Poder, política y antipolítica
Reporte Católico
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Poder, política y antipolítica
Escrito en Trabajos Especiales
Un trabajo especial de Henrique Meier.- (A propósito del régimen antipolítico instaurado hace 17 años y la ilusión del diálogo)
“No quisieron oír, ni se acordaron de tus maravillas que habías hecho con ellos; antes endurecieron su cerviz, y en su rebelión pensaron poner caudillo para volverse a su servidumbre”.Libro de Nehemías (9; 6)
"En la ciudad no existe la política como tal; todos están demasiado hambrientos, demasiado perturbados, demasiado enfrentados entre sí como para pensar en eso". Paul Auster. El país de las últimas cosas, EDHASA, 1989.
I
“Poderío” es la relación de dominio basada en la amenaza y el ejercicio de la pura fuerza física, material, bruta (animales). En el ámbito de las diversas especies de animales se imponen los más fuertes, no hay cabida para los débiles. La naturaleza es un en sí indiferente, no hay crueldad alguna en el ataque del leopardo al antílope más débil de la manada: es la ley ecológica de la sobrevivencia. Los animales no son valientes, ni cobardes, como tampoco asesinos: algunas especies se distinguen por su ferocidad, por la violencia pura (por ejemplo, los grandes felinos, los tiburones) carente de intencionalidad o premeditación; otras, por el contrario, son pacíficas (los delfines, por ejemplo), pero sin dejar de reaccionar defensivamente ante la hostilidad.
Y esa misma ley del “tener que ser” (a diferencia del deber ser de las leyes humanas)[1] explica que el líder del grupo sea el espécimen macho (león, lobo, tigre, orangután) más fuerte de la manada, porque puede vencer y vence a cualquier otro rival que ose enfrentársele. Cuando el poderío físico se debilita, irremediablemente ese líder pierde su liderazgo ante un rival más poderoso, bien que sea derrotado en la competición o choque de fuerzas y tenga que abandonar el grupo para vagar en solitario hasta su muerte, o que muera en la lucha encarnizada por el liderazgo del grupo. Sin embargo, la sola presencia del espécimen más fuerte ejerce una intimidación sobre el competidor o competidores, y por tanto, puede darse el caso de que se omita el combate, la lucha, por efecto de la disuasión.
Elías Canetti retrata de manera magistral la esencia del poderío en el ámbito humano, pues el hombre, aunque se diferencie de los animales, no deja de tener una parte animal (Zoom politikon), y por tanto, comparte con las otras especies ese impulso de fuerza, de violencia, de dominio absoluto sobre el otro, el sometido:
“Quien quiere enseñorearse de los hombres busca rebajarlos: privarlos arteramente de su resistencia y sus derechos hasta que estén impotentes ante él, como animales. Como animales los utiliza: aunque no lo diga, siempre tiene dentro de sí muy claro lo poco que representan para él, frente a sus confidentes los calificará de ovejas o bueyes. Su meta última es siempre “incorporarlos” y absorberlos. Le es indiferente lo que de ellos quede. Cuanto peor los haya tratado tanto más los desprecia. Cuando ya no sirven para nada se libera de ellos en secreto como excrementos, y se encarga de que no apesten el aire de su casa”[2] .En otra de sus lúcidas reflexiones Canetti alude a la auténtica intención del verdadero poderoso: quiere ser el único:
“Quiere sobrevivir a todos para que ninguno lo sobreviva. Quiere escapar a la muerte a cualquier precio, y por eso no debe haber nadie, absolutamente nadie, que pueda darle muerte. Mientras haya hombres, cualesquiera que sean, no se sentirá seguro. Incluso sus guardianes que lo protegen de sus enemigos, pueden volverse contra él. No cuesta mucho aducir pruebas de que siempre tendrá secretamente cierto miedo de quienes estén a sus órdenes. Y siempre temerá asimismo a quienes lo rodeen”[3].
Canetti se pregunta acerca del sentido de esa afirmación según la cual el poderoso anhela ser el único, pues parece natural y así lo demuestra la historia, que el poderoso pretende ser el hombre más fuerte, que combate contra otros poderosos (Alejandro Magno, Cesar, Napoleón, Hitler) para subyugarlos, que abriga la esperanza de someterlos a todos y convertirse en soberano del Imperio más grande, y a fin de cuentas, tal vez el único Imperio, pero ¿qué puede significar que un poderoso quiera ser el único hombre, siendo de la esencia del poderío la existencia de otros hombres objeto del dominio, ya que sin ellos es imposible la configuración de tal absoluta supremacía?
“…al hacer esta objeción se olvida que el acto de poder puede consistir en el alejamiento de los demás; y este acto será tanto más grande cuanto más global y radical sea ese alejamiento”[4]. El brillante escritor refiere el caso, tantas veces repetido en la historia del poder, de los pueblos que se cohesionan alrededor de sus caudillos y que sufren una metamorfosis que caracteriza la “masa de sumisión” (Canetti no emplea ese vocablo, es interpretación personal): la progresiva y veloz reducción del pueblo hasta llegar a una altura de escasos milímetros, mientras el caudillo proporcionalmente crece, se agiganta para alcanzar la dimensión de la subyugación. Él, El Único, un gigante en comparación con ellos, los hombrecillos encogidos en su dignidad y libertad, masa indiferenciada y manipulada por la voz, el discurso y los gestos del Todopoderoso guía (Hitler, Castro, Stalin, Mussolini, Mao, ¿Chávez?). En el Libro de Nehemías (9; 6) se alude a la rebelión del pueblo de Israel contra Jehová, su Dios: “No quisieron oír, ni se acordaron de tus maravillas que habías hecho con ellos; antes endurecieron su cerviz, y en su rebelión pensaron poner caudillo para volverse a su servidumbre”[5].
Cientos, miles, de luluputs, pequeñas criaturas que se agitan alrededor de su Líder. “Pero aquí tampoco acaba todo: el hombre gigantesco los devora. Se fusionan en él literalmente para luego desaparecer del todo. Su influencia sobre ellos es aniquiladora. Los atrae y los agrupa, los reduce y se los come. Y todo cuanto ellos eran redunda en beneficio del cuerpo del gigante”.[6] Y es que todo cuanto no es “uno mismo”, es decir, parte de la unicidad del Líder, acaba siendo aniquilado o sometido. Y la sumisión “…sólo equivale aquí a una solución temporal, que fácilmente se transforma en exterminio total. Cualquier resistencia en el ámbito de la propia esfera de poder es sentida como algo intolerable: la oposición, afirma Speer, podía hacer empalidecer de rabia a Hitler. Sólo se mostraba acomodaticio allí donde no disponía aún de poder absoluto, pues se trataba de procesos que le servirían para adquirir el poder. El Reich en toda su extensión, es su propia persona por fin libre de peligros, que no podrá estar realmente tranquila mientras no logre extenderse sobre toda la Tierra”[7].
Recuérdense los arrebatos de ira del llamado “gran timonel”, Chávez Frías (y ahora su caricaturesco clon: Maduro), que de timonel nada tuvo, sino todo lo contrario, ante cualquiera que osase criticar públicamente su discurso e inauditas decisiones, tanto miembros de la oposición (más bien, disidencia, aunque no estuvieren conscientes del significado de ambas palabras) como políticos extranjeros. Los insultos, desplantes, groserías no se hacían esperar: la injuria, la difamación y la calumnia constituían la esencia de su incontinente verborrea, lo que Manuel Caballero llamó acertadamente “lenguaje de portero de burdel”.
El magnífico escritor norteamericano Jack London en una de sus novelas: “Lobo de mar”, describe magistralmente la esencia del “poderío” refiriéndose al personaje principal del relato:
“Lo que estoy procurando expresar es el hecho de que aquella fuerza suya casi parecía algo separado de su aspecto físico. Es una fuerza que tendemos a asociar con las cosas primitivas, con los animales salvajes y con las criaturas que imaginamos que fueron nuestros precursores arborícolas: una fuerza salvaje, feroz, la esencia de la vida en el sentido de que es la potencia misma del movimiento, la materia elemental a partir de la cual han sido moldeadas las numerosas formas de vida: en suma, eso que colea en el cuerpo de una serpiente, en tanto que serpiente, haya muerto, o bien eso que perdura en un pedazo de vida informe de carne de una tortuga y se encoge y tiembla cuando lo pinchas con el dedo”[8].
II
“Poder” en su significado antropológico[9] es rasgo de la especificidad antropológica a partir de determinada etapa de la evolución de la humanidad (el Neolítico), y se caracteriza por la convergencia de dos elementos: uno biológico, vale decir, el poderío o fuerza bruta (que proviene de la “parte animal” de la naturaleza humana) y otro psicológico-cultural acerca de la legitimidad de ese poderío (que surge de la naturaleza simbólica del animal humano: su capacidad para pensar, imaginar, soñar, fabular).
El poder o el dominio en el ámbito antropológico no se limita a la mera fuerza, reitero, sino que requiere de la presencia de elementos orden sicológico y simbólico: sistemas de creencias (ideologías), símbolos, mitos, leyendas, el imaginario colectivo. El hombre, por constituir un animal simbólico (Savater), no puede ser dominado únicamente por la amenaza y el uso del poderío o violencia.
No es suficiente el temor al ejercicio de la fuerza por el más poderoso del grupo (un individuo o una élite) para mantener en sumisión a los individuos que lo conforman, la naturaleza simbólica del hombre implica siempre un grado de aceptación o consentimiento del tipo de relación de dominio de que se trate: sea que se considere al jefe como enviado de los dioses, se le admire por su carisma o aurea de superioridad, por su coraje como guerrero, etc. Es así como el poder, a diferencia del mero poderío, es un fenómeno cultural, y en tal carácter consiste en un hecho (social) complejo, dinámico y dialéctico, en constante transformación conforme a los cambios que se producen en cada sociedad por la confluencia de los factores que integran la estructura socio-cultural.
Lo que caracteriza al poder en su sentido antropológico, reitero una vez más, es la vinculación dialéctica entre esos dos elementos: poderío material y sujeción sicológica, sumisión, de los gobernados. Que el poder sea aceptado porque se fundamenta en las creencias y representaciones colectivas acerca de su legitimidad (cultura del poder) compartidas por el grupo, y no sólo por la fuerza de los medios en manos del hombre o la élite que posee tales medios.Pero es menester acotar que el hombre de poder (el poderoso), aunque declare que su motivación se funda en el puro servicio a una causa, a unos valores; o en fin, en el servicio a los demás, no está exento,-tal es la naturaleza intrínseca del poder mismo,- del impulso de dominio y control, de la ambición de someter a los demás[10]. Es lo que justifica el sistema de controles, frenos y límites institucionales al poder estatal previsto en la norma constitucional en las sociedades democráticas organizadas políticamente como Estados de Derecho.Con relación a ese impulso de dominación, expreso en un artículo de opinión publicado en soberania.org “El oscuro deseo del poder ilimitado”:
“El magnífico poeta portugués Fernando Pessoa en su “Libro del Desasosiego” (Acantilado, Barcelona, 2002, p. 67) expresa esta profunda reflexión: “Casi todos los hombres sueñan, en lo más secreto de su ser, un gran imperialismo propio, el sometimiento de todos los hombres, la entrega de todas las mujeres, la adoración de todos los pueblos…”. Ese “afán de poder” se origina en un impulso de dominación que inconscientemente abriga en la psique humana, lo que Freud designó como la pulsión de “Tanatos” por oposición a “Eros” en su obra “El Malestar de la Cultura”. Y esto porque ese sueño de sometimiento de todos los hombres o la posesión, disfrute y preservación, a como dé lugar, de un poderío ilimitado, implica necesariamente el empleo de la violencia, la astucia, el engaño, la mentira y la destrucción de todos los obstáculos que se opongan a ese objetivo, incluyendo, dentro de la “lógica de la dominación”, la persecución, detención, privación de la libertad, agresiones a la integridad psíquica, moral y física, y finalmente el asesinato individual o en masa de los hombres y mujeres que se resistan abiertamente a la realización de ese oscuro deseo. No por capricho Hobbes afirmó que el hombre es lobo para el hombre. Pero, habría que agregar a la reflexión de Pessoa, otro sueño e impulso de no pocos hombres y mujeres: el deseo de sometimiento o la “servidumbre voluntaria”. Tal es la dialéctica de la relación de poder en el contexto de los sistemas autoritarios. Y es que difícilmente los dictadores pueden dominar y mantenerse en el poder con el sólo ejercicio de los medios represivos. El consentimiento o aquiescencia de esa modalidad de relación de poder por una parte considerable de la población, es un hecho irrefutable. Más allá del miedo, del temor al dictador y sus esbirros, creo que las dictaduras y los totalitarismos se imponen y sostienen por dos rasgos sicológicos del hombre: la servidumbre voluntaria, ya mencionada, o el miedo a la libertad (Eric Fromm) y la admiración que produce el dictador. Como no puedo, carezco de las “habilidades” para realizar el secreto sueño al que alude Pessoa, admiro abierta o soterradamente al que logra ese objetivo. El primero, la “servidumbre voluntaria”, tiene su origen en el miedo que inspira la libertad percibida como pesado fardo existencial. El libre albedrio o el valor de elegir (Savater) implica una insoportable carga de responsabilidad: tener que asumir las consecuencias de los actos propios, y por tanto, ¡Dios!, que no pueda culpar a otro u otros de mis problemas, fracasos, errores, frustraciones. No, la mayoría de las personas no quiere eso, prefiere delegar, transferirle a otra tamaña responsabilidad…En la claridad conceptual de Savater: “Los tiranos son los que dicen: ven y dame tu libertad, yo cargo con tu culpa y con tus elecciones, yo elegiré por ti, tú confía en mí que no necesitarás preocuparte, tú enchúfate a mí y yo seré libre por ti y cargaré con todas las partes malas de la libertad, tú vivirás y yo cargaré con la responsabilidad de la culpa. Ese es el secreto de las tiranías y de los totalitarismos, lo que incluso lleva a determinadas personas a ser capaces de sacrificar su vida biológica, que les permite haber renunciado a su libertad y haber estado conectados, digamos, con algo superior a la libertad humana, algo que decide por los humanos y está al margen de las vacilaciones y dudas. Probablemente nuestro tiempo tendrá ese peligro del miedo a la libertad, del deseo de renunciar a ella, de buscar a alguien que nos descargue de esa pesada carga, que la lleve por nosotros, que nos permita aunque sea viviendo una vida vicaria y en cierto modo humillante, no tener la preocupación, y la obligación de elegir permanentemente” (“La Libertad como Destino”. Fundación José Manuel Lara Sevilla, España, 2004, pp. 60-61).
El segundo, “la admiración al poderoso” explica la exaltación de los caudillos y guerreros, y de los regímenes autoritarios. Esa es la historia de Venezuela, una historia de caudillos militares: Simón Bolívar, José Antonio Páez, José Tadeo y José Gregorio Monagas, Joaquín Crespo, Antonio Guzmán Blanco, Cipriano Castro, JV Gómez, etc., hoy Hugo Chávez; una historia “épica” de supuestos “héroes”, de batallas, de ese lenguaje patriotero, grandilocuente y guerrero, oloroso a pólvora y sangre…”[11].Uno de los casos emblemáticos de la admiración del poderoso es el de García Márquez hacia Fidel Castro. Excelso como escritor y cínico como persona, el famoso “Gabo” afirmó en varias ocasiones que la obra más grandiosa de un hombre es alcanzar el poder absoluto[12].
Elías Cannetti, autor antes citado, en un ensayo: “Hitler según Spencer””, que forma parte de su obra completa “comenta la propensión generalizada al culto del poder y de los poderosos por parte de la historiografía:
“¿Qué historiador hubiera podido predecir el caso de Hitler? Y aun cuando una historiografía particularmente escrupulosa lograra liberarse de una vez por todas de la admiración por el poder que siempre le ha sido inherente, sólo conseguiría, en el mejor de los casos, ponernos en guardia contra un nuevo Hitler. Pero como este surgiría en otro sitio, tendría también otro aspecto y la advertencia sería superflua”[13].
El poderío sería, pues, inherente a la implacable ley darwiniana de la selección de las especies (sólo sobreviven los más fuertes) que rige en el orden ecológico, mientras que el poder a la aspiración humana de construir un orden social justo y civilizado sustituyendo a las “leyes de la naturaleza” por las leyes civiles o de la ciudad. Y es que aun en los regímenes de poder de los Estados totalitarios en los que impera la Antipolítica; sin embargo, en el plano ideológico se emplea la utopía de un mundo más justo, igualitario y libre para ocultar la realidad de un poder brutal e ilimitado (Cuba, China, Corea del Norte, la Ex Unión Soviética).
III
“Poder político” en su significado estricto es un tipo de poder que sólo ha existido y existe en determinadas formaciones sociales y económicas a partir de la confluencia de un conjunto de factores, en particular culturales, que permiten caracterizar la naturaleza de las relaciones gobernantes-gobernados por la existencia de unos rasgos diferentes al del resto de las relaciones de poder presentes en la mayoría de las sociedades históricas conocidas: me refiero al “Poder político” en su sentido estricto, aplicable únicamente a determinadas sociedades históricas desde la Antigüedad (Grecia, Roma) a la Postmodernidad. En ese tipo de sociedades prevalece el factor cultural: el sistema de ideas, creencias, mitos, símbolos, representaciones colectivas respecto de la legitimidad de las relaciones de autoridad, sobre el factor o elemento del mero poderío (de la fuerza bruta y el temor que inspira su empleo). Duverger diferencia al poderío del poder, atribuyéndole a ésta última palabra un significado antropológico: las relaciones de dominación entre los hombres singularizadas, en el concepto del maestro francés, por la existencia de límites políticos, jurídicos, institucionales, éticos, sociales, culturales. Duverger atribuye a todo tipo de poder la existencia de los mencionados límites.
No así Bernard Crick[14] quien diferencia el poder como hecho social que implica una relación de dominación que se ejerce desde una estructura de autoridad sobre el conjunto de la sociedad, del “poder político” que presupone no cualquier tipo de sociedad, sino una sociedad organizada conforme a la política o el reconocimiento de una diversidad o pluralidad de actores políticos, de opiniones e ideas que integran un tejido dinámico de lucha civilizada por el control del poder del “Estado”, y por tanto, la dialéctica gobierno-oposición como un componente institucional de la vida social. Y es que para el politólogo inglés el poder político:
“Surge en estados organizados que reconocen ser un conglomerado de múltiples miembros, no una tribu o el producto de una religión, un interés o una tradición únicos. La política es el resultado de la aceptación de la existencia simultánea de grupos diferentes y, por tanto, de diferentes intereses y tradiciones, dentro de una unidad territorial sujeta a un gobierno común. No importa demasiado cómo se ha formado esa comunidad: por costumbres, conquista o circunstancia geográfica. Lo importante es que la estructura social, a diferencia de algunas sociedades primitivas, es lo bastante compleja y fraccionada para hacer de la política una respuesta plausible al problema de gobernarla, al del mantenimiento del orden mínimo. El orden político, sin embargo, no es cualquier tipo de orden. Su implantación señala el origen del reconocimiento de la libertad, puesto que la política entraña cierta tolerancia de verdades divergentes y el reconocimiento de que la gobernación no sólo es posible sino que se ejerce mejor cuando los intereses rivales se disputan en un foro abierto. La política son las acciones públicas de los hombres libres. La libertad protege a los hombres de las acciones públicas”[15].
Por esa razón, estoy convencido de que no todo grupo, comunidad o sociedad podría ser calificada como una sociedad políticamente ordenada u organizada. Esto último significa que lo político presupone lo social o la existencia de la una comunidad organizada, pero no lo contrario ¿Cómo calificar de sociedad política a las hordas primitivas que recorrían las estepas asiáticas al mando de Gengis Khan?[16], ¿O las del sanguinario Atila?[17]La idea del poder político presupone la previa existencia de la política como lucha civilizada por la asunción, control y ejercicio del poder estatal, y por ende, la confrontación o competición entre al menos dos o más adversarios que no se perciben como “enemigos irreconciliables”, lo que implica la legitimidad social de la función de los políticos y de las organizaciones políticas como protagonistas de esa competencia regulada normativamente. Obviamente que este discutible concepto conduce también a considerar a la democracia como el único sistema o régimen de organización de las relaciones de poder donde cabe la posibilidad de la política. De manera que el poder en su estricto significado político “estricto” sólo podría existir en democracia.
IV
De ahí el concepto de la “Antipolítica” representando por los hombres de poder, las organizaciones y los Estados que niegan el pluralismo político, y por consiguiente, la lucha o competencia civilizada y normativamente regulada por un marco jurídico-institucional garantizado en la norma constitucional, por órganos imparciales del poder público (tribunal u organismo electoral, poder judicial autónomo, fuerzas armadas apolíticas e institucionales), y por una sociedad civil alerta (opinión pública libre y plural) portadora de una cultura cívica básica, dispuesta a la movilización y la resistencia activa cuando peligra la democracia como el único régimen de poder de cariz político, es decir, en el que la legitimidad se sustenta en el consenso social, en la creencia compartida por la mayoría de los ciudadanos de que el poder del Estado está al servicio de unos valores superiores, en especial la vigencia de los derechos asociados a la libertad-autonomía, la libertad-participación, y la procura existencial (educación, trabajo, salud, seguridad social, etc.).
Para la Antipolítica cuyo triunfo por medio de un líder, un partido político de sesgo ideológico totalitario, o una cúpula militar, no existen adversarios sino enemigos a los que hay que destruir utilizando todos los medios que sean necesarios (la perversa idea de la “política” como continuación de la guerra, y del adversario como “enemigo” de Carl Schmitt). Según Carl Schmitt “jurista del horror”, ideólogo del llamado “Estado de Derecho del Fhürer”, la lucha “política”[18] se fundamenta en la distinción fundamental entre la amistad y la enemistad. La amistad está constituida por la recíproca obligación de morir unos por otros; la enemistad, por la disposición recíproca a matarse entre sí. Considerado desde un punto de vista formal, todo motivo de agrupación y separación humanas, según Schmitt, puede conducir al extremo grado de intensidad y con ello a la posibilidad límite de amistad y enemistad. El “enemigo” es, en un sentido singularmente intenso, existencialmente, otro distinto y extraño, y por consiguiente, una categoría de hombres (razas, naciones, partidos políticos) a los que en una situación extrema y para salvaguardar la unidad del Estado, es legítimo (en dicha ideología) proceder a su destrucción. Ese conflicto ideológico y existencial no puede resolverse ni con la aplicación de normas generales preestablecidas (La Constitución, la ley), ni por el arbitraje de un tercero “desinteresado”, es decir, imparcial. Por ello, es ontológicamente inadmisible el “diálogo” con el enemigo, sólo cabe la posibilidad de su eliminación como factor de “contrapoder”: silenciarlo, encarcelarlo, y en última instancia, si fuere necesario, liquidarlo físicamente.
En estos 17 años el actual régimen de poder ha dado pruebas inequívocas de la concepción “antipolítica” de la política, de su resistencia al reconocimiento de una oposición legítima o contrapoder que pueda, conforme a los medios garantizados en la Constitución y las leyes, acceder al poder del Estado mediante la expresión de la voluntad del soberano: los ciudadanos autónomos o soberanos que ejercemos el derecho al sufragio. Desde el 6 de diciembre, luego del arrollador triunfo de la Unidad Democrática en las elecciones parlamentarias con el consiguiente control de la mayoría de la Asamblea Nacional, el régimen por medio de quien funge de “presidente de la república” , jefe de lo que hoy ya no puede ser calificado como un auténtico Estado y del actual “desgobierno”, y de los comisarios judiciales del llamado “tribunal supremo de justicia”, se ha dado a la perversa tarea de sabotear mediante decretos y sentencias groseramente inconstitucionales el legítimo ejercicio de las potestades constitucionales del restaurado Poder Legislativo. Eso en lo particular no me ha extrañado desde el momento en que desde hace 13 años vengo insistiendo en la auténtica naturaleza del actual régimen de poder. Es por demás imposible para quienes militan en la causa de la antipolítica reconocer la legitimidad de una Asamblea ahora controlada por el “enemigo” consustancial de la supuesta “revolución bolivariana”. Por esa razón,y no creo equivocarme, ojalá no fuera así, no creo en la posibilidad de diálogo alguno.
En suma, lo que está planteado en nuestro país es una ardua lucha para la superación de la Antipolítica que impera desde hace 17 años, con la finalidad de restaurar la sociedad política, es decir, a la democracia, a la confrontación civilizada, pacífica e institucional en torno al acceso y ejercicio del poder conforme a los valores y principios garantizados en la Constitución Nacional, objeto de sistemática violación en estos vergonzosos años de la narcodictadura militarista.
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[1]Tener que ser, lo que no puede ser de otra manera, lo que no tiene alternativa. La expresión remite entonces a las leyes inexorables del universo de la naturaleza primaria, a la relación de causalidad forzosa, al comportamiento de los organismos que integran las especies de las formas de vida vegetal y animal, a las leyes de la física, la química, la biología: Si es A es A, si se presentan determinadas causas (hechos causales) se desencadenan siempre las mismas consecuencias o efectos. Toda ley natural enseña, según la fórmula de Helmoholtz, que a iguales condiciones siempre se hallan unidas iguales consecuencias. Ello quiere decir que la ley natural es un juicio que expresa relaciones constantes entre fenómenos; por tanto, estas leyes no deben confundirse con las relaciones que expresan. No son enlaces entre hechos, sino fórmulas que tienen por objeto explicarlos. Por ejemplo, la gravitación es una realidad; la ley de Newton su expresión científica (la conocida anécdota del sabio Newton y la manzana que al desprenderse de su rama le cayó en su cabeza). El ataque del tigre al antílope no es una elección de su “libre albedrío”, pues carece de raciocinio, libertad y voluntad, su comportamiento es una reacción irreflexiva -que no automática pues los animales no son máquinas- asociada a la ley de la conservación de la vida: colmar una necesidad impostergable (el hambre), defenderse al percibir que su vida corre peligro. El tigre como el león, o cualquier otra fiera u individuo de cualquier especie animal, nunca agredirá a su presa para satisfacer un deseo de dominación, venganza, o cualquier otro motivo que no sea una respuesta del instinto de conservación. Por el contrario, el deber ser es una dimensión conocida únicamente en el ámbito de la vida humana. Deber ser, la exigencia racional de realizar una determinada conducta a fin de alcanzar un específico bien individual o social (un valor), pero que no es algo ineludible, pues tal exigencia puede abandonarse, infringirse. No se refiere como el tener que ser a una relación de causalidad o necesidad forzosa, sino a la conducta del hombre como ser dotado de razón, libertad y voluntad, de capacidad innata, como ya destacamos, para elegir entre diversas alternativas. Las conductas humanas son valorativas, responden al imperativo de la realización de un bien cultural, de un valor humano individual, societario o comunitario (bien personal o social). Se fundamenta, no en unas leyes naturales de ciego y fatal cumplimiento de las que depende la existencia de un orden que se autoregula por medio de esas leyes, sino en la búsqueda de un orden axiológico cuya realización está subordinada a la libertad y la voluntad humana; por tanto, un orden mutable, sometido a los antagonismos propios de la dialéctica humana, un orden que no es univoco sino plural, varía de acuerdo con las diversas concepciones acerca del hombre y de la sociedad, un orden que jamás será perfecto, armonioso, como armonioso si es el orden natural (el equilibrio ecológico), un orden en permanente construcción, y destrucción; en fin, un orden donde sólo puede desarrollarse la vida humana (la sociedad y la cultura).En lugar de la fórmula del “tener que ser”, Si es A es A, en el ámbito de la vida humana se plantea un imperativo normativo: Si es A debe ser B, pero no es forzoso que sea B, puede ser Cl. ideal es que se realice el deber como una necesidad axiológica: la esperanza de conquistar un orden superior a la naturaleza primaria donde priva la ley del más fuerte y la selección implacable de las especies. Meier, Henrique. Introducción al Estudio del Derecho. CASAMAYOR. Caracas, 2011, p. 16.
[2] Canetti, Elías (1981). Masa y Poder.
MuchnikEditores. España, p. 206.
[3] Canetti, Elías (2013). Poder y supervivencia. En Obras Completas. Arrebatos verbales. Obra completa 9. DEBOLSILLO. España, p. 314
[4] IBÍDEM, p. 315
[5] Reina-Valero. Biblia de estudio de la Vida Plena. Editorial Vida, Miami, Florida, 1993, p. 632.
[6] Canetti, opus cit, p. 329
[7]Canetti, Elías. Hitler según Spencer. En Arrebatos Verbales. Dramas, ensayos, discursos y conversaciones. Obra competa 9. DEBOLSILLO. España, 2013 p. 485.
[8]London, Jack. DEBOLSILLO. Traducción de Javier Calvo. España, 2014, pp. 23-24
[9] En lo que respecta al poder cabe diferenciar entre el poder del Estado (el control de los medios y recursos del Estado para garantizar la gobernabilidad de la sociedad), el poder político (cuando en el contexto institucional del Estado existen partidos políticos que comparten con el poder gubernamental una lucha política pacífica cuyo objeto es la conquista del poder estatal); el poder económico (el control del proceso de producción, distribución, comercialización de los bienes, servicios y riquezas), el poder ideológico-cultural (el control de los medios de comunicación e información y del sistema educativo), y el poder social (conformado por la opinión pública y las disímiles organizaciones que integran la sociedad civil). En los casos en que el Estado por medio de su poder elimina el pluralismo político, a las organizaciones que representan un poder rival al gubernamental, y controla el poder económico y el ideológico-cultural, se transforma en un sistema totalitario que extingue toda posibilidad de un “contrapoder” social frente a la hegemonía estatal. Por esa razón, cabe distinguir entre la sociedad nacional o el conjunto de la población sometida al poder estatal en un territorio determinado, de la sociedad política (los partidos y organizaciones políticas que participan en la lucha por el poder gubernamental), de la sociedad económica (la que integran los agentes del proceso económico, empresas, trabajadores, sindicatos), y de la sociedad civil (el conjunto de organizaciones sociales, educativas, culturales, religiosas independientes del Estado). También podría decirse que la “sociedad civil” se escinde en una sociedad política, una sociedad económica, una sociedad educativa y cultural.
[10] El “instinto de poder” según Weber forma parte de las cualidades normales del hombre político: “El pecado contra el Espíritu Santo de su profesión comienza en el momento en que esta ansia de poder deja de ser positiva…deja de estar exclusivamente al servicio de la “causa” para convertirse en pura embriaguez personal. En último término no hay más que dos pecados mortales en el terreno de la política: la ausencia de finalidades objetivas y la falta de responsabilidad que frecuentemente, aunque no siempre, coincide con aquella. La vanidad, la necesidad de aparecer siempre que sea posible en primer plano, es lo que lleva al político a cometer uno de estos pecados o los dos a la vez. Tanto más cuanto el demagogo está obligado a tener en cuenta el “efecto”: por esto está siempre en peligro de convertirse en un comediante, como de tomar a la ligera la responsabilidad que por las consecuencias de sus actos le incumbe y preocuparse sólo por la “impresión” que hace. Su ausencia de finalidad objetiva le hace proclive a buscar la apariencia brillante del poder, sin tomar en cuenta su finalidad. Aunque el poder es el medio ineludible de la política, o más exactamente, precisamente porque lo es, y el ansia de poder es una de las fuerzas que la impulsan, no hay deformación más perniciosa de la fuerza política que el baladronear de poder como un advenedizo o complacerse vanidosamente en el sentimiento de poder, es decir, en general, toda adoración del poder puro en cuanto tal. El simple “político de poder”…que también entre nosotros es objeto de un fervoroso culto, puede quizás actuar enérgicamente, pero de hecho actúa en el vacío y sin sentido alguno…cuánta debilidad interior y cuánta impotencia se esconde tras estos gestos, ostentosos pero totalmente vacíos. Dicha actitud es producto de una mezquina y superficial indiferencia frente al sentido de la acción humana, que no tiene ningún parentesco con la conciencia de la urdidumbre trágica en que se asienta la trama de todo quehacer humano y especialmente del quehacer político”. Weber, Max. El político y el científico. Alianza Editorial. Madrid, 1972, pp. 155-156.En ese párrafo quedan retratados no pocos hombres de poder, en particular la figura de Chávez Frías.
[11]Disponible en http://www.soberania.org.
[12]Enrique Krause en su libro “Redentores, Ideas y Poder en América Latina”, dedica un capítulo a García Márquez “La sombra del patriarca” en referencia a la novela del “Gabo” “El Otoño del Patriarca”: “Escribo para que mis amigos me quieran”, ha dicho repetidamente. Uno de sus grandes amigos es precisamente Fidel Castro. No hay en la historia de Hispanoamérica un vínculo entre las letras y el poder remotamente comparable en duración, fidelidad, servicios mutuos y conveniencia entre Fidel Castro y el “Gabo”. Ya viejo, enfermo y necesitado, Rubén Darío, el gran poeta nicaragüense que influyó mucho en García Márquez, aceptó los mimos del dictador guatemalteco Manuel Estrada Cabrera y aun escribió para él poemas laudatorios. Las razones políticas de Fidel son tan evidentes como las de Estrada Cabrera: se miden en dividendos de legitimidad. Pero a García Márquez, que no tiene los apremios económicos de Darío ¿qué razones lo mueven?”. La respuesta la encontramos más adelante en ese mismo libro que reseña un reportaje de García Márquez de la década de los sesenta, cuando ejerciendo su oficio periodístico visitó la tumba de Stalin en Moscú. Comenta Krause la extraña fascinación del Gabo “… ante la figura embalsamada de Stalin: “Es un hombre –escribió García Márquez- de una inteligencia tranquila, un buen amigo, con un cierto sentido del humor […] nada me impresionó más como la fuerza de sus manos” (Krause, Enrique, Redentores, Ideas y Poder en América Latina. Debate, Bogotá, 2011, pp. 363 y 373). El “buen amigo” fue el responsable del asesinato de unos 500.000 miembros de su propio Partido (el Partido Comunista de la URSUS), además de los 20 millones fallecidos en el archipiélago del gulag (sistema de campos de concentración y de exterminio) y los 7 millones de ucranianos por la hambruna provocada (“política de Estado”) al dejar sin granos a esa nación como resultado de su confiscación para exportar las cosechas y obtener divisas para acelerar la industrialización de la Unión Soviética. Y lo del “cierto sentido del humor”, más bien humor negro o sangriento, es cierto, pues Stalin acostumbraba a invitar a cenar a los miembros del politburó que ya había decidido ejecutar después de tan amable invitación. Algunos, al recibir la invitación del “padrecito de los pueblos”, se suicidaban.
[13] Canetti, Elías (2013). Hitler según Spencer. En Arrebatos Verbales, opus cit, p. 464
[14] Crick, Bernard . En defensa de la política. Tusquets. Traducción de Mercedes Zorrila Diez. España, 2001.
[15] Crick, Bernard, opus cit, p. 18.
[16]Gengis Khan o Jefe universal (como se le nombró) es considerado como uno de los hombres más crueles y sanguinarios del pasado (de los tiempos modernos: Hitler y Stalin). Nació en el año 1.162 en la región Dulun-Boldaq, valle ubicado entre Mongolia y Rusia. Guerrero conquistador Mogol, de una voracidad ilimitada a la hora de conquistar tierras con sus hordas, sus ataques eran comparados por los hombres de su tiempo con la misma ira de los dioses, y al igual que Atila, rey de los Hunos, no dejaba nada a su paso, como si la tierra se hubiere abierto y se tragara todo: hombres, mujeres, niños, aldeas. En 1206, Temujin, dueño y señor de la estepa, fue proclamado Gengis Jan, o Kan, por una gran asamblea de príncipes mongoles reunida a orillas del río Onon. Tras haber unificado las tribus mongolas y turcomongolas del Gobi bajo su mando y reorganizado su ejército según la división decimal de unidades de combate, consideró llegado el momento de acometer su empresa más ambiciosa: la conquista del mundo. Logró establecer el Imperio mongol más extenso de la historia. Se dice que ningún poderío ha sido tan enorme como el de este guerrero. Disponible en http://www.misteriosarealidad.com/2013/03/la-maldicion-de-gengis-kan.html
[17]“La locura de un solo hombre provocó con su ataque la destrucción de muchos pueblos, y el capricho de un rey arrogante destruyó en un instante lo que la Naturaleza había tardado tantos siglos en crear”. De esta manera recordaba el historiador Jordanes la invasión de Italia por los hunos en el año 451, al mando de un terrible caudillo, Atila, al que el mismo autor veía como «la vara de la furia de Dios». A principios del siglo V, el pueblo de los hunos era una temible horda conocida por los romanos. De origen oscuro, se les relaciona con los xiongnu de las fuentes chinas, probablemente una agrupación de gentes nómadas, organizadas militarmente y sin una clara filiación étnica, que controlaban las rutas de comercio entre Europa y Asia. Sus enterramientos –algunos sobre antiguos kurganes, los túmulos escitas– han sido localizados en las regiones del Altai y en las repúblicas de Kazajistán, Tuvá y Mongolia; en ellos se han hallado característicos cráneos deformados, calderos de bronce, un rico ajuar de los caballos inmolados y puntas de flecha. En el siglo IV los hunos dominaban grandes extensiones entre los ríos Don, Volga y Danubio, y los mares Báltico y Negro, y habían sometido a los germanos, alanos y sármatas que allí vivían. Por ello, los hunos fueron considerados por sus contemporáneos, según recogen fuentes como Amiano Marcelino, Claudiano, Zósimo o Jordanes, como una raza salvaje, voluble, desleal, apasionada por el oro y de extrema crueldad, que comía raíces y carne cruda, vestía con pieles de ratón salvaje o de cabra, y carecía de viviendas y de dioses, aunque eran considerados buenos guerreros. El poeta y obispo Sidonio Apolinar subraya en su Panegírico a Antemio los rasgos físicos de los hunos, como el alargamiento de su cabeza y la estrechez de sus ojos acostumbrados a abarcar con su vista grandes espacios: «De otra parte, para que los dos orificios nasales no sobresalgan de los pómulos, envuelven la nariz, cuando aún es tierna, en un vendaje para que se adapte al casco: hasta ese punto el amor materno deforma a los niños nacidos para guerrear, de modo que la superficie lisa de las mejillas se prolongue al faltar la interrupción de la nariz. El resto del cuerpo es hermoso en los hombres: tienen pecho amplio, fuertes hombros, vientre compacto. Apolinar se admiraba de sus aptitudes como jinetes: «De estatura media cuando van a pie, son altos si se les ve a caballo; por eso parecen con frecuencia altos cuando están sentados. Apenas se tiene en pie el niño, separado de su madre, cuando ya un caballo le ofrece su grupa: se podría pensar que los miembros de éste se adaptan a los del hombre, tan unidos se mantienen cabalgadura y jinete. Otros pueblos se dejan llevar a lomos de caballo; éste vive en ellos. Llevan en el corazón los arcos curvos y los dardos; su mano es temible y certera; creen firmemente que sus proyectiles llevan la muerte y su furia está habituada a hacer el mal por medio de un golpe infalible»…A principios del siglo V se consolidó un imperio huno, de la mano de reyes como Ruga y después su sobrino Atila, quien, hacia 445, al parecer asesinó a su hermano Bleda y se hizo con el poder absoluto sobre su pueblo. La corte de Atila, situada en algún lugar cercano al río Tisza (en la actual Rumanía), estaba muy lejos del salvajismo que algunos romanos le atribuían. Así lo atestigua el historiador Prisco, que acudió como embajador a la corte del caudillo huno. Rosa Sanz Serrano. Atila la pesadilla de Roma. Disponible en http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/historia/grandes_reportajes/7288/atila_pesadilla_roma.html. - See more at: http://reportecatolicolaico.com/2016/06/poder-politica-y-antipolitica/#sthash.uV7n83Vv.IKDXQySZ.dpuf
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