Entre la cordura y la locura
Los hombres de mi generación y de las precedentes, a excepción de los “santos varones”, no tuvimos otra alternativa para iniciarnos en el sexo que las mujeres públicas, ya que las novias de vaina se dejaban tocar una teta en el cine, a lo sumo, las más liberales, te hacían el favor de una “paja” aprovechando la oscuridad mientras transcurría el film. Había que sobornar con dulces a la “chaperona”, una hermana menor. Y las visitas a la casa de la familia, ni hablar, sentados en un sofá frente a la madre, la abuela o una hermana. Y uno como un huevón con ganas de besar a la carajita, de meterle mano, y la abuela con “cara de cañón” vigilando “¿Por qué no irá al baño esta vieja de mierda, a ver si puedo darle siquiera un beso?”. Razón por la cual tuve pocas novias “formales”, prefería las putas y mesoneras. ¡Ay la dictadura del sexo!, desde los 12 años me convertí en un obseso, una suerte de “locura erótica” que hasta ahora no me ha abandonado, ha sido la causa, al igual que mi ira, ...