La nostalgia, la nostalgia
Puedo yo defender mi memoria contra el olvido
Como una sepia que huye perdiendo sangre, perdiendo
fuerzas?
¿Puedo yo defender mi memoria contra el olvido? Robert Desnos
Las casas de tu infancia ya no existen,
regresas a esos lugares San Esteban, Puerto Cabello…Y solo ves desolación,
casas en ruinas, caídas, nada te es familiar. Y aquellos hombres y mujeres, tus
padres, los tíos, los amigos, las noches de guitarras, cantos, risas hasta el amanecer,
aquella gente que llenó de asombro y admiración tu febril imaginación de niño,
tampoco están. Nada que hacer, es el precio de seguir vivo, nada permanece, el
cambio es la ley de la vida. El axioma del filósofo Heráclito de Éfeso: “En los mismos ríos entramos y no entramos,
pues no somos los mismos”, divulgado popularmente “Nadie se baña dos veces en el mismo río”, porque la segunda vez
el agua no es la misma, ha fluido, tampoco nosotros somos los mismos aunque no
percibamos los cambios que día tras días nos van transformado física, metal y
espiritualmente.
“El ente deviene y las cosas se transforman en un proceso continuo de
nacimiento y destrucción que afecta a objetos, animales y seres humanos. “Todo
fluye, somos y no somos”, era el lema básico de Heráclito de Éfeso, también
conocido como Heráclito el “Oscuro”. El pensador griego creía que el mundo
experimenta un proceso de continuo nacimiento y destrucción al que nada escapa.
Dentro del cambio incesante de las cosas, Heráclito postula que existe una
unidad o principio eterno encarnado por el fuego. Pero esta llama crepitante es
una metáfora que se refiere al movimiento y cambio constante en el que se
encuentra sumido el ser humano y el mundo. Estilo críptico. Sus ideas
reproducen la ambigüedad y la confusión de la realidad. Diógenes Laercio le
atribuyó un libro titulado Sobre la naturaleza, que estaba estructurado en tres
partes: Cosmológica, Política y Teológica, pero apenas aporta unos fragmentos
del pensamiento perdido del filósofo griego. Algunas de sus geniales sentencias
han llegado a nuestros días a través de escritores griegos y romanos
posteriores. ¿Realmente conocemos cuál era el mundo interior de ese personaje
al que los antiguos llamaron el “Oscuro"? Al menos tenemos la esencia de
su pensamiento. “Todo cambia y todo pasa”, lo que nos recuerda
vagamente el famoso poema de Antonio Machado. Todo ese fluir está regido por
una ley que el pensador denominaba “logos”, que no sólo rige el devenir del
mundo, sino que nos indica el camino a seguir, aunque la mayoría de
nosotros “no sabemos escuchar ni hablar”. El lamento de Heráclito.
Según este pensador, la mayoría de las personas vivía relegada a su propio
mundo, ajena a la realidad del cambio continuo, del fluir constante de las
cosas y de ellos mismos. Los hombres, sordos y ciegos, se olvidaban de
su condición de mortales. Heráclito no despreciaba el uso de los sentidos.
De hecho, los consideraba indispensables para comprender la realidad. Sin
embargo, pensaba que con ellos no bastaba y que era necesario el uso de la
inteligencia. “Se engañan los hombres sobre el conocimiento de las cosas
visibles, de la misma manera que Homero, que fue considerado el más sabio de
todos los griegos”, subraya Heráclito. Contradicción vital. La permanente
movilidad que percibe Heráclito en todas las cosas se fundamenta en una
estructura de contrarios. La contradicción está en el origen de todo, un
pensamiento que de alguna manera entronca con la corriente filosófica más en
boga a principios del siglo XXI, la del postmodernismo, encarnada, entre otros,
por Deleuze, Derrida y Vattimo. Pero Heráclito de Éfeso era también un
moralista: “Los ciudadanos deben
luchar por la Ley, de la misma manera que luchan por defender la muralla de su
ciudad”[1].
Vas acumulando recuerdos, en la frágil
memoria la muerte hace su eterno trabajo de olvido. Sabes que también pasarás,
y pronto tal vez seas el recuerdo de alguien que llore pensando en ti, como hoy
lloras por las vidas perdidas en las sombras, el silencio, la ausencia. Y nada
puedes hacer, es la esencia de la vida de cualquier hombre o mujer, si tú no
comprendes esa realidad estás perdido, porque no hay manera de evitar que el
río de tu vida fluya, corra apresuradamente. Percibo que la tierra comienza a
reclamar mis huesos, pues este cuerpo está encadenado a la muerte, y mientras
mi corazón suspira de infinito, de alegría cósmica, insaciable de eternidad me
derrota el tiempo. Es inevitable, no hay forma como dice Charles Bukowski de
darle cuerda a nuestro reloj biológico, pero
como todo se va, es necesario buscar, buscar siempre nuevos motivos para
continuar este viaje gratuito de la vida. Se nos fue la infancia, la juventud,
nos acercamos a la vejez, se fueron seres queridos y amigos, pero los mejores
años son los del aquí y ahora, como también lo fueron los del pasado en cada
etapa de la existencia. Las metas son espejismos, sólo es verdad
el camino, la alegría y el ímpetu para afrontar la vida, los retos, siempre los
desafíos a la inteligencia, la imaginación y la fortaleza. Y no creas que no
habrá días tristes y desolados, es parte de tu condición humana, nadie puede
sustraerse a la nostalgia y la melancolía, al desamor y la ingratitud, a las
injusticias y desgracias. Porque somos duales, pocos logran comprender esa
realidad antropológica, actuamos, hablamos, interactuamos permanentemente con
los otros, esa existencia externa, y simultáneamente pensamos, sentimos,
soñamos en nuestra esfera interna, la que a su vez se desdobla en un ámbito
consciente y ese otro: el inconsciente, aún más complejo y misterioso que el
primero. Finjo estrategias, doy vueltas, tomo atajos, disimulo, la verdad me
persigue. Corro cual perro rabioso, huyo, busco refugio en quehaceres
circunstanciales, y siempre tropiezo con la lucidez, cuchillo que desgarra la
piel mentirosa de las apariencias, que desnuda la mentira esencial de esta
vida, la falta de sentido, la insensatez de los hombres, el mundo dominado por
la locura, la violencia, las injusticias, el terror. Hablo, me convenzo, niego
la evidencia. Me hiere la belleza del atardecer, el canto de pájaros al alba,
el azul del mar, la fría soledad de las estrellas. No puedo ignorar el absurdo de esta historia de matanzas, el
grito de dolor de las víctimas, esta carnicería que no termina. ¿Podría la angustia
medirse?, ¿Pesarse el desasosiego?, ¿La decepción? ¿Es posible vivir sin
dañar y causar sufrimiento? El misterio y la complejidad del mundo, de la vida, de mi existencia, no
hago sino reiterar y reiterar esa idea. Leo la obra de Mircea Cätärescu
Selenoide (antes citada) considerada por un imbécil crítico de lietratura
español como pésima (¿envidia?) y me conmueve su lucidez (al igual que la de su
compatriota rumano Ciorán):
“Así siento que es mi vida, asì siento que he sido siempre: el mundo unánime, tierno, tangible por una cara de la moneda, y el mundo secreto, íntimo, fantasmagórico, el mundo del ensueño de mi mente por la otra. Ninguna de mis vidas está completa ni es verdadera sin la otra. Sóla la rotación, sólo el vértigo, sólo el síndrome vestibular, sólo el dedo indiferente del dios que pone la moneda en movimiento y que hace más visible- pero para qué ojo- la inscripción grabada en nuestra mente, a uno y otro lado, de día y de noche, en la lucidez, en el sueño, a una mujer y a un hombre, a un animal y un dios, pero nosotros lo ignoramos durante toda la eternidad, pues no podemos ver ambas caras a la vez”[2].
No hay escapatoria, no queda otra opción
sino vivir conscientes de sí, y tener el coraje de superar las limitaciones
personales, enfermedades, desgracias, decepciones y temores, el permanente
acecho de la muerte, en fin, sobreponerse a las pérdidas. Los “triunfos” y las
“derrotas” ocultan el misterio de la existencia, impiden ver que en medio de la
luz hay oscuridad, y que tras las tinieblas siempre hay luminosidad. El día
esconde, aún en las primeras horas del amanecer, el inevitable atardecer y las
sombras de la noche. Quien se cree un triunfador no sabe que su éxito es
pasajero, que en cualquier momento será humo, cenizas, hojarasca que se lleva
el viento. Y quien se siente derrotado cierra los ojos del alma a alguna
bienaventuranza al alcance de su mano. No hay ganadores, ni perdedores, sólo
quienes asumen el reto de vivir apasionadamente, con toda la intensidad de la
que es capaz el espíritu humano, que no se rinden sino con la muerte, y
aquellos que deciden claudicar ante las desgracias, quedarse estancados en el
lamento de lo que se fue definitivamente.
“¿Qué es más
importante, la Tierra o las criaturas que se mueven sobre ella? -se pregunta el
filósofo- Únicamente la
arrogancia intelectual puede insinuar esa pregunta, porque en la vida no hay
mayor ni menor. Lo que es justifica su propia existencia por el mero hecho de
existir, pues éste es el gran logro común. Si la organización de nuestra vida
fuera externa a nosotros, la pregunta sobre la supremacía tendría importancia,
pero la vida es siempre interior y se modifica o amplía según nuestros
apetitos, aspiraciones y actividades fundamentales”[3].
En eso creo, no me lamento por lo que se
fue, por esos días sin horas, ni rutinas, ni deberes, los recupero por medio de
estos relatos, no puedo quejarme por la pérdida de esos días mágicos, el
recuerdo me auxilia para no caer en la desesperación cuando me acecha ese
“crónico sentimiento de infortunio” que agazapado en algún rincón del alma
pretende asaltarme para lanzarme al abismo de la depresión. Porque la depresión
está dentro de ti, no creo posible erradicar ese estado de alma “latente” que
todos, sin excepción, podemos sufrir, nadie está a salvo, ni los propios
siquiatras, no hay vacuna contra esa enfermedad del espíritu, basta que te
ocurra una desgracia para que sientas la tentación de caer en ese hueco y
pierdas las ganas de vivir. Es considerada como una enfermedad del espíritu
caracterizada por un sentimiento de honda tristeza, decaimiento anímico,
pérdida de interés por todo, imposibilidad de experimentar placer o capacidad
para disfrutar de cualquier experiencia; en una palabra: el desplome
existencial. Pueda prolongarse por extenso tiempo “…afectando el orden de la vida cotidiana y
relaciones sociales; tanto es así que es la segunda enfermedad mental más
incapacitante en cuanto al grado de discapacidad y el gasto social que origina.
Su origen no depende de la debilidad, fragilidad o carácter de una persona, es
una enfermedad equiparable a otra patología crónica como la diabetes, aunque
factores como el estrés y ansiedad constante pueden influir en su aparición.
Como consecuencias de padecerla se encuentra que quienes la sufren tienen un 8%
de mayor riesgo de muerte por suicidio. La depresión, probablemente una de las
enfermedades que ha estado presente en todas las épocas y que no hace
distinción de edad, género, estilo de vida ni situación socioeconómica”[4].
He aquí unas líneas de Nabokov, relata parte
de un día del protagonista de La Dádiva, el poeta Fiodor (alter ego del autor),
la típica depresión del poeta, ese “animal triste”:
“Una resaca
poética, depresión, el “animal triste”…La víspera había olvidado enjuagar su
máquina de afeitar, entre los dientes había una espuma pétrea, la hoja estaba
oxidada –y no tenía otra. Un pálido autorretrato le miraba desde el espejo con
los ojos serios de todos los autorretratos. En un punto delicado de una lado
del mentón, entre los pelos crecidos durante la noche (¿cuántos metros de pelos
cortaré en mi vida?), había aparecido un grano amarillento que se convirtió al
instante en el centro de la existencia de Fiodor, lugar de reunión de todas las
sensaciones desagradables que ahora acudían desde diferentes partes de su ser.
Lo reventó –aunque sabía que después se hincharía hasta el triple de su tamaño.
Qué horrible era todo esto…La hoja no producía efecto en los pelos, y su tacto
rasposo cuando los tocó con los dedos le infundió un sentimiento de infernal
desesperanza. En las proximidades de la nuez aparecieron gotitas de sangre,
pero los pelos seguían allí. La Estepa de la Desesperación.”[5].
Hace falta una dosis de coraje para
sobreponerte al infortunio, levantarse si caes, superar el cansancio espiritual
que puede sobrevenirte ante las dificultades. Es tan jodido saber que estás condenado a
morir, a sufrir enfermedades y dolores físicos, a asistir a la muerte de seres
queridos, familiares y amigos, a ser víctima de injusticias, de la
incomprensión, la maledicencia ajenas. Aunque, en verdad, no es sólo el coraje,
también el amor y la amistad dulcifican este difícil viaje de la vida, el
disfrute de la inconmensurable belleza de la naturaleza, de la música y otras
expresiones del arte. Y la fe en Jesucristo, el Dios vivo, la esperanza que al
morir tu alma inmortal viajará hacia la luz que irradia el SER absoluto. De
carajito me obligaban al rezo del rosario, ¡qué ladilla! para un niño de 8, 9
años, me quedó grabada una expresión de una oración católica que habla de este
mundo como un “valle de lágrimas”: “Dios te salve, a Ti clamamos los desterrados hijos de Eva; a Ti
suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora,
Abogada Nuestra vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos, y después de este destierro,
muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre”. ¿Cómo puedes andar por ahí impertérrito,
despreocupado, sin consciencia de la desquiciante realidad?, ¿O es que esos
sujetos que aparentan indiferencia es una manera de no enfrentar la locura, el absurdo,
el desequilibrio inherente a la existencia humana? Porque los seres de la
naturaleza primaria conforman un orden que responde a leyes inexorables, leyes
naturales que garantizan el equilibrio ecológico. Nosotros, los humanos no,
tanto individual como colectivamente estamos siempre al borde del caos y la
desintegración, la historia humana carece de un sentido, de una finalidad, es
falsa esa idea del progreso de una evolución que nos llevará a una humanidad
perfecta. MENTIRA, UTOPÍA, BASURA IDEOLÓGICA.
Deja de lado eso Henrique, no sabotees el esfuerzo por recordar esa fantástica infancia que tuviste, un tiempo de libertad sin límites. ¡Que pésima costumbre mental!, si ya sabes como es la humanidad, entonces, no insistas en esa especie de queja, nada puedes hacer, a lo sumo seguir viviendo hasta que estos débiles hilos no resistan un nuevo amanecer. ¿Cuántas veces a lo largo de los años has pensado lo mismo? No llevo la cuenta, pero sé que casi a diario me asalta ese sombrío pensamiento. Apártalo, pues, apártalo, afuera un día espléndido de otoño en esta pequeña ciudad donde vivo con mi mujer desde mayo del 2017, esto ya lo he anotado en otra parte, qué más da, los humanos somos reiterativos, unos más otros menos, pero nadie escapa a ese rasgo. Cada día repetimos las mismas frases, nos asaltan los mismos pensamientos y estados de ánimo, realizamos los mismos actos de la rutina cotidiana. Y una que otra vez llevamos a cabo acciones ineditas, creativas. Por supuesto, allí están los artistas geniales, seres excepcionales capaces de vivir enfocados en una obra creativa, y sin embargo, tampoco escapan a los usos y las costumbres, pues el hombre es un animal de costumbre (Charles Dikens) ¿Es esto cierto? Sin duda, cuando nos enfrentamos a una actividad nueva, a un nuevo reto, requerimos de un esfuerzo mental extra para encontrar soluciones a las interrogantes que nos presenta la inedita situación; por el contrario, al repetir constantemente la misma rutina, actuamos sin pensar, en forma automática (el denominado reflejo condicionado).
Deja de lado eso Henrique, no sabotees el esfuerzo por recordar esa fantástica infancia que tuviste, un tiempo de libertad sin límites. ¡Que pésima costumbre mental!, si ya sabes como es la humanidad, entonces, no insistas en esa especie de queja, nada puedes hacer, a lo sumo seguir viviendo hasta que estos débiles hilos no resistan un nuevo amanecer. ¿Cuántas veces a lo largo de los años has pensado lo mismo? No llevo la cuenta, pero sé que casi a diario me asalta ese sombrío pensamiento. Apártalo, pues, apártalo, afuera un día espléndido de otoño en esta pequeña ciudad donde vivo con mi mujer desde mayo del 2017, esto ya lo he anotado en otra parte, qué más da, los humanos somos reiterativos, unos más otros menos, pero nadie escapa a ese rasgo. Cada día repetimos las mismas frases, nos asaltan los mismos pensamientos y estados de ánimo, realizamos los mismos actos de la rutina cotidiana. Y una que otra vez llevamos a cabo acciones ineditas, creativas. Por supuesto, allí están los artistas geniales, seres excepcionales capaces de vivir enfocados en una obra creativa, y sin embargo, tampoco escapan a los usos y las costumbres, pues el hombre es un animal de costumbre (Charles Dikens) ¿Es esto cierto? Sin duda, cuando nos enfrentamos a una actividad nueva, a un nuevo reto, requerimos de un esfuerzo mental extra para encontrar soluciones a las interrogantes que nos presenta la inedita situación; por el contrario, al repetir constantemente la misma rutina, actuamos sin pensar, en forma automática (el denominado reflejo condicionado).
“Te he buscado,
ala de mar, infantil,
Las aguas
arrasaron la verde claridad.
Se llevaron la
casa que fundé entre indigencias,
Doy vueltas en
una ciudad, sin objeto
Como devolviéndome.
Perdida dinastías
de los ojos,
por entre duras
calles transcurro.
Déjame el camino
franco hacia el reino
De la frente
ofrecida.
Mi voz pierde
entre estos veleros
Que saben ser
sordos.
Esplendor que te
confundes con la infancia
Renunciaré a los
fulgores bebidos.
Sé acariciar el
día.
¿Quién la creerá
a mi habla seca?
Yo seguiré en la
ciudad, sin validez,
Junto a las
puertas humilladas.
Volveré a ti
prodigioso litoral,
Pero no esperes
mis ojos,
Ahora celebro el advenimiento de la levedad.
Aún oigo las
orillas.
Las olas no golpean
solamente la playa.
El viento susurra
una antigua historia sin desenlace”.
Rafael Cadenas[1].
¿Cómo
resitiríamos el paso del tiempo que arrastra consigo trozos de nuestro cuerpo y
de nuestro mundo, que se lleva el lejano paraíso de la infancia?” (Mircea Cätaärescu). En verdad soy un
animal nostálgico, no puedo negarlo, aunque vivo el presente con intensidad, es
mi condición, no hay manera de librarme, no
lo quiero, de esos espléndidos días de mi infancia, sé que a la hora de
mi muerte, me veré con mis hermanos y primos sumergido en las aguas del Río de
mi infancia, subiéndome al techo del caserón de San Esteban donde nació mi
hermana menor, caminando con mi hermano en los camburales que fueron del viejo
Oswaldo, oiré la voz de papá y miraré su gorda figura y a la maravillosa loca
de mamá, sí, también veré a mis abuelos, al tío Antonio y mi primo del mismo
nombre, también sé que toda la adolescencia y mi juventud pasarán ante mis
ojos, mi vida entera, y si tengo tiempo podré decir como Neruda “confieso que
he vivido”, confieso que he bebido hasta el fondo la copa de mi vida, ¡Dios haz
conmigo lo que queras!
[1] Rafael Cadenas. Obra entera. Poesía y prosa (1958-95).
Fondo de Cultura Económica de España, 2006.
[1] F. Cohnen S/M. Heraclito de Éfeso. Todo fluye, somos y
no somos. https://www.muyhistoria.es/h-antigua/articulo/heraclito-de-efeso-todo-fluye-somos-y-no-somos-101462352592.
[2] Mircea Cätärescu. Selenoide. IMPEDIMENTA, 2017.
[5] Nabokov, La Dádiva
Comentarios
Publicar un comentario