El “derecho de resistencia” y los regímenes dictatoriales en el siglo XXI, publicado en soberanía.org, página clausurada por la narcodictadura militarista comunista terrorista.
El “derecho de
resistencia” y los regímenes dictatoriales en el siglo XXI
Prof. Henrique
Meier
(a) Resurgimiento
del interés por el derecho de resistencia
En
la medida en que el fenómeno de la dictadura, y en particular la añoranza por
ese oprobioso régimen de poder, no pareciera haber desaparecido del todo en
este nuevo siglo como bien lo advierte el profesor Julián Casanova en su
artículo, “Nostalgia de dictadores”[1], el derecho de
resistencia sigue teniendo actualidad[2].
La
posibilidad de incorporar en la Constitución política una norma que reconozca
ese derecho, como lo hizo la del 99 en Venezuela (Art. 350), suscita
controversias, especialmente en aquellos países que decidieron incluirla en las
reformas constitucionales del último tercio del siglo XX (Portugal,
Constitución de 1976, Art. 22) e inicios del XXI.
Cualquiera
sean las estrategias y medios que pudieran implementarse para resistir las
acciones opresivas de un Estado, vale decir, la violación a los derechos
humanos, la tendencia común entre juristas, filósofos, teólogos y sociólogos es
el rechazo a la violencia terrorista como método legítimo de lucha.
(b) El derecho de resistencia y el Estado
Liberal-Burgués del siglo XIX
En
los siglos XIVIII y XIX el Estado Liberal-Burgués se caracterizó por las
respuestas que dio a las exigencias de la ascendente burguesía como clase
social dominante y base de legitimidad social de ese nuevo Estado, en el tema
de los límites al ejercicio del poder estatal para garantizar la esfera de las
libertades políticas y económicas conquistadas en su lucha contra el
absolutismo monárquico.
La
necesidad de limitar el poder estatal constituyó la principal preocupación de
una clase social requerida de un Estado restringido a proteger la vida y bienes
de los ciudadanos, y a garantizar el orden social y la paz pública, a fin de
que la economía (de mercado) pudiese desarrollarse “libremente” (teoría del
Estado “mínimo”).Las limitaciones al poder estatal se concretaron en la propia
organización institucional del mismo con fundamento en determinados principios
que conformaron las bases de una nueva “axiología” de las relaciones de poder.
Pero,
en los casos en los que esos frenos
institucionales no pudiesen
evitar la tendencia al abuso del poder estatal, entonces, el derecho de
resistencia, sublevación, insurrección o revolución fue concebido como un
remedio extremo ante la opresión, lo que Bobbio denomina la “constitucionalización del derecho de
resistencia y de revolución”[3].
Esa
prevención, motivada en la protección de los derechos y libertades articulados
a la garantía de la autonomía del individuo frente al Estado, tiene por
finalidad impedir tanto la “concentración y el abuso de poder” como la
“usurpación del poder legítimo”.
(1) La tendencia del poder estatal a
concentrarse en una instancia única y a ampliar su dominio de intervención a
costa de la esfera de autonomía del individuo y la sociedad, trata de
prevenirse mediante dispositivos institucionales integrados a la propia
organización del Estado. Esa idea de una prevención institucional de la
dictadura, observable en la Constitución francesa de 1792, en la norteamericana
de 1787, e incluso en la Constitución Nacional de 1999 (CN) y en todas las
constituciones de los Estados democráticos de Derecho del presente, herederas
de la tradición Demoliberal, pretende garantizarse,-no siempre se logra,-
mediante la constitucionalización de los principios siguientes:
-El
Principio de separación de poderes (Art. 136 CN: “Cada una de las ramas del Poder Público tiene sus funciones propias”);
-El
reconocimiento y garantía de los derechos y libertades fundamentales del hombre
y del ciudadano (Art. 3 CN:“El Estado
tiene como fines esenciales la defensa y el desarrollo de la persona y el
respeto a su dignidad…y la garantía del cumplimiento de los principios,
derechos y deberes reconocidos y garantizados en la Constitución);
-La
sujeción general del poder al Derecho y en particular a las reglas que definen
las competencias de los diferentes órganos del Estado (Principio de legalidad),
o Estado de Derecho (Art. 7 CN: “La
Constitución es la norma suprema y el fundamento del ordenamiento jurídico.
Todas las personas y órganos que ejercen el Poder Público están sujetos a esta
Constitución”).
Esos
principios constitucionales integran la llamada “Legitimidad de desempeño o axiológica”
(la “Cláusula Democrática), ratificados en el ámbito supranacional por el
actual régimen de poder con la suscripción de la Carta Democrática Interamericana
en 2001, cuyo Art. 3 dispone:
“Son elementos
esenciales de la democracia representativa, entre otros, el respeto a los
derechos humanos y las libertades fundamentales; el acceso al poder y su
ejercicio con sujeción al estado de derecho; la celebración de elecciones
periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto como
expresión de la soberanía del pueblo; el régimen plural de partidos y
organizaciones políticas; y la separación e independencia de los poderes
públicos”.
La
violación de esa “axiología” por parte de las personas y órganos que integran
el Poder Púbico coloca al régimen de “gobierno” en situación de “ilegitimidad
dedesempeño” de acuerdo a lo previsto en el Art. 350 constitucional. Y aunque
en su origen un gobierno se hubiere constituido en forma democrática, la
ilegitimidad de desempeño lo transmuta en un poder antidemocrático o
dictatorial.
(2)Asimismo, los teóricos del modelo de Estado
Liberal-Burgués plantearon la necesidad de extender esa prevención institucional
al control de la amenaza que supone para las libertades y derechos ciudadanos
las diversas modalidades de “usurpación” del poder legítimo. Ese control
preventivo implica el reconocimiento y garantía de las principales
instituciones del componente democrático (democracia representativa) del
Estado, a saber:
-La
investidura popular de los gobernantes y la verificación periódica de esta
investidura por medio del gradual reconocimiento del derecho al sufragio a los
sectores de la población excluidos de ese derecho político en la etapa de la
democracia censitaria, hasta la consagración del sufragio universal
(“legitimidad de origen”, Art. 63 CN: “El
sufragio es un derecho. Se ejercerá mediante votaciones libres, universales y
directas…”) como recurso político constitucionalizado del pueblo para
desplazar del poder a los gobernantes, sustituyéndolos por otros, utilizando
las reglas de la normalidad (y normatividad)constitucional, vale decir en forma
pacífica, cívica, civilizada, sin derramamiento de sangre.
La
alternancia en el poder, antes de la consolidación del Estado democrático de
Derecho, sólo podía hacerse realidad mediante la violencia armada. Recuérdese, al respecto, que el país tuvo que esperar 139 años para que
un Presidente, Raúl Leoni (1964-69), del partido en el gobierno (AD),
transmitiera la banda presidencial a un Presidente electo, Rafael Caldera,
líder de un partido opositor (COPEI): hito histórico ocurrido en 1969, pues
desde 1830 hasta esa fecha histórica, nunca se había producido una
alternabilidad pacífica del poder político (con el triunfo de Chávez-Frías en
las elecciones de 1998, la fugaz etapa de la alternabilidad desapareció entre
las sombras del pasado autocrático restaurado por el fenecido teniente coronel
y su “secta destructiva”);
-La
legitimación de la oposición al poder gubernamental, es decir, el
reconocimiento institucional de un poder alternativo, o si se quiere, la
institucionalización del “rival” del partido o los partidos políticos de “gobierno”
que se expresa en el Principio de la alternabilidad o alternancia política, y
que exige la existencia de dos o más partidos políticos con posibilidades
reales de alternarse en la titularidad y ejercicio del poder gubernamental y
del parlamentario, lo que implica, también, la pluralidad de medios de
información, comunicación y expresión libres que permitan a la oposición
realizar la crítica al poder establecido y presentar a la opinión pública su
oferta política (CN:Arts. 6: “El gobierno
de la República Bolivariana de Venezuela y de las entidades políticas que la
componen es y será siempre democrático, participativo, electivo,
descentralizado, alternativo,
responsable, pluralista y de mandatos revocables”, 57: “Toda persona tiene derecho a expresar
libremente sus pensamientos, sus ideas u opiniones de viva voz, por escrito o
mediante cualquier otra forma de expresión y de hacer uso para ello de
cualquier medio de comunicación y difusión, sin que pueda establecerse previa
censura”, 58: “La comunicación es
libre y plural”, negritas mías).
La
investidura popular de los gobernantes y su verificación periódica mediante un
sistema electoral que garantice elecciones libres, imparciales y justas (Art.
3, Carta Democrática Interamericana), constituye la llamada “legitimidad
democrática de origen”. La asunción al poder por medio de actos de violencia
armada (golpes de estado, revoluciones) implica, sin duda, la violación a ese
principio de legitimidad. Asimismo, la preservación del poder haciendo uso de
prácticas electorales fraudulentas (elecciones que no puedan calificarse de
libres, imparciales e independientes), conlleva, también, a una irremediable
“ilegitimidad de origen”. En ambos
supuestos no hay manera de evitar calificar como poder público antidemocrático
a los regímenes sustentados en la violencia armada o en el fraude electoral.
Y
la legitimación del poder opositor o rival del poder gubernamental para
garantizar la posibilidad de una real alternancia en el poder democrático
(pluralismo político), con las garantías que permitan el libre ejercicio de la
crítica a las acciones u omisiones de los titulares de los órganos estatales,
como también el derecho de la oposición a competir en los procesos electorales
en condiciones básicas de igualdad con los detentadores de los órganos
ejecutivos y parlamentarios, es conditio sine qua non para catalogar a un
Estado de democrático o autoritario, según los casos (legitimidad de
desempeño).
Ahora
bien, si la “prevención institucional” mencionada no resulta eficaz, entonces
se legitima el “derecho de resistencia” cuya finalidad es abolir el poder
opresivo, tal y como se expresa en parte de la Declaración de Independencia de
los Estados Unidos del 4 de julio de 1776 (elaborada por Thomas Jefferson, John
Adams, Benjamín Franklin, Roger Sherman, y Robert R. Livingston, elegidos
miembros del comité encargado de redactar esa Declaración, aunque la mayoría de
los autores sólo se refiere a Jefferson como el autor de ese documento):
“Todos los hombres
son creados iguales, que a todos les confiere el Creador ciertos derechos
inalienables entre los cuales están la vida, la libertad y la consecución de la
felicidad, que para garantizar esos derechos los hombres instituyen gobiernos
que derivan sus justos poderes del consentimiento de los gobernados; que siempre que una forma de gobierno
tiende a destruir esos fines, el pueblo tiene derecho a reformarla o abolirla,
a instituir un nuevo gobierno, que se funde en dichos principios y a organizar sus poderes en aquella forma
que a su juicio garantice mejor la
seguridad y la felicidad”[4].
Ese
derecho está garantizado en el mencionado Art. 350 de la CN:
“El pueblo de Venezuela, fiel a su tradición
libertaria, a su lucha por la independencia, la paz y la libertad, desconocerá
cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios
y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos”.
(c) El derecho de resistencia y el Estado de
siglo XX
Si
el problema del derecho de resistencia suscita un renovado interés, ello se
debe al surgimiento de nuevas ideologías políticas en el sigo XX que “legitimaron”,
por diversas razones, la intervención del Estado, en variados grados de
intensidad, en las esferas económicas y sociales reservadas por el Liberalismo
a la autonomía del individuo. Hoy sabemos que el desarrollo de la sociedad
industrial no significó una disminución de las funciones estatales como los
liberales lo habían creído; por el contrario, la interferencia del Estado en la
esfera económica y social aumentó de manera considerable.
En
los países donde se impuso la revolución socialista (URSS, Alemania del Oeste,
Hungría, Polonia, Checoeslovaquia, Rumania, Cuba, China, Corea del Norte), el
Estado, lejos de desaparecer como fin de la historia en la “profecía marxista”,
invadió la totalidad de los ámbitos de la vida individual y colectiva:
estatalismo, o también “Estado caníbal” por engullir en sus fauces al individuo
y la sociedad (“Nada fuera del Estado, nada contra el Estado, todo dentro del
Estado).
Y en las democracias occidentales de la
postguerra, la necesidad de reconstruir el tejido social y la infraestructura
urbana e industrial de países devastados por el conflicto bélico, así como la
influencia de una nueva concepción sobre la función del Estado derivada del
reconocimiento de derechos a las clases trabajadoras, condujeron a la
legitimación de la intervención estatal en la conformación del orden económico
y social: el Estado social, Estado benefactor, Welfare
State. Contrariamente
a lo que algunos teóricos liberales preconizaron, en el sigloXX las estructuras
del Estado se reforzaron conjuntamente con la conformación de los aparatos
burocráticos, tal y como lo intuyó Max Weber.
(d) El derrumbe de
los socialismos totalitarios y el cuestionamiento del Estado benefactor
La
caída del Muro de Berlín (1990), acontecimiento histórico y símbolo del inicio
del desmoronamiento del totalitarismo soviético (la desaparición de los
sistemas socialista autoritarios en Europa), así como la grave crisis
institucional del Estado benefactor a finales del siglo XX y comienzos del
actual, incidieron en un nuevo replanteamiento de los límites del
intervencionismo estatal.
Entre
1980 y 2008 se impuso la idea del “Estado mínimo” y la desregulación económica
y social, una vuelta a los postulados fundamentales del liberalismo decimonónico,
vale decir, la creencia en la autoregulación espontánea del mercado y la sociedad
sin necesidad de la presencia del Estado:
la privatización de los servicios públicos, la disminución o eliminación de
aportes financieros a los servicios sociales asistenciales, el desmontaje de
los medios institucionales de control de los monopolios y oligopolios, del
duping, de la cartelización de precios y los abusos de la posición dominante, y
otras prácticas lesivas de la libre competencia (la competencia perfecta).
(e) La crisis del
Estado mínimo y los riesgos de nuevos autoritarismos en el siglo XXI
La
crisis de los mercados financieros e inmobiliarios de 2008 en USA y Europa
provocada por los fraudes cometidos por empresarios inescrupulosos con la
complicidad de los organismos estatales de vigilancia y control que abandonaron
sus funciones conforme al regreso del “Laisser Faire” y “Laisser Passer”, el
dejar hacer y el dejar pasar (neoliberalismo), postulado que se aplicó, no por
convicciones ideológicas como si había ocurrido en el siglo XIX, sino por
motivaciones estrictamente vinculadas a la “codicia”, a la “riqueza fácil”
inherente al “capitalismo financiero” de tipo especulativo que se apoderó de
los mercados financieros del mundo desarrollado.
El
lobby de las grandes corporaciones financieras, el soborno a los funcionarios
de las instituciones de vigilancia y control de las operaciones de
intermediación financiera y la designación de ejecutivos provenientes de la
banca para los altos cargos de esas instituciones, trajo como consecuencia esa
“catástrofe económica y social” que significó la pérdida de empleos para una
masa considerable de trabajadores, de los ahorros a las clases medias y de las
viviendas adquiridas con las “hipotecas basura”.
Ello
originó el movimiento espontáneo de los “indignados” y decepcionados con los
sistemas democráticos. Los políticos y los partidos políticos comenzaron a
perder credibilidad (la frase emblemática: “Que se vayan todos”). Y es que
mientras se producían las secuelas sociales de los fraudes financieros, los
responsables de los delitos bancarios, especialmente en USA, lejos de haber
sido enjuiciados por esos delitos y los graves daños al patrimonio de miles de
personas y a la economía en general, fueron premiados con jugosos bonos pagados
con los auxilios financieros del Estado para evitar el colapso del sistema. Los
responsables de los crímenes de “cuello blanco” aprovecharon esas
bonificaciones para disfrutar de un merecido retiro jugando al golf en las
Bahamas o paseando con sus amantes en sus lujosos yates.
El
auge de la tecnología de las comunicaciones, el Internet y las llamadas redes
sociales, ha demostrado la errónea idea
según la cual el poder político, aun en las democracias, era independiente y
superior a la sociedad, y que en consecuencia, el control de dicho poder
implicaba, al mismo tiempo, el control de la sociedad nacional (la supremacía de
lo público sobre lo privado). Sin embargo, en este nuevo siglo se ha venido
constatando que el sistema político depende del “sistema global”, es decir, que
el primero es un sub-sistema respecto del segundo.
En
el contexto de incertidumbres y riesgos que caracterizan este tiempo, no cabe
la menor duda de la crisis por la que atraviesan las democracias occidentales.
¿Acaso el pueblo, titular formal de la soberanía, participa libre y “conscientemente”
en la constitución de los gobiernos ejerciendo la función pública electoral, y
es efectivamente “representado” por las
autoridades gubernamentales y parlamentarias en el seno de los estados
democráticos, como lo creyeron los teóricos de la democracia moderna?
En
el régimen de gobierno parlamentario de la sociedad industrial avanzada (Unión
Europea), cuya gobernabilidad requiere que el Gobierno cuente con el respaldo
de la mayoría parlamentaria, el Parlamento ha dejado de constituir el centro
del poder real: las cámaras legislativas o sus miembros, en no pocos casos, se
limitan a formalizar decisiones tomadas fuera del recinto parlamentario: los
acuerdos negociados por los jefes políticos en hoteles, restaurantes, oficinas
privadas, en vuelos en jets privados, paseos en yates, etc. La influencia de
las grandes corporaciones económicas de los sectores financieros, energético,
de las telecomunicaciones, etc., al igual que en USA (grupos de presión), es un
factor que distorsiona la gobernabilidad democrática.
La participación popular se restringe a
otorgar legitimidad a la clase política sólo en el “momento electoral”, es
decir, en los períodos de los procesos
electorales, y como tal participación en la mayoría de las democracias tiende a
reducirse por los altos índices de abstención, no hay duda de que la clase
política, cuyo principal interés es su propia conservación, cada vezrepresenta
menos a la sociedad nacional.
Pero,
incluso la participación en las elecciones es objeto de distorsiones y
manipulaciones por la propaganda del propio poder gubernamental en ejercicio en
los sistemas que legitiman la reelección (aunado a la débil cultura democrática
de la población en las “democracias” latinoamericanas), por la influencia
mediática de poderosas organizaciones religiosas, partidos políticos,
movimientos de extrema derecha, ONGs, sindicatos, el financiamiento de las
campañas electorales por las grandes corporaciones económicas etc. (el
riesgo de la conversión de la democracia
en una “plutocracia”).
La
suma de esos factores negativos desemboca en la manifestación más grave de la
crisis de la gobernabilidad democrática: la “apatía política”[5],
que desnaturaliza la legitimidad de origen del poder estatal democrático. En
ese contexto, puede constatarse que el modelo de Estado que había pretendido
constitucionalizar el derecho de resistencia (el Estado democrático de
Derecho), no ha sabido administrar esa crisis de legitimidad y como
consecuencia de ello las viejas soluciones han comenzado a reaparecer bajo
nuevas formas: estrategias que en la Antigüedad se concretaban en la “desobediencia
pasiva” y el tiranicidio, hoy se manifiestan en la “desobediencia civil activa”,
la guerrilla y el terrorismo.
(f)
Diferencias entre las antiguas y las
nuevas teorías de la resistencia
“Lo que es antiguo
no siempre significa que haya
envejecido. Los medios de lucha contra la tiranía, cualquiera sea su forma o
modalidad, se renuevan en la medida en
que ésta también se renueva y se moderniza”- nos dice Turchetti.[6]
Las dictaduras se presentan cuando determinadas condiciones históricas hacen
que ese tipo de régimen de poder resurja donde se había creído desaparecido
para siempre, y cada vez que ello ocurre el autoritarismo asume características
diferentes adaptadas a las específicas circunstancias de la sociedad nacional
correspondiente (ejemplo la neodictadura militarista y corrupta en Venezuela
que utiliza “maquillajes” democráticos).
En
el presente, en la sociedad de masas, el problema de la resistencia a la
dictadura, a diferencia de la resistencia al tirano en la Antigua Grecia, en
Roma, en el Medioevo Europeo, y los siglos XVII, XVIII y XIX, concierne, no al
individuo, sino a la colectividad. Mientras en el pasado bastaba dar muerte al
tirano para liquidar la tiranía, en el presente la muerte del dictador no
conlleva la caída de la dictadura, pues en la sociedad contemporánea el control
del Estado para imponer un régimen dictatorial implica el control de los
recursos del poder, en especial de la fuerza armada, de su aparato propagandístico,
de sus recursos financieros, de su burocracia, etc. El dictador no es un tirano
solitario, a su servicio se halla una burocracia (la nomenclatura en los
regímenes comunistas) con sus métodos organizativos de la sociedad industrial.
Además,
en este tiempo los anarquistas ya no ejecutan atentados contra los jefes de
Estado. Sin embargo, las circunstancias que legitiman el derecho de resistencia
no son diferentes a las analizadas por los autores del siglo XVI al XVII, a
saber: “La conquista, la usurpación, el
ejercicio abusivo del poder (en la resistencia armada italiana de 1943 a 1945
se articulan las tres, la primera contra los alemanes, la segunda y la tercera contra los fascistas de la
República de Salo)”[7],
mientras que si hay una gran diferencia entre el tipo de opresión al que se
opone resistencia en el siglo XX e inicios del XXI: religiosa en los Estados
islámicos fundamentalistas, política en los países que formaban parte del
Imperio soviético como Ucrania[8]y
Bielorrusia; en China, Cuba, Venezuela.
No
puede obviarse que en este tiempo los sectores de las sociedades nacionales que
resisten un poder opresivo totalitario no luchan para cambiar una forma
determinada de gobierno (las formas degeneradas según la tradición
aristotélica), sino un tipo de sociedad cuyas instituciones políticas no son
más que un reflejo de la misma (las “sociedades cerradas” organizadas como
Estados totalitarios).
Nadie
que tenga un conocimiento razonable del complejo mundo de la política y el
poder, puede creer que es posible cambiar al Estado y la sociedad dando muerte
a un tirano. Por más que el poder se concentre en un dictador, sería ingenuo
pensar que él es el solo responsable del régimen dictatorial[9].
Por esa razón, Bobbio acertadamente expresa que hoy ya no es posible plantearse
el tema del derecho de resistencia en los mismos términos que los teóricos de
la Antigüedad:
“Los teóricos de la
Antigüedad discutían sobre el carácter lícito o ilícito de la resistencia en
sus diversas formas, dicho de otra manera: ellos planteaban el problema en
términos jurídicos, mientras que hoy quien discute acerca de la resistencia o
la revolución lo hace en términos esencialmente políticos, es decir, se
pregunta si esa resistencia es oportuna y eficaz; no se pregunta si es justa y
constituye un derecho, sino si ella es conforme al fin: derrocar al gobierno
dictatorial”[10].
Preguntarse
si una acción es justa significaba en el pasado si era conforme al Derecho
natural. En nuestros días, la concepción del Derecho que impera en la mayoría
de los sistemas jurídicos nacionales es la concepción positivista. Como el
Derecho se identifica con el ordenamiento jurídico-positivo, ya no hay razón
para plantear esa interrogante en esos términos, porque, salvo excepciones, no
existen leyes que autoricen la resistencia.
Bobbio
formula ese cambio como sigue:
“No se trata de
tener derecho para romper el yugo colonial o el de una clase, se trata de
poseer la fuerza para ello. La discusión ya no se centra sobre los derechos y
los deberes, se centra en las técnicas más apropiadas que es menester emplear
de acuerdo con las circunstancias; las técnicas de la guerrilla contra las
técnicas de la no violencia. Así, al lado de la crisis de las viejas teorías de
la guerra justa, asistimos a la crisis de teorías todavía dominantes desde la
época de las Luces, de la revolución justa”[11].
(e) Leninismo y Gandhismo
El
quid de las técnicas de la resistencia más convenientes para conseguir el
objetivo político final: el derrocamiento de un régimen de poder dictatorial,
constituye en el presente el criterio fundamental para distinguir los dos
métodos de resistencia que se han utilizado en diversas sociedades nacionales:
el de los partidos y organizaciones revolucionarios y el de la “desobediencia
civil”. Bobbio, en un afán de síntesis los denomina “leninismo” (de Lenin) al
primero y “Gandhismo” (de Gandhi) al segundo.
El
primero se origina en la doctrina realista de tipo maquiavélica, de Marx, y de
Lenin: éste último fue quien profundizó más en la teoría (El Estado y la
Revolución)[12] y llevó a la práctica
durante la Revolución bolchevique (1917) el axioma: “el fin justifica los medios”.
En este punto Bobbio hace otra distinción entre la antigua utilización de la
violencia, limitada a los casos extremos de la tiranía (conquista, usurpación,
abuso de poder) y las teorías actuales desde Lenin a Mao, de Mao a Castro y el
“Che Guevara”, que coinciden en el concepto, según el cual, la lucha contra el
poder constituido (el Estado) es violenta por su propia naturaleza, porque
violenta es supuestamente la opresión del Estado burgués.
La
segunda, que preconiza la “no violencia”, parte de motivaciones religiosas en
la obra de Henry David Thoreau (1817-1862) “La desobediencia civil”[13],
así como en las obras de Tolstoi, y culmina en una toma de consciencia política
en el movimiento liderado por Gandhi (1869-1862)[14]
para liberar a la India del yugo colonial británico, y más recientemente en el
movimiento por los derechos civiles de la comunidad afroamericana de USA
liderado por el reverendo Martin Luther King (1929-1968)[15].
Gandhi,
considerado el apóstol de la no violencia, diferencia la no violencia “negativa”
de la no violencia “positiva”, o si se quiere la no violencia “pasiva”, de la
“activa”, o desobediencia civil.En ambos supuestos, la justificación de ese
método es menos religiosa y ética que política, y por esa razón, según Bobbio,
consiste en una renovación de las doctrinas tradicionales de la resistencia
pasiva.
Los
métodos o estrategias de la “no violencia” comprenden una variedad de acciones:
boicots, huelgas sociales generalizadas, huelgas de hambre individuales o de
grupos, desacato o desobediencia a las leyes, decretos y actos gubernamentales
violatorios de los derechos humanos, marchas y concentraciones públicas
pacíficas y sin armas, peticiones masivas contra las acciones opresivas de un
régimen, y otras de similar naturaleza.
Los
métodos “no violentos” han demostrado mejores resultados “políticos” que los
violentos, ya que una sociedad que surja de la “no violencia” será una sociedad
en la que la violencia será condenada por la conciencia colectiva. Por el
contrario, una sociedad nacida de la violencia no podrá abandonar la violencia
para preservar el orden social (el drama de la sociedad rusa, que luego del
derrumbe del sistema totalitario, sin embargo sigue sufriendo la violencia
estatal del régimen jefatureado por el autócrata Putin, así como de las mafias
que controlan su economía).
Es
lo que comprendió Nelson Mandela estando preso (1963-90: 27 años). En esos 27
años el líder de la mayoría negra en su lucha contra la opresión, y luego líder
de toda una nación integrada por obra de su carisma, su palabra y sus acciones
ejemplarizantes, aprendió a ser realista, no abstracto, a examinar todos los
principios al tamiz de las circunstancias, y por esa razón abandonó la
estrategia de la lucha armada que pocos resultados había dado a la comunidad
negra, la mayoría de la población de Sudáfrica, en 80 años del régimen
oprobioso del “Apartheid”[16].
La
“no violencia” es una mejor estrategia que la “violencia”a fin de alcanzar el
mismo objetivo al que aspira, al menos en el discurso, la revolución que emplea
las armas: una sociedad más libre, más justa, sin opresión, ni opresores. Por
otra parte, frente a las dimensiones cada vez más desmesuradas de la violencia
institucionalizada y organizada, y frente a su enorme capacidad destructiva, la
práctica de la “no violencia” es quizás la única forma de presión que permite,
en última instancia, modificar las relaciones de poder; la “no violencia” en
suma, es la alternativa más inteligente para derrotar la violencia del poder
dictatorial.
Pero,
hay casos en los cuales no queda otra opción que el empleo de métodos
violentos, como ocurrió con la resistencia francesa contra la ocupación nazi en
1941 y el régimen colaboracionista del General Pétain (Régimen del Vichy).Por
esa razón, habría que distinguir entre la resistencia que se opone a una fuerza
armada extranjera que invade, ocupa y somete a la población de un Estado que
pierde, en consecuencia, su soberanía (caso de Francia) y aquella que lucha, no
contra un invasor, sino contra el propio Estado cuyo gobierno, producto de un
golpe de fuerza o “golpe de estado” (usurpación del poder), o de legítimas
elecciones, actúa violando los principios democráticos y los derechos humanos
de la población (ilegitimidad de desempeño).
En
el primer supuesto, es obvio que la única alternativa posible es la resistencia
armada y clandestina. En una situación de invasión de una fuerza armada
extranjera de nada sirven los boicots, las huelgas, las manifestaciones
callejeras. Al invasor ocupante poco le importará la vida, la libertad y el
bienestar del pueblo sometido por la fuerza. Nada le impediría, salvo el
contexto internacional, masacrar a quienes se le resistan abiertamente
(Hungría, 1956: la masacre causada por el ejército rojo), detener, torturar y
asesinar a los líderes de la resistencia conceptuados como “enemigos”. En
consecuencia, en situación semejante, sólo quedan las acciones heroicas y
violentas del grupo de resistentes para despertar la conciencia patriótica del
resto de la sociedad a fin de provocar una sublevación colectiva.
De
ahí que la resistencia de los franceses y polacos, antes de que llegasen a esos
países las fuerzas armadas aliadas en su auxilio para derrotar al ejército
nazi, se caracterizó por las acciones de sabotaje de instalaciones
estratégicas, el uso de explosivos, el asesinato de altos oficiales del
ejército invasor, la destrucción de vías férreas, etc.
No
así en el supuesto de los gobiernos autoritarios y las dictaduras domésticas,
pues aun el dictador más represor procura contar con algo de legitimidad o
apoyo social. No puede sostenerse indefinidamente en el poder sin la
aquiescencia de parte de la población (legitimidad social).La historia
demuestra cómo ningún régimen político puede mantenerse en el tiempo únicamente
por el uso de la fuerza material o física, o el miedo de los gobernados a la
represión. Más decisivo en la durabilidad de un sistema de gobierno es el hecho
de la legitimidad social. Hitler no hubiese podido permanecer doce años en el
poder si la mayoría del pueblo alemán no lo hubiera considerado un gobernante
“legítimo”[17]. Lo mismo puede decirse
de los Castro en Cuba.
En esos casos, la
necesidad de la “legitimidad social” obliga al régimen dictatorial a
flexibilizar su rigidez cuando la resistencia se extiende y se convierte en una
mayoría que rechaza al dictador. Por esa razón, los dictadores utilizan el
recurso del “plebiscito” para pretender legitimarse (Pérez Jiménez en
Venezuela, Pinochet en Chile). A menos que el dictador esté dispuesto a
masacrar al pueblo, y que la fuerza armada lo quiera acompañar en esa
sangrienta aventura, lo usual es que ese tipo de régimen de poder, es la
historia del autoritarismo en América Latina (a excepción de la dictadura
totalitaria de los Castro), sucumba ante la presión popular y el dictador huya
del país (Baptista en Cuba, Pérez Jiménez en Venezuela), o que negocie su
salida del poder con la dirigencia de la resistencia democrática (Pinochet).
[1] Disponible en el pais.es
[2]Fernando Mires en su
Blog aborda el tema de las dictaduras en
el siglo XX y XXI bajo el sugestivo título: “La subversión antidemocrática del
siglo XX: “No, no se trata de una analogía. No en todo caso de una que tome elementos
sueltos y construya similitudes ignorando diferencias entre dos o más fenómenos
paralelos. Es algo distinto. Se trata de constatar como en lugares diferentes
del planeta está teniendo lugar una subversión en contra del difícil avance de
la democracia.No estamos
hablando de un hecho nuevo. En cierto modo siempre ha sido así desde que en los
EEUU primero, en Francia después, estallaron las “revoluciones madres” que
dieron origen al occidente político de nuestro tiempo. A partir de ese momento
las contrarevoluciones antidemocráticas no han cesado, una tras otra, de
suceder. Pero hasta ahora, pese a terribles derrotas parciales, los principios
políticos declarados en los EEUU (1776) y renacidos en las calles de París
(1789), han terminado por sentar su hegemonía en el mundo. Desde una perspectiva
macro-histórica, la Santa Alianza contraída por Austria, Rusia y Prusia (1815)
pretendió erigirse como el primer dique de contención en contra del proyecto
democrático nacido en dos continentes. Pero fueron las dos grandes
contrarevoluciones antidemocráticas del siglo XX, la nazi y la estalinista, las
que estuvieron a punto de cerrar definitivamente el ciclo democrático en
Europa. Mas, pese a millones y millones de muertos, no lo lograron. El nazismo
fue aplastado por una alianza militar inter-continental. El estalinismo comenzó
a desmoronarse en la década de los sesenta gracias al “deshielo” de Nikita
Kruchev. Las rebeliones democráticas habidas en Polonia, Hungría y la RDA
durante la década de los cincuenta, y en Checoeslovaquia en 1968, antecedieron
a la segunda ola revolucionaria que culminó con la caída del Muro de Berlín
(1990). Gorbachov hubo de extender el acta de defunción del comunismo mundial.
China se transformó en la segunda potencia capitalista. Las reformas del
húngaro Kadar, las sublevaciones de Solidarnosc y Valesa en Polonia, Carta 77 y
Havel en Checoeslovaquia, y otras similares, parecieron consagrar a la
democracia en Europa Central y del Este. En América Latina a su vez,
coincidiendo (de modo no casual) con el derribamiento de las tiranías
comunistas europeas, tuvo lugar el declive de las dictaduras militares de
Seguridad Nacional (primero en Brasil, después en Uruguay, Chile y Argentina).
Hacia fines del siglo XX con excepción de Cuba –al igual que Corea del Norte,
una reliquia de la Guerra Fría– ya no había más dictaduras latinoamericanas. El
continente de los militares golpistas parecía seguir -y no por primera vez- el
ejemplo europeo. No pocos pensaron que estábamos llegando al “fin de la
historia”. Evidentemente, no fue así. Aún falta largo trecho por recorrer. Los primeros decenios del siglo XXl
amanecieron marcados con el signo de la contrarrevolución antidemocrática.
En algunos países de Europa del Este, particularmente en Hungría y Rumania,
fuerzas retrógradas se han hecho del poder. La mayoría de las repúblicas que
constituían la antigua URSS han caído bajo la férula de feroces autocracias, y
Putin no oculta su proyecto de restaurar el antiguo imperio sobre la base de la
Federación Euroasiática formada inicialmente por Rusia, Bielorrusia y
Kasajastán. Georgia ya fue anexada a sangre y fuego (2008) y Crimea es solo el
comienzo de un proyecto de apropiación territorial de Ucrania por parte de la
Rusia de Putin. La Rusia pro-europea de Gorbachov y Jelzin ha llegado a su fin.
La Rusia de Putin es una nación que práctica –lo dijo muy bien Ángela Merkel-
una política imperial del siglo XlX. Le faltó agregar: “pero con las armas del
siglo XXl”. No es casualidad que los aliados extra-continentales más fieles a
Putin sean dos gobiernos profundamente antidemocráticos: el del carnicero Asad
de Siria y el del binomio pro-dictatorial Cabello/ Maduro en Venezuela. El sistema político venezolano fundado
por Chávez se parece como una gota de agua a otra, al fundado por Putin. En
ambos el Estado ha sido secuestrado por el gobierno; los poderes públicos han
sido sometidos al ejecutivo; los poderes fácticos, particularmente los
militares, dominan por sobre los constitucionales; los grupos para-militares
hacen el trabajo sucio de la policía oficial; los sistemas de represión,
delación y espionaje han sido perfeccionados: en Rusia, gracias al andamiaje
totalitario en el cual se formó el mismo Putin y en Venezuela, gracias a los
servicios de “inteligencia” que proporciona Cuba. Y no por último, en las elecciones,
los opositores han debido enfrentar no a candidatos opuestos, sino a todo el
aparato electoral del Estado. Del mismo modo, la similitud en la política
exterior que practican ambos gobiernos es notable. No hay tirano en la tierra
que no sea amigo de ambos. A la vez, mientras Rusia es el centro de un conjunto
de satélites subsidiados desde Moscú, Venezuela es el centro de una alianza
conformada por los países del ALBA. Mientras Putin usa el gas como arma
estratégica para neutralizar a las naciones de Europa, Cabello/Maduro usa el
petróleo en América Latina. Por cierto, hay algunas diferencias. La principal
radica en que mientras Putin enfrenta a un conglomerado de naciones en las
cuales la democracia ha echado raíces profundas, el binomio Cabello/Maduro
recibe el apoyo de naciones en las cuales el ideal democrático es todavía muy
superficial. Pero a la inversa, mientras Putin ha logrado por el momento
aplastar a la oposición democrática interna, el binomio Cabello/Maduro, sin el
encanto populista del comandante finito, solo tiene dos alternativas: O dialoga
de igual a igual con una oposición cada vez más creciente, o elige la vía ultra
represiva de las antiguas dictaduras militares. En cierto modo, Diosdado Cabello, co-gobernante fáctico de Venezuela, ya
eligió la segunda alternativa”.Polis, Política y Cultura Blog de Fernando Mires,
disponible en http://polisfmires.blogspot.com/2014/03/fernando-mires-la-subversion.ht (negritas mías)
[3] Bobbio, Norberto (1973).
La resistenzia all´oppressione oggi. En Studi Sasseresi, III, Autonomia e diritto di resistenzia. Milán. Italia.
Traducción mía.
[4]Disponible en http://www.humanrights.com/es/what-are-human-rights/brief-history/declaration-of-independence.html. Negritas mías. Obsérvese el fundamento
de una “democracia de ciudadanos”. Se afirma que la soberanía reside en el
pueblo de ciudadanos al establecerse que los gobiernos (y el Estado) derivan
sus poderes del “consentimiento de los gobernados”, por tanto, el poder
gubernamental no se justifica en si mismo sino en la voluntad de los
gobernados; además, dicho poder se instituye para garantizar los derechos
inalienables de los hombres, entre tales la vida, la libertad y la consecución
de la felicidad. En consecuencia, cuando una forma de gobierno tiende a
destruir esos fines, es decir, la justificación de su existencia como un poder
al servicio de los ciudadanos y sus derechos, el pueblo tiene el derecho a
reformar o a abolir el gobierno opresivo y a sustituirlo por otro que se funde
en esos principios superiores conforme a una organización institucional que
garantice dicha axiología. He allí el fundamento de la “resistencia activa” o
la acción colectiva para deponer a la dictadura.
[5] Sobre el particular, transcribo a
continuación parte del artículo publicado por Ramin Jahanbegloo, (filósofo iraní,
catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Toronto): “La Pasión por
la democracia”, en el diario el país. es en su edición del 21 de noviembre de
2014. “Entre las nuevas generaciones, sin recuerdo ya de la Guerra Fría, la
democracia despierta una apatía cada vez mayor. Por otra parte, la máxima
de John Dewey, según la cual la política es la sombra que arrojan las grandes
empresas sobre nuestra sociedad, continúa cerniéndose sobre nuestras democracias
liberales, erosionándolas. Ante esos problemas y los múltiples indicios de que
no todo parece estar bien en la democracia, nos preguntamos: ¿qué queda de la
democracia como discurso y como institución? Con todo, la experiencia nos
demuestra que es muy difícil encasillarla en un único significado, ya que
significa cosas diversas para distintas personas en diferentes contextos. Esto
es lo que explica que no se consiga “extender”, por no hablar de “exportar”, la
democracia de una cultura o sociedad a otra. La razón es sencilla: el fomento de la democracia no puede funcionar en
ausencia de una cultura democrática y organizar elecciones es sólo el punto de
partida de la vida democrática de un país. De hecho, la auténtica prueba de la
democracia no radica precisamente en dar poder a una mayoría victoriosa,
otorgando la mayor libertad al mayor número posible de personas, sino que en
realidad se basa en una nueva actitud, una nueva forma de abordar el problema
del poder y la violencia. En consecuencia, si aceptamos ese principio, el
sistema democrático no se basaría en el poder que se ejerce sobre la sociedad,
sino en el poder que hay dentro de ella. Dicho de otro modo, si la democracia
equivale al autogobierno y al autocontrol de la propia sociedad, el reforzamiento
de la sociedad civil y la capacidad colectiva para regirse democráticamente
serán elementos fundamentales del sistema democrático. Dondequiera que hay una práctica democrática, las normas del juego
político las define la ausencia de violencia y un conjunto de garantías
institucionales opuestas a la avasalladora lógica del Estado. No obstante,
cuanto más pensamos en el asunto, más insatisfactoria e incompleta nos parece
esa definición. Si la democracia no fuera más que un conjunto de garantías
institucionales, ¿cómo podrían los ciudadanos pensar en la política hoy en día
y luchar por la aparición de nuevas perspectivas de vida democrática? Antes de responder a esta pregunta creo que
podemos apuntar al problema de la corrupción en las democracias y calificarlo
de mal democrático. Ese mal constituye un problema porque surge en el seno de
las democracias y atañe a algo concreto: la legitimidad de la violencia. Al
reconocer que esta resulta problemática para la democracia se recalca la
condición del homo democraticus
y la posibilidad de que las democracias degeneren en violencia. En
consecuencia, para ir más allá de la violencia democrática habrá que reconocer
primero el carácter paradójico de la propia democracia, que es el proceso por
el cual se domeña la violencia, pero los Estados y las sociedades democráticos
también la generan.
Cuantos más instrumentos violentos desarrolle una comunidad democrática, menos
podrá resistirse al mal democrático. Quizá sea esta la razón de que, para la
democracia, la no violencia sea una salvaguarda más valiosa que el libre
mercado. Por mucho que acumulemos riqueza para
cubrir las necesidades vitales y vivir cómodamente en una sociedad democrática,
todos sabemos que necesitamos algo más que posesiones materiales para dar
sentido a nuestra existencia cotidiana. Si nos preguntamos: “¿Por qué todos
actuamos como si la democracia importara y compensara nuestros esfuerzos?”, la
respuesta podría ser que la vida no sólo consiste en satisfacer deseos. Hay un
horizonte de responsabilidad ética sin el cual la democracia carece de sentido.
Václav Havel nos recuerda que la “democracia es un sistema basado en la
confianza en el sentido de la responsabilidad del ser humano, que debería
despertar y cultivar. Por sí sola, la
democracia nunca será suficiente; no puede instaurarse celebrando elecciones y
aprobando una Constitución. Se necesita algo más: un énfasis en la
democracia en tanto que práctica de pensamiento y de juicio moral. Dicho de
otro modo, nunca podremos construir ni mantener instituciones democráticas si
estas no comportan el objetivo de ofrecernos la experiencia socrática de la
política en tanto que autoexploración e intercambio dialógico. Después de todo,
la democracia la hacen los seres humanos y su suerte va ligada a la condición humana.
Como tal, la línea que divide la acción democrática y el mal político atraviesa
la elección moral de cualquier ciudadano demócrata.” (negritas
mías).
[6]
Tourchetti, Mario (2002) Tyrannie et Tirannicide. De la Antiquite a nos jours.
PUF, Paris, p. 938
[7]IBÍDEM, p. 939.
[8] Hace un año, el 21 de noviembre de 2013,
estallaron protestas en el centro de Kiev en respuesta a la decisión de las
autoridades de suspender los preparativos para para la firma del acuerdo de
asociación con la Unión Europea. En las redes sociales y en los medios de
comunicación social fueron bautizados tales hechos con el nombre de Euro Maiden. Al conocerse la
decisión del gobierno, en las redes sociales se hicieron llamados a acciones de
protesta. Al atardecer, en el centro de Kiev se reunieron una dos mil personas
en el Maidán, y en la Plaza de la Independencia se armó un campamento de
tiendas de campaña. El 22 de
febrero de 2014 el Parlamento de Ucrania destituyó al presidente Yanukóvich,
cambió la Constitución y convocó elecciones anticipadas para el 25 de mayo.
Varias áreas del este y el sur de Ucrania no reconocieron la legitimidad del
Gobierno autoproclamado de Kiev y con protestas multitudinarias reivindicaron
la federalización del país. Para aplacar las protestas en la región, el nuevo
Gobierno envió al Ejército. La operación especial de Kiev llevó a duros
enfrentamientos contra las autodefensas de la región y se registraron los
primeros muertos y heridos. Disponible en http://actualidad.rt.com/themes/view/112919-ucrania-revolucion-protestas-ue.
[9] No pocos creían que con la muerte de
Chávez se derrumbaría la neodictadura militarista y corrupta de vocación
totalitaria. Pues bien, vamos para 2 años desde que supuestamente feneció el
que se hacía llamar Comandante-Presidente (¿marzo de 2013?) y no obstante la
secta destructiva continúa en el poder.
[10] Bobbio, La resistenzia all´oppressione,
opus cit, p. 26.
[11] IBÍDEM
[12]En el folleto “El Estado y la Revolución”, publicado en ruso
en 1918, Lenin sostiene el método de la revolución violenta para la destrucción
del aparato estatal de la clase dominante: “De otra parte, la
tergiversación"kautskiana"del marxismo es bastante más sutil.
"Teóricamente", no se niega ni que el Estado sea el órgano de
dominación de clase, ni que las contradicciones de clase sean irreconciliables.
Pero se pasa por alto u oculta lo siguiente: si el Estado es un producto del
carácter irreconciliable de las contradicciones de clase, si es una fuerza que
está por encima de la sociedad y que "se divorcia cada vez más de la
sociedad", es evidente que la liberación de la clase oprimida es
imposible, no sólo sin una revolución violenta, sino también sin la destrucción
del aparato del Poder estatal que ha sido creado por la clase dominante y en el
que toma cuerpo aquel "divorcio". Como veremos más abajo, Marx llegó
a esta conclusión, teóricamente clara por si misma, con la precisión más
completa, a base del análisis histórico concreto de las tareas de la
revolución. Y esta conclusión es precisamente…la que Kausky ha olvidado y
falseado”. Disponible enhttp://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/estyrev/
[13]La “desobediencia civil” es el título de
una conferencia escrita por Henry David Thoreau, publicada en 1848. A
continuación transcribo parte de dicha conferencia: “Existen leyes injustas: ¿debemos estar contentos de cumplirlas,
trabajar para enmendarlas, y obedecerlas hasta cuando lo hayamos logrado, o
debemos incumplirlas desde el principio? Las personas, bajo un gobierno como el
actual, creen por lo general que deben esperar hasta haber convencido a la
mayoría para cambiarlas. Creen que si oponen resistencia, el remedio sería peor
que la enfermedad. Pero es culpa del gobierno que el remedio sea peor que la
enfermedad. Es él quien lo hace peor. ¿Por qué no está más apto para prever y
hacer una reforma? ¿Por qué no valora a su minoría sabia? ¿Por qué grita y se
resiste antes de ser herido? ¿Por qué no estimula a sus ciudadanos a que
analicen sus faltas y lo hagan mejor de lo que él lo haría con ellos? ¿Por qué
siempre crucifica a Cristo, excomulga a Copérnico y a Lutero y declara rebeldes
a Washington y a Franklin? Uno pensaría que una negación deliberada y práctica
de su autoridad fue la única ofensa jamás contemplada por su gobierno, o si no,
¿por qué no ha asignado un castigo definitivo, proporcionado y apropiado? Si un
hombre que no tiene propiedad se niega sólo una vez a rentar nueve chelines al
Estado, es puesto en prisión por un término ilimitado por ley que yo conozca, y
confinado a la discreción de aquellos que lo pusieron allí; pero si le roba
noventa veces nueve chelines al Estado, es pronto puesto de nuevo en libertad…La
autoridad del gobierno – porque yo gustosamente obedeceré a aquellos que pueden
actuar mejor que yo, y en muchas cosas hasta a aquellos que ni saben ni pueden
actuar tan bien – es una autoridad impura: porque para ser estrictamente justa
tiene que ser aprobada por el gobernado. No puede tener derecho absoluto sobre
mi persona y propiedad sino en cuanto yo se lo conceda. El paso de la monarquía
absoluta a una limitada, de la monarquía limitada a la democracia, es el
progreso hacia el verdadero respeto al individuo. Hasta el filósofo chino fue
lo suficientemente sabio para ver en el individuo la base del imperio. ¿Es la
democracia que conocemos la última mejora posible de gobierno? ¿No es posible
adelantar un paso en el reconocimiento y la organización de los derechos del
hombre? Jamás existirá un Estado realmente libre e iluminado hasta cuando ese
Estado reconozca al individuo como un poder más alto e independiente, del cual
se deriva su propio poder y autoridad y lo trate de acuerdo a ello. Me complace
imaginar un Estado que finalmente pueda darse el lujo de ser justo con todos, y
que trate al individuo con respecto; más aún, que no llegue a pensar que es
inconsistente con su propia tranquilidad si unos cuantos viven separados de él,
no mezclándose con él, sin abrazarlo, pero cumpliendo con su obligación de
vecinos y compañeros. Un Estado que produjera este fruto y lo entregase tan
pronto estuviese maduro abriría el camino para otro Estado, aún más perfecto y
glorioso, que yo he soñado también, pero que aún no he visto por ninguna
parte”. Disponible en http://thoreau.eserver.org/spanishcivil.html.
[14]El 2 de octubre de 1869, hace 145 años, en el Distrito
de Porbandar, perteneciente a la India británica, nació Gandhi. Licenciado en
Derecho, Gandhi en 1893 viajó a la Sudáfrica dominada por el sistema de
segregación racial del Apartheid y donde se dedicó a luchar pacíficamente por
los derechos de unos 150.000 indios que trabajaban en ese país y eran
constantemente objeto de explotación patronal. La dramática discriminación de
la que fue testigo en Sudáfrica sirvió como catalizador de su activismo
político expresado en su lucha por los derechos de sus compatriotas. Es así
como en 1906, por primera vez implementó el sistema de lucha, resistencia y
desobediencia llamado “Satyagraha” (Fuerza de la verdad).Durante su estadía en
el sur de África, Gandhi estudio Bhagavad-guitá, texto sagrado hinduista, y el
libro El reino de Dios en nosotros, de León Tolstoi, que habla del principio de
la no-resistencia en oposición a la violencia, guiado por las enseñanzas de
Jesús. Gandhi también inspiró su vocación de lucha pacífica en el escritor
estadounidense, Henry David Thoreau, autor del ensayo “La desobediencia civil”.
En el año 1915, Gandhi regresó a la India y adoptó los hábitos y estilo de vida
tradicionales de su nación, entre ellas su característica túnica blanca.
Además, continúo profundizando sus conocimientos sobre religión y filosofía, y
prestó especial atención a la política. En aproximadamente 15 años se convirtió
en el líder del movimiento nacionalista indio y basándose en los postulados de
la Satyagraha encabezó la campaña por la independencia, por lo que fue
arrestado muchas veces. En muchas ocasiones, también utilizó el ayuno como arma
de lucha no-violenta. En 1930, protagonizó la marcha de la sal (Salt
Satyagraha), uno de los más importantes sucesos que impulsaron la independencia
de la India, pues la producción y la distribución de sal estaba dominada por el
imperio británico y Gandhi llegó a la Costa del Océano Índico y recogió con sus
manos un poco de sal como un gesto de rebeldía. El movimiento de Gandhi y la
represión contra el pacifismo y sus seguidores tuvo moderadas victorias que
progresivamente fueron construyendo la independencia de la India, hasta que en 1947 el imperio británico
transfirió el poder a los indios. Ante este logro, Gandhi ordenó suspender la
lucha, consiguiendo que liberaran a alrededor de 100.000 presos políticos,
incluyendo la dirección del Partido del Congreso. A pesar del pensamiento de unidad
de Gandhi, la India se separó en dos países: India y Pakistán. El 30 de enero
de 1948, Gandhi fue asesinado a los 78 años de edad, en Birla Vahan, Nueva
Delhi, por Natura Gades, integrante de un grupo extremista hindú que no apoyaba
la partición territorial. Antes de morir, Gandhi exclamó: "Hay,
Rama", nombre de uno de los dioses de la religión hinduista.
Estas últimas palabras de Gandhi, escritas en un monumento levantado en su
honor en Nueva Delhi, son interpretadas como la espiritualidad y constante
búsqueda de la paz predicada por este líder. Disponible enhttp://www.avn.info.ve/contenido/alma-grande-y-pacifista-ghandi-germin%C3%B3-hace-145-a%C3%B1os.
[15] Pastor baptista norteamericano, el
reverendo King se hizo cargo de una iglesia en Montgomery, Alabama,
convirtiéndose rápidamente por su carisma y dotes de oratoria en el líder del
movimiento por la igualdad de derechos civiles de la comunidad afroamericana en
USA. A diferencia de los llamados “Panteras Negras”, y los “Musulmanes Negros”, grupos partidarios
de la violencia armada, King adoptó los métodos de la “no violencia” de Gandhi,
inspirándose, asimismo, en la teoría de la desobediencia civil de Henry David Thoreau. En Montgomery
organizó, dirigió y se puso a la cabeza de un masivo boicot de casi un año
contra la segregación en los autobuses municipales. El prestigio y la fama del
reverendo King se extendieron rápidamente por todo el país asumiendo el
liderato del movimiento pacifista, dirigiendo primero la “Southern Cristian
Leadership Conference” y más tarde el “Congress of Racial Equality”. Asimismo,
como miembro de la “Asociación para el Progreso de la Gente de Color”, abrió
otro frente para lograr mejoras en sus condiciones de vida. En 1960 aprovechó
el gesto espontáneo de un grupo de estudiantes negros que se sentaron en la vía
pública en Birmingham, Alabama, desafiando con esa actitud no violenta a las
fuerzas policiales, para iniciar una campaña de alcance nacional. En esta
ocasión, Martin Luther King fue encarcelado y posteriormente liberado por la
intercesión de John F. Kennedy, entonces candidato a la presidencia de Estados
Unidos, pero logró para los negros la igualdad de acceso a las bibliotecas, los
comedores y los estacionamientos. En el verano de 1963, su lucha alcanzó uno de sus
momentos culminantes cuando encabezó una gigantesca marcha sobre Washington, en
la que participaron unas doscientas cincuenta mil personas, ante las cuales
pronunció uno de sus más bellos discursos por la paz y la igualdad entre los
seres humanos. Él y otros representantes de organizaciones antirracistas fueron
recibidos por el presidente Kennedy quien se comprometió a agilizar su política
contra el segregacionismo en las escuelas y en la cuestión del desempleo, que
afectaba de modo especial a la comunidad afroamericana. En marzo de 1965 encabezó una
manifestación de miles de defensores de los derechos civiles que recorrieron
casi un centenar de kilómetros, desde Selma, donde se habían producido actos de
violencia racial, hasta Montgomery. La lucha de Martin Luther King tuvo un
final trágico: el 4 de abril de 1968 fue asesinado en Memphis por James Earl
Ray. Mientras se celebraban sus funerales en la iglesia Edenhaëser de Atlanta,
una ola de violencia se extendió por todo el país. Pero, su lucha y su muerte
no fueron en vano, hoy la comunidad afroamericana disfruta de los derechos
civiles en un plano de relativa igualdad. El Presidente Obama, primer
Presidente negro de USA, ha reconocido la trascendencia de la obra del
reverendo King. En lo particular se me estremece el corazón cada vez que
escucho el discurso de King “Tengo un sueño” pronunciado el 28 de agosto de
1963 en las escalinatas del Monumento a Lincoln en Washington ante una multitud
de 200.000 personas aproximadamente. Disponible en http://www.biografiasyvidas.com/biografia/k/king.htm.
[16]Vid de mi autoría “El Legado de Mandela”, en
esta misma página WEB independiente.
[17] D. Golddhagen, Los Verdugos Voluntarios de Hitler, citado
por Fernando García de Cortázar, se
refiere a LOS COLABORACIONISTAS del régimen nazi “Si el holocausto se produjo exclusivamente en Alemania fue porque
concurrieron tres factores al mismo tiempo. Los antisemitas más comprometidos y
virulentos de la Historia se hicieron con el poder del Estado y decidieron
convertir una fantasía asesina particular en el núcleo de la política estatal.
Actuaron así en una sociedad cuyas opiniones esenciales sobre los judíos era
ampliamente compartidas...Así pues, sin
los nazis, y sin Hitler en particular, el holocausto no se habría producido,
pero de no haber existido una considerable inclinación entre los alemanes
corrientes a tolerar, apoyar, e incluso, en muchos casos, a contribuir primero
a la persecución absolutamente radical de los judíos en la década de los
treinta y luego (por lo menos entre los encargados de realizar la tarea) a
participar en la matanza de judíos, el régimen jamás habría podido exterminar a
seis millones de personas. Ambos factores fueron necesarios, y ninguno de ellos
sería suficiente por si solo. Sólo en Alemania se dieron juntos esos dos
factores”. García de Fernado, Cortázar (2004). Breve Historia del Siglo XX.
DEBOLSILLO, España p. 287. El apoyo de la mayoría del pueblo alemán a la figura
de Hitler y a la ideología nacionalsocialista se expresó de manera continua y
sistemática desde el año 33. Es así como: “La
Nación alemana fue invitada, el 19 de agosto de 1934, a votar en un
plebiscito a su conformidad a que Hitler asumiera también el cargo de
Presidente del Reich. Cuatro millones cincuenta mil personas tuvieron el valor
de decir no; treinta y ocho millones votaron sí. Esto supuso una gran victoria
de Adolf Hitler”. Vid, Huber, Heinz y Müller, Arthur (1967). El Tercer
Reich. Su Historia en Textos, Fotografías y Documentos. Plaza &Janes
Editores. Tomo I: La creación del Poder. Barcelona, p 139.
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