postulados fundamentales del liberalismo decimonónico, vale decir, la creencia en la autoregulación espontánea del mercado y la sociedad sin necesidad de la  presencia del Estado: la privatización de los servicios públicos, la disminución o eliminación de aportes financieros a los servicios sociales asistenciales, el desmontaje de los medios institucionales de control de los monopolios y oligopolios, del duping, de la cartelización de precios y los abusos de la posición dominante, y otras prácticas lesivas de la libre competencia (la competencia perfecta).
(e) La crisis del Estado mínimo y los riesgos de nuevos autoritarismos en el siglo XXI
La crisis de los mercados financieros e inmobiliarios de 2008 en USA y Europa provocada por los fraudes cometidos por empresarios inescrupulosos con la complicidad de los organismos estatales de vigilancia y control que abandonaron sus funciones conforme al regreso del  “Laisser Faire” y “Laisser Passer”, el dejar hacer y el dejar pasar (neoliberalismo), postulado que se aplicó, no por convicciones ideológicas como si había ocurrido en el siglo XIX, sino por motivaciones estrictamente vinculadas a la “codicia”, a la “riqueza fácil” inherente al “capitalismo financiero” de tipo especulativo que se apoderó de los mercados financieros del mundo desarrollado.
El lobby de las grandes corporaciones financieras, el soborno a los funcionarios de las instituciones de vigilancia y control de las operaciones de intermediación financiera y la designación de ejecutivos provenientes de la banca para los altos cargos de esas instituciones, trajo como consecuencia esa “catástrofe económica y social” que significó la pérdida de empleos para una masa considerable de trabajadores, de los ahorros a las clases medias y de las viviendas adquiridas con las “hipotecas basura”.
Ello originó el movimiento espontáneo de los “indignados” y decepcionados con los sistemas democráticos. Los políticos y los partidos políticos comenzaron a perder credibilidad (la frase emblemática: “Que se vayan todos”). Y es que mientras se producían las secuelas sociales de los fraudes financieros, los responsables de los delitos bancarios, especialmente en USA, lejos de haber sido enjuiciados por esos delitos y los graves daños al patrimonio de miles de personas y a la economía en general, fueron premiados con jugosos bonos pagados con los auxilios financieros del Estado para evitar el colapso del sistema. Los responsables de los crímenes de “cuello blanco” aprovecharon esas bonificaciones para disfrutar de un merecido retiro jugando al golf en las Bahamas o paseando con sus amantes en sus lujosos yates.
El auge de la tecnología de las comunicaciones, el Internet y las llamadas redes sociales,  ha demostrado la errónea idea según la cual el poder político, aun en las democracias, era independiente y superior a la sociedad, y que en consecuencia, el control de dicho poder implicaba, al mismo tiempo, el control de la sociedad nacional (la supremacía de lo público sobre lo privado). Sin embargo, en este nuevo siglo se ha venido constatando que el sistema político depende del “sistema global”, es decir, que el primero es un sub-sistema respecto del segundo.
En el contexto de incertidumbres y riesgos que caracterizan este tiempo, no cabe la menor duda de la crisis por la que atraviesan las democracias occidentales. ¿Acaso el pueblo, titular formal de la soberanía, participa libre y “conscientemente” en la constitución de los gobiernos ejerciendo la función pública electoral, y es efectivamente  “representado” por las autoridades gubernamentales y parlamentarias en el seno de los estados democráticos, como lo creyeron los teóricos de la democracia moderna?
En el régimen de gobierno parlamentario de la sociedad industrial avanzada (Unión Europea), cuya gobernabilidad requiere que el Gobierno cuente con el respaldo de la mayoría parlamentaria, el Parlamento ha dejado de constituir el centro del poder real: las cámaras legislativas o sus miembros, en no pocos casos, se limitan a formalizar decisiones tomadas fuera del recinto parlamentario: los acuerdos negociados por los jefes políticos en hoteles, restaurantes, oficinas privadas, en vuelos en jets privados, paseos en yates, etc. La influencia de las grandes corporaciones económicas de los sectores financieros, energético, de las telecomunicaciones, etc., al igual que en USA (grupos de presión), es un factor que distorsiona la gobernabilidad democrática.
 La participación popular se restringe a otorgar legitimidad a la clase política sólo en el “momento electoral”, es decir, en los períodos de los  procesos electorales, y como tal participación en la mayoría de las democracias tiende a reducirse por los altos índices de abstención, no hay duda de que la clase política, cuyo principal interés es su propia conservación, cada vezrepresenta menos a la sociedad nacional.
Pero, incluso la participación en las elecciones es objeto de distorsiones y manipulaciones por la propaganda del propio poder gubernamental en ejercicio en los sistemas que legitiman la reelección (aunado a la débil cultura democrática de la población en las “democracias” latinoamericanas), por la influencia mediática de poderosas organizaciones religiosas, partidos políticos, movimientos de extrema derecha, ONGs, sindicatos, el financiamiento de las campañas electorales por las grandes corporaciones económicas etc. (el riesgo  de la conversión de la democracia en una “plutocracia”).
La suma de esos factores negativos desemboca en la manifestación más grave de la crisis de la gobernabilidad democrática: la “apatía política”[5], que desnaturaliza la legitimidad de origen del poder estatal democrático. En ese contexto, puede constatarse que el modelo de Estado que había pretendido constitucionalizar el derecho de resistencia (el Estado democrático de Derecho), no ha sabido administrar esa crisis de legitimidad y como consecuencia de ello las viejas soluciones han comenzado a reaparecer bajo nuevas formas: estrategias que en la Antigüedad se concretaban en la “desobediencia pasiva” y el tiranicidio, hoy se manifiestan en la “desobediencia civil activa”, la guerrilla y el terrorismo.
(f) Diferencias entre las antiguas y las nuevas teorías de la resistencia
“Lo que es antiguo no siempre significa  que haya envejecido. Los medios de lucha contra la tiranía, cualquiera sea su forma o modalidad, se renuevan  en la medida en que ésta también se renueva y se moderniza”- nos dice Turchetti.[6] Las dictaduras se presentan cuando determinadas condiciones históricas hacen que ese tipo de régimen de poder resurja donde se había creído desaparecido para siempre, y cada vez que ello ocurre el autoritarismo asume características diferentes adaptadas a las específicas circunstancias de la sociedad nacional correspondiente (ejemplo la neodictadura militarista y corrupta en Venezuela que utiliza “maquillajes” democráticos).
En el presente, en la sociedad de masas, el problema de la resistencia a la dictadura, a diferencia de la resistencia al tirano en la Antigua Grecia, en Roma, en el Medioevo Europeo, y los siglos XVII, XVIII y XIX, concierne, no al individuo, sino a la colectividad. Mientras en el pasado bastaba dar muerte al tirano para liquidar la tiranía, en el presente la muerte del dictador no conlleva la caída de la dictadura, pues en la sociedad contemporánea el control del Estado para imponer un régimen dictatorial implica el control de los recursos del poder, en especial de la fuerza armada, de su aparato propagandístico, de sus recursos financieros, de su burocracia, etc. El dictador no es un tirano solitario, a su servicio se halla una burocracia (la nomenclatura en los regímenes comunistas) con sus métodos organizativos de la sociedad industrial.
Además, en este tiempo los anarquistas ya no ejecutan atentados contra los jefes de Estado. Sin embargo, las circunstancias que legitiman el derecho de resistencia no son diferentes a las analizadas por los autores del siglo XVI al XVII, a saber: “La conquista, la usurpación, el ejercicio abusivo del poder (en la resistencia armada italiana de 1943 a 1945 se articulan las tres, la primera contra los alemanes, la segunda  y la tercera contra los fascistas de la República de Salo)”[7], mientras que si hay una gran diferencia entre el tipo de opresión al que se opone resistencia en el siglo XX e inicios del XXI: religiosa en los Estados islámicos fundamentalistas, política en los países que formaban parte del Imperio soviético como Ucrania[8]y Bielorrusia; en China, Cuba, Venezuela.
No puede obviarse que en este tiempo los sectores de las sociedades nacionales que resisten un poder opresivo totalitario no luchan para cambiar una forma determinada de gobierno (las formas degeneradas según la tradición aristotélica), sino un tipo de sociedad cuyas instituciones políticas no son más que un reflejo de la misma (las “sociedades cerradas” organizadas como Estados totalitarios).
Nadie que tenga un conocimiento razonable del complejo mundo de la política y el poder, puede creer que es posible cambiar al Estado y la sociedad dando muerte a un tirano. Por más que el poder se concentre en un dictador, sería ingenuo pensar que él es el solo responsable del régimen dictatorial[9]. Por esa razón, Bobbio acertadamente expresa que hoy ya no es posible plantearse el tema del derecho de resistencia en los mismos términos que los teóricos de la Antigüedad:
“Los teóricos de la Antigüedad discutían sobre el carácter lícito o ilícito de la resistencia en sus diversas formas, dicho de otra manera: ellos planteaban el problema en términos jurídicos, mientras que hoy quien discute acerca de la resistencia o la revolución lo hace en términos esencialmente políticos, es decir, se pregunta si esa resistencia es oportuna y eficaz; no se pregunta si es justa y constituye un derecho, sino si ella es conforme al fin: derrocar al gobierno dictatorial”[10].
Preguntarse si una acción es justa significaba en el pasado si era conforme al Derecho natural. En nuestros días, la concepción del Derecho que impera en la mayoría de los sistemas jurídicos nacionales es la concepción positivista. Como el Derecho se identifica con el ordenamiento jurídico-positivo, ya no hay razón para plantear esa interrogante en esos términos, porque, salvo excepciones, no existen leyes que autoricen la resistencia.
Bobbio formula ese cambio como sigue:
“No se trata de tener derecho para romper el yugo colonial o el de una clase, se trata de poseer la fuerza para ello. La discusión ya no se centra sobre los derechos y los deberes, se centra en las técnicas más apropiadas que es menester emplear de acuerdo con las circunstancias; las técnicas de la guerrilla contra las técnicas de la no violencia. Así, al lado de la crisis de las viejas teorías de la guerra justa, asistimos a la crisis de teorías todavía dominantes desde la época de las Luces, de la revolución justa”[11].
(e) Leninismo y Gandhismo
El quid de las técnicas de la resistencia más convenientes para conseguir el objetivo político final: el derrocamiento de un régimen de poder dictatorial, constituye en el presente el criterio fundamental para distinguir los dos métodos de resistencia que se han utilizado en diversas sociedades nacionales: el de los partidos y organizaciones revolucionarios y el de la “desobediencia civil”. Bobbio, en un afán de síntesis los denomina “leninismo” (de Lenin) al primero y “Gandhismo” (de Gandhi) al segundo.
El primero se origina en la doctrina realista de tipo maquiavélica, de Marx, y de Lenin: éste último fue quien profundizó más en la teoría (El Estado y la Revolución)[12] y llevó a la práctica durante la Revolución bolchevique (1917) el axioma: “el fin justifica los medios”. En este punto Bobbio hace otra distinción entre la antigua utilización de la violencia, limitada a los casos extremos de la tiranía (conquista, usurpación, abuso de poder) y las teorías actuales desde Lenin a Mao, de Mao a Castro y el “Che Guevara”, que coinciden en el concepto, según el cual, la lucha contra el poder constituido (el Estado) es violenta por su propia naturaleza, porque violenta es supuestamente la opresión del Estado burgués.
La segunda, que preconiza la “no violencia”, parte de motivaciones religiosas en la obra de Henry David Thoreau (1817-1862) “La desobediencia civil”[13], así como en las obras de Tolstoi, y culmina en una toma de consciencia política en el movimiento liderado por Gandhi (1869-1862)[14] para liberar a la India del yugo colonial británico, y más recientemente en el movimiento por los derechos civiles de la comunidad afroamericana de USA liderado por el reverendo Martin Luther King (1929-1968)[15].
Gandhi, considerado el apóstol de la no violencia, diferencia la no violencia “negativa” de la no violencia “positiva”, o si se quiere la no violencia “pasiva”, de la “activa”, o desobediencia civil.En ambos supuestos, la justificación de ese método es menos religiosa y ética que política, y por esa razón, según Bobbio, consiste en una renovación de las doctrinas tradicionales de la resistencia pasiva.
Los métodos o estrategias de la “no violencia” comprenden una variedad de acciones: boicots, huelgas sociales generalizadas, huelgas de hambre individuales o de grupos, desacato o desobediencia a las leyes, decretos y actos gubernamentales violatorios de los derechos humanos, marchas y concentraciones públicas pacíficas y sin armas, peticiones masivas contra las acciones opresivas de un régimen, y otras de similar naturaleza.
Los métodos “no violentos” han demostrado mejores resultados “políticos” que los violentos, ya que una sociedad que surja de la “no violencia” será una sociedad en la que la violencia será condenada por la conciencia colectiva. Por el contrario, una sociedad nacida de la violencia no podrá abandonar la violencia para preservar el orden social (el drama de la sociedad rusa, que luego del derrumbe del sistema totalitario, sin embargo sigue sufriendo la violencia estatal del régimen jefatureado por el autócrata Putin, así como de las mafias que controlan su economía).
Es lo que comprendió Nelson Mandela estando preso (1963-90: 27 años). En esos 27 años el líder de la mayoría negra en su lucha contra la opresión, y luego líder de toda una nación integrada por obra de su carisma, su palabra y sus acciones ejemplarizantes, aprendió a ser realista, no abstracto, a examinar todos los principios al tamiz de las circunstancias, y por esa razón abandonó la estrategia de la lucha armada que pocos resultados había dado a la comunidad negra, la mayoría de la población de Sudáfrica, en 80 años del régimen oprobioso del “Apartheid”[16]. 
La “no violencia” es una mejor estrategia que la “violencia”a fin de alcanzar el mismo objetivo al que aspira, al menos en el discurso, la revolución que emplea las armas: una sociedad más libre, más justa, sin opresión, ni opresores. Por otra parte, frente a las dimensiones cada vez más desmesuradas de la violencia institucionalizada y organizada, y frente a su enorme capacidad destructiva, la práctica de la “no violencia” es quizás la única forma de presión que permite, en última instancia, modificar las relaciones de poder; la “no violencia” en suma, es la alternativa más inteligente para derrotar la violencia del poder dictatorial.
Pero, hay casos en los cuales no queda otra opción que el empleo de métodos violentos, como ocurrió con la resistencia francesa contra la ocupación nazi en 1941 y el régimen colaboracionista del General Pétain (Régimen del Vichy).Por esa razón, habría que distinguir entre la resistencia que se opone a una fuerza armada extranjera que invade, ocupa y somete a la población de un Estado que pierde, en consecuencia, su soberanía (caso de Francia) y aquella que lucha, no contra un invasor, sino contra el propio Estado cuyo gobierno, producto de un golpe de fuerza o “golpe de estado” (usurpación del poder), o de legítimas elecciones, actúa violando los principios democráticos y los derechos humanos de la población (ilegitimidad de desempeño).
En el primer supuesto, es obvio que la única alternativa posible es la resistencia armada y clandestina. En una situación de invasión de una fuerza armada extranjera de nada sirven los boicots, las huelgas, las manifestaciones callejeras. Al invasor ocupante poco le importará la vida, la libertad y el bienestar del pueblo sometido por la fuerza. Nada le impediría, salvo el contexto internacional, masacrar a quienes se le resistan abiertamente (Hungría, 1956: la masacre causada por el ejército rojo), detener, torturar y asesinar a los líderes de la resistencia conceptuados como “enemigos”. En consecuencia, en situación semejante, sólo quedan las acciones heroicas y violentas del grupo de resistentes para despertar la conciencia patriótica del resto de la sociedad a fin de provocar una sublevación colectiva.
De ahí que la resistencia de los franceses y polacos, antes de que llegasen a esos países las fuerzas armadas aliadas en su auxilio para derrotar al ejército nazi, se caracterizó por las acciones de sabotaje de instalaciones estratégicas, el uso de explosivos, el asesinato de altos oficiales del ejército invasor, la destrucción de vías férreas, etc.
No así en el supuesto de los gobiernos autoritarios y las dictaduras domésticas, pues aun el dictador más represor procura contar con algo de legitimidad o apoyo social. No puede sostenerse indefinidamente en el poder sin la aquiescencia de parte de la población (legitimidad social).La historia demuestra cómo ningún régimen político puede mantenerse en el tiempo únicamente por el uso de la fuerza material o física, o el miedo de los gobernados a la represión. Más decisivo en la durabilidad de un sistema de gobierno es el hecho de la legitimidad social. Hitler no hubiese podido permanecer doce años en el poder si la mayoría del pueblo alemán no lo hubiera considerado un gobernante “legítimo”[17]. Lo mismo puede decirse de los Castro en Cuba.
En esos casos, la necesidad de la “legitimidad social” obliga al régimen dictatorial a flexibilizar su rigidez cuando la resistencia se extiende y se convierte en una mayoría que rechaza al dictador. Por esa razón, los dictadores utilizan el recurso del “plebiscito” para pretender legitimarse (Pérez Jiménez en Venezuela, Pinochet en Chile). A menos que el dictador esté dispuesto a masacrar al pueblo, y que la fuerza armada lo quiera acompañar en esa sangrienta aventura, lo usual es que ese tipo de régimen de poder, es la historia del autoritarismo en América Latina (a excepción de la dictadura totalitaria de los Castro), sucumba ante la presión popular y el dictador huya del país (Baptista en Cuba, Pérez Jiménez en Venezuela), o que negocie su salida del poder con la dirigencia de la resistencia democrática (Pinochet).






[1] Disponible en el pais.es
[2]Fernando Mires en su Blog  aborda el tema de las dictaduras en el siglo XX y XXI bajo el sugestivo título: “La subversión antidemocrática del siglo XX: “No, no se trata de una analogía. No en todo caso de una que tome elementos sueltos y construya similitudes ignorando diferencias entre dos o más fenómenos paralelos. Es algo distinto. Se trata de constatar como en lugares diferentes del planeta está teniendo lugar una subversión en contra del difícil avance de la democracia.No estamos hablando de un hecho nuevo. En cierto modo siempre ha sido así desde que en los EEUU primero, en Francia después, estallaron las “revoluciones madres” que dieron origen al occidente político de nuestro tiempo. A partir de ese momento las contrarevoluciones antidemocráticas no han cesado, una tras otra, de suceder. Pero hasta ahora, pese a terribles derrotas parciales, los principios políticos declarados en los EEUU (1776) y renacidos en las calles de París (1789), han terminado por sentar su hegemonía en el mundo. Desde una perspectiva macro-histórica, la Santa Alianza contraída por Austria, Rusia y Prusia (1815) pretendió erigirse como el primer dique de contención en contra del proyecto democrático nacido en dos continentes. Pero fueron las dos grandes contrarevoluciones antidemocráticas del siglo XX, la nazi y la estalinista, las que estuvieron a punto de cerrar definitivamente el ciclo democrático en Europa. Mas, pese a millones y millones de muertos, no lo lograron. El nazismo fue aplastado por una alianza militar inter-continental. El estalinismo comenzó a desmoronarse en la década de los sesenta gracias al “deshielo” de Nikita Kruchev. Las rebeliones democráticas habidas en Polonia, Hungría y la RDA durante la década de los cincuenta, y en Checoeslovaquia en 1968, antecedieron a la segunda ola revolucionaria que culminó con la caída del Muro de Berlín (1990). Gorbachov hubo de extender el acta de defunción del comunismo mundial. China se transformó en la segunda potencia capitalista. Las reformas del húngaro Kadar, las sublevaciones de Solidarnosc y Valesa en Polonia, Carta 77 y Havel en Checoeslovaquia, y otras similares, parecieron consagrar a la democracia en Europa Central y del Este. En América Latina a su vez, coincidiendo (de modo no casual) con el derribamiento de las tiranías comunistas europeas, tuvo lugar el declive de las dictaduras militares de Seguridad Nacional (primero en Brasil, después en Uruguay, Chile y Argentina). Hacia fines del siglo XX con excepción de Cuba –al igual que Corea del Norte, una reliquia de la Guerra Fría– ya no había más dictaduras latinoamericanas. El continente de los militares golpistas parecía seguir -y no por primera vez- el ejemplo europeo. No pocos pensaron que estábamos llegando al “fin de la historia”. Evidentemente, no fue así. Aún falta largo trecho por recorrer. Los primeros decenios del siglo XXl amanecieron marcados con el signo de la contrarrevolución antidemocrática. En algunos países de Europa del Este, particularmente en Hungría y Rumania, fuerzas retrógradas se han hecho del poder. La mayoría de las repúblicas que constituían la antigua URSS han caído bajo la férula de feroces autocracias, y Putin no oculta su proyecto de restaurar el antiguo imperio sobre la base de la Federación Euroasiática formada inicialmente por Rusia, Bielorrusia y Kasajastán. Georgia ya fue anexada a sangre y fuego (2008) y Crimea es solo el comienzo de un proyecto de apropiación territorial de Ucrania por parte de la Rusia de Putin. La Rusia pro-europea de Gorbachov y Jelzin ha llegado a su fin. La Rusia de Putin es una nación que práctica –lo dijo muy bien Ángela Merkel- una política imperial del siglo XlX. Le faltó agregar: “pero con las armas del siglo XXl”. No es casualidad que los aliados extra-continentales más fieles a Putin sean dos gobiernos profundamente antidemocráticos: el del carnicero Asad de Siria y el del binomio pro-dictatorial Cabello/ Maduro en Venezuela. El sistema político venezolano fundado por Chávez se parece como una gota de agua a otra, al fundado por Putin. En ambos el Estado ha sido secuestrado por el gobierno; los poderes públicos han sido sometidos al ejecutivo; los poderes fácticos, particularmente los militares, dominan por sobre los constitucionales; los grupos para-militares hacen el trabajo sucio de la policía oficial; los sistemas de represión, delación y espionaje han sido perfeccionados: en Rusia, gracias al andamiaje totalitario en el cual se formó el mismo Putin y en Venezuela, gracias a los servicios de “inteligencia” que proporciona Cuba. Y no por último, en las elecciones, los opositores han debido enfrentar no a candidatos opuestos, sino a todo el aparato electoral del Estado. Del mismo modo, la similitud en la política exterior que practican ambos gobiernos es notable. No hay tirano en la tierra que no sea amigo de ambos. A la vez, mientras Rusia es el centro de un conjunto de satélites subsidiados desde Moscú, Venezuela es el centro de una alianza conformada por los países del ALBA. Mientras Putin usa el gas como arma estratégica para neutralizar a las naciones de Europa, Cabello/Maduro usa el petróleo en América Latina. Por cierto, hay algunas diferencias. La principal radica en que mientras Putin enfrenta a un conglomerado de naciones en las cuales la democracia ha echado raíces profundas, el binomio Cabello/Maduro recibe el apoyo de naciones en las cuales el ideal democrático es todavía muy superficial. Pero a la inversa, mientras Putin ha logrado por el momento aplastar a la oposición democrática interna, el binomio Cabello/Maduro, sin el encanto populista del comandante finito, solo tiene dos alternativas: O dialoga de igual a igual con una oposición cada vez más creciente, o elige la vía ultra represiva de las antiguas dictaduras militares. En cierto modo, Diosdado Cabello, co-gobernante fáctico de Venezuela, ya eligió la segunda alternativa”.Polis, Política y Cultura Blog de Fernando Mires, disponible en http://polisfmires.blogspot.com/2014/03/fernando-mires-la-subversion.ht (negritas mías)









[3] Bobbio, Norberto (1973). La resistenzia all´oppressione oggi. En Studi Sasseresi, III, Autonomia  e diritto di resistenzia. Milán. Italia. Traducción mía.
[4]Disponible en http://www.humanrights.com/es/what-are-human-rights/brief-history/declaration-of-independence.html. Negritas mías. Obsérvese el fundamento de una “democracia de ciudadanos”. Se afirma que la soberanía reside en el pueblo de ciudadanos al establecerse que los gobiernos (y el Estado) derivan sus poderes del “consentimiento de los gobernados”, por tanto, el poder gubernamental no se justifica en si mismo sino en la voluntad de los gobernados; además, dicho poder se instituye para garantizar los derechos inalienables de los hombres, entre tales la vida, la libertad y la consecución de la felicidad. En consecuencia, cuando una forma de gobierno tiende a destruir esos fines, es decir, la justificación de su existencia como un poder al servicio de los ciudadanos y sus derechos, el pueblo tiene el derecho a reformar o a abolir el gobierno opresivo y a sustituirlo por otro que se funde en esos principios superiores conforme a una organización institucional que garantice dicha axiología. He allí el fundamento de la “resistencia activa” o la acción colectiva para deponer a la dictadura. 
[5] Sobre el particular, transcribo a continuación parte del artículo publicado por Ramin Jahanbegloo, (filósofo iraní, catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Toronto): “La Pasión por la democracia”, en el diario el país. es en su edición del 21 de noviembre de 2014. Entre las nuevas generaciones, sin recuerdo ya de la Guerra Fría, la democracia despierta una apatía cada vez mayor. Por otra parte, la máxima de John Dewey, según la cual la política es la sombra que arrojan las grandes empresas sobre nuestra sociedad, continúa cerniéndose sobre nuestras democracias liberales, erosionándolas. Ante esos problemas y los múltiples indicios de que no todo parece estar bien en la democracia, nos preguntamos: ¿qué queda de la democracia como discurso y como institución? Con todo, la experiencia nos demuestra que es muy difícil encasillarla en un único significado, ya que significa cosas diversas para distintas personas en diferentes contextos. Esto es lo que explica que no se consiga “extender”, por no hablar de “exportar”, la democracia de una cultura o sociedad a otra. La razón es sencilla: el fomento de la democracia no puede funcionar en ausencia de una cultura democrática y organizar elecciones es sólo el punto de partida de la vida democrática de un país. De hecho, la auténtica prueba de la democracia no radica precisamente en dar poder a una mayoría victoriosa, otorgando la mayor libertad al mayor número posible de personas, sino que en realidad se basa en una nueva actitud, una nueva forma de abordar el problema del poder y la violencia. En consecuencia, si aceptamos ese principio, el sistema democrático no se basaría en el poder que se ejerce sobre la sociedad, sino en el poder que hay dentro de ella. Dicho de otro modo, si la democracia equivale al autogobierno y al autocontrol de la propia sociedad, el reforzamiento de la sociedad civil y la capacidad colectiva para regirse democráticamente serán elementos fundamentales del sistema democrático. Dondequiera que hay una práctica democrática, las normas del juego político las define la ausencia de violencia y un conjunto de garantías institucionales opuestas a la avasalladora lógica del Estado. No obstante, cuanto más pensamos en el asunto, más insatisfactoria e incompleta nos parece esa definición. Si la democracia no fuera más que un conjunto de garantías institucionales, ¿cómo podrían los ciudadanos pensar en la política hoy en día y luchar por la aparición de nuevas perspectivas de vida democrática? Antes de responder a esta pregunta creo que podemos apuntar al problema de la corrupción en las democracias y calificarlo de mal democrático. Ese mal constituye un problema porque surge en el seno de las democracias y atañe a algo concreto: la legitimidad de la violencia. Al reconocer que esta resulta problemática para la democracia se recalca la condición del homo democraticus y la posibilidad de que las democracias degeneren en violencia. En consecuencia, para ir más allá de la violencia democrática habrá que reconocer primero el carácter paradójico de la propia democracia, que es el proceso por el cual se domeña la violencia, pero los Estados y las sociedades democráticos también la generan. Cuantos más instrumentos violentos desarrolle una comunidad democrática, menos podrá resistirse al mal democrático. Quizá sea esta la razón de que, para la democracia, la no violencia sea una salvaguarda más valiosa que el libre mercado. Por mucho que acumulemos riqueza para cubrir las necesidades vitales y vivir cómodamente en una sociedad democrática, todos sabemos que necesitamos algo más que posesiones materiales para dar sentido a nuestra existencia cotidiana. Si nos preguntamos: “¿Por qué todos actuamos como si la democracia importara y compensara nuestros esfuerzos?”, la respuesta podría ser que la vida no sólo consiste en satisfacer deseos. Hay un horizonte de responsabilidad ética sin el cual la democracia carece de sentido. Václav Havel nos recuerda que la “democracia es un sistema basado en la confianza en el sentido de la responsabilidad del ser humano, que debería despertar y cultivar. Por sí sola, la democracia nunca será suficiente; no puede instaurarse celebrando elecciones y aprobando una Constitución. Se necesita algo más: un énfasis en la democracia en tanto que práctica de pensamiento y de juicio moral. Dicho de otro modo, nunca podremos construir ni mantener instituciones democráticas si estas no comportan el objetivo de ofrecernos la experiencia socrática de la política en tanto que autoexploración e intercambio dialógico. Después de todo, la democracia la hacen los seres humanos y su suerte va ligada a la condición humana. Como tal, la línea que divide la acción democrática y el mal político atraviesa la elección moral de cualquier ciudadano demócrata.” (negritas mías).
[6] Tourchetti, Mario (2002) Tyrannie et Tirannicide. De la Antiquite a nos jours. PUF, Paris,  p. 938
[7]IBÍDEM, p. 939.
[8] Hace un año, el 21 de noviembre de 2013, estallaron protestas en el centro de Kiev en respuesta a la decisión de las autoridades de suspender los preparativos para para la firma del acuerdo de asociación con la Unión Europea. En las redes sociales y en los medios de comunicación social fueron bautizados tales hechos  con el nombre de Euro Maiden. Al conocerse la decisión del gobierno, en las redes sociales se hicieron llamados a acciones de protesta. Al atardecer, en el centro de Kiev se reunieron una dos mil personas en el Maidán, y en la Plaza de la Independencia se armó un campamento de tiendas de campaña. El 22 de febrero de 2014 el Parlamento de Ucrania destituyó al presidente Yanukóvich, cambió la Constitución y convocó elecciones anticipadas para el 25 de mayo. Varias áreas del este y el sur de Ucrania no reconocieron la legitimidad del Gobierno autoproclamado de Kiev y con protestas multitudinarias reivindicaron la federalización del país. Para aplacar las protestas en la región, el nuevo Gobierno envió al Ejército. La operación especial de Kiev llevó a duros enfrentamientos contra las autodefensas de la región y se registraron los primeros muertos y heridos. Disponible en http://actualidad.rt.com/themes/view/112919-ucrania-revolucion-protestas-ue.
[9] No pocos creían que con la muerte de Chávez se derrumbaría la neodictadura militarista y corrupta de vocación totalitaria. Pues bien, vamos para 2 años desde que supuestamente feneció el que se hacía llamar Comandante-Presidente (¿marzo de 2013?) y no obstante la secta destructiva continúa en el poder.
[10] Bobbio, La resistenzia all´oppressione, opus cit, p. 26.
[11] IBÍDEM
[12]En el folleto “El Estado y la Revolución”, publicado en ruso en 1918, Lenin sostiene el método de la revolución violenta para la destrucción del aparato estatal de la clase dominante: De otra parte, la tergiversación"kautskiana"del marxismo es bastante más sutil. "Teóricamente", no se niega ni que el Estado sea el órgano de dominación de clase, ni que las contradicciones de clase sean irreconciliables. Pero se pasa por alto u oculta lo siguiente: si el Estado es un producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase, si es una fuerza que está por encima de la sociedad y que "se divorcia cada vez más de la sociedad", es evidente que la liberación de la clase oprimida es imposible, no sólo sin una revolución violenta, sino también sin la destrucción del aparato del Poder estatal que ha sido creado por la clase dominante y en el que toma cuerpo aquel "divorcio". Como veremos más abajo, Marx llegó a esta conclusión, teóricamente clara por si misma, con la precisión más completa, a base del análisis histórico concreto de las tareas de la revolución. Y esta conclusión es precisamente…la que Kausky ha olvidado y falseado”. Disponible enhttp://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/estyrev/

[13]La “desobediencia civil” es el título de una conferencia escrita por Henry David Thoreau, publicada en 1848. A continuación transcribo parte de dicha conferencia: “Existen leyes injustas: ¿debemos estar contentos de cumplirlas, trabajar para enmendarlas, y obedecerlas hasta cuando lo hayamos logrado, o debemos incumplirlas desde el principio? Las personas, bajo un gobierno como el actual, creen por lo general que deben esperar hasta haber convencido a la mayoría para cambiarlas. Creen que si oponen resistencia, el remedio sería peor que la enfermedad. Pero es culpa del gobierno que el remedio sea peor que la enfermedad. Es él quien lo hace peor. ¿Por qué no está más apto para prever y hacer una reforma? ¿Por qué no valora a su minoría sabia? ¿Por qué grita y se resiste antes de ser herido? ¿Por qué no estimula a sus ciudadanos a que analicen sus faltas y lo hagan mejor de lo que él lo haría con ellos? ¿Por qué siempre crucifica a Cristo, excomulga a Copérnico y a Lutero y declara rebeldes a Washington y a Franklin? Uno pensaría que una negación deliberada y práctica de su autoridad fue la única ofensa jamás contemplada por su gobierno, o si no, ¿por qué no ha asignado un castigo definitivo, proporcionado y apropiado? Si un hombre que no tiene propiedad se niega sólo una vez a rentar nueve chelines al Estado, es puesto en prisión por un término ilimitado por ley que yo conozca, y confinado a la discreción de aquellos que lo pusieron allí; pero si le roba noventa veces nueve chelines al Estado, es pronto puesto de nuevo en libertadLa autoridad del gobierno – porque yo gustosamente obedeceré a aquellos que pueden actuar mejor que yo, y en muchas cosas hasta a aquellos que ni saben ni pueden actuar tan bien – es una autoridad impura: porque para ser estrictamente justa tiene que ser aprobada por el gobernado. No puede tener derecho absoluto sobre mi persona y propiedad sino en cuanto yo se lo conceda. El paso de la monarquía absoluta a una limitada, de la monarquía limitada a la democracia, es el progreso hacia el verdadero respeto al individuo. Hasta el filósofo chino fue lo suficientemente sabio para ver en el individuo la base del imperio. ¿Es la democracia que conocemos la última mejora posible de gobierno? ¿No es posible adelantar un paso en el reconocimiento y la organización de los derechos del hombre? Jamás existirá un Estado realmente libre e iluminado hasta cuando ese Estado reconozca al individuo como un poder más alto e independiente, del cual se deriva su propio poder y autoridad y lo trate de acuerdo a ello. Me complace imaginar un Estado que finalmente pueda darse el lujo de ser justo con todos, y que trate al individuo con respecto; más aún, que no llegue a pensar que es inconsistente con su propia tranquilidad si unos cuantos viven separados de él, no mezclándose con él, sin abrazarlo, pero cumpliendo con su obligación de vecinos y compañeros. Un Estado que produjera este fruto y lo entregase tan pronto estuviese maduro abriría el camino para otro Estado, aún más perfecto y glorioso, que yo he soñado también, pero que aún no he visto por ninguna parte”. Disponible en http://thoreau.eserver.org/spanishcivil.html
 

[14]El 2 de octubre de 1869, hace 145 años, en el Distrito de Porbandar, perteneciente a la India británica, nació Gandhi. Licenciado en Derecho, Gandhi en 1893 viajó a la Sudáfrica dominada por el sistema de segregación racial del Apartheid y donde se dedicó a luchar pacíficamente por los derechos de unos 150.000 indios que trabajaban en ese país y eran constantemente objeto de explotación patronal. La dramática discriminación de la que fue testigo en Sudáfrica sirvió como catalizador de su activismo político expresado en su lucha por los derechos de sus compatriotas. Es así como en 1906, por primera vez implementó el sistema de lucha, resistencia y desobediencia llamado “Satyagraha” (Fuerza de la verdad).Durante su estadía en el sur de África, Gandhi estudio Bhagavad-guitá, texto sagrado hinduista, y el libro El reino de Dios en nosotros, de León Tolstoi, que habla del principio de la no-resistencia en oposición a la violencia, guiado por las enseñanzas de Jesús. Gandhi también inspiró su vocación de lucha pacífica en el escritor estadounidense, Henry David Thoreau, autor del ensayo “La desobediencia civil”. En el año 1915, Gandhi regresó a la India y adoptó los hábitos y estilo de vida tradicionales de su nación, entre ellas su característica túnica blanca. Además, continúo profundizando sus conocimientos sobre religión y filosofía, y prestó especial atención a la política. En aproximadamente 15 años se convirtió en el líder del movimiento nacionalista indio y basándose en los postulados de la Satyagraha encabezó la campaña por la independencia, por lo que fue arrestado muchas veces. En muchas ocasiones, también utilizó el ayuno como arma de lucha no-violenta. En 1930, protagonizó la marcha de la sal (Salt Satyagraha), uno de los más importantes sucesos que impulsaron la independencia de la India, pues la producción y la distribución de sal estaba dominada por el imperio británico y Gandhi llegó a la Costa del Océano Índico y recogió con sus manos un poco de sal como un gesto de rebeldía. El movimiento de Gandhi y la represión contra el pacifismo y sus seguidores tuvo moderadas victorias que progresivamente fueron construyendo la independencia de la India,  hasta que en 1947 el imperio británico transfirió el poder a los indios. Ante este logro, Gandhi ordenó suspender la lucha, consiguiendo que liberaran a alrededor de 100.000 presos políticos, incluyendo la dirección del Partido del Congreso. A pesar del pensamiento de unidad de Gandhi, la India se separó en dos países: India y Pakistán. El 30 de enero de 1948, Gandhi fue asesinado a los 78 años de edad, en Birla Vahan, Nueva Delhi, por Natura Gades, integrante de un grupo extremista hindú que no apoyaba la partición territorial. Antes de morir, Gandhi exclamó: "Hay, Rama", nombre de uno de los dioses de la religión hinduista. Estas últimas palabras de Gandhi, escritas en un monumento levantado en su honor en Nueva Delhi, son interpretadas como la espiritualidad y constante búsqueda de la paz predicada por este líder. Disponible enhttp://www.avn.info.ve/contenido/alma-grande-y-pacifista-ghandi-germin%C3%B3-hace-145-a%C3%B1os. 


[15] Pastor baptista norteamericano, el reverendo King se hizo cargo de una iglesia en Montgomery, Alabama, convirtiéndose rápidamente por su carisma y dotes de oratoria en el líder del movimiento por la igualdad de derechos civiles de la comunidad afroamericana en USA. A diferencia de los llamados “Panteras Negras”,  y los “Musulmanes Negros”, grupos partidarios de la violencia armada, King adoptó los métodos de la “no violencia” de Gandhi, inspirándose, asimismo, en la teoría de la desobediencia civil  de Henry David Thoreau. En Montgomery organizó, dirigió y se puso a la cabeza de un masivo boicot de casi un año contra la segregación en los autobuses municipales. El prestigio y la fama del reverendo King se extendieron rápidamente por todo el país asumiendo el liderato del movimiento pacifista, dirigiendo primero la “Southern Cristian Leadership Conference” y más tarde el “Congress of Racial Equality”. Asimismo, como miembro de la “Asociación para el Progreso de la Gente de Color”, abrió otro frente para lograr mejoras en sus condiciones de vida. En 1960 aprovechó el gesto espontáneo de un grupo de estudiantes negros que se sentaron en la vía pública en Birmingham, Alabama, desafiando con esa actitud no violenta a las fuerzas policiales, para iniciar una campaña de alcance nacional. En esta ocasión, Martin Luther King fue encarcelado y posteriormente liberado por la intercesión de John F. Kennedy, entonces candidato a la presidencia de Estados Unidos, pero logró para los negros la igualdad de acceso a las bibliotecas, los comedores y los estacionamientos. En el verano de 1963, su lucha alcanzó uno de sus momentos culminantes cuando encabezó una gigantesca marcha sobre Washington, en la que participaron unas doscientas cincuenta mil personas, ante las cuales pronunció uno de sus más bellos discursos por la paz y la igualdad entre los seres humanos. Él y otros representantes de organizaciones antirracistas fueron recibidos por el presidente Kennedy quien se comprometió a agilizar su política contra el segregacionismo en las escuelas y en la cuestión del desempleo, que afectaba de modo especial a la comunidad afroamericana. En marzo de 1965 encabezó una manifestación de miles de defensores de los derechos civiles que recorrieron casi un centenar de kilómetros, desde Selma, donde se habían producido actos de violencia racial, hasta Montgomery. La lucha de Martin Luther King tuvo un final trágico: el 4 de abril de 1968 fue asesinado en Memphis por James Earl Ray. Mientras se celebraban sus funerales en la iglesia Edenhaëser de Atlanta, una ola de violencia se extendió por todo el país. Pero, su lucha y su muerte no fueron en vano, hoy la comunidad afroamericana disfruta de los derechos civiles en un plano de relativa igualdad. El Presidente Obama, primer Presidente negro de USA, ha reconocido la trascendencia de la obra del reverendo King. En lo particular se me estremece el corazón cada vez que escucho el discurso de King “Tengo un sueño” pronunciado el 28 de agosto de 1963 en las escalinatas del Monumento a Lincoln en Washington ante una multitud de 200.000 personas aproximadamente. Disponible en http://www.biografiasyvidas.com/biografia/k/king.htm.
[16]Vid de mi autoría “El Legado de Mandela”, en esta misma página WEB independiente.
[17]  D. Golddhagen,  Los Verdugos Voluntarios de Hitler, citado por  Fernando García de Cortázar, se refiere a LOS COLABORACIONISTAS del régimen nazi “Si el holocausto se produjo exclusivamente en Alemania fue porque concurrieron tres factores al mismo tiempo. Los antisemitas más comprometidos y virulentos de la Historia se hicieron con el poder del Estado y decidieron convertir una fantasía asesina particular en el núcleo de la política estatal. Actuaron así en una sociedad cuyas opiniones esenciales sobre los judíos era ampliamente  compartidas...Así pues, sin los nazis, y sin Hitler en particular, el holocausto no se habría producido, pero de no haber existido una considerable inclinación entre los alemanes corrientes a tolerar, apoyar, e incluso, en muchos casos, a contribuir primero a la persecución absolutamente radical de los judíos en la década de los treinta y luego (por lo menos entre los encargados de realizar la tarea) a participar en la matanza de judíos, el régimen jamás habría podido exterminar a seis millones de personas. Ambos factores fueron necesarios, y ninguno de ellos sería suficiente por si solo. Sólo en Alemania se dieron juntos esos dos factores”. García de Fernado, Cortázar (2004). Breve Historia del Siglo XX. DEBOLSILLO, España p. 287. El apoyo de la mayoría del pueblo alemán a la figura de Hitler y a la ideología nacionalsocialista se expresó de manera continua y sistemática desde el año 33. Es así como: “La Nación alemana fue invitada, el 19 de agosto de 1934, a votar en un plebiscito a su conformidad a que Hitler asumiera también el cargo de Presidente del Reich. Cuatro millones cincuenta mil personas tuvieron el valor de decir no; treinta y ocho millones votaron sí. Esto supuso una gran victoria de Adolf Hitler”. Vid, Huber, Heinz y Müller, Arthur (1967). El Tercer Reich. Su Historia en Textos, Fotografías y Documentos. Plaza &Janes Editores. Tomo I: La creación del Poder. Barcelona, p 139.

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